Él siempre nos busca, comentario a las lecturas del I domingo de Adviento (ciclo B)

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Él siempre nos busca, comentario a las lecturas del I domingo de Adviento (ciclo B)

Comentario a las lecturas del I domingo de Adviento. ABC, 1 de diciembre de 1996.

Un nuevo Adviento. Un nuevo tiempo de abrirnos a la esperanza, de dejarnos iluminar por lo que supone la venida del Señor a nuestra historia. Otra vez toda nuestra debilidad y todas nuestras vacilaciones nos hacen gritar: ¡Ven Señor!, ven a cada uno de nosotros, ven a nuestra sociedad, ven a nuestras familias, ven a nuestros jóvenes y a nuestros niños, ven a hacer fecundos nuestros esfuerzos por extender tu Evangelio, de manera que te conozcan y sepan que les estás buscando con tu amor y que eres nuestro Padre, como afirma el profeta Isaías.

Por todas partes se va extendiendo la costumbre germánica de la “corona de Adviento”. La corona de ramas de abeto con cuatro velas rojas. Es todo un símbolo de la próxima llegada del Señor, que silenciosamente nos exhorta a prepararnos para esa venida. Todo simbólico: cuatro velas, cuatro domingos, cuatro misterios de expectación. Cada domingo se enciende una vela, y cuando llega la Navidad arden las cuatro. La plenitud expresada en la iluminación plena: llegó.

Pero necesitamos sentir que ha llegado para cada uno de nosotros y que nos ha estado buscando a cada uno. Un nuevo Adviento. Esta es siempre nuestra vida, esperar la llegada de Dios, aunque por nuestras torpezas nos dejemos llevar por dioses falsos. En realidad, ya ha venido y ha puesto su tienda entre nosotros y ha participado de nuestra vida con sus alegrías y tristezas, con sus rutinas, sus desarraigos, sus incomprensiones y su amargo final. ¿Puede acercarse más?

Porque esta palabra nos sale continuamente del corazón y sobre todo en nuestros momentos más íntimos: Ven, Señor. Ven, Señor, a mi trabajo, a mi soledad, a mi dolor. ¿No es siempre Adviento en nuestra vida? El Evangelio nos dice que Dios viene continuamente a nosotros, aunque no creamos que sea así, y nos insta a estar en vela para que se produzca el encuentro.

Necesitamos renovar nuestros sentimientos de esperanza en su cercanía, fomentando en nosotros actitudes de humildad, sencillez y misericordia. Nuestra salvación descansa en su venida hasta nosotros desde el misterio de la libertad y el amor de Dios. Y necesitamos hacerlo carne y sangre en nuestra vida.

Cada uno de nosotros tiene que darse cuenta de lo que nos dice san Pablo: por Él hemos sido enriquecidos en todo, no carecemos de ningún don los que esperamos en Jesucristo. Él nos mantendrá firmes hasta el final y nos llama a participar en su vida.

En la lectura del profeta Isaías se nos describe la dramática situación del pueblo de Israel, al que se nos presenta como exhalando un grito colectivo de angustia, buscando en Dios el remedio, que no encuentra en el mundo. ¿Por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón, para que no tema? Es como decir: ¿por qué nos haces libres para cometer el mal? Ven, eres nuestro Padre, nuestro Redentor. Vuélvete a nosotros, míranos. Nosotros somos la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tus manos.

El salmo está penetrado de esta misma confianza: Míranos, ¡que tu mano nos proteja! El olvido de Dios, la lejanía de Él lleva a los hombres a las peores situaciones. Sin Él todo es posible y todo está permitido, hasta los peores crímenes.

Por eso, es tan fuerte el grito de Adviento: ¡Ven, Señor! Siempre la añoranza, el deseo ardiente de lo bueno, de lo noble, de lo digno, de la paz. El Señor nos dice: Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad! ¿Cuál es nuestro plan de vida de Adviento? ¿Cómo vivirlo? Porque, como dice san Agustín, hay que oír con el corazón y ya no será posible dudar, y esto nos llevará a actuar.