Homilía pronunciada el 30 de enero de 1977, en Madrid, en la Parroquia de Santa Isabel y Santa Teresa, en la clausura del triduo organizado con motivo de la canonización de Santa Rafaela Mª del Sagrado Corazón. Texto tomado de la edición hecha en dicho año para uso interno por la referida Congregación.
Queridos sacerdotes concelebrantes, Religiosas Esclavas del Sagrado Corazón, Asociación de Adoradoras del Santísimo Sacramento, que seguramente estáis también aquí, antiguas y actuales alumnas, familias amigas:
Os saludo a todos y os ofrezco mi bendición muy cordial. Comparto vuestra alegría legítima por un motivo tan noble como es la glorificación de vuestra Santa Fundadora.
Aún tenemos muy presente el recuerdo de la jomada que vivíamos hace una semana en Roma: la Basílica de San Pedro todavía más bella que de costumbre; aquella peregrinación española, tan numerosa, con su piedad y con el clamor propio de su fe; vosotras, las Religiosas Esclavas, llegadas allí de tan distintas partes del mundo; las alumnas de vuestras casas, de diversos continentes y razas; sacerdotes, religiosos, obispos y cardenales de la Curia Romana o de otros sitios; luego, el cortejo pontificio, y el Santo Padre celebrando la misa, leyendo aquel decreto que, en el uso de sus facultades magisteriales, proclamaba Santa a vuestra Madre Fundadora, Santa Rafaela María del Sagrado Corazón.
La Iglesia de la santidad #
La alegría de este hecho religioso se renueva con frecuencia ahora en el Vaticano; pero no porque se repita con frecuencia la canonización o beatificación de siervos de Dios, deja de ser siempre algo nuevo para quien lo contempla con los ojos de la fe. Y en vuestro caso, doblemente nuevo, porque lo contemplabais con los ojos de la fe y del amor.
Se ha dicho repetidamente que Pablo VI, el Papa actual, habla con signos, ¡y cuidado, que habla también con palabras! Pero es cierto. Habla también con signos, con señales. Las busca deliberadamente. Y en el caso al que me estoy refiriendo, el de las renovadas canonizaciones que vienen produciéndose en la Iglesia en estos años, me parece que busca con toda deliberación una señal: lo dice o lo insinúa más o menos implícita o explícitamente para ver si lo entendemos. La señal que Pablo VI está dando al mundo y a la Iglesia de hoy con estas repetidas glorificaciones de los siervos y siervas de Dios, es como una invitación a toda la Iglesia, que no sólo es interioridad mística, sino también sociabilidad común, para que mutuamente unos a otros, los hijos de esta grande y santa Madre, nos demos ánimos en el camino de la salvación.
Y con estas canonizaciones, el Papa Pablo VI viene queriendo señalar como un doble hecho:
- La santidad de los propios testigos de Dios, para ejemplo nuestro: los santos.
- La santidad de la Iglesia misma, de la que estos santos se nutren.
Esta santa Iglesia de Dios, limpia y pura, eternamente joven, que con su palabra, con sus sacramentos, con la fuerza divina que corre por la sangre de sus venas, está alimentando a los hombres con el mismo frescor y la misma lozanía con que podía hacerlo el Señor mientras vivía en este mundo.
¡Amemos a esta Iglesia de la santidad!, nos está diciendo Pablo VI. Y para hacerlo mejor, nos propone cada cierto tiempo estas excelsas figuras que han sido testigos heroicos de su fidelidad al Evangelio y van diciendo, sin vacilaciones, todo lo que la Santa Iglesia les ha propuesto para seguir el camino de Jesucristo.
Y en el caso vuestro, queridas Religiosas Esclavas del Sagrado Corazón, me parece que tenemos que dar gracias también por la oportunidad de esta canonización de vuestra Fundadora. No solamente oportunidad (que nace de la coincidencia de fechas), lo cual no deja de ser interesante para quien considera con familiaridad vuestro Instituto, pero al fin y al cabo es algo muy localizado y circunstancial: año centenario del Instituto y año en que también se renueva el Consejo General que ha de regir vuestra Congregación; quizá también, se reformen o se renueven en la medida que convenga, vuestras Reglas y Constituciones. Todo esto hace oportuna la glorificación de Santa Rafaela María del Sagrado Corazón.
