Instrucción pastoral, publicada en agosto de 1982, con motivo del viaje de Juan Pablo II a España y su visita a Toledo. Texto publicado en el Boletín Oficial del Arzobispado de Toledo, octubre 1982, 476-481.
Ante la próxima visita del Papa a España y a nuestra diócesis de Toledo, me dirijo a vosotros para pediros que le recibáis como hijos fieles de la Iglesia, con amor a su persona y a su palabra, y conscientes de que es Cristo quien por su medio se hace presente y nos habla. Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia (Mt 16, 18). Son palabras del Señor válidas para siempre.
Misionero del amor y principio de unidad #
La razón profunda de los viajes del Papa está en que es misionero del amor de Cristo por el hombre y peregrino de la fe. Sus viajes quieren ser una confirmación y mantenimiento de esa fe, a la vez que impulsan a una renovación verdaderamente evangélica en nuestras vidas. Como él ha dicho frecuentemente, quiere conocer a todos: niños, jóvenes, hombres, mujeres, ancianos, enfermos, obreros, profesionales, sacerdotes, religiosos. Quiere decirnos a todos que Dios nos ama. Como sucesor de Pedro, es fundamento visible de la unidad de todos los fieles de la Iglesia de Cristo y quiere predicar el amor y la unidad entre los hombres. Mensajero de la paz de Cristo y de la esperanza evangélica, ofrece la verdad sobre el hombre en su totalidad. Confirma en la fe, estimula la caridad y fortalece la esperanza.
Superar las dificultades de la Iglesia. Signo de contradicción se llama un libro que escribió siendo Cardenal de Cracovia. En él recuerda el fragmento evangélico de la presentación de Jesús niño en el templo: Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel, y para signo de contradicción (Lc 2, 34), y dice: “¿No son estas palabras una particular definición de Cristo y de su Iglesia?”1. Por eso pide luz que nos haga fuertes y capaces de aceptar y amar la entera verdad de Cristo, de amarla tanto más cuanto más la contradice el mundo. El Papa tiene que predicar el Evangelio de Jesucristo y confirmar a todos sus hermanos en la fe para poder decir con San Pablo: Misericordiosamente investidos de este ministerio, no desfallecemos. Antes bien, hemos repudiado el callar por vergüenza, no procediendo con astucia, ni falseando la palabra de Dios (2Cor 4, 12).
Este es el gran servicio que ha de hacer al mundo. El amor más grande que puede ofrecer es defender los bienes realmente valiosos para el hombre, como pide el Evangelio. El Papa defiende la verdad al presentar la doctrina de Cristo en un mundo en que todas las opiniones chocan entre sí, incluso en la Iglesia de hoy, en que diversas teologías se oponen unas a otras. Hay un punto de referencia que no puede engañar: es la Cátedra de Pedro. Así queda salvaguardada la unidad: Que todos sean uno (Jn 17, 20). Permaneceré con vosotros hasta la consumación de los siglos (Mt 28, 20). Donde la jerarquía auténtica no realiza la unidad, la Iglesia se fragmenta en capillitas que tienen teólogos, sociólogos, moralistas por pequeños papas, y cada uno de ellos pontifica sobre la fe y costumbres. Surgen entonces fuerzas que actúan sobre la opinión pública y sustituyen al Magisterio auténtico. Y así, incluso la libertad queda amenazada, porque lo que garantiza la libertad es la posibilidad de apelar a una instancia suprema frente a la presión de los grupos. Dice Santa Teresa que “queremos muchas veces entender las cosas por nuestro parecer y muy torcidas de la verdad”2.
“Si la sal se corrompe…” #
El Papa tiene la obligación de preservar la sal de la corrupción, aunque sus afirmaciones choquen con muchos prejuicios del hombre de hoy. Sería un error pensar que no chocaban con el hombre de ayer.
