Homilía pronunciada el 23 de mayo de 1976 en la Misa concelebrada en la Casa de Ejercicios, de Toledo, con motivo de la Convivencia del Movimiento Rural Adulto. Texto publicado en el Boletín Oficial del Arzobispado de Toledo, julio-agosto 1976,408-415.
Os saludo a cuantos estáis aquí, con mucho gusto, A los que pertenecéis a estos grupos del Apostolado Rural Adulto de diversos pueblos de la diócesis de Toledo y a los que estáis aquí trabajando también en nombre de la Cáritas de vuestras diócesis, las cuatro diócesis que habéis reunido. Que Dios os bendiga y que os haga sentir su paz y la plenitud de su amor, y el gozo y la dicha de la fe en Él. Todo esto a que se refieren las lecturas que nos han sido ofrecidas, pertenecientes a este domingo anterior a la fiesta de la Ascensión de Jesucristo a los cielos.
Estas lecturas, consoladoras y profundas, siempre inabarcables, pero siempre próximas a nosotros. Inabarcables, porque el misterio que encierran no podemos entenderlo del todo; pero próximas, porque yo no sé qué ocurre con todo esto que meditamos en torno a la Resurrección de Cristo y a su Ascensión a los cielos, cuando se nos habla del amor de Cristo, del mandamiento del amor, de la plenitud de la gracia, de cómo el amor de Dios se ha revelado en que nos ha enviado a Cristo para que vivamos por medio de Él (frase de esa carta de San Juan: Se nos ha revelado el amor de Dios en esto: en que Él nos ha enviado a Cristo para que vivamos por medio de Él, y luego, con más precisión: Que Él es el que nos ha amado, no nosotros a Él (1Jn 4, 10); todo esto, digo, que es inabarcable en la grandeza de pensamientos y de estímulos espirituales que encierra para un alma cristiana.
Pero, a la vez, no sé por qué se siente próximo; y uno tiene la impresión como de que está hablando un lenguaje que, en efecto, nos anuncia y nos deja sentir realidades cercanas a nosotros. Es la vida de la fe, es la vida de los sacramentos, que, a lo largo de una existencia humana, la vuestra, la mía, la de todos, ha ido produciendo su efecto. Porque muchas veces los sacramentos los consideramos unos simples ritos que recibimos en ocasiones (no hay por qué suponer nunca que se reciben con inconsciencia ni con ligereza), pero así, ocasionalmente, nada más, para unos momentos determinados, con lo cual cumplimos; y, sin embargo, yo pienso que a lo largo de una vida cristiana, desde pequeños (vosotros sois adultos) los sacramentos recibidos y la Palabra de Dios que hemos escuchado y meditado ha ido dejando su poso; todo esto ha dejado un poso en el alma.
Y eso es lo que hace que nos sintamos, de alguna manera, familiarizados con estas expresiones tan espléndidas del Evangelio, de las cartas de los Apóstoles, cuando se nos habla de la plenitud del amor, del gozo de sentir la Resurrección; y cuando se nos concreta, para que no nos quedemos en frases superficiales, que el que ama cumple los mandamientos, como dice Jesucristo en el capítulo quince del Evangelio de San Juan que se nos ha leído.
Y entonces uno entiende los mandamientos que Él nos da o los que pueda darnos la Iglesia Santa en representación suya; uno lo entiende también como expresión del amor, como algo de la familia de Dios. Ya no ve ahí juridicismo, ni normas implacables, ni exigencias extrañas a la condición humana; ve en todo eso como un aire de familia, como una atmósfera, como una fragancia de la vida divina en el hombre; y entiende que al cumplir los mandamientos, por amor, y al esperar en la promesa de ese cumplimiento, va acercándose, cada vez más, al misterio; y va como llenándose del Espíritu Santo, y de gozo íntimo compatible con todos los sufrimientos y con todas las tristezas de la vida.
Gozo íntimo, por ejemplo, el de ese muchacho seminarista de Turín. Los periódicos nos hablaron de él hace muy poco tiempo. Diecinueve años. Cáncer. Su organismo deshecho. El Cardenal de Turín pide permiso al Papa para ordenarle sacerdote en su casa antes de que muriera, porque ese muchacho lo que quería era alcanzar la plenitud íntima del don del Espíritu Santo en su alma siendo sacerdote, aunque sabía que se iba a morir muy pronto. Y ha sido ordenado en su casa; y ha muerto a las tres semanas o al mes de haberse ordenado. Cuando murió, decían los periódicos, no era más que una silueta, un cuerpo totalmente aniquilado. Pero sus palabras, sus miradas, las últimas, eran una sonrisa de paz, de gozo.
