- Los obispos y la coordinación de las escuelas católicas
- Planificación necesaria
- Los colegios de las órdenes y congregaciones religiosas en la pastoral de la Iglesia
- Las otras escuelas y la planificación proyectada
- Petición del Concilio a los que enseñan
- Hay que aumentar las posibilidades de los institutos religiosos
- Los laicos
- Caridad y confianza
Exhortación pastoral dirigida, el 8 de mayo de 1968, a los fieles de la diócesis de Barcelona. Texto publicado en el Boletín Oficial del Arzobispado de Barcelona, 15 de mayo de 1968, 277-286.
A cuantos trabajan en el apostolado de la enseñanza, paz y bendición en el Señor.
“El santo Concilio ecuménico considera atentamente la importancia gravísima de la educación en la vida del hombre y su influjo cada vez mayor en el progreso contemporáneo”. Con estas palabras comienza la Declaración sobre la educación cristiana de la juventud del Vaticano II, llena de ricas sugerencias para cuantos quieran trabajar en este campo tan delicado. La verdadera educación de la juventud y formación de los adultos se hace hoy más fácil y urgente, porque se tiene una conciencia más viva del problema, se ha avanzado muchísimo, técnica y científicamente, y se cuenta con los medios de comunicación social, que ofrecen la oportunidad de un acercamiento más rápido al patrimonio de la inteligencia y de la cultura del espíritu.
“En consecuencia –precisa el documento–, por todas partes se realizan esfuerzos para promover más y más la obra de la educación… Y como la santa Madre Iglesia debe atender a toda la vida del hombre, incluso la material, en cuanto está unida con la vocación celeste, para cumplir el mandato recibido de su divino Fundador, a saber, el anunciar a todos los hombres el misterio de la salvación e instaurar todas las cosas en Cristo, corresponde a la Iglesia también una parte en el desarrollo y en la extensión de la educación”.
La delegación de la FERE en Barcelona ha sentido la urgencia de este deber y prepara un estudio de planificación de los colegios de la Iglesia en nuestra diócesis. Apruebo gozosamente esta iniciativa y quiero que no falte en ella una palabra orientadora, en cuanto corresponde al Obispo encauzar la acción que en su jurisdicción realizan tan beneméritamente los colegios de la Iglesia.
Los obispos y la coordinación de las escuelas católicas #
El interés por una eficiente coordinación entre las obras de enseñanza que llevan a cabo las congregaciones religiosas en la diócesis, y el deseo de que el obispo esté presente en esta labor coordinadora, se adecúa perfectamente a la mente del Concilio Vaticano II. El Decreto Christus Dominus reclama la “coordinación y unión íntima de todas las obras de apostolado en la diócesis, bajo la dirección del obispo”; y al enumerar, a renglón seguido, estas obras, señala explícitamente las “escolares”, es decir, las que aquí particularmente nos ocupan (CD 17).
El mismo documento conciliar vuelve a tocar este tema, cuando establece los principios sobre el apostolado de los religiosos en las diócesis y su relación con el obispo. Con carácter general dice que “debe fomentarse una colaboración ordenada entre los diversos institutos religiosos y entre ellos y el clero diocesano”, y que “corresponde procurar esta coordinación, en sus respectivas diócesis, a los sagrados pastores” (CD 35). Concretando, con relación a las escuelas, precisa: “las escuelas católicas de los religiosos estarán sometidas a los ordinarios del lugar en lo tocante a su ordenación general y a la vigilancia, quedando en firme el derecho de los religiosos en cuanto a su dirección” (CD 35).
Cuál sea el sentido de esta ordenación general y vigilancia, puede ilustrarlo autorizadamente la Relatio que acompañaba la presentación de este decreto a los padres conciliares en su redacción del año 1964: en dicho documento se decía que no se trata “de la dirección, sino de una distribución general de todas las escuelas católicas en la diócesis, de su mutua cooperación, de su visita y vigilancia, a fin de que sean aptas para conseguir sus finalidades culturales y sociales lo mismo que las demás escuelas”1.
