El mes de mayo, mes de María

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El mes de mayo, mes de María

Exhortación pastoral, abril de 1984. Publicada en el Boletín Oficial del Arzobispado de Toledo, mayo 1984.

La llegada del mes de mayo me ofrece una ocasión propicia para hablaros de nuestra piedad y devoción a la Santísima Virgen María. Concretamente deseo referirme al llamado Ejercicio de las flores, que, bien practicado, puede ser un medio eficacísimo para honrar a la Madre de Dios y nuestra, y para despertar en el pueblo cristiano hondos sentimientos de una espiritualidad renovada y beneficiosa para todos.

Hace tres años, el 4 de mayo de 1983, nuestro Santo Padre el Papa exhortaba a los fieles: «En este mes de mayo elevemos los ojos a María, la Mujer que fue asociada de manera única a la obra de reconciliación de la humanidad con Dios. Según los designios del Padre, Cristo debía realizar esta obra mediante su sacrificio; pero estaría asociada con Él una mujer, la Virgen Inmaculada, que se presenta así ante nuestros ojos como el modelo más alto de la cooperación en la obra de la salvación»1.

Asimismo, escribió Pablo VI: «Nos es muy grata y consoladora esta práctica tan honrosa para la Virgen y tan rica de frutos espirituales para el pueblo cristiano. Porque María es siempre camino que conduce a Cristo. Todo encuentro con Ella no puede menos de terminar en un encuentro con Cristo mismo. ¿Y qué otra cosa significa el recurso a María sino el buscar entre sus brazos, en Ella, por Ella, y con Ella, a Cristo nuestro Salvador, a quien los hombres, en los desalientos y peligros de aquí abajo, tienen el deber, y experimentan sin cesar la necesidad, de dirigirse como a puerto de salvación y fuente trascendente de la vida? Precisamente porque el mes de mayo nos trae esta poderosa llamada a una oración más intensa y confiada, porque en él nuestras súplicas encuentran más fácil acceso al corazón misericordioso de la Virgen, fue tan querida a nuestros predecesores la costumbre de escoger este mes consagrado a María»2.

Y así como a imitación del Apóstol de las gentes no debemos cesar de predicar a Jesucristo crucificado, de donde nos viene nuestra Redención, así también hemos de pregonar con asiduidad las grandezas de su Madre Santísima, tratando por todos los medios de dar el debido culto y presentar a la imitación del pueblo la Obra maestra de los siglos, el Tesoro de Dios, la Virgen María, a quien se dignó asociar el Padre a la obra redentora de su Divino Hijo. «Para Ella la participación en el drama redentor fue el término de un largo camino… La presencia en el Calvario, que la permitía unirse de todo corazón a los sufrimientos del Hijo, pertenecía al designio divino: el Padre quería que Ella, llamada a la más total cooperación en el misterio de la redención, quedase totalmente asociada al sacrificio y compartiese todos los dolores del Crucificado, uniendo la propia voluntad a la de Él, en el deseo de salvar al mundo»3.

Mayo, corazón de la primavera #

La Iglesia santa, maestra de las costumbres del pueblo cristiano, logró hacer del mes de mayo una fiesta continuada de la piedad mariana.

Mayo es, en efecto, el corazón de la primavera en la que todo sonríe, porque en nuestras latitudes la naturaleza se viste de sus mejores galas y los campos se esmaltan con el color variado de sus flores hermosas. Todo es fragancia, verdor y lozanía por doquier, que fácilmente invita a ofrecer a la más bella de las criaturas, la tota pulchra, la toda hermosa; deliciis affluens, rebosante de delicias, un homenaje de las almas como el que brota a raudales de la exuberancia de la tierra. Con las flores del campo, el perfume de las almas buenas. Espectáculo magnífico, emotivo y lleno de ternura el que presentaban muchos hogares católicos y la casi totalidad de nuestros templos, en tiempos pasados, cuando las familias cristianas, una vez terminadas las faenas del día, reunidos padres e hijos alrededor del altar engalanado con profusión de flores, practicaban el ejercicio del mes de mayo.

