Ama y haz lo que quieras, comentario a las lecturas del XXX domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)

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Ama y haz lo que quieras, comentario a las lecturas del XXX domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)

Comentario a las lecturas del XXX domingo del Tiempo Ordinario. ABC, 29 de octubre de 1996.

No se trata de discutir sobre la dimensión vertical y horizontal del amor, Dios y los hombres. Se trata del amor, que lo abraza todo. El amor a Dios incluye el amor al prójimo, y el amor al prójimo es fruto del amor a Dios. ¿Cómo podríamos ser hermanos, cómo hablar de fraternidad y solidaridad, si no fuéramos hijos? ¡Se ha abusado tanto en nuestro tiempo de este lenguaje de la doble dimensión del amor, para acusarnos unos a otros!

El libro del Éxodo expresa la exigencia con el prójimo del Dios de la Alianza. Son consejos prácticos para orientar el comportamiento dentro de la relación, que el Señor ha establecido con los hombres, pero limitados al pueblo de Israel: no oprimir, no vejar a los emigrantes, no explotar a los débiles, no enriquecerse a costa del otro. Y la advertencia firme de que Dios es siempre defensor de los que invocan su protección, porque se encuentran en desamparo.

En el evangelio, Jesús simplifica los dos preceptos y normas y nos da el mandamiento, que tan maravillosamente entendió san Agustín, cuando escribió: “Ama y haz lo que quieras”. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser: este es el primer mandamiento”. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Es una misma relación vital: paternidad-fraternidad. No hay separación.

Jesucristo quiere enraizar en nuestro corazón lo que es esencial, y hacernos sentir lo que vale y permanece, lo que tiene que guiar la historia de la humanidad, si no quiere ésta hundirse en la tenebrosidad del odio y de la guerra. Todos los mandamientos reducidos al amor, toda la ley y todos los profetas del Antiguo Testamento, ¡se dice pronto!, resumidos en el amor.

Porque realmente los mandamientos y preceptos solamente no sostienen nuestra vida, sino el amor. Porque, como dice san Ignacio de Loyola, el puro amor es el puro servicio, la entrega completa, la máxima colaboración, la mejor ayuda, que se puede prestar al otro. No se puede decir: “Amo a Dios e intento amar al prójimo”. Con solo intentar, tampoco se ama a Dios. Cristo soldó para siempre estos dos mandamientos. No son dos que se yuxtaponen, sino que se implican en una unidad, expresión clara de lo que es la vida cristiana.

El Reino de Dios va llegando a cada uno de nosotros en la misma medida en que vivimos estos mandamientos. Si así, fundidos y fusionados, iluminan nuestro actuar en la vida, en los grupos a los que pertenecemos, en las empresas, en las familias, en los momentos festivos y en los trabajos que emprendemos, podremos ser luz del mundo y sal de la tierra.

Dios es amor y el amor rebasa las medidas comunes, que suelen llamarse razonables. El amor siempre inicia y crea, porque es fuerte y joven. En el amor al prójimo, Dios mismo es amado. Las buenas obras –dice Unamuno– jamás descansan. Pasan de unos espíritus a otros, reposando un momento en cada uno de ellos, para restaurarse y cobrar fuerzas, que permitan seguir adelante. El amor y la fe en Dios no pueden tenerse escondidos, hacen hablar.