Agradezco que se me ofrezca ocasión tan oportuna para cumplir con la responsabilidad que me incumbe en este campo de las escuelas de la Iglesia. Quiero asumir con exactitud y delicadeza mi deber pastoral en asunto tan importante para el porvenir de la diócesis. Y siento gozo y esperanza al poder colaborar tan cordial y provechosamente con los religiosos dedicados a la enseñanza, a los cuales tanto debe la Iglesia diocesana de Barcelona. En mi nombre, los vicarios episcopales de Fe y Enseñanza y de Religiosos estarán presentes en todo el proceso de esta planificación y me informarán de su desarrollo. Y para que todo proceda con la mayor armonía y eficacia, con gusto estableceré aquellos contactos con los superiores mayores de los institutos religiosos, a que nos exhorta también el Concilio en su última palabra sobre el tema del apostolado de los religiosos en las diócesis (CD 35).
Planificación necesaria #
La necesidad de planificar la acción de los religiosos de enseñanza en la diócesis es indiscutible. Es característico de nuestros días y fruto del progreso humano que “las relaciones humanas se multipliquen sin cesar y que, al mismo tiempo, la propia socialización cree nuevas relaciones” (GS 6). Este hecho debe ser tenido muy en cuenta en la pastoral, que se dirige al hombre tal como lo encuentra vitalmente determinado y condicionado por su momento histórico. También en la actividad religiosa y apostólica, hoy más que antes, deben estrecharse las relaciones entre los hombres y entre los grupos humanos.
Procurando salvar y estimular la iniciativa creadora y la actuación propia y responsable de los fieles, en particular, y de las distintas agrupaciones de los mismos, es preciso coordinar la acción de todos para que se logre la deseada eficacia en este momento histórico de socialización. El Concilio ha visto esta necesidad en el campo escolar que nos ocupa, al decir: “Puesto que la cooperación que en el orden diocesano, nacional e internacional, se aprecia y se impone cada día más, es también sumamente necesaria en el campo escolar, hay que procurar, con todo empeño, que se fomente entre las escuelas católicas una conveniente coordinación y se provea entre éstas y las demás escuelas la colaboración que exige el bien de toda la comunidad de los hombres” (GE 12).
Es de notar, en el texto transcrito, cómo la mirada de la Iglesia va más allá de sus propias escuelas. También este aspecto ha sido tenido en cuenta en la planificación proyectada para nuestra diócesis, toda vez que su estudio comienza con una consideración general de las necesidades de la enseñanza y considera lo que, ya sea el Estado, ya la Iglesia a través de sus instituciones, promovidas con auténtica vocación eclesial por sus hijos, religiosos o laicos, ya la iniciativa privada, realizan en este campo. Una cordial relación y una coordinación efectiva entre todas las instituciones dedicadas a la educación de la juventud deben merecer, de todos, la máxima atención.
La coordinación en el mundo humano no carece de dificultades. Pero éstas deben ser afrontadas con decisión, puesto que, sean las que fueren, jamás son suficientes para anular el deber de la colaboración. El creyente, en todo momento, ha de considerar este tema y los problemas prácticos que plantea, a la luz de la fe. Ésta le recuerda de continuo cómo el Señor estima, favorece y apoya el estrechamiento de relaciones entre los hombres. La salvación planeada por Dios, en la que culminan todos los valores de los hombres, se realiza con una profunda dimensión social: “quiso el Señor santificar y salvar a los hombres, no individualmente y aislados entre sí, sino constituyendo un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente” (LG 9).
El creyente, educado por su misma fe en un tan exquisito sentido de lo social, debe moverse con gusto y con agilidad en el mundo de hoy, en el cual tanto se fomentan cada día los vínculos entre las personas y las comunidades. Consiguientemente ha de buscar y usar medios más aptos para conocer los fenómenos y posibilidades sociales en las empresas apostólicas. Y así, es de alabar que la planificación propuesta se realice a través de ISPA, institución que ofrece todas las garantías de una auscultación atenta de los hechos, así como de una válida interpretación de los mismos.
