Eucaristía y evangelización

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Eucaristía y evangelización

Carta pastoral, de febrero de 1993, con motivo del XLV Congreso Eucarístico Internacional, en Sevilla (7 al 13 de junio de 1993), publicada en BOAT, marzo-abril de 1993.

Desde que en 1881 la ciudad francesa de Lille vio nacer la obra de los Congresos Eucarísticos Internacionales no han dejado éstos de celebrarse, a no ser por la catástrofe de las dos guerras mundiales. De este modo, la misericordia divina no ha dejado de bendecir a su Iglesia con una constante maduración en su vivencia eucarística y en su celo apostólico, aun en momentos de oscuridad o desconcierto.

Para el próximo Congreso, que la Iglesia se dispone a celebrar en Sevilla del 7 al 13 del mes de junio, se nos ofrece el lema Christus lumen gentium: Cristo, luz de los pueblos. Quiere de este modo nuestra Madre la Iglesia insistir tanto en la urgencia de la Nueva Evangelización cuanto en la íntima relación de ésta con el Misterio Eucarístico.

En 1975, el Papa Pablo VI nos decía que “no hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios”1 y es sabido que, por ello, la Iglesia, al actualizar la obra de la salvación, cumpliendo su misión (Mc 16, 15), hace presente a Cristo, centro y culmen de su vida. En efecto, leemos en el Concilio Vaticano II que, “Cristo está siempre presente a su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro, ‘ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz’, sea, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: ‘Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos’ (Mt 18, 20)”2. Así se va descubriendo ante nosotros la íntima relación entre la Evangelización y la Eucaristía.

Pero fue precisamente otro número de la Constitución conciliar sobre la sagrada liturgia el que expresó de modo admirable esta conexión al decir que “de la liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente, y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin”3.

En torno a todo este tesoro de la reflexión teológica, espiritual y pastoral de la Iglesia gira el lema del presente Congreso.

El Misterio Eucarístico transmite y expresa con elocuencia el don del amor de Dios manifestado en Cristo, algo que ha de ser el alma y la meta de la tarea evangelizadora. Cuando en nuestro último Sínodo diocesano, tratábamos de ofrecer una respuesta al hombre de hoy sobre su destino y la razón de su vivir, la Eucaristía aparece como la semilla sacramental de un cielo y una tierra nuevos “pignus futurae gloriae”4, donde habitará la justicia.

Ahora bien, para que esto sea posible, todos nosotros hemos de empeñarnos en una seria conversión personal y comunitaria, que abriendo paso a una auténtica vivencia de la Eucaristía, nos lleve a eucaristizar nuestras vidas y el rostro mismo de nuestra comunidades eclesiales.

Lejos de ser una realidad trasnochada o una simple manifestación de piedad sensible, el Congreso Eucarístico se presenta como un proceso catequético-sacramental encaminado a la renovación del verdadero espíritu cristiano en cada católico y en cada comunidad. Un Congreso no se limita al momento de su celebración, sino que tiene, en unión con los planes pastorales nacionales y diocesanos, y encuadrado en el ritmo del año litúrgico, un itinerario precongresual y ha de alcanzar su continuidad en unas obras durables poscongresuales. Desde hace años las Congresos tienen una preparación particularmente vinculada al Adviento o a la Cuaresma y se cristalizan en unas “obras del Congreso», especialmente caritativo-sociales5. Esto mismo es lo que hemos de esforzarnos por conseguir, en los próximos meses, dentro de nuestra Archidiócesis y este es mi deseo más ardiente al dirigiros esta Exhortación.

La Eucaristía, culmen del misterio
de Cristo en la historia #

La Plegaria Eucarística IV del actual Misal Romano, tras recordar el proceso de la Historia de la salvación, que culmina en Cristo y en su misterio pascual, sitúa la “epíclesis” sobre el pan y el vino y el relato de la institución de la Eucaristía, que introduce con las siguientes palabras: “Porque Él mismo, llegada la hora en que había de ser glorificado por ti, Padre santo, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo”. De este modo la Eucaristía aparece claramente como la obra culminante de Cristo, en conexión con su misterio de muerte-resurrección-glorificación, y como la manifestación más elocuente del valor supremo de su testimonio: el amor que Dios es.

