Homilía pronunciada el 30 de septiembre de 1993, durante la Misa de apertura de curso en los Seminarios de la Archidiócesis toledana. Texto en BOAT, octubre-noviembre 1993.
Celebramos la Misa del Espíritu Santo, porque invocamos de una manera especial su protección para el curso académico que hoy empieza.
En realidad, en toda Misa se invoca al Espíritu Santo y siempre se hace significativa su presencia, precisamente, dicen los teólogos, en orden a la transubstanciación y la presentación renovada del sacrificio de Cristo ante el Padre por la humanidad. Esa invocación al Espíritu Santo, es lo que los liturgistas llaman la «epíclesis» en la Plegaria eucaristía. De un modo o de otro está siempre presente.
Pero, al comenzar el curso académico, concretamente en un Seminario, yo estimo que, de una manera muy particular, se hace, por nuestra parte, la confesión de que el Espíritu Santo está presente de manera singular en el Magisterio de la Iglesia en relación con los seminarios. Ya sé que también se le invoca para el comienzo de otras actividades, que no son las de un nuevo curso de los alumnos que quieren prepararse para el sacerdocio. Lo sé. El es el Dador y el Padre de las luces, y dondequiera que el hombre reconozca que las necesita, tiene que invocar su protección. Y esa necesidad se siente de manera especial en el Seminario, en el Magisterio de la Iglesia sobre el seminario. Esa es la frase precisa; porque fallaría algo sustancial, si no fuera así.
En la formación de los futuros sacerdotes y en las orientaciones fundamentales para la vida de los ya sacerdotes, cuando el Magisterio de la Iglesia lo ilumina con su luz, está actuando la inspiración singularísima del Espíritu Santo. Y creo que todo lo que hemos padecido en estos años de posconcilio, en esta crisis que aún no ha sido superada, se debe, por supuesto, en gran parte a que hemos buscado poco la luz del Espíritu Santo. Cualquiera de nosotros puede haber leído casi toneladas de escritos sobre seminarios, en estos años, acerca de múltiples temas: la psicología del seminario, el carácter de los alumnos, la sociología ambiental con la que ha de enfrentarse el seminarista, las cualidades humanas que ha de tener para el diálogo, la historia de los seminarios, los contrastes violentísimos en España entre una época y otra. Toneladas de escritos, pero sobre el Espíritu Santo poco, muy poco. Y a esto se debe, en gran parte, la anemia que sufren los seminarios. Por eso, y no por fórmula ya consagrada, celebramos esta Misa.
El Decreto conciliar Optatam Totius #
Ayer llamaba yo al Señor Rector: Distribúyase por escrito el texto del «Veni, Creator», que lo canten todos, incluso los pequeños, que lo aprendan, y así, en latín, y aunque lo recen también en castellano, pero en los actos litúrgicos, cántenlo en latín. El «Veni, Creator Spiritus». Yo invoco al Santo Espíritu, el que Cristo nos prometió, del que habló tantas veces, al que San Pablo se refirió con tanta frecuencia. Invoco el Espíritu Santo para que nos dé luz y que nos haga recordar ciertas cosas, a las que se refiere el Decreto Optatam Totius del Concilio Vaticano II. Por ejemplo ésta: una sentencia de San Agustín que dice así: «El que más ama a la Iglesia, más posee al Espíritu Santo»1. Es muy profunda. Cuanto más se ama a la Iglesia, más se posee el Espíritu Santo. Poseer; habla de poseer.
El Espíritu Santo es el amor; se le atribuye a Él, dentro de la relación de las Tres Divinas Personas, el amor. El amor de salvación, de iluminación, de fuerza, de robustez, de delicadeza, de pureza; es decir, eclesial. Él es el que vela por todo esto, y San Agustín, con la espada de su genio, penetra y añade que hay que amar a la Iglesia a pesar de los defectos que uno encuentra, a pesar de las tentaciones y dificultades que puede haber, pero hay que amarla. Y claro, cuanto más se ama, más se experimenta la acción de Aquel que fomenta el amor, el Espíritu Santo. ¡Ay, si en estos años se hubiera profundizado tanto como estos Santos Padres lo hicieron, para la auténtica formación de los seminaristas y de los sacerdotes!