Los colegios de las órdenes y congregaciones religiosas en la pastoral de la Iglesia #
Esta planificación, para que sea ordenada y eficaz, ha de realizarse teniendo en cuenta lo que significa la aportación de los colegios de religiosos a la pastoral de conjunto de la Iglesia. Estos colegios han cubierto objetivos de gran valor, los cubren y seguirán cubriéndolos. Al tratar de la escuela católica, el Concilio Vaticano II dice que “su nota distintiva es crear un ambiente de la comunidad escolar animado por el espíritu evangélico de libertad y caridad, ayudar a los adolescentes para que en el desarrollo de la propia persona crezcan a un tiempo, según la nueva creatura que han sido hechos por el bautismo, y ordenar últimamente toda la cultura humana según el mensaje de la salvación, de suerte que quede iluminado por la fe el conocimiento que los alumnos van adquiriendo del mundo, de la vida y del hombre” (GE 8). La labor de la escuela católica mira a un doble objetivo: el bien natural del individuo y también de la sociedad en cuanto la obra educativa realiza una función social de cara a la ciudad terrena, y el bien sobrenatural y de la Iglesia, en cuanto es una obra de evangelización, es decir de educación de la fe y de preparación de los educandos para que respondan a la exigencia bautismal de contribuir según sus varios modos a la dilatación del Reino de Cristo (cf. GE 8).
Es de suma importancia que uno y otro propósito sean debidamente estimados. El valor de la cultura para la vida del hombre y de la sociedad ha sido puesto de manifiesto por el Concilio, en el capítulo segundo de la segunda parte de la Constitución pastoral sobre la Iglesia y el mundo de hoy, que trata del progreso de la cultura. Invitamos a los religiosos y religiosas dedicados a la enseñanza a una profunda meditación de estas páginas conciliares.
El valor de la obra de la evangelización está fuera de toda duda entre nosotros: evangelizar es “descubrir que la razón más alta de la dignidad del hombre está en la vocación del hombre a su unión con Dios” (GS 19), y es iniciar el proceso de la conversión o impulsar el de la creciente santificación, que es la última y definitiva perfección del hombre.
Por consiguiente, la obra educativa de las escuelas de la Iglesia ha de procurar alcanzar, en el mayor grado posible, ambos objetivos. Para ello hay que vigilar que la atención a uno no sea pretexto para preterir el otro. Más aún, ha de buscarse la debida conexión entre uno y otro, sin confundirlos. Los colegios de la Iglesia han de procurar que sus alumnos cristianos se formen simultáneamente como “ciudadanos de la ciudad temporal y de la ciudad eterna”, prontos “a cumplir con fidelidad sus deberes temporales guiados siempre por el espíritu evangélico” (GS 43). Hasta aquí ha de proyectarse la acción educativa: hasta formar hombres capaces de conducirse según “la síntesis vital del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios” (GS 43).
Es preciso que los religiosos y religiosas que consumen su vida de consagrados en la labor de enseñanza, estén persuadidos del valor de su obra: es un verdadero apostolado y, al propio tiempo, un auténtico servicio a la sociedad, como ha declarado con cierta solemnidad el Concilio (GE 8). Es verdad que –como luego comentaremos– no sólo en los colegios de religiosos puede realizarse y, de hecho, no sólo en ellos ser realiza la escuela católica antes descrita. Pero en éstos el hálito sobrenatural que dio origen a la institución, la consagración religiosa de los educadores y la atención especial que les dispensa la jerarquía de la Iglesia, ayudan grandemente a conseguir los objetivos propios de dicha escuela. La historia, por su parte, lo confirma.
Si no han faltado ni faltan deficiencias, propias de toda obra humana, es innegable que en las órdenes y congregaciones religiosas de enseñanza ha habido y hay una riquísima y generosa aportación de esfuerzos al servicio de la sociedad y de la Iglesia. No estimarlos en lo que valen constituye un gran error y una flagrante injusticia. Sus merecimientos son inmensos en el campo de la cultura y en el de la evangelización. Muchos, muchísimos de esos religiosos y religiosas, se han santificado y se santifican también hoy enseñando y educando. Y muchos, muchísimos de sus alumnos y alumnas a ellos les deben, en proporción mayor que a ninguna otra institución o estructura de la Iglesia, el beneficio impagable de su fe y de su formación humana. Hacer caricaturas y frases irónicas es fácil. Pero a los que las hacen habría que recordarles la sentencia evangélica: el que esté limpio, que tire la primera piedra. La mayor parte de las deficiencias que se atribuyen a los colegios de las órdenes y congregaciones religiosas, no lo son tanto de ellos como del conjunto de hábitos y criterios que han acompañado la acción de la Iglesia y de la propia sociedad católica española.
