Exhortación pastoral, dirigida el 28 de febrero de 1968, a los fieles del Arzobispado de Barcelona, publicada en el Boletín oficial del Arzobispado de Barcelona, marzo de 1968, p. 147-158.
“Alégrese el corazón de los que buscan a Dios”. Con estas palabras del salmo 44, que recoge la Misa de la 4ª semana de Cuaresma, en su canto de entrada, os invito a celebrar gozosamente, que es tanto como decir con la mejor de las disposiciones, el misterio Pascual, eje y centro de nuestra vida cristiana.
Sé que estáis animados por un espíritu de superación constante en todos los órdenes y, si cualquier esfuerzo humano de perfeccionamiento merece nuestra atención, con mayor motivo un esfuerzo religioso y ascético que quiere sintonizar con la Palabra de Dios, proclamada en estos días, y con las exigencias de nuestra fe cristiana, conocida, vivida y amada.
Primera parte #
Cuaresma, preparación para la Pascua #
La Cuaresma “por un lado, se presenta, por su naturaleza, como un retiro de cuarenta días ininterrumpido, hecho en común por toda la comunidad cristiana, y en unión con Jesús, en el desierto según un programa lo más conforme en lo posible al suyo: vida de oración y penitencia más asiduas, apoyadas en una mortificación corporal de la que el ayuno era una de sus formas, no la única. Por otro lado, este retiro, al desembocar en la fase inicial de la Pasión y no en su fase final, ofrecía la ventaja de patentizar el estrecho lazo de unión que une en una misma solemnidad todas las etapas del misterio; los cristianos tenían conciencia de prepararse de este modo, no solamente para rendir un piadoso homenaje al misterio de la Resurrección, sino para compartir los dolores y ser crucificados con Cristo, para resucitar con Él y caminar hacia una nueva vida”1.
¿Hemos perdido –os pregunto– los cristianos del siglo XX el verdadero sentido de la Cuaresma? No. Cristo está para renovar entre nosotros su camino pascual, ofreciéndonos la posibilidad de renovarnos interiormente en la fe y en la caridad. El aspecto privado de la penitencia evangélica, hoy como siempre, cobra un aspecto de esfuerzo comunitario en este tiempo “aceptable”. Las tres formas clásicas de penitencia cristiana, ayuno, limosna y oración, aparecen en el Evangelio con todo el perfume de las virtudes internas y personales2. Se descarta el abuso de estas prácticas penitenciales al servicio de la soberbia, pero esto no significa ausencia de la Cuaresma como ejercicio comunitario. La Iglesia primitiva, tal como aparece en el Nuevo Testamento, prepara con ayunos la elección de sus dirigentes, reza en común y reparte sus limosnas3.
Ahora bien, la visión de una Iglesia en marcha, caminando compungida y penitente hacia la tierra prometida, no deja de ser un espectáculo desconcertante para los hombres de hoy. El hombre actual huye del dolor y del sacrificio como en ningún otro tiempo de la historia4. Sin embargo, es la propia Iglesia, que preparaba y fortalecía a los catecúmenos durante el periodo cuaresmal, la que invita, en este Año de la fe, a una purificación en la austeridad. El ejercicio ascético sigue siendo un elemento inseparable de la doctrina cristiana como lo fue la cruz en la vida de Cristo, como lo fue su muerte para participar en su Resurrección. “¿Ignoráis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados para participar en su muerte?” (Rm 6, 3). “Y así –nos recuerda el Concilio– por el Bautismo los hombres son injertados en el misterio pascual de Jesucristo: mueren con Él, son sepultados con Él y resucitan con Él”5.