Realmente, la Eucaristía celebrada y adorada ha sido para la Iglesia, a lo largo de los siglos, la fuente primordial de una hermenéutica bíblica católica, de una formación permanente del pueblo cristiano, y la sede más estable de su reflexión teológica conectada con la vida. Tan cierto es esto que hoy se juzgan las épocas de esplendor o de decadencia de la Iglesia según se haya verificado o no este flujo entre liturgia y otras dimensiones de la actividad eclesial.

De aquí la importancia de considerar las dos partes de la Misa, liturgia de la Palabra y liturgia eucarística como un todo6, y de comprender la homilía como parte de la acción litúrgica7. La Eucaristía es realmente como el Arca de la Nueva Alianza, dentro de la cual y desde la cual se contiene y se da a conocer toda la admirable obra de la salvación. También por esto mismo la Iglesia quiere celebrar preferentemente la mayoría de los demás sacramentos dentro del contexto de la Santa Misa. Y también se halla aquí la razón teológica que lleva a la Iglesia a considerar la Eucaristía como la cima de la iniciación cristiana8.

En la Eucaristía, singularmente en la celebración de la Santa Misa, se nos ofrece, pues, la participación en el entero misterio de la salvación, en el Misterio de Cristo hecho próximo en la celebración de cada uno de sus misterios9. Esta ha de ser la fuente de esa experiencia trascendente que sirve de punto de partida para una auténtica predicación mistagógica, superando la rutina de un preanuncio evangélico que nunca llega a ofrecer lo realmente novedoso y salvífico del Cristianismo.

La Eucaristía, fuente y culmen
de la vida de la Iglesia #

Tendremos ahora que insistir en una idea clave para entender la Eucaristía católica, y es que en ella se contienen como condensados todos los tesoros de la divina economía, bajo la forma de alimento y con presencia real. Están como fundamento y soporte de la vida de la Iglesia y de la esperanza del mundo.

Será nuestra venerable Liturgia Hispano-Mozárabe la que expresará esto con mayor elocuencia, al acompañar el gesto funcional de la fracción del pan eucaristizado para repartirlo entre los fieles, con unas palabras y gestos elocuentes: el sacerdote va desmenuzando la sagrada forma en nueve partes que irá colocando ritmadamente sobre la patena dibujando en ella una cruz mientras las va nominando Encarnación, Nacimiento, Circuncisión, Aparición, Pasión, Muerte, Resurrección, y bajo ésta sigue, Gloria y Reino. El entero abanico se despliega y ofrece a los fieles como alimento de vida.

Será siempre oportuno, en este sentido, recordar las palabras de la Instrucción Eucharisticum Mysterium, de la entonces llamada Sagrada Congregación de Ritos, que afirmaba: “La catequesis del misterio eucarístico debe tender a inculcar en los fieles que la celebración de la Eucaristía es verdaderamente el centro de toda la vida cristiana, tanto para la Iglesia universal como para las comunidades locales de la misma Iglesia. Porque ‘los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras de apostolado, están unidos por la Eucaristía y hacia ella se ordenan. Pues en la Sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascua y pan vivo, que, por su carne vivificada y que vivifica por el Espíritu Santo, da vida a los hombres, que de esa forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con Él’ (PO 5)”.

“La comunión de la vida divina y la unidad del Pueblo de Dios, por las que subsiste la Iglesia, los significa debidamente la Eucaristía y los realiza maravillosamente (Cf. LG 11; UN 2 y 15). En ella tenemos la culminación de las acciones por las que Dios santifica al mundo en Cristo y del culto que los hombres tributan a Cristo y la auténtica naturaleza de la verdadera Iglesia’ (SC 56 y 41)”10.

A la luz de estas enseñanzas de la Iglesia queda claro que hablar de renovación litúrgica significa tomarse en serio la tarea de santificación personal y de la general renovación de las comunidades cristianas y sus obras de apostolado. A tal celebración, tal comunidad; y a tal comunidad, tal celebración.