Ved cómo se refería a esto el Papa Pío XII: «Hay otras prácticas de piedad que, aunque en rigor de derecho no pertenecen a la sagrada liturgia, tienen, sin embargo, una especial importancia y dignidad, de modo que en cierto sentido se tienen por insertas en el ordenamiento litúrgico, y han sido aprobadas y alabadas una y otra vez por esta Sede Apostólica y por los obispos. Entre ellas se deben contar las preces que durante el mes de mayo se dedican a la Virgen Santísima… Estas prácticas de piedad incitando al pueblo ya a frecuentar asiduamente el Sacramento de la Penitencia, ya a participar digna y piadosamente en el Sacrificio Eucarístico y en la Sagrada Mesa, ya también a meditar los misterios de nuestra Redención y a imitar los insignes ejemplos de los Santos, nos hacen así intervenir en el culto litúrgico, no sin gran provecho espiritual»4.

No hay duda que, en los últimos tiempos, caracterizados por una desacralización funesta sin precedentes en la historia, ha decaído no poco esta práctica tradicional del mes de mayo, pues serán hoy contadísimos los hogares donde se rinda ese culto fervoroso a la Santísima Virgen practicado por nuestros antepasados. Y aún es más de lamentar la supresión del mismo en parroquias, en colegios y centros de la Iglesia.

Tal abandono ha representado una enorme pérdida para la piedad cristiana, más aún, ha cegado un manantial perenne de bendiciones para la juventud y las familias, e indirectamente, para la misma sociedad.

Encaja a este propósito lo que se cuenta en la vida del santo Cura de Ars. Cierto día, entre la concurrencia que acudía de continuo a visitarle, apareció una señora vestida de luto y llorando porque acababa de perder a su marido, persona poco amiga de la religión y que se había suicidado arrojándose desde lo alto de un puente. El santo la consolaba, diciendo: «No tenga pena, su marido está en camino de salvación». La señora no se lo podía creer, pues le constaba que era indiferente en materia religiosa y había muerto sin sacramentos de la manera dicha. Insistió el santo que estaba en camino de salvación, porque la Virgen le había conseguido la gracia de un arrepentimiento sincero en el momento en que se arrojaba del puente, en pago de que, durante el mes de mayo, a pesar de su falta de fe, se unía a su esposa en el ejercicio de las flores para honrarla.

La Iglesia, purificadora de costumbres #

La dedicación del mes de mayo a María fue surgiendo como una reacción cristiana contra las costumbres del paganismo. Porque en los tiempos antiguos el inicio de la primavera era acogido con aplausos frenéticos, fiestas y regocijos populares, de exaltación del amor apasionado y lascivo. En tales juegos libertinos participaban hombres y mujeres, ataviados con vestiduras multicolores, que estaban vedadas en otras circunstancias. Se adornaban con guirnaldas las fachadas de los edificios, y los participantes en tales algazaras colocaban sobre sus cabezas coronas de flores.

El carácter lujurioso de tales fiestas no se extinguió hasta desaparecer el paganismo, y aun en la baja Edad Media, tan rica ya en diversas manifestaciones de fe, rebrotaban estas fiestas del desenfreno, que provocaban reacciones lógicas en la autoridad eclesiástica. San Carlos Borromeo, por citar un caso, se vio obligado a emplear medidas no poco rigurosas en contra de las orgías organizadas en Milán los primeros días del mes de mayo, según se deduce de las actas de un Sínodo Provincial convocado en su Iglesia.

Se tardó poco en comprender que para una renovación de las almas era mucho más eficaz y positivo tratar de purificar aquellas costumbres, orientándolas hacia la celebración festiva de la piedad mañana, que dictar leyes severas. La Iglesia, pues, encontró la solución frente a aquella lacra del desenfreno, de manera muy sencilla: hacer resplandecer con mayor fulgor ante los ojos de las multitudes las bellezas de la Santísima Virgen, dedicándole ese mes lleno de encanto, por los muchos rasgos de identidad y similitud encerrados en su persona, reflejados de alguna manera en las maravillas de la naturaleza.

Algunas notas históricas #

No sabemos cuándo comenzó esta práctica, aunque hay indicios de que es muy antigua. Ya en la Baja Edad Media se ofrecían obsequios a María durante este tiempo. Los historiadores aducen una prueba que, si bien no es definitiva, nos puede dar alguna luz. En la vieja abadía de Cluny existía un capitel románico muy significativo. Dentro de su aureola aparecía la figura de la Virgen y a su alrededor se leía este hexámetro:

Ver primos flores, primos adducit honores.