Todo parece inútil. Total, ¿para qué? ¿Para qué ordenarse sacerdote si no va a hacer nada? Pues sí, podía cumplir con un deseo íntimo de su espíritu dentro del aire de familia. Podía, sencillamente, acercarse un poco más al misterio; y sentir, dentro de sí mismo, esto que estoy diciendo que parece tan inabarcable y, sin embargo, es tan próximo para el que vive una existencia cristiana impregnada de los sacramentos recibidos a lo largo de su vida y de la Palabra de Dios meditada para vivirla. Todo con amor.
Algo así ocurre, digo, cuando leemos estas lecturas que se nos ofrecen estos días, que tienen tanta aplicación para vosotros, los que estáis aquí en estas Jornadas, unos dedicados a un fin específico de vuestro Apostolado Rural y los otros para reflexionar sobre trabajos y apostolados de la caridad en esta organización que es la Cáritas de la Iglesia.
¿Yo qué os voy a decir, hijos? Nada. Ya habéis tratado y habéis deliberado. Lo que deseo es que cumpláis bien todo lo que os propongáis, y lo que os propongáis sea bueno, justo, recto; y que todo lo examinéis a la luz de Dios y de la Iglesia, concretada esta luz de la Iglesia en el Magisterio pontificio y en el de los obispos. Y si obráis así vuestro trabajo, prescindiendo de los defectos que tiene toda obra humana, será justo, y será recto, y estará bien ordenado; porque es muy necesario trabajar por el Reino de Dios en este mundo en que estamos viviendo. Como lo es y lo fue siempre.
Yo quiero leeros aquí algo que me parece que tiene mucha importancia para vosotros, para todos, en orden a la evangelización, en orden al apostolado; y que debemos tenerlo presente igual los sacerdotes.
Sólo dos párrafos del documento de Pablo VI sobre la evangelización en el mundo de hoy, donde dice: “No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo”.
Evangelización posible. De manera que, si no hay acción del Espíritu Santo, por mucho que hagamos y tengamos organizado, no será nada, porque no será posible.
“Sobre Jesús de Nazaret el Espíritu descendió en el momento del bautismo, cuando la voz del Padre: Tú eres mi Hijo amado, en Ti pongo mi complacencia (Mt 3, 17), manifiesta, de manera sensible, su elección y su misión.”
El Padre le elige y envía al Espíritu Santo como señal para que Cristo empiece a evangelizar.
“Y es conducido por el Espíritu para vivir en el desierto el combate decisivo y la prueba suprema antes de dar comienzo a esta misión. Y con la fuerza del Espíritu, palabras del Evangelio, vuelve a Galilea e inaugura en Nazaret su predicación, aplicándose a sí mismo el pasaje de Isaías: El Espíritu del Señor está sobre mí (Lc 4, 18). Y a los discípulos, a quienes está para enviar, les dice, alentando sobre ellos: Recibid el Espíritu Santo (Jn 20, 22). En efecto, solamente después de la venida del Espíritu Santo, el día de Pentecostés, los Apóstoles salen hacia todas las partes del mundo para comenzar la gran obra de la evangelización de la Iglesia. Pedro explica el acontecimiento como realización de la profecía de Joel: Yo derramaré mi Espíritu.
De manera que Cristo comienza su misión movido por el Espíritu Santo, y la Iglesia, después de Pentecostés, empieza a actuar empujada por el Espíritu Santo, que la nutre. Espíritu al que ha recibido, preparándose en el silencio y la oración, aquel grupo de Apóstoles que estaban reunidos aquellos días en espera de que se cumpliese la profecía.”
Y así sigue el Papa hablando en el mismo sentido sobre este pensamiento, y dice: “Las técnicas de evangelización son buenas, pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción directa del Espíritu. La preparación más refinada del evangelizador no consigue absolutamente nada sin Él”.
Pocas veces el Papa ha empleado una frase tan, diríamos, totalizante: “No consigue absolutamente nada sin Él”.
Ni nosotros ni vosotros. Todos somos evangelizadores, según nuestro estado y nuestra misión.
“Sin Él los esquemas más elaborados sobre bases sociológicas o psicológicas se revelan pronto desprovistas de todo valor”. “Nosotros vivimos en la Iglesia un momento privilegiado del Espíritu. Por todas partes se trata de conocerlo mejor, tal como lo revela la Escritura. Uno se siente feliz de estar bajo su moción, se hace asamblea en torno a Él, quiere dejarse conducir por Él”1.