Frente a los que siguen pensando en verdaderos antagonismos entre verdadera sacramentalización y auténtica evangelización, a los que se refirió Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi11, diremos que la acción pastoral es un todo que ha de ser orgánico y que, precisamente en la liturgia, encuentra su íntima trabazón. La participación litúrgica habla no sólo de actividad externa, sino sobre todo de conversión personal y corresponsabilidad eclesial. El dinamismo de la auténtica celebración litúrgica corre paralelo con el de la inserción de los laicos en el conjunto de las acciones de la Iglesia.

Por otra parte, tanto en la enseñanza como en la acción social, la conexión con el Misterio celebrado en la liturgia resulta garantía de eclesialidad y de proclamación de los auténticos valores cristianos.

Resulta por todo ello singularmente importante cuidar de la celebración litúrgica, en particular de la Eucaristía dominical. Un cuidado que no se puede reducir ni a la sola dignidad externa, ni a la simple observancia legal de las rúbricas, sino que ha de llevar a los fieles al sentido de lo sagrado y a la interiorización personal y comunitaria del Misterio12. Todo esto lejos de debilitar la predicación de la Palabra o el compromiso temporal de los fieles, les llevará a estimularlos con inusitada fuerza.

Ahora, una vez más, tras celebrar nuestro Sínodo diocesano, nos encontramos como Diócesis en un momento especialmente oportuno para afrontar este reto de la revitalización litúrgica, eucarística, de nuestras comunidades dentro del horizonte de la Nueva Evangelización. Vamos a empeñarnos todos por conseguir, desde todas las instancias de la acción pastoral, una coordinación de esfuerzos y quereres en este sentido; sería lamentable que, una vez más, el particularismo de grupo o el concepto privativo del cargo pastoral nos impidiesen realizar tan apasionante y hermosa tarea de futuro juntos y en comunión, como Iglesia.

La Eucaristía, los cristianos
en el corazón del mundo #

Este rápido vistazo sobre algunos aspectos básicos del misterio eucarístico nos tiene que llevar a todos a descubrir la estrecha ligazón existente entre la Eucaristía y la vocación de la Iglesia en el mundo. Hemos tratado sobre la importancia de la celebración de la Misa para la identidad y la acción de la comunidad, incluso hemos apuntado a la extensión de este vínculo más allá de la celebración, en la vida. Insistamos ahora en esto.

En la plenitud de los tiempos Dios envió a su Hijo, en una carne como la nuestra, ungida por el Espíritu para evangelizar a los pobres y curar a los contritos de corazón, como médico corporal y espiritual (Cf. Is 61, 1; Lc 4, 8)13. Esta misma es la misión de la Iglesia, pues “así como Cristo fue enviado por el Padre, Él a su vez envió a los apóstoles llenos del Espíritu Santo (Mc 16, 15)”14.

Por ello, los llamados Sacramentos de la iniciación cristiana, agregando nuevos miembros al Pueblo de Dios, capacitan para el cumplimiento de esta misión, que es de la entera Iglesia y se realiza tanto en el culto, como en la enseñanza y en la vida de caridad. La Eucaristía es cumbre de esa iniciación, como lo es de la actividad de la Iglesia, pero es también alimento en la peregrinación constante que significa la edificación del Reino (Cf. 1R 19, 8).

Como alimento que se ofrece, la Eucaristía, al ser celebrada, reclama ser recibida reiteradamente, es decir, siempre que se celebra, al menos por el celebrante, pero ojalá también por todos los cristianos que admitan la fe de la Iglesia y asistan al sacrificio, con tal de que estén debidamente dispuestos. Además, la Eucaristía en toda su riqueza de signo y de donación tiende a producir en quien cree en el gran misterio que encierra, una asimilación que poco a poco transforma y eleva.

Si la condición bautismal y crismal de los fieles se expresa y renueva en ellos, dentro de la Misa, bajo el aspecto de consagración, en la adoración y otras formas de culto eucarístico fuera de la Misa lo hace bajo la forma de inmolación, pues la piedad eucarística tiende a extender y propagar las actitudes eucarísticas15 en toda la vida del creyente. La permanencia de Cristo bajo el signo de las especies eucarísticas invita a apoyar y fundar la vida cristiana sobre el que es “la Roca”.

Existe una conexión entre el cumplimiento de la vocación de la Iglesia en medio del mundo y la piedad eucarística. Así lo expresó Su Santidad Juan Pablo II en la carta Dominicae cenae: “La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe, y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración”16.