Valor positivo de la ascética #
Tratando de enmarcar la ascesis en el cuadro de la teología actual, comprenderéis la oportunidad de esta invitación a vivir cristianamente la Cuaresma. El pensamiento teológico contemporáneo presta cada día más atención a las exigencias de la condición humana. Estamos lejos de la condición maniquea del mundo. La teología nos hace ver que no es lícito separar la creación de su Creador. A pesar de las dificultades que puede plantearnos el problema del mal, en su doble vertiente de pecado y enfermedad, es absurdo separar a Dios de la humanidad y de las criaturas. ¿Por qué, pues, mortificar el cuerpo que nos dio el Creador? Parece un contrasentido destruir la obra maravillosa de Dios en nosotros. Aquí está el primer peligro del cristianismo actual: el no ver más que el aspecto negativo de la mortificación y la renuncia en la ascesis cristiana.
Tiene, sin embargo, este esfuerzo, otra perspectiva, puesto que responde, no ya a un odio, sino a un amor que comienza en nosotros y termina, pasando por la naturaleza por Él creada, en el mismo Dios.
En efecto, para conseguir un equilibrio interno de fuerzas y seguir el curso de nuestra propia naturaleza, abierta a una integración más alta, es necesario recurrir a una ascética saludable, tan antigua y tan nueva como el hombre. Aquí, precisamente, radica el aspecto más noble de la Cuaresma, en función de la Pascua y de la Cruz, preludio de la Resurrección.
Significado de la Pascua #
Pascua etimológicamente significa tránsito, es decir, paso de un lugar o situación, a través de otros, a lugar o situación distintos. Pascua del Señor es el tránsito de su vida mortal a la gloriosa, a través de una Muerte y de una Resurrección.
Así lo entendió la primitiva Iglesia, al referir la Pascua no sólo a la Resurrección, sino también a la Pasión de Cristo. “Celebramos la Pascua –escribe San Agustín a Genaro– no sólo como memoria de lo que pasó, a saber, que Cristo murió y resucitó…”6. Y, si bien es verdad que posteriormente se añadió a la Semana Santa o Mayor la celebración de la institución eucarística, el Jueves Santo, y ha venido llamándose “Triduo Sacro” el formado por ese día y los dos siguientes, la Liturgia antigua llamaba “Triduo Pascual” al Viernes, Sábado y Domingo, como refiere implícitamente el mismo Obispo de Hipona en la mencionada carta: “Atiende, pues, al sacratísimo triduo del crucificado, sepultado y resucitado”7.
“Las cosas esencialmente conexas entre sí –escribe un autor de nuestros días– no las disgrega la Liturgia. Los misterios pascuales del Verbo Encarnado, a saber, pasión, muerte, sepultura, resurrección y ascensión, son esencialmente uno. Por lo cual, todos estos misterios los celebra la liturgia juntos, y ninguno de ellos, por ejemplo la resurrección, se disgrega de los demás”8. “Esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios… –reafirma el Concilio Vaticano II– Cristo la realizó principalmente por el Misterio Pascual de su bienaventurada Pasión, Resurrección de entre los muertos y gloriosa Ascensión”9.
La Pascua, por consiguiente, tanto en su significación etimológica como en el sentido de “designio eterno que (Dios) se propuso en Cristo Jesús” (Ef 3, 10), abarca la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.
Renovación, aumento de vida cristiana #
A la luz de estas premisas, la conmemoración que vamos a revivir es algo más que un aniversario. Junto a la celebración litúrgica descubrimos cada año la inmensa riqueza de una gracia que nos toca estrenar, capaz de obrar la renovación que vamos buscando.
En efecto:
- Cristo con su muerte destruyó nuestra muerte, ofreciéndose voluntariamente al Padre para reparar la ofensa de la humanidad y satisfacer por ella. Borrado el pecado, quedó destruida la muerte, consecuencia del mismo.
- Con su resurrección se convirtió en autor de una nueva vida, incoada en la tierra y que, por la fe, crece, mientras la obra de la redención se consuma plenamente hasta que llegue el retorno glorioso del Señor.
