El Seminario como escuela sacerdotal

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El Seminario como escuela sacerdotal

Carta-prólogo de la obra de Apolinar del Corral Martínez, titulada «Historia y pedagogía del Seminario de Astorga», 1992.

Toledo, 10 enero de 1992
D. Apolinar del Corral Martínez
Sacerdote
PONFERRADA

Querido Apolinar:

En las páginas del Boletín Oficial del Obispado de Astorga, correspondiente a los meses de mayo-junio del pasado año, presentas tú mismo la tesis doctoral Historia y pedagogía del Seminario de Astorga: 1766-1966, defendida poco antes en la UNED. Es interesante, para estudiosos y amigos como para cualquier otra persona interesada por la Institución, así la primera parte del trabajo –“Historia del Seminario de Astorga: 17661966”–, como la segunda, en que reflexionas y sacas conclusiones de dicho centro en la misma época.

Se trata de los primeros 200 años de vida del Seminario asturicense. Una época larga, que habla en su conjunto de logros y aciertos notables, a pesar de las dificultades y contingencias, propias también de la condición humana y de los tiempos que cambian.

Resultan igualmente evocadores los títulos de los diferentes capítulos. Y somos sin duda alguna muchos los que compartimos tu aspiración tan legítima: “Ojalá la presente tesis sobre el Seminario de Astorga, aún inédita, pueda ver la luz de la publicación…”

Me pides ahora unas palabras de presentación, porque este deseo tuyo va a ser realidad. Te las envío de buen grado.

Primero, porque también yo pude vivir unos años –los de mi servicio episcopal en Astorga– cobijado bajo sus muros y compartiendo con los superiores, profesores y alumnos de aquellos años el calor de la misma casa. Pude seguir entonces, muy de cerca y con todo empeño, los pasos de quienes iban acercándose al sacerdocio. Más aún, a un centenar de alumnos, que hoy trabajan en la Diócesis y en otros lugares de España y de Hispanoamérica, pude imponerles mis manos.

Fue entonces, cuando impulsado por la brisa renovadora del concilio Vaticano II, logré escribir en marzo de 1964: “Esto es lo mejor y más glorioso que Astorga tiene en su historia: haber sido capital de una Diócesis y centro cultural religioso de primer orden. Reconocedlo así, queridos astorganos. Dios no es un extraño para vosotros. Le amáis. Creéis en Él. Creéis también y amáis a Jesucristo y a su Iglesia. Y deseáis que vuestros hijos sigan creyendo y amando lo mismo que vosotros amáis y creéis hoy.

“Para ello es necesario que siga existiendo el servicio que nuestro sacerdocio ofrece. Ayudadnos a que podamos seguir ofreciéndolo. Ayudadnos a conseguir que el Seminario Mayor, este Seminario vuestro, que conocéis todos y que tiene una historia tan limpia, alcance los objetivos que se ha propuesto”.

Respondo, en segundo lugar, a tu invitación, porque trato de animar a ti y a otros sacerdotes jóvenes a realizar nuevos trabajos de investigación y de estudio, que recuerden a todos las lecciones de vida, que otras épocas nos han ofrecido. Sólo así los esfuerzos de hoy, debidamente conjuntados, seguirán produciendo fruto y serán garantía y presagio de nuevos aciertos. La esperanza cristiana no defrauda jamás y en ella nos apoyamos.

Espero tener oportunidad de leer pronto tu libro y de hojear el apéndice documental de que me hablas. Tu agradecimiento sincero a los sacerdotes hermanos y concretamente a los que ya han fallecido, te honra. Al hacerse oración por ellos, quiero que también les acompañe la mía. En favor de los que han recibido la recompensa y de los que seguís en la brecha.

“El sacerdote es el hombre de Dios –nos ha recordado el Papa Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Pastores dabo vobis–, el que pertenece a Dios y hace pensar en Dios… Los que se preparan para el sacerdocio deben comprender que todo el valor de su vida sacerdotal dependerá del don de sí mismos, que sepan hacer a Cristo y por medio de Cristo al Padre”.

¡La escuela, donde se aprende esta enseñanza, es el Seminario!

Con mi cordial bendición.