Prólogo del libro «Mártires de Almería», de J. A. Bernabé, 1994.
Va quedando atrás la memoria de tantos hijos de España y de la Iglesia, que en los días turbulentos de la persecución religiosa de nuestra Guerra civil dieron su vida en testimonio de su fe. Mas no se perderá nunca del todo su recuerdo. Al menos, generalizado y global. La Iglesia, con las beatificaciones ya declaradas, ha recogido la ofrenda que ellos hicieron y la ha puesto junto a su corazón, como una madre dolorosa, que da cobijo con su amor agradecido a los que antes le dieron a ella el obsequio mayor, que podían poner en sus manos, para que ella lo elevase hasta el trono de Dios: su propia vida.
En el futuro, cuando en la acción litúrgica, en los catálogos de los beatificados, en las crónicas y santorales de la Iglesia de España se recuerde explícitamente a unos, habrá lugar para recordar implícitamente también a muchos otros, que fueron igualmente testigos. Y el pueblo cristiano, que siempre ha alimentado su espíritu venerando a sus mártires, al reflexionar sobre los que le son propuestos, venerará también a tantos y tantos otros de nombre desconocido, que cayeron sobre la tierra ensangrentada como granos de trigo que morían para dar vida y fecundar a otros.
Toledo fue una de las primeras diócesis de España en que, gracias al trabajo de D. Juan Francisco Rivera, se escribió la historia detallada de los sacerdotes mártires. Sumados a los de Toledo los que eran hermanos nuestros de Diócesis, aunque pertenecían a otras provincias, más los que ahora lo son, aunque entonces no lo fueran (zonas de Ávila), pasan de 500 los que murieron, perdonando a quienes tan cruelmente y tan ciegamente les arrancaron sus vidas. Ente ellos está el Párroco Arcipreste de Huéscar, D. Francisco Martínez Garrido, y su Coadjutor, D. Aquilino Rivera Tamargo.
¿Qué habían hecho ellos para ser llevados al holocausto? Nunca el mal, siempre el bien; nunca predicaron el odio, siempre la paz y la concordia; nunca dejaron de prestar su ayuda a los que más lo necesitaban, siempre tendieron su mano y abrieron su corazón a unos y otros, a ricos y a pobres, a practicantes y alejados, a niños y ancianos. La historia de este Párroco y este Coadjutor es semejante a la de tantos y tantos de los pueblos de España, en que juntos la serena madurez del Párroco experimentado y el brío juvenil del que comienza a recorrer su camino pastoral, unen su palabra, sus catequesis, sus visitas a enfermos, su administración de sacramentos, instruyendo, bendiciendo y amando.
He hablado y escrito en diversas ocasiones de nuestros mártires y espero que puedan ser honrados por la Iglesia con tal nombre un pequeño grupo de los que, pudiendo ser tantos, se reducirán por razones obvias a unos pocos, que algo llevarán consigo de todos los demás. Me alegro de presta mi humilde servicio al reconocimiento de la gloria que merecen los mártires de Almería, entre los cuales dieron testimonio de su fe y su amor a Cristo estos dos sacerdotes de Toledo.
Toledo, 15 de agosto de 1994
Solemnidad de la Asunción de la Virgen María.