Prólogo para la obra de Juan Sánchez Sánchez, publicada en Toledo 1995, con el título de «Soy un hombre libre. Confesiones de un espectador, con Toledo al fondo».
En su último viaje a España, el Papa Juan Pablo II insistió en la necesidad de que la Iglesia sea en nuestro tiempo fermento del Evangelio para la animación y la transformación de las realidades temporales, expresando sus deseos de que, en una sociedad pluralista como la española, la presencia católica, individual y asociada, en los diversos campos de la vida pública sea mayor y más incisiva. El Papa fue tajante, cuando afirmó que es inaceptable “la pretensión de reducir la religión al ámbito de lo estrictamente privado, olvidando paradójicamente la dimensión esencialmente pública y social de la persona humana”. Era el día 15 de junio de 1993, en la homilía pronunciada en la Dedicación de la Catedral madrileña de Nuestra Señora de la Almudena Fueron palabras muy precisas, como todas las que pronuncia o escribe el Papa. Pero ese día hubo un grito del Papa, una invitación muy fuerte a todos los cristianos españoles: “¡Salid, pues, a la calle, vivid vuestra fe con alegría, aportad a los hombres la salvación de Cristo, que debe penetrar en la familia, en la escuela, en la cultura y en la vida política!…”1
Apenas veinte días antes, exactamente el 23 de mayo de 1993, un creyente toledano iniciaba, en la edición toledana del diario Ya, una colaboración semanal que tenía por título genérico Lo que pasa en la calle, título prestado por Antonio Machado en su libro Juan de Mairena. Era Juan Sánchez Sánchez, que, según confiesa en su introducción al libro que tengo el gusto de prologar, se había decidido a esa forma de presencia pública tras un período de reflexión.
Conocí a Juan Sánchez siendo él responsable seglar de la 1ª Comunidad Neocatecumenal de la parroquia de Santiago el Mayor. Luego participó activamente en el XXV Sínodo Diocesano y le nombré miembro del equipo redactor final de las Constituciones Sinodales y, después, de la Comisión Diocesana para la aplicación del Sínodo. Ha tenido, además, otras responsabilidades en la vida pastoral de nuestra Iglesia, que siempre ha intentado cumplir consciente de que se trataba de una misión que debía ejercer como respuesta al Amor de Cristo experimentado en su propia vida.
Pero Juan no es un hombre sólo de templo. Me consta que desde hace bastantes años ha tenido como verdadera preocupación intentar responder, como hombre en camino, a la misión de todo bautizado. Probablemente, el Señor se ha encargado de dirigirle por distintos campos de la vida pública, y sé que a veces ha aceptado cargos públicos sólo para mostrar la disponibilidad a Dios y para intentar servir a la sociedad en la medida de sus posibilidades. Don Ramón Gonzálvez, archivero de la Catedral Primada, ha trazado las primeras notas biográficas sobre Juan Sánchez en el Discurso de contestación que siguió a su Discurso de ingreso2 en la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo el 29 de noviembre de 1992. No voy a transcribir sus palabras, pero aludo a ellas porque en ese texto se percibe la gran actividad pública –en la cultura, en los medios de comunicación, en la Administración Autonómica…– desplegada por Juan Sánchez. Y es cierto que si no ha aceptado mayores responsabilidades en la vida política ha sido por mantenerse fiel a sus principios
El documento de la Conferencia Episcopal Española Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo, recordando un párrafo de la Evangelii Nuntiandi de Pablo VI, nos reitera que el campo propio, aunque no exclusivo, de la actividad evangelizadora de los laicos es la vida pública: “el dilatado y complejo mundo de la política, de la realidad social, de la economía; así como también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los órganos de comunicación social; y también de otras realidades particularmente abiertas a la evangelización, como el amor, la familia, la educación de los niños y de los adolescentes, el trabajo profesional, el sufrimiento,… ”.