Es la hora de que cambiemos, todos, en lo que tenemos que cambiar. Ayudándonos unos a otros con paz, humildad y caridad, indispensables para la reflexión serena; no haciéndose cada uno su propia trinchera desde la cual dispara contra los demás, creyéndose él el único combatiente esforzado del Reino de Dios. Porque no niego la necesidad de reformar muchas cosas. Más aún, sufro hondamente y debemos sufrir todos al comprobar con qué lamentable facilidad algunos de los alumnos mayores de nuestros colegios y muchos de sus ex alumnos manifiestan, a veces, cierto hastío de la religión y hasta consienten en mostrarnos su rostro azotado por el viento de un ateísmo práctico. Sin olvidar otros motivos que pueden darnos explicación de estos tristes hechos, ¿no será que hemos de pensar más en nuestras actitudes educadoras y en los métodos que se han de utilizar?
Precisamente este estudio de planificación que se intenta hacer responde a un sincerísimo deseo de reforma y perfeccionamiento. De aquí puede salir, incluso, algo por lo que estamos suspirando todos: una mayor atención por parte de los colegios de religiosos a los sectores más abandonados, respondiendo así a la llamada que nos hace la Iglesia de los pobres. No es que no lo hayan hecho hasta aquí. Cada una de las órdenes y congregaciones dedicadas a la enseñanza podría presentarnos innumerables obras educativas tendentes a la promoción humana, cultural y religiosa de los alumnos de ambientes necesitados, tanto en nuestro país como en tierras de misiones. Pero creo que podemos y debemos hacer mucho más, sin abandonar tampoco otras clases sociales. Nuestro deber es sembrar en todos los campos la semilla de Dios. Jesucristo, el divino sembrador, la lanzó en toda clase de tierras.
Por mi parte, quiero que sepan los religiosos y religiosas que trabajan en el apostolado de la enseñanza en nuestra diócesis de Barcelona, que cuento con ellos y considero su trabajo como valiosísimo y normalmente indispensable para la acción pastoral completa. Reformemos juntos, en cuanto sea posible, lo que haya que reformar. Pero hagámoslo con inmensa caridad y ayudándonos unos a otros. He comprobado, en el tiempo que llevo en la diócesis, como antes lo comprobé en Valladolid y Astorga, donde muy activamente colaboré en estas tareas, que la disposición de ánimo por parte de las congregaciones religiosas de enseñanza suele ser inmejorable. Lo que se necesita es coordinación y planes realistas.
De vuestro prelado, queridos religiosos y religiosas, no recibiréis vanas alabanzas que no necesitáis, pero tampoco injustas recriminaciones que no merecéis. Sí que os llegarán, en cambio, el estímulo y el ruego, y, si fuera necesario, el encargo y el mandato –en cuanto yo pudiera hacerlo– de revisar vuestra labor, como se deben revisar las de todos en esta hora de la Iglesia, para una acción pastoral más provechosa y eficaz. Pero espero y confío en el Señor que no me haré reo ante vosotros de la incomprensión con que, frecuentemente, sois juzgados.
Las otras escuelas y la planificación proyectada #
Como antes he apuntado, la escuela católica, a la que sirven los religiosos y religiosas de enseñanza, se realiza también en otras iniciativas de orden escolar. Los colegios parroquiales no tienen otros objetivos. A los mismos miran también muchas escuelas dirigidas y realizadas por laicos que viven muy intensamente su compromiso bautismal. El Concilio, al invitar a todos los hijos de la Iglesia a trabajar con generosidad en el campo de la educación, indica implícitamente que no sólo los colegios religiosos aspiran a lograr los fines propios de la educación cristiana (cf. GE 1).
Por lo cual me parece muy oportuno que en la planificación que se proyecta entren también plenamente los colegios parroquiales, que en nuestra Diócesis son numerosos, y algunos de los cuales realizan ejemplarmente el ideal de la escuela católica. Ténganse especialmente en cuenta, también, aquellos colegios –en nuestra diócesis no escasos y de mucha calidad educativa– que nacieron de la preocupación de educadores creyentes y de padres de familia cristianamente responsabilizados. Más aún, mientras manifestamos nuestra particular estima a dichos colegios, les pedimos que colaboren, según su propia índole, en los estudios de la planificación que se proyecta.
No hay que olvidar a los restantes centros de enseñanza, ya oficial, ya privada, que no sólo realizan la finalidad cultural de la escuela, sino que también cooperan a la evangelización de muchas maneras, y en especial por el testimonio de sus maestros y alumnos. En una palabra, a todas las escuelas, también a las no confesionales, les pido su colaboración a nivel técnico, seguro de que pueden ofrecer una aportación valiosísima para proporcionar al país instituciones docentes cada vez más dignas y eficaces.