Por ello, la Iglesia invita vivamente a la adoración que ha de ser encabezada por los pastores y facilitada en iglesias y oratorios17. Pero esta adoración, si toma la forma de exposición, sea mayor o menor, no puede convertirse en un apéndice para solemnizar otros actos de piedad, ni ha de deslindarse, en su celebración, de la Misa y del Misterio Pascual en ella actualizado18; de no tenerse esto en cuenta, lejos de cultivarse una auténtica espiritualidad eucarística, se pueden favorecer desviaciones ritualistas o paganizantes de la piedad cristiana.

El testimonio luminoso, de auténtica piedad eucarística, que hizo de figuras como las de S. Juan de Ribera, Santa María Micaela del Santísimo Sacramento, San Pascual Bailón, o Doña Teresa Enríquez, la “loca del Sacramento”, verdaderos signos para las generaciones que los conocieron, ha de estimularnos incansablemente en orden al fomento de la genuina devoción eucarística en nuestro clero, nuestros agentes de pastoral, nuestro seminaristas, los miembros de nuestras asociaciones eucarísticas, grupos de apostolado y fieles en general.

Estoy seguro que, también en este sentido, el acontecimiento de gracia del Congreso Eucarístico Internacional, de Sevilla, nos ofrece una oportunidad única y que no podemos mirar con indiferencia; por ello todos hemos de poner especial empeño en no dejar de emplear los medios aptos para conseguir estos objetivos pastorales, que se insertan armónicamente en nuestro Plan Pastoral diocesano.

Para preparar el Congreso Eucarístico
en nuestra Diócesis de Toledo #

Coordinación de esfuerzos #

La preparación del Congreso Eucarístico no ha de ser una tarea de grupos o personas aisladas, sino una empresa diocesana. A este fin nombré un Delegado Diocesano para el Congreso. A él conviene informar de toda acción de parroquias, grupos o asociaciones encaminada a preparar o a celebrar el Congreso y a él compete coordinar, alentar e informar en todo lo referente a este acontecimiento.

En orden a potenciar esta unión de esfuerzos, yo mismo deseo reunirme con un grupo de personas, especialmente interesadas por esta celebración, que con el Delegado Diocesano puedan propagar y cumplir en la Diócesis los objetivos del pre-congreso y del Congreso.

Catequesis y formación #

La preparación del Congreso supone una oportunidad magnífica para revisar y potenciar nuestra catequesis eucarística. A nivel de catequesis de infancia y Primera Comunión hemos de aplicar lo dispuesto en nuestro Sínodo Diocesano19.

Por lo que se refiere a la formación permanente tendremos que conceder una gran importancia a la predicación que, en los domingos de Cuaresma y Pascua, teniendo por trasfondo la iniciación cristiana, que culmina en la Eucaristía, ha de presentar, desde esta perspectiva, el Misterio Pascual. Igualmente, cada párroco, consiliario o responsable de asociaciones eucarísticas procurará dar a conocer durante este tiempo la enseñanza que sobre el augusto Sacramento contiene el Catecismo de la Iglesia Católica (nn.1322-1419).

La Delegación para el Congreso Eucarístico, en colaboración con la (‘omisión Diocesana de Liturgia, ofrecerá, antes del tiempo de Cuaresma y Pascua, unos materiales que ayuden a orientar la predicación en el sentido antes indicado, así como un comentario, dirigido a los sacerdotes, sobre los números dedicados a la Eucaristía en el Catecismo.

Celebración eucarística y adoración #

No podemos olvidar que uno de los primeros frutos del Congreso ha de ser la mejora de nuestras celebraciones eucarísticas. En este sentido la Secretaría General del Congreso ha publicado un folleto titulado “La Eucaristía celebrada, reflexiones y sugerencias para mejorar la celebración y participación”, que aparece publicado en nuestro Boletín Oficial en su número de enero de 1993. Tampoco podemos olvidar los consejos y normas que nos ofrece nuestro Sínodo Diocesano en sus Constituciones (nn.725-737, 741-750, 752-776, principalmente). También sería bueno recordar alguna de las recomendaciones que últimamente se han publicado en nuestro Boletín Oficial: “Recomendaciones para dar a la celebración eucarística expresividad y verdad” (BOAT, octubre 1991, p. 496-498) y “Reflexiones sobre la oración de los fieles en la Santa Misa” (BOAT, septiembre 1992, p. 410-413).

