Carta-prólogo del libro del P. José María Pilón, S.I., titulado «Año Santo en Pablo VI», 1975.
Toledo, 16 enero 1975
R.P. José María Pilón, S.I.
Madrid.
Mucho le agradezco la atención, que ha tenido conmigo, al enviarme un ejemplar fotografiado de la interesante obra, que ha preparado, y que es tan oportuna y útil en estos momentos: Año Santo en Pablo VI.
Todo lo que sea desentrañar y ponderar, difundir y poner al alcance de los fieles las enseñanzas de nuestro Santo Padre es algo que sin duda merece las más sinceras alabanzas. Entre esas enseñanzas tienen evidentemente un atractivo particular las vertidas en las famosas catequesis de los miércoles, dirigidas de una manera muy directa al Pueblo de Dios, y por tanto sencillas, asequibles, pero también riquísimas en su temática y en su contenido doctrinal. Vd., además, se ha fijado muy concretamente en las catequesis pontificias, que dicen relación con el Año Santo, que acabamos de celebrar en nuestras Iglesias locales, y que hace unas semanas ha sido abierto en Roma para toda la Iglesia universal. Son muchas, y en ellas Pablo VI nos revela claramente lo que quiere sea este Año Santo, y las grandes esperanzas que tiene en él cifradas. Efectivamente, la finalidad primaria de esta celebración espiritual y penitencial –nos dice en su recientísima Exhortación Apostólica Paterna benevolentia, del 8 de diciembre último– es “la reconciliación, que fundada sobre la conversión a Dios y sobre la renovación interior del hombre, logre sanar las rupturas y los desórdenes, que sufre hoy la humanidad y la misma comunidad eclesial”1. Libros como el suyo contribuirán al conseguimiento de objetivo pastoral tan ambicioso, pero tan necesario el día de hoy, al descubrir a los fieles las intenciones del Papa, y al ofrecerles sus enseñanzas brevemente comentadas y hechas un cuerpo de doctrina, que todos pueden captar y saborear fácilmente.
Ciertamente que nuestro corazón rebosa de gratitud al Señor, cuando reflexionamos sobre los grandes Pontífices, que ha dado a su Iglesia en estos últimos tiempos.
Pío XI fue un Papa extraordinario, tanto por su clarividencia en tantas cosas, que se han demostrado transcendentales y fecundísimas, como por su celo y su fortaleza espiritual para defender la libertad de la Iglesia de los totalitarismo de su época.
Pío XII ha dejado un recuerdo, que se prolongará glorioso en los siglos, ha dicho su inmediato Sucesor en ocasión solemne. Y añadía la razón: “Su mérito es ante todo ese su anuncio tempestivo, apropiado y profundo de la verdad evangélica, a través de cuyos rayos Pío XII recogió todas las manifestaciones del ingenio humano, situándolas en el fulgor de la eterna verdad, que se resumen en Cristo”2. Y en su Mensaje de Navidad, evocando los 19 radiomensajes del Pastor Angélico y los tesoros de sabiduría contenidos en los 20 volúmenes de sus discursos y documentos, no dudaba en afirmar: “Admirable actividad doctrinal y pastoral, que asegura el nombre de Pío XII en la posteridad. Aun por encima de toda declaración oficial, que todavía sería prematura, bien conviene a la memoria bendita del Pontífice de nuestra era afortunada el triple título de Doctor optimus, Ecclesiae sanctae lumen, Divinae legis amator, Doctor óptimo, Luz de la santa Iglesia, Amador de la ley divina”3.
Juan XXIII era recordado por el Papa Montini, en su primer mensaje al mundo, con una piedad agradecida y emocionada: “Ha sabido –decía– llegar al corazón de los hombres, incluso a los más alejados, por su incesante solicitud, su bondad sincera y activa y sobre todo para con los humildes, por el carácter eminentemente pastoral de su acción, cualidades estas a las que se añadía el encanto particular de los dones humanos de su gran corazón”4.
Con todo, Pablo VI, formado en la escuela de Pío XI, Pío XII y Juan XXIII, parece ser el Papa que necesitaba la Iglesia en este período difícil de su historia; y por ello, providencialmente, recoge quizás en su excepcional personalidad lo mejor de sus predecesores. Su indudable fortaleza de alma recuerda a Pío XI; su inteligencia prócer y su capacidad inexhausta de trabajo, al servicio de un celo ardiente, a Pío XII; su bondad, su sonrisa, sus actitudes abiertas, su vivo universalismo, su eficaz y profundo ecumenismo, a Juan XXIII.
Maravillosas esa síntesis y esa prodigiosa continuidad de tres pontificados, en las que estamos viviendo tan intensamente, a través de unos hechos de vida enormemente significativos, y de un Magisterio luminoso y densísimo, que nos abruma por sus proporciones, pero que nos vitaliza por su calidad superior y por su aliento sobrenatural.
Llamar la atención sobre la figura espiritualizada de Pablo VI, y sobre ese su magnífico y generalísimo Magisterio; difundirlo ampliamente, ponerle al alcance de los fieles, ayudar a comprenderle, a gustarle, a vivirle, es algo sumamente meritorio, y que, insisto, no merece más que muy cordiales encomios. Vd., Padre, hace todo eso con su libro Año Santo de Pablo VI, y tiene los míos sinceros y entusiastas.
Sin embargo, a partir de la última catequesis del Papa, de que Vd. se hace eco, y en el desarrollo del Año Santo universal, que ya estamos celebrando, se han producido y se producirán sin cesar nuevas intervenciones y sumamente importantes de Pablo VI. Anímese a recogerlas y a ofrecérselas a los fieles de Madrid en una nueva serie de conferencias primero, y a los de toda España en un nuevo volumen, que amplíe el presente y nos dé a todos una idea completa del “Año Santo de Pablo VI”.
Quiera el Señor y su Bendita Madre hacer muy fructuoso su trabajo y darle una gran fecundidad apostólica. Yo, por mi parte, le bendigo a Vd. y a su benemérita labor muy de corazón.
1 Ecclesia, 4 de enero de 1975, p. 9.
2 AAS 50 [1958] 917: Cf. Ecclesia, 6 de diciembre de 1968, p. 8.
3 AAS 51 [1959] 8: Cf. Ecclesia, 3 de enero de 1959, p. 6.
4 AAS 55 [1963] 5: Cf. Ecclesia, 29 de junio de 1963, p. 19.