Petición del Concilio a los que enseñan #
A través de la planificación que estamos considerando, se busca mejor y más ampliamente alcanzar los fines de la escuela católica. Esta finalidad reclama, asimismo, aquellas reformas que, en cada caso, sean necesarias para que los colegios alcancen el más alto nivel posible para el mejor desempeño de su función en la Iglesia y en la sociedad. El Concilio lo ha pedido con precisión: “Recuerden los maestros que de ellos depende, sobre todo, el que la escuela católica pueda llevar a efecto sus propósitos y sus principios. Esfuércense con exquisita diligencia en conseguir la ciencia profana y religiosa avalada por los títulos convenientes, y procuren prepararse debidamente en el arte de educar conforme a los descubrimientos del tiempo que va evolucionando. Unidos entre sí y con los alumnos por la caridad, y llenos del espíritu apostólico, den testimonio, tanto con su vida como con su doctrina, del único Maestro, Cristo. Colaboren sobre todo con los padres; juntamente con ellos tengan en cuenta, en toda la educación, la diferencia de sexos y del fin propio fijado por Dios a cada uno de ellos en la familia y en la sociedad; procuren estimular la actividad personal de los alumnos; y, terminados los estudios, sigan atendiéndoles con sus consejos, con su amistad e incluso con la institución de asociaciones especiales, llenas de espíritu eclesial” (GE 8). No creemos necesario comentar un texto tan claro. Bastará recomendar a todos un examen de conciencia a fondo, respecto a cada uno de los puntos insinuados en el texto conciliar. Recuerden que sin un mejoramiento constante de la labor educativa que se imparte en los colegios de la Iglesia, todo el fruto de la planificación quedaría seriamente comprometido.
Ojalá se hagan esfuerzos conjuntos y ordenados para lograr esa capacitación constante y progresiva del profesorado, que permita conseguir óptimos niveles didácticos y pedagógicos, con esmerada atención a las condiciones concretas de la época, lugar y demás circunstancias humanas del alumnado. “La buena nueva de Cristo –nos dice la Constitución Gaudium et Spes– renueva constantemente la vida y la cultura del hombre caído… y, con las riquezas de lo alto, fecunda como desde sus entrañas las cualidades espirituales y las tradiciones de cada pueblo y de cada edad, las consolida, perfecciona y restaura en Cristo” (GS 58).
Hay que aumentar las posibilidades de los institutos religiosos #
Queremos, también, proponer con claridad una consideración que se ha presentado a nuestro ánimo desde el primer momento en que pensamos en esta planificación. Es evidente que, como resultado del estudio que va a iniciarse, se verá la necesidad de establecer nuevos colegios en zonas actualmente ya muy pobladas y también en las que se prevé que en breve tiempo acogerán núcleos importantes de población. El estudio sociológico nos fijará con claridad dónde, cuántas y cómo han de establecerse las nuevas escuelas.
Más aún, el mismo estudio nos pondrá de manifiesto la necesidad de atender a las enseñanzas especializadas que los nuevos tiempos reclaman. También a éstas ha de hacer frente la escuela católica, como recuerda el Concilio: “En la fundación y ordenación de las escuelas católicas hay que atender a las necesidades del tiempo que progresa. Por ello, mientras hay que favorecer las escuelas de enseñanza primaria y media, que constituyen el fundamento de la educación, hay que tener también muy en cuenta hoy las requeridas especialmente, como son las escuelas profesionales, las técnicas, los institutos para la formación de adultos, para la asistencia social, para subnormales, y la escuela en que se preparan los maestros para la educación religiosa y otras formas de educación” (GE 9).
No ignoramos ni desestimamos lo mucho que, no sólo por parte de algunos religiosos, sino también de laicos comprometidos y entusiastas, se realiza ya en esta diócesis y en relación con este tipo de escuelas. Pero sabemos que aún queda mucho campo por cubrir y que el objetivo específico de las escuelas de la Iglesia cuadraría muy bien con esta apertura a nuevas enseñanzas para la vida. Ya desde ahora exhortamos a todos a que se lancen por este camino, manteniendo siempre la concordia y la colaboración con quienes vienen trabajando en estas especialidades.