Por lo que se refiere a la exposición del Santísimo Sacramento en iglesias y oratorios, sería de desear que en todo lugar abierto al culto se celebrase un día por semana, sea el domingo, el jueves o el viernes, esta práctica de adoración eucarística. Ahora bien, tal exposición no ha de limitarse a un apéndice de la Misa, del Rosario o de una Novena, ha de tener entidad propia. Tampoco conviene que se considere la exposición como mero marco de la oración individual y silenciosa, no faltarán en estos actos de piedad la lectura bíblica, las súplicas, las acciones de gracias, el silencio y los cantos. A este fin conviene que la Delegación para el Congreso ofrezca a todas las comunidades de la Diócesis unos esquemas y formularios para la conveniente celebración de la exposición eucarística.

Acción caritativa y social #

En conexión con Cáritas Diocesana, la Delegación Diocesana para el Congreso Eucarístico fijará un proyecto social del Congreso para nuestra diócesis. Cada parroquia o grupo deberá igualmente, a menor escala, fijarse algún proyecto que le permitiese expresar el fruto de la eucaristización de la vida. Tendremos que estudiar las posibles opciones para expresar significativamente esta dimensión esencial del misterio de amor contenido en la Eucaristía, sea una colecta, sea un compromiso de voluntariado, sea un proyecto concreto de promoción humana y cristiana.

Aprendiendo de María la Virgen #

La Madre del Cielo es maestra singular de nuestra participación en el Misterio de Cristo. Sus actitudes en el momento de la Anunciación y Encarnación del Verbo son el modelo de toda auténtica participación litúrgica fructuosa. A ella, en Toledo, junto a nuestra Cátedra, Virgen del Sagrario, encomendamos las tareas preparatorias, la celebración y los frutos de este Congreso Eucarístico Internacional.

La Señora nos invita a hacer “lo que Él nos dice”, en ella se cumple la dicha de los “que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”, ella nos enseña a acompañar a Jesús hasta la Cruz, y a aguardar confiados su Resurrección y el don del Espíritu. Como en los iconostasios orientales, Ella está en las puertas del Santuario para enseñarnos a participar con fruto y a venerar con pureza el misterio grandioso del amor de Dios. Como María, tras la Encarnación, el cristiano eucaristizado camina presuroso al servicio y canta por doquier las maravillas de la Gracia.

Imperando para nuestra Archidiócesis una auténtica primavera espiritual preparando el Congreso Eucarístico de Sevilla, os bendigo con paternal solicitud invocando el constante auxilio de la misericordia divina sobre vosotros y vuestras iniciativas.

1 Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, 22.

2 SC 7.

3 Ibíd., 10.

4 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1402-1405, especialmente este último número, el 1405.

5 Cf. Comité pontificio para los congresos eucarísticos internacionales, Los Congresos Eucarísticos Internacionales para una nueva Evangelización, Ciudad del Vaticano 1991, p. 52 y 53.

6 Cf. SC 56.

7 Cf. ibíd., 52.

8 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n.1322.

9 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n.1115.

10 Instrucción Eucharisticum Myslerium, 25 de mayo de 1967, n. 6. Cf. Andrés Pardo, Liturgia de la Eucaristía, Madrid 1979, p. 172.

11 Cf. Evangelii nuntiandi, 47.

12 Instrucción Eucharisticum Myslerium, 20.

13 SC 5.

14 Ibíd., 6.

15 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1356-1372, donde se presentan los aspectos sacrificial, eucarístico y memorial del Sacramento del altar.

16 Carta Dominicae cenae, 3, recogida en el Catecismo de la Iglesia Católica, dentro del n. 1380.

17 Cf. Instrucción Eucharisticum Mysterium, n. 50 y 51.

18 Ibíd., 60, 62 y 66.

19 Constituciones Sinodales, XXV Sínodo Diocesano, Toledo 1991, n. 470 y 474.