La santidad no se improvisa #
Pero yo no hablo de esta oportunidad. Estoy fijándome en otra. Y es la que nos es sugerida por los hechos de la misma vida de esta Santa. Voy a fijarme en algunos. Y en primer lugar en éste: lo que más se ha comentado ahora, con motivo de la canonización, es ese ejemplo maravilloso, extraordinario, del sacrificio y abnegación en grado supremo de los últimos treinta y dos años de su vida. Pero yo no me fijo ahora en este aspecto. Quiero contemplar otro. Porque el heroísmo de la santidad, manifestado en esa etapa de su vida, no se improvisa; las raíces vienen de atrás y están ocultas, y hay que descubrirlas.
Contemplo la figura de la Santa en su juventud: pura, noble, obediente, fiel a la Iglesia. Una joven que vive y se beneficia de la educación que recibe en una familia cristiana, en donde se vive el amor y el santo temor de Dios. Una joven bien dirigida en su conciencia por los que ilustran su espíritu y la encaminan hacia mayores manifestaciones de su entrega a Dios. Ahí es donde empieza a labrarse el secreto de sus futuras determinaciones. Santa Rafaela María fue una joven de carácter, de decisiones generosas, de entrega limpia en sus propósitos con fe y con amor a aquella Iglesia dentro de la cual crece en su niñez y en su juventud. Gracias quizá a esa atmósfera propicia y a la fidelidad con que ella respondió a las llamadas de Dios, dentro de ese género común de vida en que se desarrolló su juventud, pudo después responder a las llamadas del sacrificio heroico, cuando le fue pedido en un grado tan intenso que nos resulta casi incomprensible.
La lección es importante para vosotras. Religiosas Esclavas; para vosotras, mujeres, madres de familia y esposas; para todos cuantos estáis aquí. Porque a través de estos hechos vemos cómo el ideal cristiano puede encarnarse en un alma joven, en cualquier época y en cualquier circunstancia. Y hoy –he aquí la oportunidad a que me refería antes– hoy estamos encontrándonos con un panorama desolador para nuestra juventud. Estos muchachos y muchachas jóvenes, llenos de idealismos, a los cuales, sin embargo, se les está inoculando incesantemente por todos los medios por los que se puede llegar hasta sus conciencias generosas, se les está inoculando el veneno del olvido de Dios, del subjetivismo, de la anarquía religiosa, del desorden moral, con el pretexto de un desarrollo de la personalidad humana. Es un camino por donde se termina facilísimamente con la personalidad humana destrozada, mientras que el otro fácilmente lleva a esa manifestación gigantesca de personalidad en su doble condición humana y religiosa, como el que Santa Rafaela María nos ofrece.
A vosotras os hablaba el Santo Padre, Religiosas Esclavas, sobre vuestro Instituto y ponderaba con razón –puesto que todos los que tienen algo de conocimiento del mismo podemos certificar la afirmación que hacía–, ponderaba todo lo que habéis prestado como servicio excelso a la Iglesia en el campo de la educación de la mujer; no sólo en vuestros colegios, sino con otras obras a las que habéis dado impulso, de uno u otro carácter, pero siempre movidas por ese nobilísimo afán de formar a Cristo en el alma de las jóvenes a las que podíais llegar. Vivimos tiempos en los cuales todo esto está siendo sometido a la critica implacable, que nace incluso de nosotros mismos y ha arruinado muchas vocaciones religiosas, y ha hecho preguntarse con desorientación a muchos religiosos y religiosas si estaba justificada su vida de entrega a la formación de las jóvenes. ¡No lo dudéis jamás! Dudarlo hasta aquí era una temeridad de juicio y una manifestación de desconocimiento de lo que es el ser humano y la sociedad en que se desarrolla. Dudarlo a partir de ahora, después de la canonización de vuestra Fundadora, de las palabras que os ha dicho el Papa, sería casi una ofensa a esta Iglesia Madre, a la que debéis todo.