Las afirmaciones de Cristo han sido siempre un escándalo para los que buscan sus propios intereses, egoísmos y ambiciones. Son duras estas palabras, ¿quién puede escucharlas? (Jn 6, 60). Los filósofos de Atenas se burlaron de San Pablo. Y esto ha ocurrido siempre a lo largo de la historia. El “andar en verdad” de Teresa de Jesús es un ejemplo y una actitud que necesitamos mucho hoy. “Las verdades son muchas veces malas de sufrir”, dice ella. El orden en que nuestra libertad se realiza no es el del placer, el egoísmo, la ambición, sino el plan de Dios, el cual no es impreciso ni abstracto, sino que comporta exigencias e implicaciones de nuestra vida diaria en su relación con los demás hombres, en el trabajo, en el uso de los bienes, etc. Nada de esto puede quedar al arbitrio y capricho de uno mismo, ni ser manipulado por los criterios de unos y otros.
“Jesucristo sale al encuentro del hombre, de toda época, también de la nuestra, con las mismas palabras: Conoceréis la verdad y la verdad os librará. Estas palabras encierran una exigencia fundamental y al mismo tiempo una advertencia: la exigencia de una relación honesta con respecto a la verdad, como condición de una auténtica libertad; y la advertencia, además, de que se evite cualquier libertad aparente, cualquier libertad superficial y unilateral, cualquier libertad que no profundice en toda la verdad sobre el hombre y sobre el mundo. También hoy, después de dos mil años, Cristo se nos presenta como Aquél que libera al hombre de lo que limita, disminuye y casi destruye esta libertad en sus mismas raíces, en el alma del hombre, en su corazón, en su conciencia”3. El mundo no necesita enterradores de valores, del amor, de la fe en Jesucristo, sino personas que iluminen los abismos que el hombre descubre ante sí.
Recibamos al Papa con una actitud de hijos que esperan la palabra del Pastor que Cristo ha querido para estos momentos concretos en que vivimos. Va a venir con motivo de la clausura del IV Centenario de la muerte de Santa Teresa. Ella es figura universal, Doctora de la Iglesia, en la que todos encontramos luz que alumbra nuestras sombras, y un vigoroso y alegre mensaje: Dios ama al hombre y va allí donde éste se encuentra y en las circunstancias en que se encuentra: “Mirad que no está aguardando otra cosa –como dice a la esposa–, sino que le miremos; como le quisiereis, le hallaréis. Tiene en tanto que le volvamos a mirar, que no quedará por diligencia suya”4.
Con actitud de hijos. Fidelidad al Evangelio #
La unión de la caridad sólo puede realizarse en la verdad.Jesús vino para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos(Jn 11, 52).No os dejaré huérfanos, yo volveré a vosotros(Jn 14, 15).Yo soy la vid y vosotros los sarmientos (Jn 15, 5). La unión, ciertamente, sólo puede realizarse en la verdad; lo demás es dispersión, frivolidad, opinión del momento, postura ideológica, etc. En la medida en que se reconoce la plenitud de Jesucristo, la unidad viene a ser un hecho. La única cuestión es saber qué implica en la vida ordinaria esta plenitud. Y esto se descubre en el Evangelio, leído no al arbitrio de cada uno, o según el gusto de la época, sino bajo la acción del Espíritu Santo que está en la Iglesia de Cristo.
No se trata de saber si preferimos a Santo Tomás o a San Agustín o al último teólogo moderno de nuestro tiempo. Se trata de lo absoluto de Jesucristo, no de defender nuestras propias ideas. Se trata de un depósito sagrado confiado por Cristo a la Iglesia, que es su Esposa. Lo que interesa es saber qué forma parte de ese depósito. El cristianismo se apoya en dos polos: el Evangelio y la Iglesia. La Iglesia debe referirse siempre al Evangelio, y el Evangelio debe ser vivido en la Iglesia. Jamás la fidelidad al Evangelio puede ser infidelidad a la Iglesia. La única reforma legítima es la que tiene su origen en el amor a la Iglesia. La gran reforma de Teresa de Jesús en sus conventos, en el estilo de vida, de oración, en el amor a la humanidad de Jesucristo, nace del sufrimiento de no ver a la Iglesia tan perfecta como Cristo la quiere, pero en ningún momento se separó de ella. “Gracias, Señor, porque soy hija de la Iglesia”. “En fin, Señor, muero hija de la Iglesia.”
