Comentario a las lecturas del IV domingo de Pascua. ABC, 20 de abril de 1997.
No se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos que el de Jesucristo. Él es nuestro guía y nuestro pastor. Nada tenemos que temer, porque Él va con nosotros. Nos conduce hacia fuentes tranquilas y repara nuestras fuerzas. Pero no basta con leer y repetir textos de la Escritura como los de ese salmo anterior. Hay que descubrir el misterio actual de Cristo, que nos guía y salva hoy, precisamente en nuestro tiempo.
Lo importante para nosotros es la actualidad de la acción salvadora de Jesús. La fe nos dice que el mundo está en manos de Dios, y su poder nos salva: Él es el Señor y su relación con cada uno de nosotros es absolutamente personal. “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre, para llamarnos hijos de Dios, pues lo somos”.
Jesús en el evangelio insiste en este hecho y presenta al mundo entero en función del destino humano. Él es el Buen Pastor, que entrega su vida por sus ovejas, para recuperar a todas y hacer una sola gran familia. Gracias al amor del Salvador, el corazón humano puede encontrar siempre la plenitud que anhela. En las palabras de la Escritura de hoy resaltan fuertemente estos sentimientos. Jesús revela a un Dios cuyas intenciones y obras están inspiradas por el amor a los hombres.
Es verdad que vemos morir llenos de dolor a seres queridos, que lloramos la ausencia de nuestros amigos, que nos angustiamos ante el sufrimiento de personas cercanas, a las que quisiéramos ayudar y no podemos, que sufrimos indeciblemente por enfermedades físicas y psíquicas, que en el mundo se padecen tremendas injusticias. Pero a pesar de todo, tenemos que comprender este mundo, aceptando con actitud creyente, las palabras de Jesús. Dios nos mira a cada uno de nosotros como hijos queridos, y nuestro corazón y nuestra suerte son para Él como la obra más amada, que salió de sus manos, aun cuando tengamos que sufrir, como su Hijo era uno con Él, aun cuando fue traicionado, abandonado y muerto en la cruz.
Él nos conoce. Dejémonos penetrar plenamente de esta idea. Son muy profundas las palabras de este Maestro querido de la vida. Nos conoce como el Padre le conoce a Él y Él conoce al Padre. Lo que existe entre el Padre y Él se parece a lo que existe entre Él y nosotros. Es su conciencia de Salvador lo que le hace hablar así: con una fuerza y energía inquebrantables dice que nadie nos ama y da su vida por nosotros como Él. Nadie está tan profundamente enraizado en lo que es la humanidad, lo que es la persona humana, como Él; nadie, por tanto, puede acercarse como Él a nosotros, a cada uno de nosotros en particular. Por eso podemos confiar plenamente en las palabras de Cristo más que en las de la persona más amada y querida. Cristo no muere nunca; los que nos aman en la tierra, sí, se mueren y desaparecen.
Hoy es un día especial para pedir vocaciones de entrega a la Iglesia de Cristo, porque la Iglesia ha sido instituida para derramar su luz y su vida en los diversos acontecimientos, realizaciones y anhelos de este mundo.
Donde haya hombres, allí habrá posibilidad de progreso auténtico o de falsa libertad. Y la Iglesia, depositaria de la doctrina y sacramentos del Señor, está llamada a dar lo que tiene para ayudar al hombre. La Iglesia se acredita por sus obras, por sus santos, por los que en su nombre sirven a los demás y les ayudan como hermanos. No hemos de soñar con servicios irrealizables en tal o cual circunstancia, sino normalmente en la situación concreta en que vivimos.
Las familias deben ser generosas en la entrega de los hijos, llamados a ser sacerdotes, religiosos, religiosas, miembros de las diversas formas de apostolado. Una sociedad sin hombres ni mujeres, que nos llamen a vivir la vida de Dios, se convierte pronto en un cementerio. Vosotros, los jóvenes, sed valientes y generosos. Cristo quiere seguir siendo el Buen Pastor a través de vuestras manos, de vuestro corazón, de vuestra inteligencia, de vuestro servicio, de vuestra vida entera.