Ahora bien, ¿podrán los institutos religiosos abrirse a los nuevos campos que reclaman su presencia en distintas clases de escuelas? No dudamos de que a todos los superiores anima la buena voluntad de hacer el máximo bien posible, ni de que el mismo celo es compartido por los miembros de todas las familias religiosas a que pertenecen. Las recomendaciones que el Concilio les hace para que presten cada día mayor ayuda a la jerarquía ante el aumento de las necesidades apostólicas (cf. CD 34), sin regatear sacrificios (cf. GE 9), han sido siempre bien acogidas. Pero una cosa es la buena voluntad y otra la posibilidad real. Y aquí inciden desfavorablemente la falta de personal y la creciente escasez de vocaciones.
Es preciso, pues, que los superiores de estos institutos dedicados a la enseñanza estudien cómo pueden organizar sus colegios de modo que, sin perder su armonía interna y ambiente cristiano, factores indispensables para su propia eficacia, puedan extender su campo de acción, contando con menos personal religioso. Busquen soluciones realistas, considerando que los tiempos no traen, ni parece hayan de traer en un futuro inmediato, el deseado aumento de vocaciones. Lo que pedimos a los religiosos y a las religiosas puede parecer a alguno un milagro, como el de la multiplicación de los panes. Pero, sin recurrir al milagro, el Señor inspirará oportunamente nuevos medios con que realizar esta multiplicación de la acción educativa profundamente cristiana, a pesar de la disminución de vocaciones religiosas. Es preciso pensar y rezar para lograr esta intensificación de la actividad educadora. Habrá que probar, e incluso arriesgarse. Pedimos que ello se haga con la debida prudencia, pero también con aquella sencilla confianza de quien se lanza en el nombre del Señor.
Pienso, concretamente, que muchos de los laicos que cooperan con vosotros en vuestros centros, y otros que pueden ser llamados, ofrecerán cada vez con más gusto su cooperación si, progresivamente, se integran en la marcha y dirección del colegio, con clara conciencia de que más que asalariados forman parte de una comunidad cristiana educadora. Incluso en el aspecto económico, supuesta siempre su leal colaboración y escrupuloso respeto a la institución en lo que tiene de específico, sería de desear que se estudiara la posibilidad de ir pasando gradualmente del contrato de trabajo al contrato de sociedad.
La entrega, sobre todo, en favor de las zonas de población más necesitadas obtendrá la bendición de Dios y contribuirá a suscitar las vocaciones docentes que necesitamos, religiosas o seglares, mucho más que la actitud asustadiza de simple conservación de las posiciones ya logradas, incapaz de entusiasmar a las almas generosas.
Los laicos #
Y no sólo los institutos religiosos como tales. También los laicos, por sí mismos y en su condición de miembros de la sociedad y de la Iglesia, tienen aquí un campo muy adecuado para cooperar en profundidad a la llamada del Concilio en favor de la educación cristiana. Apruebo y bendigo los proyectos que, en este sentido, están estudiando algunos grupos laicales de nuestra diócesis, preocupados por el problema escolar tal como se manifiesta en la misma, y les ruego muy vivamente que sigan adelante hasta llevar a feliz término sus propósitos, para lo cual no les faltará la ayuda que pueda ser prestada.
Caridad y confianza #
Finalmente, con la confianza de ser plenamente escuchados, queremos recordar que el éxito de este plan que vamos a iniciar “depende principalmente de los hábitos sobrenaturales del pensamiento y del alma, enraizados y fundados en la caridad” (CD 35). Este espíritu que ha animado el proyecto de planificación desde su primer momento, debe mantenerse y acrecentarse cada día. No vamos a realizar un simple estudio sociológico, ni proyectamos una obra solamente cultural, sino que hacemos obra de Iglesia. Y ésta sólo se realiza plenamente en el ambiente sincero de caridad y de confianza en el Señor. Sea la primera aportación de todos los religiosos, comunitaria e individualmente, la oración al Padre celestial, para que acertemos a servir al Hijo (pues a Él servimos en sus pequeñuelos educandos) con la luz y fuerza del Espíritu que dirige e impulsa toda la renovación de la Iglesia.
1 Schema decreti de pastorali episcoporum munere in Ecclesia.Textus emendatus et relationes, 1964, 73.