La Iglesia comunica la verdad divina por el Magisterio; verdad revelada por Dios en Cristo y de la que la Iglesia es sólo sierva. Creer en la infalibilidad es dar gracias a Dios vivo que permanece siempre en su Iglesia y realiza en medio de nosotros una obra propiamente divina.
Una de las más importantes tareas del Papa, de toda la Iglesia, en nuestros días, es defendernos de los ataques contra la realidad de los valores religiosos y morales, fundamentales en la vida del hombre. La defensa de la fidelidad en el matrimonio, de lo sagrado de la vida y el amor, de la ética objetiva de la vida humana, es la prueba más grande del humanismo auténtico de la Iglesia. El Papa, en nombre de Jesucristo, defiende “lo humano”, lo específicamente humano, lo que permite al hombre ser hombre contra lo que tiende a destruirlo: las relaciones humanas, relaciones entre los sexos, responsabilidad en el trabajo, en la propiedad de toda clase de bienes: “En esta inquietud creadora late y pulsa lo que es más profundamente humano: la búsqueda de la verdad, la insaciable necesidad del bien, el hambre de la libertad, de nostalgia de lo bello, la voz de la conciencia. La Iglesia, tratando de mirar al hombre con los ojos de Cristo, se hace cada vez más consciente de ser la custodia de un gran tesoro, que no le es lícito estropear, sino que debe crecer continuamente”5. El Papa representa, ciertamente, un gran valor para toda la sociedad, aunque no todos los hombres le aplaudan y estén conformes. Tienen aquí aplicación las palabras de Cristo: ¡Ay de vosotros!, cuando los hombres hablen bien de vosotros, cuando os aplaudan, porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas (Lc 6, 26).
Paladín de los valores religiosos y morales #
Pero sobre todo, el Papa, decía al comienzo, es el mensajero del amor y el peregrino de la fe, y por eso significa la permanencia de la fe cristiana. La relación con Dios es constitutiva de la existencia humana bajo su aspecto personal y social. La insuficiencia de un mundo alejado de Dios, en muchas situaciones sin Dios, y, aun más, la decadencia y degradación a que esto lleva, el pecado, es patente: odio, destrucción, injusticia, degeneración del mismo hombre, víctima de su desordenado afán de poder y placer. La Iglesia, por el bien del hombre, en particular, y de la humanidad, no puede disimular su mensaje. Escuchemos al Papa. Acojamos su palabra con espíritu bueno en nuestro interior, porque lo que está haciendo es presentar este mensaje, en respuesta a los interrogantes del hombre de hoy. No valen las ambigüedades ni las fáciles concesiones. El más desolador de los espectáculos sería ver a los hombres muriendo de sed y acercándose a una fuente de agua contaminada; hombres que pidiesen a la Iglesia de Dios el sentido de la vida y del dolor, de la alegría y de la muerte, de la esperanza y de la lucha incesante, y se encontrasen con pobres y decadentes sustitutivos sociales, que llevan a la frustración con tanta frecuencia.
Poner todo en tela de juicio, lejos de ser racional, es una perversión de la inteligencia. La descripción que hace San Pablo del mundo pagano se parece mucho a la que podríamos hacer hoy del nuestro. Pero él creyó en el poder de Dios y se hizo un hombre nuevo. Mi modo de hablar y mi predicación no fue con palabras persuasivas de humano saber, sino con los efectos sensibles del espíritu y de la virtud de Dios, para que vuestra fe no estribe en saber de hombres, sino en poder de Dios (1Cor 2,4-5). La sabiduría de Dios no es de este siglo, simplemente es LA SABIDURIA. Un mundo sin pecados, sin fallos, es una utopía; un mundo sin la fe es la destrucción. La fe es factor decisivo de la historia humana, porque es factor decisivo de cada persona.