¿Qué son estas asambleas, al fin y al cabo? ¿Qué son estas reuniones? ¿Qué quieren ser? Esto. Porque vosotros rezáis, invocáis al Espíritu Santo cuando venís aquí; purificáis vuestras vidas con los sacramentos; pedís perdón de vuestros pecados; os sentís movidos por una profunda humildad respecto a la inutilidad de vuestra vida personal como instrumento de Dios; porque nosotros, como personas, no somos nada; todo lo tenemos que recibir de É. Y tenéis ratos juntos de oración estos días, porque supongo que no faltarán, con silencio, con meditación, con reflexión honda sobre lo que son las virtudes evangélicas; con el santo sacrificio de la Misa, hoy al menos, quizá lo hayáis tenido ayer, según el tiempo que hayáis estado. Todo esto es dejarse mover por el Espíritu Santo. Y siendo así tenemos que bendecir a Dios y decir: nos sentimos felices porque se hace asamblea en torno a Él en la vida de la Iglesia de hoy; también aquí.
Ahora bien, si el Espíritu de Dios ocupa un puesto eminente en la vida de la Iglesia, actúa todavía mucho más en su misión evangelizadora. No es una casualidad que el gran comienzo de la evangelización tuviera lugar en la mañana de Pentecostés. Puede decirse que el Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización. Él es quien impulsa a cada uno a anunciar el Evangelio y quien (atención a esto) en lo hondo de las conciencias hace aceptar y comprender la Palabra de salvación. Y si no es Él, no la aceptamos ni la comprendemos.
Cuando no es así, cuando no nos dejamos guiar humildemente por la acción del Espíritu Santo, que actúa dentro del conjunto de las acciones de la Iglesia, por las cuales Cristo quiere hacernos colaboradores de su Reino; cuando no es así, podemos entender la palabra de la Escritura técnica, científica y teológicamente, no pasamos de ahí. O bien la entendemos con parcialidad, buscando cada uno lo que nos agrada y tratando de traer el agua a nuestro molino. Eso no vale para lo hondo de las conciencias, para la acción del Espíritu Santo como fuerza que lleva a la evangelización.
Se puede decir igualmente que É es el término de la evangelización. Y que solamente Él suscita la nueva creación, la humanidad nueva a la que la evangelización debe conducir mediante la unidad en la variedad, que la misma evangelización quería provocar en la comunidad cristiana. A través de la evangelización penetra en los corazones, ya que es Él quien hace discernir los signos de los tiempos que la evangelización descubre y valoriza en el interior de la historia.
“El Sínodo de los Obispos del setenta y cuatro, insistiendo mucho sobre el puesto que ocupó el Espíritu Santo en la evangelización, expresó asimismo el deseo de que los pastores y teólogos, y también los fieles, marcados con el sello del Espíritu Santo en el bautismo, estudien profundamente la naturaleza y la forma de la acción del Espíritu Santo en la evangelización de hoy día. Esto es también nuestro deseo, al mismo tiempo que exhortamos a todos y a cada uno a invocar constantemente con fe y fervor al Espíritu Santo y a dejarse guiar prudentemente por Él como inspirador decisivo de sus programas, de sus iniciativas y su actividad evangelizados”2.
Nada más, hijos. Creo que es necesario que de cuando en cuando reflexionemos sobre estos grandes bloques de ideas madres necesarias a tener en cuenta para todo intento evangelizador.
Me diréis que no hacéis otra cosa; pues muy bien; bendita sea vuestra labor si es así. Pero el hecho de recordarlo no está de más, con el fin de que no nos pase aquello de que, inmersos continuamente en la tarea de la acción que urge y apremia dentro de cada parroquia, con este programa, con aquel otro, etc., nos olvidemos, alguna vez, de explicitar y de expresar de una manera formal y reflexiva, con la reflexión orante a que nos lleva la fe, de expresar todo eso, que es el motor interior de nuestras vidas.
Yo os exhorto, grupos de Apostolado Rural –y voy a terminar–, a tres cosas:
Una de ellas: a que os ocupéis mucho, en unión con vuestros sacerdotes, de la catequesis. Que ellos os expliquen bien lo que encierra este término: catequesis, que es muy amplio.
