Prólogo a la obra del P. José Luis de Urrutia, S.I., «Devocionario. Guía de caminantes», 1974.
He examinado con particular atención este Devocionario. Guía de caminantes, compuesto por el P. José Luis de Urrutia, S.I., y no puedo menos de felicitar al autor por la idea que le ha movido a redactarlo y por el acierto con que lo ha hecho.
El libro está construido con materiales muy sólidos y sirve eficacísimamente para guiarnos en el camino de nuestra vida hacia Dios, según nuestra condición de cristianos hijos de la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana.
Precisamente lo que nos hace falta hoy, en medio de tantos intentos buenos y tan frecuentes y dolorosos fracasos, es eso que se ha llamado en llamar educación de la fe.
En este Devocionario hay doctrina que instruye, unción que eleva, armonía que ayuda a escuchar con gozo las llamadas que la Iglesia de la santidad hace desde la rica interioridad de su espíritu.
El pueblo cristiano –y de él formamos parte todos– necesita un libro como éste, incluso para poder vivir mejor las exigencias de la piedad litúrgica, en la que indudablemente se han conseguido notables progresos en los últimos años después del Concilio Vaticano II. Que nada se pierda de lo que esta renovación litúrgica puede y debe traernos. Pero que tampoco se olvide nada de lo que, como natural consecuencia de la contemplación del misterio, nos ofrece una devoción bien orientada, con sus prácticas, sus ritmos, sus tiempos, sus centros de atención. La devoción y la piedad son a la fe lo que el perfume a la rosa. Esa fragancia se percibe ciertamente en las acciones litúrgicas oficiales de la Iglesia por su propio valor, pedagogía y contenido. Pero precisamente por eso brota también de un libro como éste, que con sus reflexiones, sus prácticas de devoción y sus pasos, con los que trata de guiar los nuestros, nos sitúa dentro de la onda expansiva de la fe de la Iglesia, que ora, cree y proclama. La liturgia y el Credo a que la misma da expresión, están también aquí en este pequeño y hermoso libro. Están en forma de devoción y práctica piadosa, o en formulación doctrinal que instruye y clarifica, o en invitación seria y amorosa a la purificación ascética.
Una devoción sin fe se convierte en superstición y magia; una fe sin piedad y devoción vividas y manifestadas con la corrección que la Iglesia desea, ni se concibe siquiera en un hombre que quiera hablar con Dios desde la sencillez interior de su alma y buscar el patrocinio de la Virgen María, de los ángeles y santos; o ayudarse en su oración y en su lucha contra el pecado, o penetrar cada vez más y mejor en el misterio de la Iglesia, que nos santifica sin cesar.
A todo ello contribuirá muy eficazmente este Devocionario, que recomiendo con el mayor interés.
Navidad de 1974