“Porque Cristo, levantado sobre la tierra, atrajo hacia sí a todos (Cf. Jn 12, 32 gr.); habiendo resucitado de entre los muertos (Rm 6, 9) envió sobre los discípulos a su Espíritu vivificador, y por Él hizo a su cuerpo, que es la Iglesia, sacramento universal de salvación; estando sentado a la derecha del Padre actúa sin cesar en el mundo para conducir a los hombres a la Iglesia, y por medio de ella, unirlos a Sí más estrechamente y hacerlos partícipes de su vida gloriosa alimentándolos con su cuerpo y sangre. Así que la restauración prometida que esperamos, ya comenzó en Cristo, es impulsada con la misión del Espíritu Santo y por él continúa en la Iglesia, en la cual por la fe somos instruidos también acerca del sentido de nuestra vida temporal, mientras que con la esperanza de los bienes futuros llevamos a cabo la obra que el Padre nos encomendó en el mundo y labramos nuestra propia salvación” (Cf Flp 2, 12)10.
Labrar esta salvación equivale a conseguir no sólo una perfección humana, sino una plenitud divina. Hacia ella ha de orientarnos la vida ascética, como brújula en alta mar, sin ella corremos el peligro de navegar a la deriva. Vida ascética que se traduce en disciplina y esfuerzo para aprovechar todas las energías en orden al desarrollo íntegro de nuestra personalidad físico-espiritual en una síntesis equilibrada y armoniosa.
Los tres equilibrios #
Equilibrio humano #
Comencemos por el equilibrio antropológico. El hombre no es solamente un cuerpo. La psicología moderna corrobora la existencia de fuerzas dispares en lo más íntimo de nuestra personalidad humana. El presupuesto fundamental del psicoanálisis es la situación de conjunto (neurosis) creada por este antagonismo interno y por ciertas incompatibilidades con el mundo exterior. La numerosa galería de personajes frustrados, desde los reprimidos y descontentos hasta los exaltados y autosuficientes, es la mejor prueba de este antagonismo humano, bellamente descrito por San Pablo con las imágenes plásticas del hombre nuevo y el hombre viejo, del espíritu y la carne, del ángel y la bestia, del revestirse de Cristo. La antropología cristiana insinúa la necesidad de mantener una postura equilibrada entre el espiritualismo puro y el materialismo absurdo. No habla de cuerpo y de alma; de caballo y caballero. El primer objetivo de la ascética es el de conseguir este equilibrio psicosomático: domar el potro desbocado de nuestros instintos fieros.
Equilibrio cósmico #
Pero no basta con un equilibrio subjetivo. El hombre es un ser perfectamente combinado en el conjunto del universo. Tiene características y posibilidades propias. Catástrofes y crímenes se han cometido en la historia por personas internamente equilibradas en aras de un ideal. Pero nunca fue un ideal objetivo. La normalidad psicológica necesita adecuarse a la realidad objetiva. Por eso la psicología moderna tiende a una mayor abertura del yo egoísta. Los grandes maestros de la psicología analítica actual atestiguan que el amor-donación es la clave de la sana conducta humana11. Algo parecido ocurre con la filosofía moderna, la cual tiende a una rehabilitación objetiva de los “valores” frente al peligro de disolver toda la realidad ontológica en el sentimiento de un psicologismo puramente estimativo12.
Pues bien, también aquí entra en juego el papel importante de un sano ascetismo. Para salir de uno mismo movido por el amor al prójimo, para darse a la verdad y al bien, a los demás y a Dios, es necesario saltar de la barrera del propio yo, lo cual no significa destruirla, sino salvarla para comunicarse con los demás. El hombre que Dios creó no es un ser aislado y egocentrista. El paso del sujeto al objeto se efectúa por medio de la caridad generosa y de la humildad fecunda, que hacen posible ese otro equilibrio que bien podría llamarse cósmico. He aquí la segunda finalidad de la Cuaresma y de la ascesis cristiana.
