Exhortación pastoral, de 1 de marzo de 1965. Texto en Boletín Oficial del Obispado de Astorga, marzo de 1965. 185-189.
Queridos diocesanos:
La ya inminente fiesta de San José nos brinda la oportunidad de ponernos una vez más en contacto con todos vosotros, sacerdotes y fieles, para confiaros nuestras preocupaciones relacionadas con el Seminario que nos es tan querido. Él es el centro de nuestros mejores afanes, porque entendemos que de él depende en gran parte la renovación espiritual de la vida diocesana. No hay, en efecto, vida cristiana sin la presencia de Dios en las almas: no se conseguirá esta presencia de Dios sin la acción sacramental de la Iglesia, y no puede haber acción sacramental sin los hombres de Dios encargados de realizarla. Bastaría esa sintética exposición para que todos los cristianos, y muy especialmente nosotros los sacerdotes, pensáramos en el Seminario como en algo que necesita la preocupación y la ayuda de todos.
Vivimos, por especial providencia de Dios, horas de renovación y de particulares exigencias de perfección espiritual, a las que no pueden estar ajenas la marcha y las estructuras del Seminario. El Concilio Vaticano II, con afán de revisión y con los documentos ya promulgados. nos traza programas muy concretos para nuestro quehacer pastoral. Es el momento de actuar y de poner en tensión nuestras energías mejores, para lograr que el mensaje salvador de Jesucristo llegue a todos los hombres y vitalice todas las estructuras humanas. Para ello necesitamos salir al encuentro de los hombres con inquietudes de conquista y de acercamiento: hablarles en su lenguaje, comprenderles en sus problemas, llenar sus vacíos espirituales, saciar sus ardientes deseos de felicidad, de una felicidad que quizá ignoran, pero que buscan incansablemente muchas veces por caminos descarriados: la felicidad que proporciona una conciencia impregnada de Dios.
Llevar a los hombres hasta Dios y poner a Dios en las vidas de los hombres podría ser la síntesis de esta exigencia y de este urgente programa que la Iglesia nos entrega y nos apremia. Llevar hasta Dios a unos hombres que han perdido la paz idílica de viejos tiempos, dominados por la tranquila posesión de ideas tradicionales, religiosas, sociales o políticas, y que se ven envueltos en los torbellinos de los nuevos tiempos, convulsionados y creadores de confusión para cuantos no se encuentren firmemente anclados en la seguridad de una visión clara de su dimensión humana, religiosa y sobrenatural. Los hombres sienten hoy, aun más que en otros tiempos, la necesidad del encuentro con el Dios que quizá desconocen, y que la Iglesia tiene que hacer manifiesto. Y si es verdad que a todos los cristianos obliga esta tarea apostólica, como una natural exigencia de su pertenencia a la Iglesia, esta obligación se hace singularmente apremiante para los sacerdotes, puestos por Dios entre los hombres como una ministerial prolongación del sacerdocio jerárquico instituido por Jesucristo en su Iglesia, con la misión sublime –¡que es un servicio sagrado!– de hacerle presente a Él entre los hombres que creen, para que aumenten su fe, y entre los que no creen, para que puedan encontrar los caminos que llevan a Dios. En esta línea de pensamiento no nos parece exagerado afirmar que la eficacia de la renovación conciliar que pretende la Iglesia, habrá de corresponder a la intensidad de la acción y del testimonio apostólico de los sacerdotes.
Esto nos obliga a no escatimar esfuerzos, por penosos que parezcan. que nos permitan cultivar esmeradamente la formación de los futuros sacerdotes en la línea bien definida por el Concilio. Con una minuciosa fidelidad a los principios de ayer, de hoy y de siempre; los valores insustituibles del amor ardiente a Jesucristo, a su Evangelio y a su Iglesia; de un sentido de austeridad y de pobreza que conviertan nuestra vida en testimonios evidentes; de un espíritu de sacrificio y desprendimiento, que sean una invitación constante aun para los más apartados de nuestros criterios; de un estilo de obediencia y de celo apostólico de quilates netamente evangélicos, que hagan de nuestra existencia una inmolación gozosa por el bien de los hermanos. Estos valores, siempre perennes, harán de los sacerdotes verdaderos hombres de Dios.
Pero junto a esto necesitamos capacitarles más y más en todos los aspectos humanos de su formación científica y sacerdotal, para que les sea también connatural su cercanía a los hombres de nuestro tiempo. No se podrá conseguir esta meta sin grandes esfuerzos de todos, y sin cuantiosas inversiones económicas. Porque con el aumento de las exigencias de formación aumentan también las necesidades de medios técnicos proporcionados.
Exigís sin medida al sacerdote de hoy y esperáis mucho de él, porque mucho necesitáis. Y hacéis bien en ello. Pero en la misma proporción debe manifestarse vuestra preocupación por facilitarle todos los necesarios medios de formación: edificio digno y modestamente acomodado a las exigencias pedagógicas de hoy. como los de ayer lo fueron también a las de su tiempo; instalaciones pedagógicas, deportivas, culturales, sanitarias, etc., eficientes. Podremos exigir mucho al sacerdote cuando le hayamos dado mucho.