Se presentan para España días que no sabemos cómo van a discurrir, pero, concretamente, en lo relativo a la enseñanza religiosa, etcétera, las crisis ya han aparecido y están ahí, muy fuertes. Se salvará, o trataremos de salvar, lo que pueda salvarse, sin caer en ingenuidades ni en exigencias que tampoco corresponden. Pero lo importante va a ser que la Iglesia, las familias, los padres de familia, sean catequistas; que los fieles de una parroquia sean catequistas.
Aquí habrá que realizar un esfuerzo fenomenal. En esta etapa que se abre a la Iglesia en España, que se ha abierto ya en otros países del mundo, sin renunciar, digo, a lo que pueda salvarse, como no han renunciado en Bélgica, ni en Francia, ni en Norteamérica, ni en Alemania, ni en ningún sitio, respecto a la posibilidad de enseñanza religiosa en centros incluso del Estado, colegios de la Iglesia, etc. Pero tendremos que formar muchos catequistas con todo el sentido y la carga que lleva consigo esta palabra. Habréis de preocuparos mucho de eso para que la fe sea conocida, vivida y amada; el contenido de la fe.
Segundo: preocuparos mucho también en vuestros pueblos, siempre con paz, para que se os distinga como cristianos, de todo lo que afecte al progreso temporal de la comunidad en que vivís. De tal manera que, si se os conoce como hijos de la Iglesia, no se os tache de indiferentes a todo lo que pueda significar progreso del pueblo o de la zona; para dar satisfacción cada vez mayor a las aspiraciones del hombre que son justas. Y ahí también debéis distinguiros con un trabajo, con una reflexión y una crítica y una colaboración llena de sentido evangélico. Sembradores de paz.
Y tercero: creo que debéis preocuparos, cada vez más, y nosotros igual, de la inmoralidad pública, que está avanzando hasta un grado estremecedor.
Ahora hemos tenido una reunión los obispos, como pasa frecuentemente, y uno de ellos, hablando del tema, dijo: “Lean ustedes este artículo de hoy en un periódico, X, que se presenta ahora como muy influyente”. Y el título era: “Por una moral civil”. Bueno, no voy a hablar de lo que era, porque esta homilía está resultando demasiado larga.
“Por una moral civil”, o sea, está cundiendo ya la idea de que hay que prescindir de la Iglesia, que no se nos hable tanto de la moral evangélica; que no, que no. La moral del hombre (yo no sé qué moral civil puede haber si no es la moral fundada en el derecho natural; luego sobre ésa viene la moral cristiana, con sus específicos valores positivos); pero por moral civil se quiere decir: liberar al hombre de todo lo que pueda ser obstáculo para sus determinaciones libres, civilizadas, respetuosas; pero absolutamente libres cuanto al aborto, relaciones prematrimoniales, homosexualidad, etc. De todo eso se habla en ese artículo. Y, en fin, de tantas cosas como se van a producir. Ya lo estáis viendo.
Yo, desde luego, no admito, ni puedo admitir, un apostolado y un afán de evangelización que no se preocupa también de esto. No digo exclusivamente de esto. Pero si se excluye esta preocupación, ya no hay evangelización tampoco. Porque el Reino de Dios pide corazones limpios y pasiones dominadas, no tiranías de la carne. Esto lo pide el Reino de Dios también. Y el Espíritu de Dios busca esta conciencia pura en el hombre. De manera que, en diversiones, en vida matrimonial, en espectáculos, en facilidades y condescendencias de unos para con otros, hoy aparece un frente del que hay que preocuparse. Y cada vez tendremos menos defensas públicas. Con eso ya apenas hay que contar. La sociedad, dicen, que es muy pluralista; sociológicamente, los grupos tienen derecho a que no se ate a unos por el afán de defender a otros, etc. Las legislaciones serán en este sentido cada vez más amplias. Todo esto es de presumir que se producirá y tenemos que ser nosotros, con nuestra conciencia de hijos de Dios, los que luchemos cuanto sea posible para que el Evangelio resplandezca también ahí.
Estos tres campos de acción deben ser objetivos permanentes de todo grupo de apostolado seglar hoy. Más otros que pueden variar según las circunstancias, o depender de una determinada campaña en un momento dado, etc. Pero estos que he citado son de valor permanente. Ojalá podáis progresar mucho por este camino. Que Dios os bendiga.
1 Pablo VI, Evangelii nuntiandi,75:apudInsegnamenti di Paolo VI,XIII, 1975, 1428-1429.
2 Pablo VI, Evangelii nuntiandi,75:apudInsegnamenti di Paolo VI,XIII, 1975, 1430.