Imitación de Jesucristo #
Y sigue el Decreto Optatam Totius recordando: «Fórmense a los alumnos de los seminarios en una verdadera obediencia sacerdotal, con una vida pobre, con espíritu de abnegación, y tratando de imitar siempre a nuestro Señor Jesucristo»2. Otro programa.
En una auténtica obediencia, imitando a nuestro Señor Jesucristo. Nada de obediencia servil, temerosa, molesta. Es una obediencia, que se convierte en amor, al convertirse en una convicción interior profunda. Lo dice literalmente el Decreto Optatam Totius. Es una apología de la obediencia, pero es al mismo tiempo una explicación de lo que tiene que ser el espíritu que la anime.
Y más: «Fórmense espiritualmente, de manera que adquieran robustez espiritual, a la que ha de contribuir también la acción pastoral futura en el sacerdote»3. O sea, nada de decir, que con la acción pastoral ya está asegurada la espiritualidad. No, la espiritualidad del sacerdote y del que se prepara para el sacerdocio, es una cosa, y la acción pastoral y la claridad pastoral vienen a robustecerla; eso sí, pero son otra cosa. Porque de lo contrario caemos en el activismo de siempre, del activismo no creativo, de los apresuramientos, de las prisas, de las fórmulas estereotipadas, del profesionalismo.
Primero, lo espiritual y sobre eso venga a robustecerlo la acción pastoral.
Y es que lo espiritual tiene su propia entidad. Esta mañana cantaban por «Radio Santa María» en el canto de «Laudes»: no recuerdo bien el canto, pero era esto. Eran voces varoniles que decían: «¿Quién que te conozca no te amará, Jesús? ¿quién que te ame, no te seguirá?» Esa es la espiritualidad, amor, amor, amor; y seguir, seguir a Cristo, y sacrificarse por Él; y sobre eso, sermones, confesiones, visita a enfermos, grupos juveniles, familias, grupos de matrimonios, reuniones sacerdotales, examen de la situación… Bien, sobre eso; pero no en lugar de eso. Vida espiritual, y por último, otro punto, que quiero recordar, porque no se trata de que aquí estemos la mañana entera hablando de lo que no hago más que insinuar, como manifestación de que el Espíritu Santo se mueve muy especialmente en el Magisterio de la Iglesia sobre los seminarios.
Disciplina, caridad y oración #
Por último, nos recuerda también la Optatam Totius cómo existe la obligación de la disciplina, de una disciplina que –y lo dice enseguida, como si el texto quisiera salir al paso de esos pobres criticones que inmediatamente dirían, vaya, ya está la disciplina–; pues bien, el texto del Concilio a continuación dice: «para que pueda fomentarse la caridad»4. Claro, porque en la vida comunitaria, si no hay disciplina, no hay caridad. Pero si la hay y nace de la interioridad del espíritu, se hace por amor también.
Y en una comunidad numerosa como ésta, como las vuestras en general, si cada uno hiciera lo que quisiera, esto se convertiría en un manicomio; tiene que haber una disciplina bien marcada, bien aceptada, bien practicada, bien imitada, bien asimilada, bien vivida. Nunca me he avergonzado de decirlo y menos en aquellos tiempos, que a los obispos ya antiguos nos tocó vivir, cuando de parte de Comisiones episcopales y grupos y asambleas, salían tantos disparates en relación con lo que tenía que vivirse. Una disciplina que contribuye a la maduración del carácter, al sentido de comunidad, al orden en la convivencia, a la fecundidad en el trabajo, al autodominio de sí mismo. Todo esto es del Concilio; no estoy yo inventando nada.
Pero, en estos puntos y en todo el Decreto, se ve la acción del Espíritu Santo sobre el Magisterio de la Iglesia. Recordadlos, Superiores del Seminario, de los Seminarios. Uno por uno, tenéis que atender a los seminaristas, para que se muevan a practicar la disciplina motivados de esta manera y con estos valores que estoy invocando. Uno por uno, enseñadles a orar con oración mental, porque la oración litúrgica es más fácil, puesto que tenéis el instrumento en las manos, tanto para las Horas litúrgicas, como para la Misa.
