Aun los que no son de los nuestros, omentario a las lecturas del XXVI domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)

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Aun los que no son de los nuestros, omentario a las lecturas del XXVI domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)

Comentario a las lecturas del XXVI domingo del Tiempo Ordinario. ABC, 28 de septiembre de 1997.

El Espíritu del Señor, su amor y su luz viene sobre todos nosotros, sin que sea patrimonio exclusivo de nadie. Y nosotros, empleando bien nuestras capacidades y riquezas, sean las que sean, evitando, por encima de todo, el escándalo, que hace más difícil la vida propia y la de los demás, a quienes hacemos daño con nuestra actitud soberbia y altanera. Creo que así se puede sintetizar el mensaje de las lecturas de este domingo.

En el Antiguo Testamento, en el libro de los Números, vemos que el pueblo se opone a que el Espíritu del Señor se derrame sobre los setenta ancianos escogidos y piden a Moisés que les impida profetizar, es decir, hablar y ponderar lo que Dios les inspira con sus leyes. Pero Moisés se niega y dice que ojalá todos recibieran ese espíritu y pudieran profetizar. Y en el Nuevo, en el Evangelio, se nos muestra al Apóstol Juan informando a Jesús de que han tratado de impedir que un desconocido echara demonios de los posesos, porque “no era de los nuestros”. Jesús le corrigió y dijo abiertamente: “No se lo impidáis. El que hace milagros en mi nombre, no puede hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a favor nuestro”.

Son expresiones que indican la inevitable tendencia a colaborar con los que nos caen bien, los que nos son simpáticos, los que hablan, actúan y programan de acuerdo con nuestros gustos e inclinaciones. Hablamos de comunión, de espíritu eclesial, de universalidad, pero en realidad predominan los personalismos y las mentalidades estrechas y apasionadas. ¿Quién es de los nuestros y quién no? ¿Quién está dentro y quién fuera? ¿Quién es fiable y quién no lo es? Con demasiada frecuencia, aparece un cierto afán de apropiarse de la autoridad y del carisma ajenos, desconociendo que todo debe estar y ponerse al servicio de la unidad, del amor, sin preferencias interesadas, sin derechos en exclusiva.

Se mantienen a ultranza grupos, cuyo origen se pone en Dios, pero cuyo fin es mantener o defender posturas personalistas, iniciativas más o menos interesadas. Los profetismos particulares, que actúan al margen o en contra del Magisterio de la Iglesia terminan en la más vacía esterilidad. El don del Espíritu de Dios no es posesión, ni privilegio de nadie. Se recibe cuando se merece; y se merece cuando el cristiano es humilde y suplica con fervor que Dios quiera ayudarle con su luz. En la pedagogía del Maestro Divino, es primordial curar a los discípulos de toda mezquindad, de toda estrechez de miras, de visiones restringidas, de cerrados y torpes particularismos. Hemos de esforzarnos por descubrir, aún en aquellos “que no son de los nuestros”, las huellas de la luz del Espíritu. Si se hubiera tenido presente esto, habríamos facilitado mejor el camino para un sano ecumenismo y evitado muchas condenaciones a priori, que han fomentado odios insalvables.

El texto de san Marcos subraya la responsabilidad que tenemos ante nosotros mismos, ante Dios y ante los demás, en nuestras conductas, para que no se conviertan en escándalo de los demás, sobre todo de los pequeños, de los débiles, de los sencillos. El escandaloso, el que quebranta las leyes divinas y ensucia la conciencia de los demás, tendrá que dar estrecha cuenta a Dios.

La carta de Santiago se comenta por sí misma. Habla del escándalo de las riquezas injustas. No rechaza la ganancia lícita, ni defiende la miseria, pero emplea palabras durísimas contra los que oprimen al pobre y sólo buscan su provecho.