Homilía pronunciada dentro del triduo en honor de la Virgen del Alcázar, Toledo, 25 de septiembre de 1978. Texto publicado en el Boletín Oficial del Arzobispado de Toledo, noviembre 1978.
Como otras veces he dicho, no es ocioso reunirnos aquí. Eso sí, nos congrega únicamente un motivo de profunda significación religiosa: el deseo de rendir culto a la Santísima Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora del Alcázar. De Ella recibieron protección y consuelo interior los que defendieron la fortaleza cuando ésta se encontraba asediada. Mantenían ideales muy nobles. Muchos murieron; otros se salvaron; todos rezaron. Y así surgió luego fácilmente la idea de perpetuar, en una asociación religiosa canónicamente aprobada, los sentimientos de amor, de confianza y de gratitud a la Santísima Virgen María, que entonces alentaron a aquellos hombres. Y esto es, en síntesis, lo que significa la Virgen del Alcázar y la Hermandad que lleva su nombre.
Mis palabras, en este día y desde esta cátedra, no pueden ser más que para exhortaros a todos a que centréis cada vez más vuestras vidas en Dios, en Cristo, en la Virgen María, en el amor a la Patria y a todos los españoles, porque todos debemos ser hermanos y todos debemos ayudarnos a conseguir las cimas más altas de fraterna convivencia, de paz social y de progreso justo y ordenado para nuestra patria española.
Mi exhortación trata de moveros a que busquéis en las lecciones de ayer no solamente una conmemoración de hechos pasados, muchos tan dolorosos, sino un estimulo para el futuro, que os mueva a defender siempre, con un ardiente deseo de paz y de fraternidad social, los ideales imperecederos de redención y de paz.
Por eso quiero hablaros hoy de la fe. De la necesidad de mantener la fe. Esa misma fe de tantos de los que allí sucumbieron, que fue para ellos sostén validísimo y auxilio espiritual venidos de Dios; esa fe que dio origen a vuestra Hermandad, y ha de ser para vosotros fortaleza eficaz en el dolor de vuestros recuerdos y estimulo también para forjar una paz, un perdón, un abrazo fraterno, una convivencia pacífica, que son ideales que debe vivir todo cristiano. Hablemos de la fe, sí. Y mirando hacia el futuro, yo tengo que deciros: primero, que la conozcáis cada vez mejor, y segundo, que la améis cada día más.
Conoced nuestra fe #
Vengo diciéndolo insistentemente durante todos estos años de mi pontificado en Toledo: reflexionad sobre la fe; conoced su contenido, cuanto ella nos ofrece como revelación divina; aceptad las enseñanzas de Dios que nos transmite la Iglesia, el magisterio del obispo diocesano. El Concilio Vaticano II ha hecho un esfuerzo colosal para exponer al mundo de hoy el contenido y las exigencias de la fe católica. Ha abierto de par en par el corazón de la Iglesia para que captemos sus latidos, que no son más que los latidos del Corazón de Cristo. Pero se necesita una profunda labor catequística, porque ya no podemos contentarnos con las tradiciones de los tiempos pasados. Por todas partes aparecen dificultades y, dentro mismo de ambientes que antaño se llamaban católicos, surgen, con tremenda facilidad, o la indiferencia, o el desprecio, o la autosuficiencia, o la hostilidad contra todo lo que significa el sentido católico de la vida. Y no veo otra solución sino la que la Iglesia propone movida, naturalmente, por sus legítimos pastores, los Obispos y los sacerdotes: que la Iglesia toda, todas las familias católicas, respondiendo a los deseos del Concilio Vaticano II, mediten y reflexionen constantemente, en sus hogares, sobre lo que es esta religión nuestra cada vez más desconocida y cada vez más olvidada. Aquí es donde hay que hacer un esfuerzo supremo en vez de dedicarnos a tantas lamentaciones. Tenemos que reflexionar mucho sobre los contenidos de nuestra fe, instruirnos, conocer de verdad lo que la Iglesia quiere enseñarnos.
Con este fin os hago una sugerencia, familias católicas: suscribíos a L’Osservatore Romano, en su edición española. Ahí podéis conocer qué es lo que el Papa está diciendo cada semana y en cada ocasión. Creo que ha llegado el momento en que los católicos españoles hagamos esfuerzos prácticos de esta índole para vivir nuestra fe. Esta es una fe que no cambia, pero que debe ser renovada cada día con el impulso de nuestra voluntad movida por la caridad. Para ser católicos adultos se necesita reflexión, conocimiento. De cara al futuro esto será cada vez más necesario.
