El demonio, ángel del abismo. Una charla en Cuaresma sin fecha tenida en Barcelona

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El demonio, ángel del abismo. Una charla en Cuaresma sin fecha tenida en Barcelona

Texto inédito, sin fecha concreta, de una meditación cuaresmal redactada por el autor, cuando era arzobispo de Barcelona.

No es sólo la limitación, la finitud del hombre lo que somete su vida a la ley de un dinamismo tenso y duro, que la convierte en implacable milicia sobre la tierra (Job 7, 1). Hay también una voluntad hostil al hombre y a su “justicia y verdad”, a su realización y destino sobrenatural de hijo de Dios y heredero de su gloria. Ese adversario temible quiere que el Job de todos los tiempos sucumba, y se goza en ello. Es el demonio.

Realidad pesada y dolorosa #

En una época como la nuestra, que sólo se interesa por los fenómenos concretos y palpables, con efectividad inmediata y práctica, ¿cabe hablar de otras realidades, de otros hechos, que ciertamente escapan al análisis espacio-temporal de nuestra “ciencia”? Si el hombre es consciente de su propia realidad, de todo lo que afirma, niega, siente y vive, sí cabe hablar. Más aún, es una exigencia. Y no puede dejar a un lado, con la sonrisa de su ironía o su desprecio, lo que experimenta, no en un laboratorio exterior en el que sus manos manipulan y dirigen, sino en ese otro, más rico y menos fácil, de su propia personalidad y de la humanidad entera.

Bernanos ha introducido de nuevo la figura del demonio en la literatura con seriedad y profundidad. En 1926, año en que publicó Sous le soleil de Satan, produjo un verdadero estallido entre los católicos. La gracia de Dios, combatida incesantemente por Satán, es el mensaje de su obra.

«¡Ah, hijo mío! –exclamó el abate Menou-Segrais dirigiéndose al abate Donisan– ¡Los tontos cierran los ojos ante estas cosas! Hay sacerdotes que no se atreven a pronunciar siquiera el nombre del diablo. ¿Qué es para ellos la vida interior? El oscuro campo de los instintos. La moral, una higiene de los sentidos. La gracia ya no es más que un razonamiento exacto, que solicita a la inteligencia; la tentación, un apetito carnal, que tiende a sobornarla. De esta manera, apenas se dan cuenta de los episodios más vulgares del gran combate librado en nosotros”1. Pero los hombres han sido rescatados y ésta es la gran esperanzó y la gran alegría: “Todo es gracia”»2.

Por esta visión, Charles Moeller, en su conocido libro Literatura del siglo XX y Cristianismo, le llama: Bernanos o el profeta de la alegría: «Todos los sufrimientos del mundo dibujan misteriosamente un icono, el del cuerpo de Jesús, en el cual se consuma la pasión redentora. He aquí por qué las palabras más bellas que puedo citar en este libro han sido escritas por Bernanos: “Todo es gracia”»3.

El demonio es una realidad. El cristiano lo sabe. No es una figura mítica, simbólica. Tampoco esa burda caricatura que han aprovechado los no cristianos para burlarse, aunque esta tendencia tenga en su origen un hondo sentido cristiano: la ironía del siervo, que a pesar de la lucha que sigue sosteniendo, sabe que ha sido liberado del amo opresor. El cristiano de los primeros siglos sentía vivamente que el diablo, como león rugiente, anda buscando a quien devorar, pero al que se le resiste, con la gracia de Dios, firme en la fe. “Estad, pues, a pie firme, ceñidos vuestros lomos con el ángulo de la verdad, y armados de la coraza de la justicia. Y calzados los pies en preparación del evangelio de la paz. Embrazando en toda circunstancia el broquel de la fe, con que podéis apagar todos los dardos encendidos del maligno”4.

El demonio en el Antiguo Testamento #

En el Antiguo Testamento sólo poco a poco se dibuja la idea de la posterior afirmación cristiana del demonio. Algunos pasajes nos ilustran: Job 1, 6; 1Cro 21, 1; Zac 3, 1. En todos ellos se habla del adversario, del enemigo y espía omnipresente que acusa a los hombres ante Dios y los tienta para lograr su condenación.

En la visión del profeta Miqueas un espíritu se presenta ante Yahvé: Vino un espíritu a presentarse ante Yahvé y dijo: yo, yo le induciré. ¿Cómo? preguntó Yahvé. Y el respondió: Yo iré y seré espíritu de mentira en la boca de todos sus profetas5.

Al fin de la revelación del Antiguo Testamento ya aparece el demonio con toda claridad como el padre de todo mal, que se opone siempre hostilmente a Dios: Por la envidia del demonio entró la muerte en el mundo y la experimentan los que le pertenecen6.

Pero es más tarde, en el Nuevo Testamento, cuando reciben pleno sentido todos aquellos pasajes del Antiguo que hablan de la sublevación, dominada, de un poderoso enemigo de Dios. Por ejemplo: Hubo una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles peleaban con el dragón y peleó el dragón y sus ángeles, y no pudieron triunfar ni fue hallado su lugar en el cielo. Y a los ángeles que no guardaron su dignidad y abandonaron su propio domicilio los reservó con vínculos eternos bajo tinieblas para el juicio del gran día7.

