El trigo y la cizaña, comentario a las lecturas del XVI domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)

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El trigo y la cizaña, comentario a las lecturas del XVI domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)

Comentario a las lecturas del XVI domingo del Tiempo Ordinario. ABC, 21 de julio de 1996.

Jesús añade a la parábola del sembrador, que siembra buena simiente, la de la cizaña mezclada con el trigo. En la vida siempre van mezclados el trigo y la cizaña, el mal y el bien. Nosotros mismos somos campo de trigo bueno en el que crece la cizaña de un modo o de otro. Arrancar el trigo y tirarlo, nunca. Desesperarse, desconfiar, desilusionarnos ante nuestros errores y fallos, o ante las injusticias que vemos fuera de nosotros, nunca, aunque a veces parezca que la cizaña va a poder con el trigo.

Hay que creer siempre en la fuerza del bien, a pesar de las apariencias en contra; no es inalcanzable, solamente requiere constancia y paciencia para cultivar la buena semilla. El saber que hay o que habrá cizaña no es más que un comienzo para saber cómo hay que proceder en cada momento, según sean las condiciones climáticas o las hierbas, que apuntan.

Se dibuja en esta parábola algo sumamente importante en nuestra vida, la lucha constante entre el bien y el mal, la libertad serena y a veces dolorosa, que se esfuerza en practicar lo que nos pide el Evangelio, a pesar de todos los obstáculos y de todas las sombras.

Esta lucha se da no sólo en los hombres, en cada uno de nosotros, sino en la creación entera. Algo hay en la matriz creadora de cuanto aparece a nuestros ojos en el mundo visible, que lo hace hermoso y atractivo, pero también enfermizo y débil, como si alguna fuerza oculta oprimiese a todo lo creado y lo sometiera a la oscura tiranía de un poder extraño, que hace desfallecer y a veces morir a lo que quería y parecía destinado a vivir siempre. Todo aspira a la plena manifestación de los hijos de Dios. “La creación entera –nos dice san Pablo con palabras que aturden de tan significativas que son– está gimiendo como con dolores de parto”. Llegará el nuevo nacimiento cuando todo sea purificado.

Mientras tanto, por lo que a nosotros los hombres se refiere, el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad. Por eso san Pablo nos invita a descubrir en nosotros el Espíritu de Dios, que nos puede regir y dirigir. No podemos caminar separados de Dios, que con su Espíritu nos llena. En el interior del hombre habita la verdad, escribió san Agustín. Hemos de admitir que a veces no sabemos, por nuestras impaciencias, ni hacer ni pedir lo que nos conviene. El Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables.

Todavía el evangelio de hoy nos expone otras dos parábolas, que salieron de labios de Jesús: la del grano de mostaza, que nos hace entender cómo crece el Reino de los Cielos; y la de la levadura, que en muy escasa cantidad hace fermentar toda la masa. La semilla de mostaza es tan diminuta, que resulta despreciable, pero crece y llega a ser un arbusto frondoso, en cuyas ramas anidan los pájaros.

Frente al brillo de las propagandas y las novedades aparece la fuerza sencilla de tantos hombres y mujeres, que hacen que la vida y la sociedad sean más humanas, más solidarias, más acogedoras. Ninguna empresa apostólica apoyada en el orgullo, en el dinero, en el poder, trae a Dios. Porque eso no es lo que predicó Jesús. La riqueza, la violencia, la astucia, no son medios evangélicos.