La primavera trae (para María) con las primeras flores, los primeros honores. Señal manifiesta de que, desde muy antiguo, la piedad cristiana gustó de asociar a María al más bello despertar de la naturaleza, viendo en la variedad de encantos y fecundidad riente de la primavera un signo claro de la esplendente hermosura de nuestra Madre del Cielo.

La liturgia, desde tiempo inmemorial, aplicó a María aquellas dulces palabras del Cantar de los Cantares: Levántate, amada mía, paloma mía, hermosa mía, y ven Porque ya pasó el invierno, cesó la lluvia, las flores han aparecido en nuestros campos, ha llegado el tiempo de la poda y se oye la voz de la tórtola… Ven y serás coronada con la diadema de las gracias (2, 10-13). Eran como tiernos suspiros de amor que brotaban de la fe y poco a poco iban extendiéndose por toda la Iglesia, en todos los países. Los españoles tenemos una prueba palmaria de que ya en el siglo XIII existía en nuestra patria algún síntoma de relación entre el mes de mayo y María, por cuanto Alfonso X el Sabio, en una de sus preciosas Cantigas, da la bienvenida al mes de mayo, repitiendo en cada una de las estrofas cómo es una ocasión propicia para impetrar de la Virgen todo cuanto necesitamos. He aquí el texto en su sabor de un romance balbuciente:

Ben venas, mayo, con bonos manjares
et nos roguemos en nossos cantares
a Santa Virgen ante os seus altares
que nos defenda de grandes pesares.

Parece, pues, que a finales del siglo XII debía existir la costumbre de reunirse en el mes de mayo en torno al altar de la Virgen para rendirle homenaje y solicitar de Ella toda suerte de gracias.

Poco después, en el siglo XIV, el Beato Enrique Suso, entre las varias manifestaciones de su tierno afecto, solía consagrar a Ella la primavera, estación de las flores. Tejía con ellas una hermosa guirnalda y la llevaba ante el altar de la Señora, ofreciéndosela arrodillado, a la vez que le dirigía las más conmovedoras plegarias. A su imitación, y por la misma época, consta que las personas piadosas comenzaron a depositar también las primeras flores de los campos ante la imagen de la Virgen.

San Felipe Neri solía reunir a los niños en torno al altar de María para que le ofreciesen, junto con las primeras flores, las plegarias salidas de sus inocentes corazones. Por tal motivo ha sido considerado por algunos como el verdadero impulsor –o casi iniciador– de la devoción del mes de mayo; pero, aunque fuera cierto, no tuvo muchos imitadores hasta pasado algún tiempo.

En 1664, los colegiales de los PP. Jesuitas de Colonia inauguraron los ejercicios del mes de mayo como homenaje a la Reina del Cielo. Medio siglo más tarde se multiplicaban los manuales impresos para propagar tal devoción, que conservó su carácter privado hasta finales del siglo XVIII. A partir de esta época se propagó por toda la Iglesia y con motivo de la definición del misterio de la Inmaculada Concepción –que con tanto entusiasmo fue acogido por el pueblo cristiano– la práctica de tal devoción aumentó sin cesar con evidente provecho de las almas hasta hace pocos lustros, en que tan torpemente ha sido olvidada por muchos o relegada al rincón de los recuerdos piadosos, en nombre –decían– de una espiritualidad más cristocéntrica o más conforme a las orientaciones del Concilio Vaticano II.

Pero la doctrina del Concilio no puede ser más clara, luminosa y terminante: «El Sagrado Concilio exhorta a todos los hijos de la Iglesia a que cultiven generosamente el culto, sobre todo litúrgico, hacia la Bienaventurada Virgen, y que también estimen mucho las prácticas y ejercicios de piedad hacia Ella, recomendados en el curso de los siglos por el Magisterio de la Iglesia» (LG 67). Y no puede caber duda de que entre esas prácticas ocupa lugar eminente, a juzgar por lo que siguen diciendo los Papas y la experiencia de la piedad cristiana, la de celebrar el mes de mayo con el fervor mariano acostumbrado.

Nuevas modalidades #

Así, pues, hemos de procurar que esta práctica, que durante siglos fue tan bien acogida por el pueblo cristiano, no desaparezca, sino, por el contrario, que siga siendo como un venero de agua limpia y cristalina que llegue a nuestras comunidades cristianas. Buscad, en unión con vuestros Consejos Pastorales, nuevos modos de celebración, estudiando y proponiendo iniciativas adecuadas, en consonancia con lo que piden la psicología actual y las normas litúrgicas.

