El anuncio del Concilio

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El anuncio del Concilio

Exhortación pastoral, de mayo de 1961, a propósito del Concilio Vaticano II, publicada en el Boletín Oficial del Obispado de Astorga, 1 de junio de 1961.

Nos acercamos a uno de los acontecimientos de mayor importancia para la vida de la Iglesia de nuestro tiempo. Me refiero a la próxima celebración del Concilio Ecuménico anunciado por S.S. Juan XXIII hace ya más de dos años. Concilio, que, con razón, viene constituyendo uno de los más serios motivos de esperanza para el futuro de la vida cristiana. Por eso, amados diocesanos, y consciente de la transcendencia de esa gran asamblea, me dirijo a vosotros con el vivo deseo de que en vuestro espíritu se encienda la ilusión y vuestro corazón reciba con amor todo cuanto a esta capitalísima empresa de la Iglesia se refiera. Todos somos Iglesia y a todos debe espolearnos la necesidad de estudiar nuestras propias realidades.

Son muchas las razones que apoyan la decisión del Santo Padre al reunir a todos los obispos del mundo en un Concilio. Desde la promulgación del Código de Derecho Canónico, los tiempos han evolucionado rápida y profundamente en todos los órdenes de la vida. Es cierto que la Iglesia, queridos diocesanos, no se identifica con ninguna cultura, ni siquiera con la civilización occidental que con tanta frecuencia se proclama a sí misma como cristiana. Sin embargo, es también verdad que los cristianos nos movemos dentro del área de determinadas culturas, somos partícipes de las mismas y nos vemos forzosamente absorbidos por ellas. Culturas que, por otra parte, nacen, se desarrollan y mueren. Ahora nos encontramos en un momento de radicales transformaciones, ya reales, ya previsibles.

Sí. Por un lado, no es posible ignorar la presencia alarmante del comunismo en el mundo con su sistema de doctrina y de obras en todo opuesto a la fe de Jesucristo. Lo que en un principio no lograra amedrentar a ningún espíritu, se ha constituido en la más grave amenaza del mundo libre. Lo que a los comienzos no fue más que una simple semilla, pudiera ser ya una esperanza de gran cosecha. El comunismo es hoy ingente e infatigable esfuerzo de conquista del mundo. Pero he aquí que en aquellas zonas en que el comunismo ha logrado el control absoluto del poder, la Iglesia sufre, cuando no la abierta persecución, al menos la más fuerte mordaza a sus actividades.

Por eso una nueva corona de Iglesias mártires comienza a rodear la tierra.

¿Olvidará la Iglesia esta amarga experiencia cuando nuevos pueblos puedan encontrarse en circunstancias semejantes en tiempos venideros?

De otro lado, la realidad de un mundo con evidente predominio de la técnica, que ha precipitado una hondísima transformación de las formas más ordinarias de la vida. La técnica influye profundamente sobre el cuerpo y el espíritu del hombre de hoy. Ha triunfado claramente sobre la materia, pero ha hecho de la persona con frecuencia un nuevo esclavo del siglo XX.

Más. La técnica ha creado una nueva moral, que podemos llamar moral del rendimiento. Nada más laudable para ella que el lucro y la riqueza, nada más atractivo como ideal de vida. Y de este modo, invirtiendo valores, ha convertido en fin lo que en recta interpretación no había conseguido sino categoría de medio.

La técnica ha disparado al hombre hacia una vida vertiginosa, pero no le ha enseñado a conducirse debidamente. No ha otorgado importancia a la reflexión, ni ha significado una invitación para la humilde plegaria. De ahí que lo que se ha logrado en tiempo se haya perdido en profundidad. El hombre del siglo XX es, por ello, frívolo con demasiada frecuencia.

Norma de nuestros días es el temor ante la presencia del sufrimiento, la huida del dolor y de la enfermedad y la repulsa a veces, como inadmisible, de la misma muerte. Y es que son tantas las comodidades que la técnica ha brindado…

¿No os parece que era necesario tener en cuenta las nuevas coyunturas en que el cristiano inevitablemente ha de moverse?

Por eso, queridos sacerdotes y amados hijos, el futuro Concilio Vaticano II se ha propuesto en primer término como fin primordial una serie y amplia revisión cristiana.

Por los medios de información habituales habréis tenido conocimiento de las diversas Comisiones que abarcan los diferentes aspectos de la vida religiosa, creadas por el Santo Padre para una más segura eficacia en el trabajo. Es sencillamente una fuerte e inaplazable reclamación de nuestro tiempo.

Pero hay una segunda finalidad. La de la unión de todos los cristianos. Si bien es verdad que nadie espera la concordia de los que creen en Jesucristo como consecuencia y fruto inmediato del Concilio, ha de reconocerse, sin embargo, que un viento de simpatía en su favor sopla por toda la cristiandad a partir de este momento. Hay muchos síntomas reveladores de que el deseo de unión y de unidad produzca en el futuro resultados consoladores.

Nos encontramos en un momento excepcional para la cristiandad. Por ello, amados diocesanos, es preciso que nos pongamos en pie de oración y sacrificio para que el Espíritu Santo descienda de nuevo sobre su Iglesia en ocasión tan solemne de la que tantos bienes pueden derivarse para las estructuras cristianas.

Os pido, amados sacerdotes, que habléis al pueblo cristiano sobre el Concilio y que le invitéis a orar por sus altísimos fines. No sólo durante los días de la novena de Pentecostés conforme a los deseos de S.S. Juan XXIII ya hechos públicos, sino también a lo largo de todo el mes de junio, especialmente dedicado a sentir, amar, y sufrir en unión con el Corazón de Jesús. Es el anhelo constante del Corazón de Cristo: la santidad y la unión de los que creen en Él, y no son del mundo.

Más concretamente, aparte de otras iniciativas que pueda sugeriros vuestro celo, disponemos que en los cultos de cada día del mes de junio se rece la oración al Espíritu Santo compuesta por el Santo Padre, publicada en el Boletín Oficial del Obispado, correspondiente al mes de febrero de 1960, página 59.