Carta desde la cárcel, comentario a las lecturas del XVII domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)

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Carta desde la cárcel, comentario a las lecturas del XVII domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)

Comentario a las lecturas del XVII domingo del Tiempo Ordinario. ABC, 27 de julio de 1997.

Eliseo –nos dicen los estudiosos de la Biblia– forma parte de un grupo de profetas, de los que se recordaban anécdotas llenas de vigor y colorido, que al contarlas de unos a otros las enriquecían aún más. Y así compusieron una especie de “florecillas”, no muy diferentes de las que contaban los primeros seguidores de Francisco de Asís. Una vez alimentaba de manera prodigiosa a unos necesitados; otra, hizo un milagro en favor de la mujer de Sunem; o satisfacía el hambre de la comunidad de Guilgalet. Me centro en la multiplicación de los panes, el pequeño fragmento de la lectura de hoy, que preludia la otra con la que Jesús alimentó a la multitud, y que leemos este domingo en el evangelio.

El profeta Eliseo y su criado remedian con veinte panes de cebada y grano reciente la necesidad de alimento de cien personas, de manera que todos comieran y “sobró, como había dicho el Señor”.

Se nos presenta al profeta Eliseo y su criado como hombres solidarios que siempre atienden al pobre y necesitado. Nosotros no podemos hacer todo el bien a todo el mundo, decía Merry del Val, pero hay un bien que nosotros podemos hacer. Con pequeños pasos dados por cada uno se puede hacer una humanidad mejor y, desde luego, un entorno nuestro mucho más cristiano.

Es lo que nos pide san Pablo en la lectura de hoy. Muchos lectores estarán de vacaciones, pero no para las actitudes que los cristianos, mirando a la tierra, tenemos que vivir: ser humildes, amables, compasivos, sobrellevándonos mutuamente con amor, esforzándonos por mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.

Cuando san Pablo escribe esta carta, está preso y sus consejos son, por tanto, los de un hombre perseguido y condenado. Y, como podemos comprobar, son una invitación a la paz, la comprensión, el perdón, la esperanza. Hasta la cárcel le han llegado noticias de los problemas, tensiones y molestias, que han surgido en Éfeso, y por eso escribe así. Y lo que sintetiza todo, su petición y ruego más vehementes, es que se mantenga la unidad de los cristianos. Igual que lo pidió Jesucristo tantas veces. Como lo seguimos pidiendo ahora, avergonzados y entristecidos al ver que tarda tanto en producir los frutos deseados el anhelo ecuménico, en que estamos empeñados. Que tengamos siempre un solo Señor, una misma fe, un Dios y Padre que conoce y penetra todo.

El fragmento del evangelio de san Juan nos relata con su precisión habitual la multiplicación de los panes y los peces. Jesús realiza este milagro en el momento en que la multitud se apiña en torno a Él. Su lectura nos va a servir de pórtico para entrar en el discurso eucarístico, que escucharemos los próximos cuatro domingos. Las gentes están profundamente impresionadas por todo lo que acaban de vivir. Y san Juan, el evangelista que con más claridad pone de relieve la divinidad de Jesús, nos hace ver cómo todos veían en ello una señal mesiánica y querían elevar a Jesús, pretendiendo hacerle rey para que estableciese ya el reino que venía anunciando.

Pero Jesús conoce perfectamente el corazón de los hombres y sabe muy bien que esa “fe mesiánica” no era más que el ansia nacionalista de siempre. No se deja instrumentalizar, no es un político vulgar; viene a salvar de verdad a los hombres derramando hasta la última gota de sangre. Y se retiró a la montaña. A orar. A comunicar con el Padre. ¡Él se daba, no daba a los hombres lo que éstos querían!