El Concilio III de Toledo

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El Concilio III de Toledo

Prólogo para la obra colectiva «El Concilio III de Toledo. Centenario 589-1989», publicada con la colaboración de Caja Toledo, 1991.

Al celebrar este acontecimiento de la historia de la Iglesia y de España, el XIV Centenario del Concilio III de Toledo, queremos sumarnos espiritualmente y con gozo a aquella magna asamblea, que reunió en la Basílica de Santa María, en la capital del Reino visigodo, Toletum, a más de setenta obispos de Hispania y de la Galia Narbonense, y recitar con el mismo fervor el Credo de los Apóstoles, y así testimoniar a las generaciones presentes y futuras la firmeza inquebrantable de la fe de la Iglesia.

Nuestra Iglesia de España, de origen apostólico, en medio de avatares, persecuciones, herejías, etapas de florecimiento y momentos sujetos a actuaciones deficientes, como propias de la condición humana, se acerca al cumplimiento de su segundo milenio de vida; en este año 1989-1990, la Jerarquía y el pueblo fiel han celebrado su fe; y conscientes de los momentos difíciles por que atraviesa nuestra sociedad, quieren asirse fuertemente a la roca, Pedro, para no sucumbir y para mirar con esperanza cristiana el año dos mil, que ha de ser como aquel 589 una primavera pletórica de frutos, un nuevo Pentecostés para la Iglesia y el mundo.

En efecto, durante el año 1989-1990, hemos celebrado el XIV Centenario de este Concilio III de Toledo, que sin duda fue el más importante de los celebrados. En él, el Rey Recaredo hizo pública su abjuración de la herejía arriana y su adhesión a la fe de la Iglesia, que había abrazado dos años antes; tras él, la Reina Bado y varios obispos arrianos hicieron lo mismo, seguidos de los nobles visigodos.

El pueblo hispano-romano había acogido ya el Evangelio íntegro y en su inmensa mayoría era católico. Este pueblo de temple martirial, formado y animado por sus obispos, cuyos nombres nos son conocidos, evangelizó al pueblo visigodo que ostentaba el poder, y logró, no sin sacrificios y trabajos, este prodigio de la conversión de los visigodos y de la unidad de todos en la verdadera fe católica.

No fueron vanos los sufrimientos heroicos de aquellos mártires de Tarraco en el año 259, Fructuoso, Augurio, Eulogio; ni los de Marcelo, centurión que sufrió un doble proceso en el año 289, que concluyó con su decapitación. En Híspalis (Sevilla), las vendedoras de cerámica Justa y Rufina fueron torturadas con garfios por orden de Diogeniano, al no querer dar culto a Salambó, un ídolo pagano. El diácono Vicente, víctima de la persecución de Daciano, es de los más populares en la Tarraconense, como lo es también el diácono de la Iglesia romana, Lorenzo, que probablemente nació en Osca. Justo y Pastor, aún niños, merecen por su fe y amor a Cristo la palma del martirio en Complutum, en los años de Daciano. Eulalia, de Mérida y de Barcelona, y los innumerables mártires de Zaragoza. En el siglo IV, ya después del Edicto de Milán, Hispania sigue dando testigos cualificados de su fe: Dámaso, Paciano, Gregorio de Elvira. Mártires, confesores, vírgenes, y también ascetas, eremitas y monjes, como Félix y Millán de la Cogolla, son sólo una muestra de la vitalidad de la Iglesia en aquellos primeros siglos. Y más próximo al acontecimiento conmemorado, Hermenegildo, el propio hijo del rey Leovigildo, también mártir de la fe católica, a juicio de muchos investigadores.

Esa incontable legión de confesores, mártires, vírgenes y ascetas fueron los artífices de esa conversión del pueblo visigodo; fueron tierra fecunda, en que pudieron engendrarse hombres de talla universal como Leandro, Isidoro, Eugenio, Braulio, Ildefonso, Julián y los miles de cristianos mozárabes en los casi ochocientos años de Reconquista. Posteriormente, y ya de forma ininterrumpida, incontables han sido los hombres y mujeres que, con su vida y obra, han dado testimonio de la verdad de Cristo y de la Iglesia.

Por ello, cuanto más nos alejamos en el tiempo, rememorando hechos próximos a la Encarnación de Cristo y primeros siglos cristianos, clave de la historia de la humanidad y de cada hombre, nos sentimos rejuvenecer, al poder beber aguas más limpias y refrigerantes; y nos parece que es aquí, en la frescura de la primitiva Iglesia, donde encontramos la savia vivificante para nuestra sociedad de hoy y de siempre.

Unas palabras para presentar someramente el contenido del libro y así orientar al lector sobre las diversas partes que lo componen:

  1. En primer lugar, va el texto crítico del Concilio III de Toledo; trabajo muy insigne y muy logrado del P. Félix Rodríguez, S.I., profesor de la Facultad de teología de Burgos.
  2. Los documentos episcopales constituyen la segunda parte del libro. El Santo Padre Juan Pablo II fue el primero y más interesado en esta celebración. La Comisión Permanente del Episcopado y varios prelados han hablado o escrito sobre el tema, y hemos querido recoger estos valiosos documentos, aunque es posible que no todos.
  3. A) La crónica de los actos conmemorativos, realizados durante el año 1989 y 1990, que va en tercer lugar, nos ofrece una visión panorámica del alcance de esta conmemoración.

B) Se incluyen artículos de fondo aparecidos en prensa, que por sí mismos podrían constituir otro apartado.

  1. La parte más voluminosa del libro es la cuarta: la dedicada al Congreso Internacional celebrado en Toledo desde el 10 al 14 de mayo del año 1989. En el Congreso participaron los profesores e investigadores más entendido en la materia, de las universidades del mundo entero, y también jóvenes profesores, que ofrecieron comunicaciones muy valiosas. Una nota de particular interés para todos fue la numerosa participación de profesores jóvenes y de alumnos universitarios de la Facultades de Historia, Derecho y Filología Latina.

Con el deseo de que este acontecimiento, la celebración del XIV Centenario del Concilio III de Toledo, sirva para entroncar una vez más con el fervor del cristianismo primitivo, que nos engendró y educó en la fe, hemos abordado los diversos actos de este año y la edición del libro. Pido a Dios que éste contribuya a la tarea que a todos nos urge, la nueva evangelización de Europa, de América y del mundo. Nueva en sus evangelizadores, nueva en su fervor, en sus métodos y formas, como quiere el Santo Padre; nueva y original como lo fue aquella primera evangelización, que dio tan espléndidos frutos.

Con mi Bendición apostólica.

En Toledo,
festividad de san Pedro y san Pablo de 1991.