Permanencia en la fe cristiana #
Vendrá el Papa a España y visitará nuestra diócesis de Toledo. El pueblo católico español, como el de tantas otras partes del mundo que ya ha visitado, sentirá la necesidad de reagruparse en torno a aquél a quien Cristo ha puesto como Pastor supremo. Nos congregaremos junto a él para participar en la Eucaristía o para escuchar su palabra. La providencia de Dios ha hecho posible esta comunicación del Padre común con todos sus hijos. Él viene a pedirnos una profunda renovación que no podrá darse sin fidelidad a sus enseñanzas y exhortaciones. Hemos de recibirle como se recibe a las personas a quienes amamos y respetamos, y como merece él, por su singularísima dignidad, ofreciéndole lo mejor que tenemos, y prometiéndole reafirmar nuestros mejores propósitos de seguir fielmente por los caminos de nuestra tradición cristiana y católica, siempre renovada en conformidad con lo que la Iglesia misma nos pide y tal como el Papa nos lo pide.
En sus visitas siempre tiene presente la rica herencia de familia cristiana que la Iglesia conserva y, en concreto, el pueblo al que llega. Alegrémonos nosotros, los españoles, de la nuestra, de nuestros santos, de nuestros maestros en la fe, de nuestras comunidades parroquiales y conventuales, de nuestro pueblo sencillo y creyente, cuya fe heredada y viva debemos seguir alimentando. No podemos dilapidar una herencia tan rica, de la que nos hemos nutrido a lo largo de los siglos. Hago mías las palabras de un autor de nuestros días:
“Hay en la fe heredada una grandeza, una solidez de la que debemos acordarnos. Un padre del Camerún, el abate Tchuem, añade un testimonio que está en esta línea: Estoy contento de ser sacerdote y creo que hago un buen trabajo. Lo que me sostiene y me inspira, no es sólo lo que yo aprendí en el seminario; es, en primer lugar, una sabiduría, la de mi pueblo, la que mi madre me transmitió por el ejemplo de su vida, con los proverbios y las sentencias de los antiguos que expresan nuestra visión del mundo; es también el Evangelio, esta Buena Nueva dirigida a todos por Cristo y que yo he leído y releído con el corazón de mi madre y con su experiencia. No me importa subrayarlo, mi teología fue mi madre; quien me la enseñó, fue mi pueblo”6.
Conservemos nuestra rica tradición #
Solamente habría que añadir a estas palabras elocuentes una expresión clarificadora: fue la Iglesia la que le enseñó la fe. Porque la madre y el pueblo de quien habla el sacerdote, en la Iglesia vivieron y de ella recibieron lo que con fidelidad supieron transmitir.
Esa Iglesia es la que el Papa alimenta y guía, y con esa Iglesia se va a encontrar cuando venga a visitarnos. Abrámosle nuestro corazón. En el Evangelio leemos con frecuencia que las muchedumbres seguían a Jesús, querían verle y escuchar su palabra. También ahora se acercan a su Vicario en la tierra, ansiosos de lo que únicamente la Iglesia de Cristo puede dar: una vida auténtica que brota de las fuentes de la misericordia del Salvador: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Sin Mí nada podéis hacer (Jn 14, 6; 15, 6).
1 K. Wojtyla, Signo de contradicción, BAC minor 50, Madrid, 1979, 11.
2 Santa Teresa de Jesús, Libro de la vida, 39, 9: Obras completas, 1986, BAC 2128, 218.
3 Juan Pablo II, Redemptor hominis,12.
4 Santa Teresa de Jesús, Camino de perfección, 42 [26], 3: Obras completas, 1986, BAC 2128, 341.
5 Juan Pablo II,Redemptor hominis,18.
6 J. Loew,En la escuela de los grandes orantes,Madrid 1977, 67.