Hablo ahora de la oración mental. Directores espirituales, sobre todo. Tenéis la obligación seria de hacer que ninguno de estos alumnos deje de practicar la oración mental diaria, y aconsejarles, con toda caridad, que si no entran por ahí, busquen otro camino.
Es frase de San Agustín también aquella en que dice: «Se equivoca el que dice que hay que saber más para amar más y ser mejor». Es al revés, hay que amar más a Dios y ser mejor para entender más.
Deseo que tengáis un buen curso académico. Muchos días celebraré la Misa con vosotros. En mi cuaderno de Misas aparece constantemente: «hoy, día tal, en tal sitio, aquí, en mi casa: Seminario, o Seminario Menor, o Seminario de Santa Leocadia, o Seminario de Olías, de Almonacid, de Ajofrín». Pero aún más éste, San Ildefonso.
Treinta y nueve alumnos nuevos este curso #
Dios nos ha bendecido haciendo que vengan –me dicen– ¡treinta y nueve alumnos nuevos al Seminario Mayor! Treinta y nueve alumnos. Dios os bendiga. Bienvenidos. Recibidles, vosotros los que ya sois moradores antiguos de esta casa. Recibidles con amor, con verdadero cariño fraternal. Pero ellos, que pisan por primera vez los claustros de este Seminario, deben pensar también que a través de cristales limpios pueden muy bien filtrarse luces no tan limpias. A lo mejor os extrañaréis, los que venís con esta ilusión de encontraros un camino expedito para vivir la unión con Jesucristo, de que hay fallos y miserias humanas; puede suceder. Pues bien, yo os digo: sed valientes; no quiero decir sed perseverantes, a ver si llegáis un día al sacerdocio. No, no os digo nada de eso. Será lo que Dios quiera. Pero sed valientes desde el primer día. Tenéis que aportar algo vosotros también, los que habéis entrado en tan gran número; aportar vuestro espíritu generoso, vuestra piedad sincera; y que de parte de los que están aquí, no se interponga ni siquiera la telaraña de una palabra inconveniente, que pueda sofocar la generosidad y la entrega de propósitos, con que vienen estos muchachos, a los que yo bendigo desde el primer momento con especial bendición.
No queráis hacerlo todo de repente. Acordaos de aquella carta de Santo Tomás a un joven estudiante en que le da consejos y le dice –el primero de ellos–: «Entra por los ríos que te llevarán poco a poco, al mar. No quieras entrar por el mar, de repente, porque te ahogarás». No escuches, ni hables lo que es inconveniente; busca el silencio de tu celda; aprovecha constantemente todo lo que Dios te va ofreciendo; es decir, actuad, actuad. Actuad vosotros y con verdad. Sed limpios de corazón, castos, puros, seminaristas amantes de la pureza que es la fortaleza. Hasta un filósofo no cristiano, Plotino, dijo esta frase conmovedora hoy: «Sólo las almas bellas pueden contemplar la belleza». Y para esa belleza del alma es necesaria la castidad. Nada de medias tintas; yo busco aquí seminaristas afanosos de santidad.
Oración del Cardenal Newman #
Acordaos, termino, de una oración que compuso el Cardenal Newman, a quien yo tanto venero porque he leído mucho sus obras, el convertido del anglicanismo. Escribió y recitaba diariamente esta oración:
«Bien es cierto, Señor mío, que Tú estás siempre cerca de mí, pero dada mi fragilidad y que las cosas de este mundo son tan tentadoras, no es menos cierto que yo puedo caer, a no ser que se interponga tu gracia. Señor mío, guarda mis ojos, guarda mis oídos, guarda mis manos, para que pueda verme libre de estas miserables torpezas en las que puedo incurrir. Día tras día fortaléceme y ponte más cerca de mí para que yo pueda estar más cerca de Ti. Así sea».
1 OT 9.
2 Ibíd.
3 Ibíd.
4 OT 10.