Cuaresma, comentario a las lecturas del I domingo de Cuaresma (ciclo A)

View Categories

Cuaresma, comentario a las lecturas del I domingo de Cuaresma (ciclo A)

Comentario a las lecturas del I domingo de Cuaresma. ABC, 25 de febrero de 1996.

Con el Miércoles de Ceniza ha comenzado el tiempo cuaresmal, tiempo de conversión, de purificación, de retorno a la casa paterna de todos los que se han alejado. Desde los primeros tiempos del cristianismo, las pequeñas comunidades, que vivían de la fe en el Resucitado, tenían dos celebraciones fundamentales: una, semanal, el domingo; otra, anual, la Pascua, que pronto vino a ser el triduo pascual. El domingo era el día del Señor, victorioso y resucitado; el triduo pascual, la celebración de la muerte y resurrección de Jesús, que se iba convirtiendo en el centro de su vida y de sus esperanzas. ¿Cómo no prepararse debidamente para la renovación sacramental de aquellos acontecimientos sagrados, que permitían incorporarse a la pasión, muerte y resurrección de su Redentor?

Hoy la Cuaresma es un periodo de tiempo perfectamente definido, que dura desde el Miércoles de Ceniza hasta la tarde del Jueves Santo, en que empieza el triduo pascual. La Iglesia ha cuidado y cuida este tiempo con esmero exquisito. Lecturas bíblicas, ascética de las privaciones voluntarias, ayunos, actos litúrgicos, ejercicios de piedad personales y comunitarios y, al fondo de todo ello, la figura de Jesús ofendido que nos perdona, que nos protege; de Jesús muerto, que nos da vida; de Jesús resucitado, que llena nuestra capacidad de amar. ¿Por qué no cuidar todos los que creemos en el Evangelio que se note el que también nos preparamos para la Pascua? ¿Por qué no ser un poco más cristianos? ¿Quién habla de cuaresmas sombrías y masoquistas, de tenebrosos horizontes de pecado y maldición de un Dios justiciero y vengativo? La Cuaresma es vida, recuerdo emocionado, llanto purificador, paz, resurrección.

Las lecturas de este primer domingo de Cuaresma son extraordinariamente iluminadoras. En la primera, aparece la grandiosidad de la creación. En la segunda, san Pablo contempla el misterio del mundo “y por el pecado, de la muerte”. Pero aparece Jesucristo, que con su gracia ofrece el don de la redención a todos. Y en la tercera leemos el pasaje impresionante de las tentaciones de Jesús en el desierto.

Lleva allí cuarenta días de oración y ayuno. Se le aparece el tentador, el eterno enemigo del hombre. Y a las tres tentadoras sugerencias, las que hacen sucumbir al hombre todos los días, vienen las tres respuestas del Hijo de Dios, llenas de luz, programáticas, precursoras de tantas enseñanzas como van a venir a lo largo de su predicación evangélica. La obediencia a Dios, “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”; la prohibición del orgullo, “no tentarás al Señor, tu Dios”; y el rechazo de todas las idolatrías, “adorarás al Señor, tu Dios y a Él solo darás culto”.

Estos textos son un espejo, en que se refleja nuestra historia. Dios nos creó a su imagen y semejanza, para que en nuestra mente y en nuestro corazón Dios sea Dios. Comprendemos en Él y realizarnos en Él. El pecado es la rebeldía y el alejamiento de Dios, peor aún, la ruptura de toda relación beneficiosa de la criatura con el Creador, del hombre con la mujer, del morador de la tierra con la naturaleza. El pecado es el gran fracaso del hombre, aunque no lo parezca.