Prólogo para la edición de 1976 de «Magisterio episcopale», publicada en Verona, Italia, con el contenido de numerosos documentos del episcopado católico de numerosos países.
En los años 1974-1975 la vida de la Iglesia, en su expresión más externa y visible, ha estado marcada por dos acontecimientos de magnitud universal: el Sínodo de los obispos en el primero y el Año Santo en el segundo.
En una consideración, en que predomina el amor por encima de los datos cronológicos, no se puede separar el uno del otro, aunque su inmediata sucesión haya sido debida únicamente al mecanismo de las fechas, que, previamente señaladas y sin haberlo pretendido nadie, permitieron establecer un vínculo entre la Jerarquía y la muchedumbre de los creyentes, de singular significación teológica y pastoral.
En efecto, acaso por primera vez en la historia nos haya sido dado contemplar casi simultáneamente, de modo bien visible, todos estos datos: un Papa que convoca a sus hijos en Roma para la renovación y reconciliación en el interior de la Iglesia, ofreciéndoles, junto al sepulcro de los Apóstoles, las gracias del perdón y de la misericordia divina; una esperanza mil veces proclamada por ese mismo Pontífice de que el rostro de la Iglesia, así purificado por la fe y por la gracia, contribuya con el fulgor de su belleza renovada a una mejor evangelización del mundo; una Jerarquía proveniente de todos los países de la tierra, que se reúne en Roma para hablar precisamente sobre la evangelización del mundo contemporáneo y ofrecer su responsable cooperación al Pastor supremo para la santificación de los hombres y su acercamiento al Evangelio; y por fin, la presencia de las gentes llegadas de los lugares y países más diversos, para afirmar su fe, para rezar, para confesar sus pecados y solicitar el ansiado perdón, para escuchar la palabra de vida, que el Papa predicaba día tras día incesantemente, nunca abatido por el cansancio manifiesto, siempre reconfortado por la confianza de los que en él buscan a Pedro.
¡Qué expresión tan cabal y tan lograda de lo que es el misterio de la Iglesia! Un Papa que llama para predicar a los hombres el misterio de la salvación, como los Apóstoles a partir de Pentecostés; con él, el Colegio Episcopal –digamos Apostólico–, que invita a la misma eterna novedad; un pueblo que se congrega y escucha para dejarse transformar en el interior de su corazón; y un mundo, al que su propia indiferencia no es capaz de tranquilizarle en su actitud de alejamiento de Dios, a quien busca sin saberlo. En la Iglesia, durante estos dos años, se ha hecho más visible su condición de pueblo de Dios en marcha. La convocatoria y la respuesta, al ser tan públicas y tan generosas en la proclamación de los motivos a que obedecían; la reflexión doctrinal y la revisión, por parte de los obispos del Sínodo, del ejercicio de su responsabilidad pastoral para evangelizar mejor; e inmediatamente después, las muchedumbres o los pequeños grupos de fieles, con sus pastores, que cantan, rezan, afirman, esperan, piden perdón y elevan sus miradas a Dios Padre por medio de Jesucristo, el Salvador, acompañados y fortalecidos por la palabra y los sacramentos, participando en la Eucaristía, bebiendo de la Tradición, y sumergidos en los afanes creadores de la hora presente; atentos y obedientes, pero no pasivos, a lo que la Jerarquía señala y determina; todos unidos y tan diversos, de tan distintas razas, pero formando una sola familia… Todo esto ha sido tan hermoso y tan expresivo de la riqueza única de la Iglesia de Cristo, que cualquiera hubiera podido preguntar: ¿Quiénes son los evangelizadores y quiénes los evangelizados?
Y la respuesta más justa hubiera sido ésta: Todos, porque aquí está el Pueblo de Dios, en el que todos, con arreglo a su propia función, prestan su colaboración a la misión de la Iglesia.
Pues bien, dentro de este panorama, en que resaltan los dos acontecimientos aludidos, y alimentando a ese Pueblo de Dios con la doctrina de la Verdad y de la Vida, aparece, con el relieve que le corresponde, la enseñanza de los maestros de la fe, que tratan de cumplir con su misión de comunicar y de guiar. Esto es lo que nos ofrece una vez más Magisterio Episcopale, de Verona, con esta espléndida colección de documentos de obispos de tantas Iglesias del mundo, continuando la labor iniciada hace años.
El tema de la Renovación y la Reconciliación en el interior de la Iglesia brota sin cesar de la pluma de los obispos, haciéndose eco de la llamada del Papa, con dolor por las lacerantes divisiones, que han surgido en la Iglesia, y con la esperanza firme de que puedan ser superadas, al encontrarnos unos y otros en un amor más puro y más vivo a Dios, que facilite el amor entre nosotros.
La evangelización del mundo de hoy es también objeto primordial de la enseñanza de los diversos episcopados, ya sea de cara al Sínodo, que se va a celebrar, ya como comentario a lo que en el Sínodo se ha dicho, enseñanzas todas estas que alcanzarían plena culminación en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, uno de los mejores documentos del pontificado de Pablo VI.
También los agentes de la evangelización han merecido de los obispos, en estos dos años, la solicitud pastoral de sus reflexiones, como lo vemos en las que aparecen sobre el sacerdocio, los religiosos, las vocaciones sacerdotales, la familia, la escuela, las misiones…Particularmente importante es el tratamiento de temas teológicos, como la relación entre salvación y liberación humana, el Espíritu Santo, los carismas, la Tradición, la fe en Jesucristo, los sacramentos, la sagrada Liturgia… y los de moral católica, amenazada en nuestros días por la agresión de las costumbres e incluso de las leyes sobre el aborto, el desprecio a la vida y la permisividad pornográfica. Los enfermos y los ancianos son objeto de múltiples llamadas de atención llenas de amor y respeto. Como lo es la familia, sin la cual la Iglesia apenas sería nada. Abundante es también la reflexión sobre las Iglesias locales con sus problemas y preocupaciones propias…, sobre la paz, el trabajo, la caridad, la justicia, la dignidad del hombre, la educación, los emigrantes, el desarrollo económico, el campo y la industria, etc., etc. Son todos ellos aspectos más vivos y concretos del magisterio episcopal, siempre estimulado por el sentimiento del amor al hombre.
En suma, este nuevo volumen de Magisterio Episcopale nos muestra una vez más la vibración de la Iglesia, a través de la enseñanza pastoral y la reflexión teológica de sus obispos, estimulada y mantenida por su propia fe y por el calor de su corazón. Se precisa cada vez mejor la acción del trabajo apostólico; se disipan sombras, que habían ido apareciendo estos años sobre la doctrina que hay que mantener para permanecer fieles; se señalan campos y tareas apostólicas nuevas, exigidas por la situación de los hombres en el mundo de hoy; se proclama abiertamente la necesidad de la oración y la vida interior para toda auténtica evangelización. Es hermoso contemplar un horizonte tan bello como el que estas páginas nos ofrecen. Los compiladores de las mismas merecen la más profunda gratitud.