En nuestra Diócesis, de gloriosa trayectoria en esta línea, seguimos esforzándonos por responder a esta exigencia, con las necesarias inversiones, que nos obligan a pedir una vez más vuestra ayuda generosa. en la medida de vuestras posibilidades siempre ilimitadas por lo menos en cuanto a la ayuda moral y espiritual que necesitamos sobre todas.
El Seminario Menor diocesano, próximo a ultimarse en sus estructuras fundamentales (otras instalaciones importantes se irán realizando paulatinamente), es ya una realidad gozosa, que se hizo posible gracias a los esfuerzos de todos.
Actualmente está también sufriendo una muy notable transformación el Seminario Mayor diocesano, no insensible al paso de los años, y será necesario continuar las obras de reforma, antes de que tengamos que lamentar males mayores debidos al natural efecto del tiempo, que gasta y que destruye.
Añadamos a esto la insuficiencia de la pensión de los alumnos, no obstante la reciente y última subida que fue necesario decretar, lo cual obliga a la Diócesis a invertir anualmente una cantidad superior a medio millón de pesetas para ayudar a seminaristas necesitados (sin incluir ayudas que el Seminario percibe de otros organismos civiles o de personas particulares)1 y añadamos también las necesarias inversiones que el Seminario debe hacer, para completar las nóminas de los profesores, para actualizar el material y mobiliario escolar y general, para inevitables reparaciones, etc., y llegaremos fácilmente a la evidencia de la necesidad que tenemos de la ayuda de todos los fieles de la Diócesis, ya que el Seminario es de todos, lo mismo que para servicio de todos son también los sacerdotes que en el Seminario se forman.
Pero hay todavía otra preocupación que debo confiaros. Nos habíamos propuesto como meta, al ver las posibilidades vocacionales de nuestra Diócesis, alcanzar la cifra de los mil seminaristas en un plazo de cinco años. Y antes del plazo señalado –quizá para el próximo curso– podremos contar ya con esta cifra. Ello es, para todos, gozosa alegría que no podemos ocultar. Pero es también problema que necesitamos solucionar: los Seminarios existentes en la Diócesis son insuficientes para dar cabida acomodada a todos. Esto ha sido un motivo más que nos ha impulsado a la construcción y erección de Colegios Diocesanos (Ponferrada. Fontey, Puebla de Sanabria y Vega de Espinareda), en los que nuestros niños diocesanos puedan comenzar sus estudios medios, con un clima de exigencia cristiana en el que puedan florecer muchas vocaciones juveniles o adultas, que pasen luego a los diversos Seminarios (Menor o Mayor). Es cierto que estas vocaciones habrán de ser necesariamente menos numerosas: pero serán también más firmes y más maduras. Porque la vocación, como llamada de Dios y como respuesta generosa del hombre, se hará más madura y más firme en la medida en que se haga más consciente.
Por eso no podemos terminar esta instrucción pastoral sin exhortaros muy encarecidamente a que no os contentéis con dar al Seminario vuestra ayuda económica. El Seminario necesita más de vosotros: necesita vuestros hijos. Os necesita a vosotros, niños y jóvenes de la Diócesis, Los que sentís en el alma ardientes deseos de belleza, afanes nobles de entrega a un ideal de servicio a los hombres hermanos, los que tenéis el alma abierta a la acción misteriosa y delicada de Dios en las conciencias.
«¿Recordáis? Dos discípulos de Juan, habiendo oído lo que él decía de Jesús, que pasaba por la orilla del Jordán: “he ahí el Cordero de Dios», fueron tras de Cristo. Cristo se volvió y advirtiendo que le seguían, les preguntó: ¿A quién buscáis? Ellos le dijeron: Rabí –que traducido quiere decir: Maestro– ¿dónde habitas? Y Él les respondió: “venid y veréis» (Jn 1, 38-39).»
«Si alguna vez, jóvenes, –queremos deciros con las mismas palabras del Papa felizmente reinante– esta misma pregunta brotase del fondo incierto y emocionado de vuestras almas, que han intuido que Cristo es el único Salvador, que es Él a quien buscáis y Él quien os busca, y saliera de vuestros labios el «Maestro, ¿dónde habitas?», (¿dónde escuchar, dónde unirnos a Ti. dónde investirnos de tu misma misión?), recordad, que por boca de la Iglesia, por la de la obispos, por la de vuestros superiores. sacerdotes y maestros, la respuesta será siempre: “Venid y veréis». Y la puerta bendita del Seminario se abrirá ante vosotros».2.
Con estos deseos y con esta esperanza, con la confianza puesta en Dios y en vuestra generosidad cristiana, os bendigo a todos invocando sobre vosotros la protección de San José.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
MARCELO. Obispo de Astorga.
Astorga, 1 marzo 1965.
1 Cfr. Boletín Oficial del Obispado de Astorga,agosto 1964, 381 ss.
2 Pablo VI, alocución del miércoles 23 de septiembre de 1964: apud Insegnamenti di Paolo VI. II. 1964. 948-949.