Exhortación pastoral, 1 de marzo de 1990: en Boletín Oficial del Arzobispado de Toledo, marzo, 1990, 187-190.
Queridos diocesanos: Celebramos en este curso académico el Centenario de la construcción del Seminario Mayor de San Ildefonso, que se inauguró en octubre de 1889, durante el pontificado del Cardenal Payé y Rico. Han sido cien años de trabajo incesante, solamente interrumpido en 1936, como consecuencia del estallido de nuestra guerra civil, si bien incluso en ese año, liberada la ciudad de Toledo por el Ejército nacional, se pudo atender a los seminaristas que siguieron sus estudios.
Al conmemorar esta efeméride no puedo menos de referirme a los Cardenales Arzobispos de Toledo, a sus Obispos auxiliares, al Cabildo de la Catedral, a los párrocos y demás sacerdotes de la Diócesis, a los superiores y profesores del seminario; particularmente a los Operarios Diocesanos que, poco tiempo después de la inauguración, vinieron a hacerse cargo de la dirección del mismo y siguen llevándola en el momento actual. Mi referencia es puramente espiritual, ya que, en este momento, no cabe otra cosa sino dar gracias a Dios y a estos eclesiásticos que con tanta abnegación y perseverancia han trabajado por la Iglesia y por la sociedad española en este campo de las vocaciones sacerdotales. En su época no se hablaba tanto como hoy de la corresponsabilidad de todos en favor del Reino de Dios. No se hablaba, se vivía.
Frutos abundantes #
A lo largo de estos cien años se han formado en nuestro Seminario cerca de 1.200 sacerdotes, aparte de otros muchos que estudiaron en Toledo y pertenecían a otras diócesis. Venían a la nuestra para obtener los grados académicos que confería la Universidad Pontificia. Bastantes de los que aquí estudiaron –diocesanos o extra diocesanos– fueron obispos que han regido o siguen rigiendo hoy diócesis como Sigüenza, Plasencia, Jaca, Lérida, Zamora, Salamanca, Murcia, Albacete, Palencia, Guadix, Oviedo, Cádiz, Ciudad Real, Tortosa. Siempre hubo quienes se distinguieron en muy variados campos de la acción pastoral y de la cultura, misioneros, profesores, periodistas, consiliarios.
Pero los más y los que han trabajado más directamente con nuestras gentes de pueblos, villas, aldeas y ciudades han sido los párrocos, ese clero abnegado y generoso que se ha hecho pueblo con su pueblo, sin dejar nunca de cumplir y observar fielmente las exigencias espirituales, sociales y disciplinares que su condición les imponía. Dios bendiga a estos apóstoles del Señor, llamados por Él, elegidos por Él, y que a Él han ofrecido lo mejor de sus vidas totalmente entregadas al servicio de los hombres, para señalarles el camino que les lleva a la vida eterna.
Todo ha cambiado: Cristo permanece #
Todo. Las costumbres de los españoles, la vida religiosa y política de nuestra sociedad, las aspiraciones de la juventud, las inquietudes de los mayores, el modo de vivir de nuestras familias. Todo ha sido sometido rapidísimamente a un proceso de cambio de estructuras, normas y leyes que unas veces hacen concebir grandes esperanzas y otras nos hacen padecer grandes sufrimientos. Pero Dios no cambia. Jesucristo no cambia. El Evangelio que nos lo presenta como Camino, Verdad y Vida, no cambia.
Y nosotros, sacerdotes, tenemos que seguir hoy prestando a los hombres los mismos servicios que ayer, explicando la Palabra de Dios que nos ha sido entregada y transmitida, y los sacramentos de la gracia que Jesús instituyó.
Necesitamos sacerdotes para todas las parroquias e instituciones de culto y apostolado: ¡Venid con nosotros, jóvenes!
Necesitamos ayuda económica para nuestros Seminarios: ¡Sed generosos en vuestros donativos, familias de la Diócesis de Toledo!
Necesitamos que la sociedad de hoy nos busque y nos encuentre siempre como «dispensadores de los misterios de Dios». ¡Dad buen ejemplo siempre, sacerdotes!
Quiera Dios que la fecha que conmemoramos, a la vez que cierra un centenario, abra las puertas de otro en que, ya desde ahora, sigamos dando pasos acertados para amar y hacer amar el ideal que llena nuestras vidas: ¡Ser sacerdotes de Cristo!
Con mi más cordial bendición.
Toledo, 1 de marzo de 1990.