Equilibrio religioso #
Finalmente, junto al sosiego humano y el orden cósmico, hemos de considerar el equilibrio religioso. En la insatisfacción del hombre hay una inquietud insaciable. ¿Razón? La necesidad que siente de Dios. Tanto en su estructura interna como en su dinamismo está abierto siempre a un Ser trascendente. Por dentro, una voluntad permanente de auto-superación; por fuera, un proyectil en busca de objetivos muy altos que escapan a nuestra mirada. Todos los paraísos terrenos no bastan para aquietar sus aspiraciones infinitas. Cuanto más ahondamos en las profundidades de su ser, mejor se descubre la impetuosa angustia vital, que de algún modo le define en su ordenación a Dios. De aquí que la literatura moderna no cante los peligros del mundo exterior, sino el gran peligro de verse eternamente frustrado y perdido en el mar tenebroso de nuestras propias aspiraciones.
Para evitarlo, viene la ascesis a cumplir su tercer objetivo: el de conectar a Dios con el hombre y a la creatura con su Creador. No basta con superarse para encontrar un lugar en el mundo y dominar el universo. La figura del superhombre y del héroe no responde exactamente a la del santo. Los primeros rebasan la humanidad sin llegar a Dios; el santo juzga positivamente, como estímulo, su insatisfacción, sin considerarse animal inacabado, sino peregrino del cielo. El santo es el hombre que no separa a Dios de su creación; al contrario, parte de un humanismo inicial para llegar a las últimas consecuencias de la escatología cristiana. Es héroe en función de Dios.
Toda acción heroica resulta un contrasentido en una visión puramente humana, pero no así si se mira desde una perspectiva religiosa. Dios es el alfa y omega de la creación, Cristo es el Señor que ha de venir revestido de majestad y acompañado de los ángeles para que, destruida la muerte, le sean sometidas todas las cosas13. De aquí se deduce que la actitud humana de proyección a la realidad ontológica culmine en el creyente en la realidad absoluta del Dios infinito. Las filosofías existencialistas y ateas, en el fondo, convierten, con su mística terrena lo absoluto en relativo.
Santidad #
La síntesis de estos tres equilibrios, antropológico, cósmico y religioso, se llama santidad. Es esta una palabra relativa. Dios es el único Santo, el tres veces Santo, el Absoluto. Nuestra santidad dice referencia a Dios y la finalidad de la ascética cristiana consiste en acercarnos un poco más a la santidad de Dios, facilitando el desarrollo integral de la persona humana, de acuerdo con el orden de la creación.
Cada uno de los creyentes tiene su lugar propio en la Iglesia de Dios y la vocación a la santidad, siendo única y universal, admite realizaciones distintas. La tarea santificadora y misionera, que corresponde al Pueblo de Dios, cristaliza en diversas formas, según la condición de los creyentes. Unos trabajan en actividades profanas, manejando “valores terrenos”, otros en actividades sagradas, manejando “valores espirituales”, y otros consagrando su propia vida como signo que ilumina otros “valores escatológicos”. Lo que no podemos es diluir nuestra responsabilidad santificadora y misionera en el anonimato del “entre todos”. Cada creyente ha de aportar la conducta de una fe operante. La Iglesia ha de dar un testimonio colectivo. Y esa Iglesia, en Barcelona, eres tú y yo y somos todos, pero no aisladamente o encasillados en nuestra comodidad, en nuestra indiferencia o en nuestro egoísmo, sino en cuanto “convocación” por Cristo, que “encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y la renovación”14.
Segunda parte #
Las consideraciones que preceden van dirigidas a todos los miembros del pueblo de Dios de nuestra querida Diócesis de Barcelona. “La condición de este Pueblo es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo. Tiene por ley el nuevo mandato de amar como el mismo Cristo nos amó a nosotros (cf. Jn 13, 34). Y tiene en último lugar como fin, el dilatar más y más el Reino de Dios, incoado por el mismo Dios en la tierra, hasta que al fin de los tiempos Él mismo también lo consuma, cuando se manifieste Cristo, vida nuestra (cf. Col 3, 4) y la misma creatura sea libertada de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de los hijos de Dios (cf. Rm 8, 21)”15.