Muchas veces los obispos nos hemos quejado, de que, comparada con la importancia cuantitativa del número de católicos en nuestro país, la presencia pública en los medios de comunicación, en la actividad política o sindical y en otros importantes sectores de la vida social es pequeña. Por ello, vemos con muy buenos ojos que haya cristianos que, incluso en medio de sus limitaciones, intentan dar testimonio de sus creencias religiosas y de sus convicciones éticas. Y lo hacen sin pedir nada a cambio: simplemente desean cumplir con su deber de cristianos. Dar gratis lo que todos recibimos también gratuitamente.
Cuando ha llegado a mis manos el original mecanografiado de este libro, me ha sorprendido el título: Soy un hombre libre. Estoy seguro de que no nace esa frase desde una actitud de vanidad, sino de una certeza: Dios nos ha hecho libres. La cuestión es utilizar esa libertad. El problema es ser fiel a la propia libertad, incluso cuando se está envuelto en los miedos que a veces nos embargan a las personas. Esto lo tenían muy claro los primitivos cristianos, que decían: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5, 29). Pero me parece que no es sólo el título: en realidad el tema de la libertad está en buena parte de las páginas del libro, casi como telón de fondo. En concreto, en muchos artículos aparece una de las cuestiones que estos días envuelven la vida política y social de nuestro país: la libertad de expresión.
Hay, además, aspectos, que se ve le preocupan más profundamente al autor: la solidaridad, los sectores marginados de la sociedad, la regeneración ética de la vida política, la Administración como servicio público, las actitudes cívicas, la vida de la Iglesia, las pequeñas notas de la vida cotidiana sobre las que a veces no queremos reparar… Por su actual actividad profesional, Juan Sánchez ha incluido en la primera parte del libro algunos de sus artículos referidos a la problemática de las bibliotecas públicas. Es lógica la preocupación que siente por un sector que conoce y ama, y máxime teniendo en cuenta la importancia que tiene para el cristiano el intentar cumplir las obligaciones profesionales con la mayor entrega y responsabilidad.
Sin duda, esta recopilación de artículos periodísticos tiene como génesis y como punto en común el hecho de que han sido escritos como resultado del descubrimiento de una misión: la necesidad de todo cristiano de participar activamente en la vida pública. Esto no tiene más méritos que otros carismas en la vida de la Iglesia, pero, desde luego, es una tarea que no podemos olvidar. Sí quiero agradecer, en concreto, la sinceridad que este libro rezuma: como expresa el subtítulo de la obra, estos artículos son “confesiones de un espectador”, confesiones en las que, en buena parte de los artículos aparece como marco la ciudad de Toledo, en la que vive el autor. Pero, aunque casi siempre, la crónica se refiera a acontecimientos de la vida toledana, me parece que los mensajes que se lanzan desde estas páginas pueden servir a otros caminantes cristianos, con independencia del espacio geográfico.
No hay en ellos nada de acritud ni intemperancia. No ofenden a nadie. Se adivina, al leerlos, que el autor dice las cosas como se dicen las verdades: con convicción, con serenidad, con ganas de ayudar, alguna vez con suave ironía. Antes de escribir, el autor ha observado, ha reflexionado hondamente, ha dado forma a su pensamiento y ha expresado por fin lo que siente, haciéndolo con elevación, con elegancia, con sencillez, para que lo entiendan todos, y con el deseo clarísimo de contribuir a poner luz donde hay oscuridad, a corregir lo defectuoso, a despertar de su somnolencia a los que están dormidos o intoxicados por su pereza o su egoísmo, llamando a todos para contribuir a mejorar la vida de esta ciudad de Toledo, cuya grandeza ha sido también obra de todos.
Escribo con mucho gusto estas palabras de presentación, pero lo que de verdad deseo es que quienes se enfrenten con las páginas de esta obra, palpen la esperanza que, también como fondo general, empapa unos artículos que ayudan a construir.
Toledo, 23 de enero de 1995,
Solemnidad de San Ildefonso de Toledo
1 Juan Pablo II en España. Año 1993, texto completo de todos sus discursos, Madrid, EDICE, 1993. p. 59.
2 Toletum, 30 (1993), p. 9-55.