Comentario a las lecturas de la solemnidad del Corpus Christi. ABC, 1 de junio de 1997.
Los creyentes celebramos hoy la fiesta del Corpus, en la cual hacemos pública y solemnemente lo que a diario vivimos muchos, cuando adoramos y sumimos al Santísimo Cuerpo y la Sangre de Cristo. La fiesta se instituyó en la Edad Media para combatir las herejías que negaban la presencia real de Cristo en las especies consagradas.
Se trata de la Eucaristía, del culto al Dios vivo, de la Nueva Alianza, la fiesta del Pan Vivo bajado del cielo. El sacrificio eucarístico y el Señor, presente en nuestros altares y sagrarios, o llevado en la custodia por las calles en un día como éste, es el vínculo de unidad que hace de los cristianos una familia. La comunidad vive gracias a la Eucaristía.
Leemos el libro del Éxodo, porque se nos narra la Alianza establecida entre Dios y su pueblo al pie del monte Sinaí. Moisés comunica al pueblo la voluntad de Dios y el pueblo manifiesta su compromiso de hacer todo lo que diga el Señor. Esta Alianza se ratifica en el marco de una liturgia, que se describe con todo detalle en el texto. Moisés pone por escrito todas las palabras del Señor; se levanta temprano, edifica un altar y doce estelas, por las doce tribus. Manda a grupos de jóvenes a ofrecer holocaustos al Señor. Rocía al pueblo, diciendo que es la sangre de la Alianza, que hace Dios con ellos. Esa sangre, que simboliza el pacto nuevo y eterno, realizado por Cristo en la cruz, del que podemos participar nosotros todos los días, como todos los días tomamos el alimento para nuestro cuerpo conforme a las leyes de la naturaleza.
Cristo es el Sumo Sacerdote de los bienes definitivos. Es el mediador entre Dios y los hombres, y su sangre, en virtud del Espíritu, purifica nuestra conciencia de las obras muertas y nos lleva al culto del Dios vivo. La Eucaristía no es un invento nuestro, es de Cristo, como nos lo narra hoy el evangelio de san Mateo: “Tomad, esto es mi cuerpo. Bebed, esta es mi sangre”.
La Eucaristía es el sacramento del sacrificio de Cristo. En ese sacrificio entramos en comunión con Cristo y con todos los demás humanos. Celebrar el sacrificio de Cristo y, en su medida, adorar al Santísimo Sacramento, es una acción, que nos compromete para que nos sacrifiquemos por los demás. En torno a la mesa eucarística nace y vive la Iglesia. La unión fraterna y la caridad son el fruto específico de este sacramento.
Estamos aún de camino, somos peregrinos, nos fatigamos, nos sentimos inestables y débiles, por todo lo cual necesitamos de la Eucaristía. Dios se hace diariamente el encontradizo con nosotros, si queremos, para ayudarnos, sustentarnos y animarnos. La eternidad se prepara en el tiempo y la vamos logrando, bajo signos sencillos de terrena cotidianeidad como son el pan y el vino transformados en el cuerpo y la sangre del Señor.
¡Qué gran amor del Hijo y qué gran amor del Padre! ¿Cómo el Padre Eterno consiente ver en manos y corazones tan ruines a su Hijo?, se pregunta admirada santa Teresa de Jesús. Leed en el “Camino de Perfección” sus comentarios al Padrenuestro, y en concreto los capítulos 57 al 61. Son pura delicia de un alma, que, al escribir, parece estar gozando ya de la visión de Dios.