Permitidme ahora que piense en cada uno de los grupos que, en los diversos estados, realizáis, guiados todos por ese Espíritu de Dios y obedientes a la voz del Padre, la vocación común a la santidad. A cada uno de ellos quiero hacer llegar, en forma confidencial y esperanzadora, una reflexión particular.
A los sacerdotes #
En estos momentos de secularización progresiva y de decadencia religiosa, os incumbe a vosotros, queridos sacerdotes, una tarea difícil. Prolongar el ministerio de Cristo en el mundo no es fácil. Religar todas las cosas a Dios y hacer de puente entre Él y los hombres requiere serenidad y equilibrio. Cuando realicéis vuestra función cultual recordad que la Misa no se reduce a la comunión o ágape, sino que tiene carácter de sacrificio, según la base bíblica de la Carta a los Hebreos. Pero vuestra misión, la de santificar y regir la grey del Señor, que os ha sido encomendada, no termina en el altar.
Sois también ministros de la palabra y pedagogos de la fe. “Puesto que el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la Palabra de Dios y a la oración para que celebren el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia, dese particular relieve en la liturgia y en la catequesis litúrgica al doble carácter de dicho tiempo”16.
El ejercicio de la sagrada predicación, puesta al servicio de la acción sacerdotal, exige estar particularmente marcado por un triple decoro: de tacto, de sencillez, de caridad. Tacto que es tanto como decir elección cuidada de los temas, continuidad en el programa, intuición del grado de preparación de los que escuchan. Sencillez que exige seria preparación de plegaria y estudio, que es exacta dirección del pensamiento hacia el fin que se quiere alcanzar, medida del tiempo con que se cuenta. Caridad, divisa del buen predicador, que ha de correr pareja con la verdad. “No tengáis, por tanto, miedo de repetir también este año –recalcaba Juan XXIII a los Cuaresmeros de Roma– que hemos llegado a los días de salud, a los días de penitencia y de la disciplina de los sentidos internos y externos. Decidlo en términos respetuosos, pero inequívocos, como lo decía Jesús en su tiempo y a sus gentes”17.
Os corresponde trabajar en un terreno resbaladizo con el afán de hacer más habitable y más espiritual este mundo y, por lo mismo, corréis el riesgo de encontraros metidos en actividades que escapan a vuestra función sagrada. Encarnar lo divino en lo humano no significa decir la última palabra en todos los ramos del saber. Conviene trabajar con libertad de espíritu, pero sin interferencias en campo ajeno, con plena conciencia siempre de nuestra labor eclesial, pero con seguridad de hacerlo desde nuestro lugar. La Iglesia os ha confiado una misión concreta y delicada. Manejad, pues, con delicadeza, los “valores espirituales” redimiendo a los hombres.
A religiosos y religiosas #
A vosotros, profetas del pueblo de Dios, que, con vuestro ejemplo, habláis en silencio sobre la vida futura; a vosotros hermanos y hermanas, que en los monasterios o en las escuelas y hospitales, o en las misiones, hermoseáis a la Esposa de Cristo con la perseverancia y humilde fidelidad a vuestra consagración y prestáis a todos los hombres los más generosos y variados servicios18, que la Cuaresma os ayude a transmitir los oráculos del Señor y haga más fecundo vuestro apostolado. La vocación religiosa es un carisma que ha de facilitar vuestra comunicación personal con Dios sin perder nunca la solidaridad con los demás. Vuestro retiro no es una fuga. La Iglesia reprueba el quietismo y la docta ignorancia19. En el horizonte de vuestra vida lucen estrellas muy brillantes, pero no carecen de luz otras llamadas. Tan censurable es no valorar la propia vocación como subestimar la de los demás.
