Exhortación pastoral a los sacerdotes y fieles de la Diócesis de Astorga, 28 de febrero de 1963. Texto en el Boletín Oficial del Obispado de Astorga, marzo de 1963, 84-86.
Queridos diocesanos:
Una vez más se acerca la festividad del Patriarca San José, fecha en la cual se celebra en nuestra Diócesis el Día del Seminario. No toméis a mal que nuevamente me dirija a vosotros –a todos vosotros–, para suplicaros vuestra ayuda económica en la forma y cuantía que os permitan vuestras posibilidades. Lo hago con el mayor respeto a vuestra libre decisión y con la mayor confianza en vuestra generosidad. Amáis a la Iglesia. Os confesáis hijos de Dios y redimidos por Jesucristo. Sabéis apreciar los dones de la vida sobrenatural y camináis por el mundo con la esperanza del cielo. Nada de esto sería posible sin la presencia del sacerdote entre vosotros.
Amáis a vuestra Diócesis de Astorga. Os manifestáis orgullosos de ser herederos de una vieja y solidísima cultura cristiana que llega a vosotros desde muy lejos saltando por encima de los siglos. Esa cultura y esa gloria se la debéis al sacerdote y a la Iglesia. Mucho antes de que existieran entre vosotros el Estado y la provincia, mucho antes de que se abrieran carreteras y caminos en vuestras montañas y llanuras, mucho antes de que se oyese hablar de escuelas y academias, existió entre vosotros la Iglesia con sus sacerdotes y sus monjes. Y ellos hicieron de vuestros antepasados hombres cultos, dignos, honrados y santos.
Amáis a España, vuestra patria, y deseáis para ella un porvenir fecundo. Pero España perderá toda su significación y grandeza, si pierde el sentido cristiano de la vida. Ningún país del mundo es nada, si lo único que tiene son riquezas materiales. Los acontecimientos que estamos viviendo nos permiten ver claramente que, cuando faltan la fe, la esperanza y la caridad de unos con otros, todo es incertidumbre, angustia y desconsuelo. Se puede ser millonario, y, sin embargo, sentirse el más pobre y desamparado de la tierra, como consecuencia del vicio y del pecado. Se puede ser pobre y, sin embargo, sentirse feliz en la paz y la alegría de una conciencia pura. Nuestra Patria necesita alcanzar, es cierto, las altas metas que en el camino del progreso material se ha propuesto para mejorar las condiciones económicas de sus hijos; pero de nada servirá todo esto si a la vez no hay conciencias cristianas. moralidad, amor y justicia. Para conseguirlo, es indispensable el sacerdote.
En nuestra Diócesis tenemos abiertos tres Seminarios: el de Las Ermitas, el de La Bañeza, y el de Astorga. Nos hemos propuesto llegar, dentro de los cinco próximos años, a la cifra de los 1.000 seminaristas. Son necesarios para que cada año puedan ser ordenados cincuenta sacerdotes, veinticinco para cubrir las necesidades diocesanas y otros tantos para los países de Hispanoamérica y del resto del mundo. Muchos de ellos tienen que ser ayudados, porque, de lo contrario, no podrían seguir sus estudios, y las puertas del Seminario no deben cerrarse a nadie que con su buena conducta y su capacidad normal demuestre que merece esa ayuda. Aun los que pagan la pensión completa –7.500 pts. en el Seminario Mayor y 6.500 en el Menor– producen un déficit anual inevitable. Por eso os pido que ofrezcáis vuestro donativo, grande o pequeño, como os sea posible, con amor y con la convicción de que cooperáis a la obra más grande de cuantas os pueden ser propuestas.
Os pido también que améis a vuestros sacerdotes. Todos tenemos muchos defectos. Pero aún así, dondequiera que hay un sacerdote hay una lucha en defensa del bien y la virtud. Formar un hombre, en el sentido cabal de la palabra, es una tarea siempre difícil; formar un sacerdote de Cristo lo es mucho más todavía.
Pero en ello estamos empeñados y confiamos en Dios que de nuestros Seminarios, al igual que en tiempos pasados, seguirán saliendo sacerdotes santos. Quisiéramos que a todo sacerdote de la Diócesis de Astorga le sean aplicables las palabras que decía recientemente Su Santidad el Papa en la Canonización de San Vicente Palloti:
«Cambian las situaciones del orden social, pero las exigencias del espíritu humano permanecen intactas; y los hombres de todos los tiempos buscan en el hombre de Dios al Maestro de la verdad, al consolador, al padre bondadoso».
«Este acercarse a las necesidades de los hermanos con ánimo de padre, y con increíble confianza en la ayuda de la gracia celestial, produce siempre, aunque no lo sea inmediatamente, frutos copiosos. Por tanto, secundando las reglas de la divina Providencia, conviene entregarse a la tarea de sembrar, dejando a los demás el cargo de recoger. El apóstol no encierra preocupaciones personales, ni busca su propia gloria; trabaja por una recompensa lejana y eterna, contento de agradar únicamente a Dios, y de llevar a las almas, en lo posible a todas, a su amor misericordioso».
Dios quiere a los sacerdotes: «dóciles instrumentos en sus manos, y nada más; los quiere administradores fieles y rectos, íntimamente convencidos de la sabia expresión del Señor: Siervos inútiles somos (Lc 17, 10); inútiles, si, pero artífices de prodigios espirituales en el santuario de las almas, aun de las más alejadas, confiando en el fin y ayudados por la gracia divina».
Os bendigo a todos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Astorga, 28 de febrero de 1963.