En el cosmos creado por Dios estalla una rebeldía, un pecado original, y este pecado, por obra de Satanás, pasa del mundo de los seres espirituales al mundo humano. La redención es una lucha poderosa entre el fuerte y el más fuerte. ¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, no puede durar. Y si una casa está dividida contra sí misma, no podrá subsistir. Si, pues, Satanás se levanta contra sí mismo y se divide, no puede sostenerse, sino que ha llegado su fin; mas, nadie puede entrar en la casa de un fuerte y saquearla, si primero no ata al fuerte y entonces saqueará la casa8.

Estas citas iluminan ciertos textos del Antiguo Testamento:

«¿Cómo caíste del cielo, lucero brillante, hijo de la aurora? ¿Echado por tierra el dominador de las naciones? Tú, que decías en tu corazón: Subiré a los cielos; en lo alto, sobre las estrellas de Dios, elevaré mi trono; me instalaré en el monte santo, en las profundidades del aquilón. Subiré sobre la cumbre de las nubes y seré igual al Altísimo. Pues bien, al sepulcro has bajado, a las profundidades del abismo»9.

«Eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría y acabado de belleza. Habitabas en el Edén, en el jardín de Dios, vestido de todas las preciosidades… El día en que fuiste creado te pusieron junto al querube colocado en el monte de Dios, y andabas en medio de los hijos de Dios. Fuiste perfecto en tus caminos desde que fuiste creado hasta el día en que fue hallada en ti la iniquidad… Se ensoberbeció tu corazón de tu hermosura y se corrompió tu sabiduría, y a pesar de tu esplendor, por tus muchos y grandes delitos, te eché por tierra»10.

El Nuevo Testamento, respuesta decisiva a la figura del demonio #

Hay un pasaje esencial en el evangelio de S. Juan: «Vosotros tenéis por padre al diablo, y queréis hacer los deseos de vuestro padre. Él es homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad, porque la verdad no estaba en él. Cuando habla la mentira, habla de lo suyo propio, porque él es mentiroso y padre de la mentira»11.

Satanás es una criatura caída que pretende un reino de rebeldía, de desesperación, de pecado. Convirtió su ser en mentira, se hizo padre de la mentira por ser «el que cambia la verdad de Dios en mentira»12. Satanás no es “antípoda de Dios”, no es el Mal frente al Bien, no está frente a frente con Dios: «apártate, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a Él solo servirás»13. No existe un poder contra Dios.

Satanás no tiene el bien para sí, y lo quiere impedir en los demás. Es el adversario de los designios de Dios sobre la salvación de la humanidad y el adversario de Cristo en su obra de la redención. Quiere arrastrar a los hombres a la apostasía y a la ruina, quiere establecer un falso orden: el del egoísmo, el de la soberbia, el de la avaricia. El pecado es el campo en que el demonio vive y trabaja: «El que comete pecado, ése es el diablo, porque el diablo desde el principio peca. Y para esto apareció el Hijo de Dios, para destruir las obras del diablo»14.

La lucha del diablo va dirigida contra Cristo y su Iglesia. Ataca a Cristo antes ya de que el Señor comenzara su predicación: tentaciones en el desierto. Su odio se hace patente en la traición de Judas, al poner en el corazón de éste el propósito de entregarle y al tomar posesión de él: después del bocado, en el mismo instante entró en él Satanás15. Es el enemigo que siembra la cizaña: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo. Él respondiendo dijo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino; la cizaña son los hijos del maligno; el enemigo que la siembra es el diablo»16. Se opone constantemente a la acción de los discípulos de Jesús: «Simón, Simón, Satanás os busca para cribaros como trigo»17.

Cristo es el fuerte que ha vencido al demonio, le ha arrebatado su dominio: «Si yo arrojo a los demonios con el espíritu de Dios, entonces es que ha llegado a vosotros el reino de Dios»18.

Cristo derrotó ya al demonio, cuando hizo realidad la profecía del Génesis19. Desde su aparición sobre la tierra: «Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo»20. Destruyó con su muerte al dominador de la muerte21. Esta victoria se completará en la segunda venida de Cristo: «Por eso regocijaos, cielos, y todos los que moráis en ellos. ¡Ay de la tierra y del mar! Porque descendió el diablo a vosotros animado de gran furor, por cuanto sabe que le queda poco tiempo»22. Por eso tiene un poco de tiempo, porque la derrota definitiva no tendrá lugar hasta el fin del mundo, y por eso nuestra resistencia a sus ataques ha de ser constante: él arranca la semilla de la palabra de Dios de los hombres, y causa desorientación disfrazándose de ángel de luz23.

La lucha contra el poder de Satanás, “actitud cristiana” fundamental #

La lucha contra el poder de Satanás es una “actitud fundamental” en Jesús que se manifiesta constantemente en el Evangelio «Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera, y yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré todos a mí»24. Satanás ha sido el causante de la muerte de Cristo, pero no ha impedido la redención. La muerte de Jesús es nuestra vida y en ella venció al príncipe de este mundo.