Anticipar el futuro no significa negar el presente. Esmeraos por perseverar y aventajar en la vocación a que Dios os ha llamado y permitidme que os recuerde que los tres votos son una forma clásica de practicar la penitencia cristiana. Vosotros, queridos religiosos y religiosas, habéis prolongado en cierta manera la Cuaresma, haciendo de la penitencia una profesión de vida. La kénosis bíblica o anonadamiento, que vosotros encarnáis20, es el gran oráculo del Señor también en nuestro tiempo. Seguid practicando, pues, los consejos evangélicos y no olvidéis que se dieron por una soberana exigencia del Reino.
Como mansos hilos de agua, seguid fluyendo de la roca que es Cristo. Que vuestras crisis sean superadas siempre con la humildad de los que tienen esperanza. Por encima de los vaivenes pasajeros de la vida, mañanas luminosas o tardes de tristes ocasos, permaneced firmes junto al Señor que habéis elegido.
Al hablaros a vosotros, no olvido a aquellos hermanos o hermanas vuestras que en los conventos y monasterios de clausura derraman su vida en un silencio todavía más profundo que el vuestro. Son moradores de un desierto siempre florecido. Ellos nos dicen, como Cristo, que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4, 4). El mundo os necesita, testigos del Dios de los grandes amores, y a la luz de vuestro testimonio reconoce mejor las falsas adoraciones para las que es solicitado por el tentador de las almas. ¡Permaneced siempre en vela, para que la lámpara no se acabe!
A los laicos #
Pensamos en la importancia progresiva que va tomando el laicado, en este despertar de la conciencia eclesial. Vosotros, queridos seglares, sois actualmente el centro de gravitación de la teología pura y de la pastoral aplicada. En vuestras manos están las estructuras del mundo en que nos movemos y el aspecto más dinámico de la Iglesia. “Así pues, incumbe a todos los laicos la preclara empresa de colaborar, para que el designio divino de salvación alcance más y más a todos los hombres de todos los tiempos y en todas las partes de la tierra”21.
La acusación frecuente de que el cristianismo sacrifica el presente en aras del futuro, ha de quedar desvirtuada con vuestro comportamiento práctico. Situados en un plano teológico de principios, es errónea la consideración de un más allá sin vinculación al presente. El cielo está condicionado, de alguna manera, a la tierra. Sin una acción positiva de amor fraterno y de perfeccionamiento del mundo no es posible remontarse a Dios.
Uníos, pues, con espontánea disciplina a las actividades de la Iglesia, cada vez más prometedoras, y reflexionad en la advertencia que nos hace y os hace un Santo Padre: “Si no distribuimos la palabra evangélica durante estos días de abstinencia y vida tranquila, cuando vuestros pensamientos son puros y serenos, ¿cuándo vamos a servir este manjar a vuestra piedad? ¿Cuando vuelvan las diversiones, los festines o el descanso de las vacaciones? Ni lo intentaríamos siquiera, pues no estaríais en la disposición requerida para ello. Ahora, pues, es el momento más propicio para dedicarnos a vuestra enseñanza religiosa”22.
Que la Cuaresma os estimule en esta misión cósmica y creadora, sin debilitar vuestra pertenencia al Pueblo de Dios, ya que también vosotros podríais acentuar un orden carismático, en detrimento de la unidad orgánica de la Iglesia instituida por Cristo. Sería lo más contrario a vuestra función estructuradora. La Iglesia, sacramento de Cristo, o sea “signo e instrumento de la unión íntima con Dios”, lo es también de la “unidad de todo el género humano”23. Obedecer no es claudicar, es la mejor forma de comulgar con la actitud pascual del mismo Cristo.
