Carta dirigida a los sacerdotes de la diócesis el 8 de Junio de 1977. Fue leída el 12 de Junio en los púlpitos de la archidiócesis.
Elecciones y pensamiento católico #
Carta a los sacerdotes
Considero necesario escribiros esta carta, en atención a las muchas preguntas que me han sido hechas con motivo de las próximas elecciones.
Vosotros, los que vivís en la ciudad y, aún más, los que ejercéis el ministerio en el mundo rural, recibís frecuentes consultas de quienes os piden que les aclaréis lo que muchas veces no puede ser aclarado. Las gentes del pueblo, a las que conocéis mejor que nadie, quieren paz, justicia, progreso, orden, trabajo y libertad. ¿Se lo van a asegurar las próximas elecciones?
Dios quiera que sea así. Quizá pueda lograrse por la influencia y el peso objetivo de la misma vida del pueblo español, paciente y pacífico, laborioso y sufrido en su inmensa mayoría. La garantía de la futura convivencia en paz está en ese pueblo, mucho más que en tantos grupos políticos que aparecen queriendo dirigirle, prometiendo todos y ofreciendo soluciones para todo, aunque después se quedan frecuentemente en meras palabras. Pero debemos respetarles. Trabajan abnegadamente y muchos de ellos se entregan a sus tareas políticas con auténtica vocación de servicio a la Patria.
Vuestro ministerio sacerdotal #
Lo primero que quiero deciros es que os mantengáis y os mostréis llenos de serenidad y de paz, fieles a vuestro ministerio sagrado. Vuestros brazos deben estar abiertos a todos los hombres. No dije a todos los partidos, sino a todos los hombres. Que la Iglesia sea, efectivamente, espacio de libertad y de encuentro para cuantos quieran acudir a ella con buena voluntad. Y que, además, sea el lugar donde se pueda seguir hallando la presencia y el amor de Dios a los hombres, que es lo que más necesitan, aunque a veces no lo sepan.
Vosotros, los sacerdotes de Toledo, habéis sufrido mucho, muchísimo, años atrás. La política se convirtió en un huracán que lo abrasó todo. No permitáis que nadie os envuelva ahora en sus polémicas y os convierta en agentes de división o de rechazo de unos contra otros. Y más aún, contribuid positivamente a lograr, de todos los que quieran escuchar vuestra palabra, que se den cuenta de que por encima de toda política está Dios, el alma, la esperanza de lo eterno, el destino inmortal de toda criatura humana. ¡Qué necesidad tan grande hay, cuando todo hierve en el recalentamiento de la lucha política, de ese silencio religioso del espíritu para tratar con Dios, para perdonar, para ser perdonado, para orar, para evitar que los odios y rencores vuelvan a apoderarse del corazón de los hombres!
Si el sacerdote no cuida de salvar en toda su pureza la dimensión religiosa del hombre en medio del fragor de las luchas políticas, ¿quién la salvará? No defiendo ninguna clase de dicotomías absurdas ni separaciones antihumanas. La fe nos obliga también a interesamos por una vida social y política, para que sean cada vez más justas. Pero no se identifica la fe con la política y, cuando se abandona por desproporción consentida el aspecto esencial de la religión en cuanto unión con Dios, la política se apodera de todo y ella misma se convierte en una especie de religión que esclaviza a los hombres y les despoja del sentido íntimo de sus propias luchas. No faltarán entonces quienes nos digan que así se sirve al hombre y se realiza el Evangelio. Esto es inadmisible. El Evangelio se realiza con todo a la vez, sin confundirlo ni mezclarlo y sin restar a cada cosa lo que le pertenece.
Las normas del Episcopado #
Tenerlas en cuenta a la hora de formar vuestro juicio y de orientar las conciencias de quienes os piden luz para sus decisiones en nombre precisamente de su fe. Os son conocidas y en nuestra Diócesis han sido ampliamente divulgadas. Ello no os dispensa de vuestro propio estudio y reflexión sobre los documentos de los Papas y los Obispos. No basta decir a vuestros fieles que voten según su conciencia a la luz de la fe.
En cuestiones de fe y de moral, y en actuaciones políticas relacionadas con la fe y la con la moral, o por lo principios que las inspiran o por las consecuencias que traen, para obrar según conciencia, es necesario añadir que ésta debe estar rectamente formada. Y para formarla con rectitud, el católico debe acudir al Magisterio de la Iglesia cuando éste ha hablado sobre las cuestiones de que se trata. Tal es el caso. El Magisterio de la Iglesia es constante y reiterativo al afirmar que la conciencia católica no es compatible con el marxismo ateo, llámese con uno o con otro nombre, ni con el liberalismo absoluto que rechaza toda ley moral, ni con el capitalismo que trata de explotar a los hombres, teniendo el lucro como motor único y esencial, ni con los totalitarismos que destruyen las libertades y derechos fundamentales de la persona humana.
Los fieles acuden con frecuencia a los sacerdotes pidiendo orientación para su conciencia. Y la Iglesia tiene la obligación de darles esa orientación cuando existe un Magisterio claro. De lo contrario, mejor sería no hablar de que se vote según lo que la conciencia pide. Porque podríamos preguntar en seguida: ¿de qué conciencia se trata?
Y aún es más claro ese derecho y más viva esa obligación en un momento como el presente, en que por razón de circunstancias muy diversas, por la falta de claridad de los programas políticos, por la confusión que están engendrando algunos católicos (incluidos determinados sacerdotes que desprecian el Magisterio eclesiástico), muchos fieles, tanto en las grandes ciudades como en los medios rurales, se encuentran sumidos en la mayor perplejidad.