La fuente secreta del sacrificio diario #
En segundo lugar, quiero referirme a otro aspecto de la vida de esta religiosa, Santa Rafaela María, y es el que llega más adelante en esa segunda etapa que ahora contemplamos: la del desasimiento absoluto, la del abandono por parte de todos, la de su sacrificio silencioso día tras día durante treinta y dos años. Es lo que más llama la atención. Y otra vez volvemos a preguntarnos cuál era el secreto de esa conducta, de dónde sacaba fuerzas para poder actuar así.
Hecha la referencia que considero obligada a esas raíces primeras, el hecho es que la personalidad de Santa Rafaela María fue enriqueciéndose sin cesar, gracias a un carisma especial que el Señor supo infundirle en sus propósitos: el amor a la Eucaristía. Esa adoración eucarística de la que el Santo Padre hablaba también diciendo: Adoración renovada, pero no desvirtuada. Esa adoración a la Eucaristía, esa unión con Cristo en el Sagrario y esa asimilación progresiva de lo que es el sacrificio del Señor, de ahí sacó ella fuerzas para realizar el suyo.
No es extraño, pero es también oportuno recordarlo, porque es otra de las manifestaciones de desorientación que se han producido en nuestro tiempo. Ya es hora de que avancemos hacia adelante con más alegría que hasta aquí, sin necesidad de este revisionismo insensato, del cual lo único que se saca es la obligación tardía de volver a restablecer lo que habíamos perdido; pero, como se hace tan tarde, ya no se puede remediar después lo que en el camino ha ido quedando deshecho y destrozado. Valió para la Madre Rafaela María, pero es que hace pocos días la Madre Teresa de Calcuta, la que ahora acaba de fundar en Roma un Centro para recoger esos desechos humanos a los que nadie presta atención, ha dicho unas palabras ahora, en nuestros días, que nos recuerdan lo mismo que podía decir con las suyas Santa Rafaela María. Le hablaban del Centro que se le ofrecía en los suburbios de Roma para poder dedicarse a esa labor de apostolado impresionante, que le ha hecho testigo de Dios ante un mundo agnóstico, puesto que es la única religiosa que ha acumulado premios civiles de gobiernos y de instituciones incluso ateas, pero que se rinden conmovidos ante la magnitud del testimonio de caridad y sacrificio que viene dando. ¿Sabéis lo que ha dicho? «La casa que yo necesito para mis pobres ha de ser pobre». Pero ante las dificultades que surgían por la falta de local, cuando alguien propuso que se podría prescindir de la capilla, ella contestó: «¡Ah! ¡Eso no! Porque yo no soy capaz de ver a Jesucristo en los pobres si no lo contemplo en la Eucaristía». Necesita la hora o las dos horas de adoración para poder tener después la fuerza necesaria para contemplar a Cristo en el rostro llagado de esos miserables a los que su caridad ha recogido.
Esla fuerza de la Eucaristía es Cristo vivo. Se nos da Él, se nos quiere dar, quiere que recibamos esa fuerza, ¿por qué prescindir de ella?
El Papa decía: Adoración a la Eucaristía, renovada, nunca desvirtuada. Para la renovación tenéis instrucciones suficientes, nacidas de los documentos de la Santa Sede, y completadas con prudencia por las reflexiones propias que podéis hacer, pero que no prevalezca nunca jamás en la Congregación de Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús el ansia de renovación de que ahora se habla sin cesar, con menosprecio de esta fuerza maravillosa que tiene la Iglesia Santa para fortalecer diariamente a los que se acercan a Ella. Ahí es donde yo encuentro la otra raíz que hizo a vuestra Fundadora capaz del sacrificio tan ejemplar de la segunda etapa de su vida.