* * *
A todos, pues, mi exhortación a la unidad en la fe y en el amor, al comenzar esta gran catequesis de Cuaresma. “Es un período –advertía el Papa el domingo pasado y os recordaba yo esta misma tarde citando sus palabras en la Catedral– propicio para nuestra formación religiosa y moral y no debemos creer que la Cuaresma sea una disciplina superada, anacrónica. Las formas cambian, pero los criterios que inspiran esta riquísima pedagogía espiritual siguen estando más de actualidad que nunca… Se trata de reafirmar en cada uno de nosotros el primado de lo espiritual en un tiempo de materialismo y de decadencia religiosa. Se trata de recuperar, con la templanza voluntaria, el dominio de sí mismo, tan comprometido en un tiempo de exaltación del bienestar, de la diversión y del placer. Se trata de dar a nuestra vida una actitud más cristiana con la práctica voluntaria de las buenas obras, especialmente para con los hermanos más necesitados. Se trata de buscar nuevamente a Cristo, su palabra, su gracia, y su encuentro vital. Que no pase en vano para nosotros esta época de salvación, que es la primavera de las almas, y rogando a la Virgen, os deseamos que esa primavera sea para todos vosotros floreciente y fervorosa”24.
Este programa ascético facilitará el perfecto equilibrio humano, social y religioso de la santidad cristiana. Pidamos la fe para seguir caminando juntos, pero no la fe de un sacramentalismo fácil que dispensa de todo esfuerzo, sino de la fe cristiana de la ascesis sostenida durante la peregrinación en el desierto. Fe para que los creyentes vayamos hacia la gloria definitiva de la Jerusalén celeste, y fe para orientar con nuestros pasos a los no creyentes hacia el “resto de Israel”, signo de la Jerusalén futura.
Con este deseo os bendigo a todos, en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, adelantándoos –la Liturgia me permite hacerlo– mi mejor felicitación pascual:
“Muerte y vida trabaron duelo
y muerto el dueño de la vida
gobierna, vivo, tierra y cielo”25.
1 R. Pierret, Carême, DS 2,136-140.
2 “Cuando hagas limosna no vayas trompeteando; …que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha” (Mt 6, 23); “cuando ayunes perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre” (Mt 6, 17-18); “cuando oréis no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en la sinagoga y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; …entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre que está allí, en lo secreto” (Mt 6, 5-6).
3 Cf. Hch 13, 2; 14, 23; 12, 5.
4 López Ibor, Rasgos neuróticos del mundo contemporáneo, Madrid 1964, cita en p. 20 unas estadísticas reveladoras del fabuloso consumo de medicamentos analgésicos y de bebidas inhibidoras y euforizantes.
5 SC 6.
6 Ad inquisitiones Ianuarii liber secundus, Epist. 55,1,2 PL 33, 205.
7 Ibíd., 14, 24: PL 33, 215.
8 H. Schmidt, Introductio in Liturgiam Occidentalem, Roma 1960,486.
9 SC 5.
10 LG 48.
11 Así: Adolf Hesnard, Erich Neumann y Erich Fromm. Es sabido que muchos casos de psicología patológica vienen por falta de donación.
12 Loter es el padre de la moderna “filosofía de los valores”. Su doctrina se orienta en dos direcciones: “filosofía neokantiana” (Windelband, Richtert) y “filosofía fenomenológica” (Scheler). Coinciden todos en su ataque al “psicologismo estimativo” que disuelve los valores en el sentimiento puramente subjetivo.
13 LG 6.
14 LG 8.
15 LG 9.
16 SC 109.
17 Cf. el texto íntegro de la alocución pontificia en Ecclesia 919 (1959) 213-214.
18 LG 46.
19 Concilio de Sens (1141), Concilio de Vienne (1311), Constituciones In agro dominico y Coelestis pastor (1687).
20 Esta categoría bíblica de kénosis aparece claramente en Flp 2, 5-11, y en la literatura bíblica de los anawim o pobres de Yahvé.
21 LG 23.
22 S. Juan Crisóstomo, Sermo admonitorius sub initium sanctae quadragesimae, homilía 2: PG 53, 26-27.
23 LG 1.
24 Texto italiano en L’Osservatore Romano, 26-27 febrero 1968.
25 Secuencia del Domingo de Pascua.