Una cierta idea de la Iglesia y de España #
Como ejemplo de la confusión que estamos padeciendo, os ruego que reflexionéis sobre lo siguiente:
Queremos una Iglesia muy libre, muy independiente, no comprometida con nadie y abierta a todos; una Iglesia a la que no se pueda acusar de que, aliada con unos, es adversaria de los otros. Todos lo deseamos. Pero para que la Iglesia sea, además, fiel a sí misma, no puede dejar de predicar y exponer su doctrina tal como se lo pide el mandato que del Señor ha recibido. Y se debe predicar así, con firmeza y con amor a todos los hombres, pero sin mutilar la verdad de que es depositaria. De lo contrario, lo que se predicaría ya no es la doctrina de la Iglesia, sino otra cosa. El marxismo ateo es incompatible con la fe católica, sean quienes sean los que lo profesan.
Queremos, igualmente, una España sin odios ni enfrentamientos, en que cada cual pueda defender sus convicciones con respeto a quienes tienen otras. Que no haya ni dos ni cuatro ESPAÑAS enfrentadas belicosamente, sino una nación con sus versiones plurales y varias en las opciones contingentes del orden político.
Pero si hay un sector del pueblo español que es católico y quiere conservar su fe, ¿deberá callarse ante la agresión ideológica de los que quieren reducir esa fe a rezar ante el Sagrario? ¿Deberá sucumbir en el silencio angustiado de las confusiones que otros quieren llevar a sus mentes? ¿Es que el respeto a los demás obligará a consentir el que se destruya el credo? No a las guerras civiles entre españoles. No, igualmente, a la muerte apacible, por asfixia, o por engaño de lo que todavía nos queda de catolicismo en la vida privada y pública, por haber consentido indignamente en la invasión de ideologías que corrompen las almas.
Las opciones políticas #
Son varias y diversas las que pueden sustentar los ciudadanos que quieren permanecer dentro de las exigencias de su fe. Así como no hay ningún partido que pueda reivindicar para sí mismo una perfecta adecuación entre su programa y el Evangelio en su dimensión social, y mucho menos atribuirse esa adecuación en exclusiva, así también es cierto que los católicos pueden dar su voto a unos o a otros, con tal de salvar los principios de validez permanente, tal como los ha recordado el Episcopado Español. Digo los del Episcopado, no los de tantas hojas y catequesis que circulan por ahí, y que pueden dar origen a graves confusiones.
Aspecto concreto que debéis tener en cuenta es el de la enseñanza y educación de los hijos. Un partido político que trate de impedir el derecho de los padres a que se dé a sus hijos la educación que para ellos desean, debe ser excluido en las urnas. Ahí, en ese campo de la enseñanza, se puede jugar el porvenir de la vida cristiana del pueblo español. Y no basta prometer, como lo hacen algunos líderes socialistas, que en su sistema político se permitirá añadir en la escuela una clase de religión después de las demás enseñanzas, para los que quieran recibirla. Porque el concepto de educación católica no se limita a una clase de religión, es todo el proyecto educativo de la escuela el que debe estar inspirado en un sentido católico de la vida, conforme a la Revelación y Magisterio de la Iglesia. Aspectos como éste, al igual que los del aborto y el divorcio, deben ser tenidos muy en cuenta a la hora de votar.
La justicia social #
Preocupación fundamental, porque así lo piden la vida y !ajusticia. ha de ser la de lograr una ordenación política y social que satisfaga los derechos de los más pobres, que distribuya mejor la riqueza común, que impulse decididamente con leyes justas y eficaces el progreso económico de la nación y el disfrute de ese progreso por parte de todos, y particularmente por los menos favorecidos hasta ahora.
Pero no es honesto afirmar que sean los marxistas los únicos partidos políticos que llevan esta preocupación en sus programas. Hay otros muchos que, sin inspirarse en las filosofías del marxismo, pueden lograr tales propósitos, porque los sienten igualmente y se muestran decididos a llevarlos a la práctica.
Quiero añadir una última palabra como motivo principal de esta carta. Me duele enormemente la confusión a que se ha llevado a nuestro pueblo. Me duele que quienes tienen fe y desean que su luz no se apague en la vida social, se encuentren atormentados por no saber qué hacer. Es un problema de ética política y aun de moral cristiana el que los partidos se pronuncien claramente, no sólo en cuestiones generales, sino en puntos concretos que afectan a lo más importante de la vida.
Los hombres y mujeres de nuestros pueblos son tan dignos, tan conscientes y muchas veces más cultos, aunque sean menos instruidos, que los que hablan y prometen tanto. Conocen lo que es el trabajo, el mejoramiento o el retroceso en las condiciones de la vida, el bien de los hijos, la paz, el bienestar social, el progreso, la cultura y en el uso de los medios que pueden comunicarla y extenderla.
Que no se cansen ni desconfíen. Que participen en las elecciones y en el trabajo político futuro como buenos ciudadanos y como buenos cristianos los que lo sean. Deberán entender que ser discípulos de Cristo obliga también a inscribirse en la escuela de humanidad y de justicia que es la vida misma –cultura, política, economía– para lograr entre todos lo mejor para todos. Que nadie les engañe ni abuse del noble afán que debe guiarles.
Toledo, 8 de junio de 1977.