Búsqueda y encuentro de «lo santo de Dios» #
Por último, el tercer dato: ella buscó, podíamos decir, «lo santo de Dios». Repito la expresión: «lo santo, lo santo de Dios, lo santo de Dios». Un alma que tiene fe, a medida que va progresando en la fe, va buscando más lo santo de Dios y se sumerge en la contemplación de la Trinidad y goza en la contemplación del misterio de la vida divina creadora, redentora, santificadora, fecundadora para todo, para la condición humana, para el progreso social, para el desarrollo del mundo en la fase actual y, en definitiva, para el sacerdocio, para la vida religiosa, para la verdad filosófica, para la belleza del arte, para todo cuanto es expresión de esa fuerza misteriosa de Dios creador que late en el mundo. Y cuanto más se entrega uno a la contemplación de lo santo de Dios, más fuerte se hace para poder dar ejemplo de santidad que luego tiene consecuencias fecundas, cuando nadie puede saberlo. Porque hoy, Religiosas, lo que sois vosotras hoy, las más jóvenes incluidas, lo debéis a las religiosas anteriores, a las generaciones que os han precedido, y ellas a las primeras que empezaron, a pesar de todo lo que sucedió. Pero particularmente a la oración y al sacrificio de vuestra Madre Fundadora. Todo es así en la Iglesia; todo lo debemos unos a otros. Y todo es así en las familias de la Iglesia.
Debéis pensar en las exigencias propias de vuestro apostolado, del mundo en que vivimos, pero tenéis que evitar los equívocos y las ambigüedades. Se habla continuamente de que es necesario renovarse para evangelizar mejor, pero yo pregunto, ¿qué es la evangelización?, ¿qué es?, ¿en qué consiste? Concretémoslo bien. Tenemos la palabra del Papa en un documento de una altura soberana, la Evangelii nuntiandi, en la cual se nos dan normas clarísimas para todos los apostolados que podamos emprender en la Iglesia, en orden a la evangelización del mundo contemporáneo. Se nos dice que, por parte de todos, debemos acentuar nuestra presencia en el mundo, porque es desde el mundo de aquí de donde tenemos que arrancar para salvarnos en el mundo de allá. Es cierto. Pero cada presencia tiene una identidad, un estilo, unas normas. No es lo mismo la presencia en el mundo del soldado, del artista, del profesor, de la novia, de la esposa, del sacerdote, de la religiosa. Todos tenemos que estar presentes en el mundo, pero con una presencia tal como la reclama nuestra condición de testigos de la trascendencia de Dios, desde la cual tenemos que partir para poder ser apóstoles de la promoción social, si es que ésta es la palabra que quiere utilizarse en lugar de usar la palabra permanente de la caridad cristiana, la cual lleva a todas las conclusiones.
Se nos habla continuamente de que no hay que llegar tarde, de que debemos estar muy despiertos los cristianos para poder estar atentos a las necesidades del mundo, no nos vaya a suceder lo que en tal o en cual época, y se aducen testimonios históricos que aparentemente prueban que hubo torpeza, inercia, pereza evangélica, al menos conforme a nuestros criterios revisionistas. Pero a los que hablan así tendríamos que decirles que, si esa manera de pensar no se matiza debidamente, el primero que llegó tarde fue Jesucristo, que dejó pasar siglos hasta el momento de su Encarnación. Y después dejó pasar la mayor parte de su vida en el silencio de un trabajo oculto. Más tarde dejó en simple semilla el Evangelio cuando podía transformar las culturas de aquel tiempo. Pero no lo hizo, porque no es ése el estilo de evangelizar.
Por consiguiente, que tampoco predomine en nosotros esa idea frecuentemente fascinante, porque suscita las energías de la generosidad por parte de aquellos a quienes les es propuesta: «no llegar tarde». Y para eso avanzar, romper muros, superar distancias, hacernos presentes en todo. Y en efecto, tan rápidamente se quiere avanzar, que muchas veces, cuando se llega, llegamos vacíos. No se puede dejar de llegar por infidelidad o por pereza, pero no se puede tampoco ir más allá de lo que la Santa Iglesia, con su Magisterio, con sus normas prudentes, con el ejemplo de sus santos, nos está diciendo constantemente. He aquí por qué pienso que el ejemplo de Santa Rafaela María es particularmente oportuno en la época que vivimos.
