Prólogo para la obra del Dr. Laurentino Herrán «La Virgen María en la poesía española», 1988.
Prologar un libro como el que el lector tiene en sus manos es tarea fácil, y a la vez muy difícil. Fácil, porque basta invitar a una lectura sosegada del mismo para que quien lo haga pueda captar enseguida la belleza de la obra; difícil, porque poco más se puede decir que lo que el autor expone en esas admirables páginas, en que nos hace la presentación del libro.
Séame permitido, sin embargo, añadir algo, que es precisamente lo que él no puede decir. Hace muchos años que conozco a Laurentino Herrán, el gran profesor de literatura en el Seminario de Palencia, donde muchas promociones de alumnos aprendieron bajo su magisterio el arte del análisis literario de autores y estilos diversos, desde los escritores primitivos de la lengua castellana a los modernos y contemporáneos. Ello hizo que los sacerdotes palentinos, que fueron alumnos suyos, se distinguieran más que otros de muchas diócesis de España, por su buen decir y por su capacidad para escribir con elegancia y precisión. Y a nadie se le oculta lo que significa esta capacitación en quienes, por su ministerio, tienen el deber de saber comunicar, de palabra y por escrito, un mensaje eterno de vida y de esperanza, que se nos ha dado precisamente para transmitirlo.
A su vez, el alma sacerdotal de profesor, que se complacía en la estética del arte literario en todas sus expresiones, se orientó, bajo el impulso y devoción de su amor, hacia la reflexión y el estudio de la poesía religiosa, y más concretamente la de temas marianos. Como si tuviera cierto temor de quedarse prendido exclusivamente en el encanto de la pura belleza artística, tan rica y fascinante para quien esté dotado, como él, de una sensibilidad muy viva, se dedicó con preferencia a estudiar cuanto los poetas de habla española han ido escribiendo en loor de la Virgen María a lo largo de los siglos.
Miembro de la Sociedad Mariológica Española y de la Internacional desde hace muchos años, no ha habido ningún Congreso de estudios marianos en Europa o en América durante este tiempo en que no haya estado presente Laurentino Herrán con alguna ponencia, fruto de su investigación y estudio de algún autor, principalmente algún poeta, sobre el inagotable tema de la Virgen María.
Ha sido la época en que ejerció la docencia en la cátedra de Mariología en las Facultades Teológicas de Burgos y Navarra, a la vez que en su Seminario Diocesano. Se unieron en él la labor rigurosa del teólogo y la fina percepción del cultivador del arte y de la estética, que encontraba en los mejores poetas de nuestra lengua, vertidos en la gracia de su inspiración, los más altos conceptos de la teología mariana. ¡Cuántos hallazgos insospechados como fruto de su estudio paciente y su anhelo de buscador de bellezas en el ancho campo de lo que los poetas han sentido y han dicho en relación con la Virgen María como obsequio de su fe y su amor a la Madre de Dios!
No es extraño que, como fruto de su investigación, llegara a recoger y ordenar un material riquísimo, que, aunque parcialmente publicado en diversos artículos, esperaba ser ofrecido en su totalidad de manera sistemática. A ello le hemos animado cuantos conocíamos su ejemplar dedicación a la literatura y teología marianas desde los tiempos, ya lejanos, en que siendo estudiante en la Universidad Pontificia de Comillas redactaba su tesis doctoral sobre la Mariología en el Beato Orozco, o mantenía una relación epistolar frecuente con José María Pemán y otros poetas.
El presente libro es, pues, un auténtico trabajo de Mariología escrito por los poetas que el autor ha escogido, sin duda los de mayor calidad y más reconocido valor por su inspiración, su estilo, y la forma interna y externa de sus composiciones en el tratamiento del tema. No es una antología o colección de poemas de tema mariano, como las que se han publicado en diversas épocas para alimentar la piedad y facilitar la instrucción religiosa en un área determinada. Tampoco recoge, porque sería imposible, dadas las dimensiones oceánicas que alcanzaría, el torrente de la poesía popular mariana elemental, con que el pueblo ha cantado a María constantemente en todas las regiones de España y en todas las épocas.
Son poetas señeros los que aquí aparecen, muchos de ellos cumbres de la lírica española, que han sabido meditar, rezar y cantar. Sin ser ellos el pueblo, del pueblo han brotado y al pueblo han movido con su inspiración. Con lo que ha venido a producirse esa conjunción de fe, alabanza y súplica a María de los poetas que escribieron, y del pueblo, que supo escuchar y leer, mezclados los sentimientos de unos y otros en una sinfonía grandiosa a través de la cual tantas veces supo manifestarse el sentido de la fe de un pueblo católico, que expresaba con el lenguaje del arte y recibía e incorporaba a su sentir lo que su fe y su amor hacían escribir a unos y asimilar a otros con su devoción y piedad.
Al actuar así, tanto los poetas como el pueblo compenetrado con ellos, era la Iglesia la que estaba presente, es decir, la gran familia del pueblo de los bautizados, que expresaba su fe bajo la guía del Espíritu que da vida. El poeta descubre el secreto de la belleza, que él capta al contemplar a María; el pueblo siente esa belleza como algo que está reclamando su alma para vivirla mejor; y la Iglesia, madre del que canta y del que escucha, aprueba, bendice, y alienta. Estamos ante una de las más vivas manifestaciones de lo que Pablo VI llamó la religión del pueblo, cuando habló de la religiosidad popular en su exhortación Evangelii nuntiandi (n. 48).
No hay motivo alguno para temer que la fantasía o el calor del sentimiento oscurezcan el contenido de la fe o suplanten el dato revelado. Al fin y al cabo, por mucho que digan los poetas y el pueblo que les sigue, se quedarán cortos en su expresión, si se les comprara con lo que la misma Iglesia dice en su liturgia sobre la Virgen Madre de Cristo, cuando canta sus virtudes, pues sólo la Iglesia sabe, mejor que el Dante o San Bernardo, alabarla adecuadamente, cuando se atreve a aplicar a Ella las inspiradas palabras, con que Dios habla de su propia Sabiduría1.
Y no es ocioso añadir, tratándose de poetas españoles, como los que en este libro aparecen, que su obra poética mariológica, ha sido, sin que ellos se lo propusieran, una manifestación espléndida de lo que hoy llamamos inculturación de lo religioso, promovida y exigida por el carácter, las tradiciones y el modo de pensar y sentir de un pueblo. Ha sido este pueblo el que ha ayudado a ser así a sus poetas, y han sido éstos a la vez los que han contribuido a que el pueblo creyente sea así en sus manifestaciones de piedad mariana.
Por lo cual, cualquier intento de reevangelización de ese pueblo en el momento actual, en que tan afanosamente buscamos una mayor coherencia entre la fe y el comportamiento de nuestras gentes, habrá de tener en cuenta ineludiblemente lo que también la poesía mariana ha significado y significa en la cultura y formación del pueblo que queremos seguir evangelizando.
No hubiera sido fácil, creo yo, en cualquier otro país de nuestro ámbito cultural escribir un libro como éste, sencillamente porque no lo es que tantos y tan selectos poetas hayan cantado las excelencias de María, Madre de Dios, como lo han hecho los españoles a lo largo de los siglos.
El autor presta un servicio insigne a la cultura religiosa, a la fe y piedad mariana del pueblo español, y a la historia de nuestra literatura. Oportunísima ofrenda a María en esta Año Mariano, en que también los poetas pueden ayudarnos a entender mejor el misterio de la Madre del Redentor, para acercarnos más a Jesucristo.
Toledo, febrero de 1988
1 Cf. Thomas Merton, Semillas de contemplación, p. 115.