¿Nuestra conciencia científica, moral, nuestra conciencia de hombres de casi finales del siglo XX nos lleva a sonreír, a dar por superada y como resultado de otras culturas y de otros tiempos la lucha contra el poder de Satanás? No respondo con la ciencia, ni con la conciencia moral, ni con ninguna otra realidad fruto de nuestro siglo. Ni puede responderse de esa forma, ni es de su incumbencia. Es el Evangelio, todo el Nuevo Testamento el que nos da la respuesta. Como cristianos es decisiva nuestra actitud con respecto a Cristo.

Si Cristo y su mensaje pertenecieron a otra cultura, a otro momento histórico ya superado, ¿este Jesús sería realmente Dios y Salvador de todos los hombres? Pero creemos en Cristo y nos dejaremos aleccionar por Él. «Y lo haremos con plena conciencia, porque no se trata aquí de declaraciones eventuales, sino de una actitud fundamental de Jesús, que se manifiesta una y otra vez. Su lucha contra el poder satánico es el fundamento especial de su conciencia mesiánica. Sabe que no debe limitarse a enseñar una verdad, a mostrar un camino, a inspirar una actitud religiosa viviente, a establecer unas relaciones con Dios; sino que ha sido enviado para aniquilar unas potencias que se oponen al cumplimiento de la voluntad divina. Para Jesús no existe solamente la posibilidad del mal, propia de la libertad humana, ni tampoco la inclinación al mal, fruto del pecado del individuo y de la colectividad, sino también un poder personal que quiere esencialmente el mal»25.

Como ocurre en todas las alegorías bíblicas, no importa que Job no haya existido, importa su mensaje. Es el Job que hay en todo momento histórico el que nos orienta en nuestra actitud cuando «la noche taladra mis huesos y no descansan los que me roen»26.

Es el hombre creyente en la Providencia de Dios el que nos enseña a contestar: «Todo esto lo ven mis ojos, lo ha oído y mi oído lo entendió. Lo que vosotros sabéis, lo sé yo también, no soy menos que vosotros»27. Dios no ES, si frente a Él se tienen razones: «¿Cómo pretenderá el hombre tener razón contra Dios?»28. Lo que desconocemos es la sabiduría de Dios en medio de la tentación, del dolor, de la lucha, del fracaso. Es el hombre que pide ayuda y perdón a Dios en su pecado y en su debilidad, quien sabe vencer a Satanás. Y le vence, porque arrojado de los hombres, objeto de burla para todos, derritiéndosele la vida entre sus huesos, arrojado al fango y venido a ser polvo y ceniza, llama a Dios y en su grito comprende que ¿quiénes somos los hombres para empañar la Providencia de Dios con imprudentes discursos? , ¿dónde estábamos al fundar el Señor la tierra? , ¿hemos mandado nosotros a la mañana ser mañana y a la aurora ser aurora?, ¿qué Dios es aquel a quien se le puede enmendar la plana?29.

La estrecha relación entre demonio, pecado y muerte aparece con particular claridad en San Pablo: «Por la envidia del diablo, vino el pecado al mundo, y por el pecado la muerte»30. Por eso sólo hay una forma de esperanza: la de esperar en el precio a que hemos sido rescatados del diablo, del pecado y de la muerte. El Evangelio de Cristo es el único, precisamente porque se enfrenta con toda profundidad con las realidades de este mundo y con la realidad del hombre.

El Evangelio no elimina al demonio, lo vence. De este modo nos ayuda a evitar las utopías de nuestra incredulidad y ayuda al mundo a mantenerse joven y alegre. Es mejor el saber que el demonio existe y puede ser vencido, que el no creer en él y ser sus víctimas constantes y repetidas.

Parte Tercera
Discursos

1 G. Bernanos, Sous le soleil de Satan, p. 232.

2 G. Bernanos, Journal d’un curè de campagne, p. 363.

3 Ch. Moeller, Literatura del siglo XX y cristianismo, I, p. 456, Madrid.

4 Ef 6, 14-16; 1P 5, 8.

5 1R 22, 21-22.

6 Sb 2, 24.

7 Ap 12, 7-8; Judas 6.

8 Mc 3, 23-27.

9 Is 14, 12-15.

10 Ez 28, 12-17.

11 Jn 8, 44.

12 Rm 1, 25.

13 Mt 4, 11.

14 1Jn 3, 8.

15 Jn 13, 2.27.

16 Mt 13, 36-39.

17 Lc 22, 31.

18 Mt 12, 28.

19 Cf. Gn 3, 5.

20 Lc 10, 18.

21 Hb 2, 14.

22 Ap 12, 12.

23 Cf. Mc 4, 5; 2Cor 11, 14.

24 Jn 12, 31-32.

25 R. Guardini, El Señor, vol. I, p. 199-200.

26 Job 30, 17.

27 Job 13, 1-2.

28 Job 9, 1.

29 Cf. Job 38.

30 Rm 5, 12.