Si se celebra la Misa, dad siempre la máxima importancia a la Eucaristía, animando a los fieles a la participación más fructuosa posible. La homilía, las preces, los cantos, las oraciones finales, pueden ayudar a una mayor inteligencia de lo que se celebra y a una catequesis provechosísima sobre los principales misterios de la religión, en que se apoyan los fundamentos del culto mariano5.

Si se celebrase independientemente de la Santa Misa, un modo muy apto sería: rezo del Rosario, con participación de diversos grupos, ejercicio de las flores, breve exhortación, oración de los fieles y canto de despedida.

Sea éste, o sea otro el esquema de la celebración, moved al pueblo, a los jóvenes, a los niños, a las familias, ayudadles a todos a participar en los cultos que organicéis.

Exhortación final #

El culto especial a la Virgen María durante el mes de mayo no debe desaparecer. Lo hemos practicado desde nuestra más tierna edad y siempre ha sido beneficioso para todos. Quisiera verlo de nuevo floreciente en todas nuestras parroquias, en los colegios y centros de la Iglesia, en todos los centros escolares donde sea posible. De él pueden brotar serenas energías espirituales, sobre todo para los jóvenes que, al honrar a María y querer imitar sus virtudes, frecuentarán más los sacramentos para mejor proclamar y defender su fe en un mundo en que es tan combatida.

Aprovechad, amados sacerdotes, esta ocasión del mes de María para hablar al pueblo sobre la Madre del Cielo. Predicad sus grandezas, extended cuanto podáis su devoción, seamos todos dignos de tal Madre. Y vosotros, queridos fieles de nuestra Archidiócesis de Toledo, acudid a los cultos tradicionales en honor de la Santísima Virgen. Suplicad su intercesión al elevar a Dios vuestras oraciones por las necesidades de la Iglesia, por el Santo Padre, por nuestra patria, tan necesitada del auxilio de María, por vuestras familias y, en fin, por nuestra diócesis.

Termino con palabras de Pablo VI: «A María se eleven en este mes mariano nuestras súplicas para implorar con crecido fervor y confianza sus gracias y favores. Y si las graves culpas de los hombres pesan sobre la balanza de la justicia de Dios y provocan su justo castigo, sabemos también que el Señor es el padre de las misericordias y Dios de la consolación (2Cor 1, 3) y que María Santísima ha sido constituida, por Él, administradora de los tesoros de su misericordia. Ella, que ha conocido las penas y las tribulaciones de aquí abajo, la fatiga del trabajo cotidiano, las incomodidades y estrecheces de la pobreza, los dolores del Calvario, socorra, pues, las necesidades de la Iglesia y del mundo; escuche benignamente las invocaciones de paz que a ella se elevan desde todas las partes del mundo; ilumine a los que rigen los destinos de los pueblos, y obtenga de Dios, que domina los vientos y tempestades, la calma también en las tormentas de los corazones que luchan entre sí y det nobis pacem in diebus nostris, la paz verdadera, la que se funda sobre las bases sólidas y duraderas de la justicia y el amor, justicia hecha al más débil, no menos que al más fuerte, amor que mantenga lejos los extravíos del egoísmo, de modo que la salvación de los derechos de cada uno no degenere en olvido o negación del derecho de los otros»6.

1 Juan Pablo II, Homilía del 4 de mayo de 1983.

2 Pablo VI, Encíclica Mense Maio, del 25 de abril de 1965: AAS 57 (1965) 353ss.

3 Juan Pablo II, Homilía del 4 de mayo de 1983.

4 Pío XII, Encíclica Mediator Dei, n. 45.

5 Cf. Pablo VI, Exhortación apostólica Marialis cultus, 2 de febrero de 1974: AAS 56 (1974) 113ss.

6 Pablo VI, Encíclica Mense Maio, 1. Recomiendo vivamente la lectura de estos dos documentos citados: del primero, por estar dedicado expresa y totalmente al mes de mayo; del segundo, porque, escrito después del Concilio Vaticano II, tiene como objetivo concreto «la recta ordenación y desarrollo del culto a la Santísima Virgen».