Lo es para vosotras, Religiosas Esclavas, para las cuales deseo todo el entusiasmo apostólico que nace de una vocación generosa. Yo os contemplaba también hace una semana en la Basílica de San Pedro, y pensaba cómo detrás de cada una de vosotras había una vida, una juventud, una edad madura, una ancianidad venerable, lo que sea, según los años de cada una; hay un compromiso con Dios. Ha habido un esfuerzo serio que os ha obligado a luchar para manteneros fieles. Y también pensaba en vuestras familias que os han cedido a Dios, renunciando a cualquier visible compensación humana, como la que puede tener o nacer del trato tan directo con sus hijos en el mundo.
Vosotras estáis hoy aquí y podéis estar mañana en cualquier lugar remoto para poder repetir la frase de San Francisco Javier, cuando navegaba por los mares de China: «desprovisto de todo auxilio humano». Contemplo esas vidas vuestras y os animo a que mantengáis el entusiasmo apostólico, pero manteneos fieles. ¡Cuidado con la palabra tan repetida de las renovaciones, tantas veces sin sentido! La tradición de la Iglesia no es inmovilismo pétreo, es fuerza renovadora; no es costumbrismo que pasa, sino fidelidad que se transmite de unos a otros. Es sangre que corre y sigue dando vida, y puede hacer hoy santas de nuestro tiempo, pero que no lo serán sin vivir en coherencia profunda, aunque los estilos sean distintos, con las santas de ayer.
El mandato de la fidelidad #
No soy indiferente a vuestra Congregación. Llevo sobre mí recuerdos muy gratos. Tengo hoy la cruz pectoral de la Asociación de Adoradoras del Santísimo Sacramento que las Esclavas de Valladolid me ofrecieron el día de mi consagración episcopal. Fui infinidad de veces por vuestra casa de allí. Mi apostolado era con la Asociación de Adoradoras, pero algunas veces también hablé con las religiosas. Había entonces un juniorado extraordinario, llamaba la atención. La formación religiosa que adquirían, su vida litúrgica, el canto gregoriano, otros cantos populares. La capilla de las Esclavas de Valladolid tenía siempre adoradores del Santísimo Sacramento, muchos de ellos desconocidos. Yo trataba mucho con los hombres de Valladolid, en talleres de obreros, en barriadas, en la Universidad, en las calles céntricas. Pude conocer muchos aspectos desconocidos de la vida de muchas familias. Allí, en aquella capillita humilde, en aquélla, adorando al Santísimo Sacramento, muchas tardes de invierno o de verano, aparecían a las horas menos pensadas hombres que yo conocía y que allí, junto al Señor, decidían sus destinos o cambiaban de vida, ¡y hasta el canto de las religiosas les ayudaba! No hago apología de este rito o de aquel canto; quiero decir que cuando hay entusiasmo, convergencia de propósitos, se logran, aun sin pretenderlo, manifestaciones de fe y piedad que atraen a los demás y llegan a ejercer influencias invisibles.
Además de estos recuerdos, tengo que invocar que fue un Arzobispo de Toledo, predecesor mío, el Cardenal Moreno, el que aprobó vuestra Congregación en el siglo pasado. Por todo lo cual, como sacerdote de Valladolid que recuerda los tiempos de su apostolado, y como Cardenal de Toledo hoy, me encuentro aquí con satisfacción espiritual y religiosa. Pero no hubiese cumplido con mi deber si no os hubiera dicho, al amparo y ante la exigencia del recuerdo de vuestra Fundadora, lo que a mi juicio y apoyándome en las palabras venerables del Papa son mandatos suyos para la fidelidad. Por este camino, vuestra Congregación seguirá dando gloria a Dios y realizando un beneficio inmenso, aun cuando os parezca que no es así. Pero si prevalecen los criterios subjetivistas y personales, las renovaciones incesantes por afán de renovar, sin meditarlas en la oración y sacrificio, sin verlas de acuerdo con la doctrina de la Iglesia, si prevalecieran esos criterios, no podréis tener la gozosa fecundidad que vuestro Instituto ha tenido hasta aquí.
Dios quiera bendeciros, y por mediación de vuestra Santa Madre Fundadora, en todas vuestras casas, en donde quiera que haya un grupo de religiosas y una obra promovida por las Esclavas, vuelva a existir el gozo del apostolado, la conciencia de lo que es la fe y el deseo de ser testigos de Cristo en el mundo actual.