Amad nuestra fe #
No basta conocer nuestra fe. Se necesita amarla. Además de esa reflexión, de esa catequesis continua y de esa meditación, además de todo eso, hay que amarla. Es decir, suscitar una actitud que ya no es de mero conocimiento, sino más profundamente espiritual: una actitud de amor. Se nos ha revelado el mensaje de Dios, la palabra divina, para que sea contemplada por nosotros como un misterio, como una fuerza de salvación, como un medio por donde nos llega la palabra de Dios. Por su Palabra y sus Sacramentos, Cristo nos ha revelado el misterio de la vida de Dios. Hay que amar la fe.
Me podéis preguntar: ¿cómo es posible despertar este amor a la fe, si muchas veces es tan abstracta, tan referida a aspectos incomprensibles de la vida de Dios? Resulta que el que nos ha revelado los contenidos de esa fe relativa al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo, es Cristo. ¡Cristo sí, que puede ser amado, que merece ser amado sobre todas las cosas! Cristo despierta el amor con su palabra, con su vida, con su muerte, con su resurrección. Y cuando uno ama a Cristo, ama sus palabras, ama sus enseñanzas, ama todo aquello que El nos dejó como una herencia que quería que nos repartiéramos los miembros de su Cuerpo Místico. A través de Cristo podemos amar todos los contenidos de la fe que nos llevan a sumergirnos en el amor de Dios. Esto es lo que han hecho siempre los santos: una Santa Teresa de Jesús, la gran mística, Doctora de la Iglesia; nadie la superó en amor ardiente para defender su fe, pero es porque nadie la ha superado en el amor a Jesucristo.
Cuando en las familias cristianas, por sus buenas costumbres, por su práctica religiosa bien observada, por los Sacramentos bien recibidos, va apareciendo poco a poco el amor a Cristo cada vez más íntimo, expresado por las determinaciones de una voluntad generosa, fácilmente se despeja todo el horizonte de la fe, para extenderlo, como es debido, a las consecuencias morales que la misma fe implica, animando todos los aspectos de la vida, informando la libertad del hombre de tal modo que ordene todas las determinaciones de su voluntad en el plano individual, familiar y social de acuerdo con su sentido cristiano de la vida. Esa es la moral. Y la moral católica se ama cuando se ama a Cristo y vivimos de Él, de su vida, de lo que Él quiso comunicarnos para que fuésemos semejantes a El. De Él y de su vida divina brota esa imagen del cristiano, que va forjándose día a día con el ejercicio de la fe y la práctica del amor.
En relación con todo esto, familias de Toledo, miembros de la Hermandad de Ntra. Sra. del Alcázar, pronto, cuando comience el mes de octubre, se va a celebrar en la ciudad una Cruzada de Oración en Familia. La van a dirigir los Padres Dominicos, con la colaboración de otros sacerdotes. Yo insisto mucho en los objetivos de esta Cruzada, porque creo que si no alimentamos el corazón de la familia cristiana con la oración y con la fe en Dios, esa familia va a durar muy poco. Es necesario fortalecerla en sus raíces. La nueva generación que viene, ya no piensa en tradiciones; de manera que el catolicismo tradicional ya no tendrá fuerza en ella. Hay que encontrar el modo de alimentar sus conciencias, buscando el auxilio y la luz de Dios directamente, por la oración, tal como la revelación cristiana nos lo ha enseñado. Sin oración no habrá familia cristiana, no habrá perseverancia en la fe. Cada día estaremos más expuestos a los ataques que experimentamos por un lado y por otro.
Vosotros venís aquí, como cada año, para recordar a la Santísima Virgen del Alcázar. Yo siempre que me pongo en contacto con vosotros os recuerdo que los que defendieron aquella fortaleza buscaban propugnar ideales muy nobles de religión y patria. Hay que seguir defendiéndolos hoy, pero como hay que defenderlos hoy. Por eso estoy señalando estas actitudes que nos inspiran nuestros ideales cristianos; hemos de ser realistas, discretos, consecuentes. No nos quedemos con simples conmemoraciones y con frases que pueden dar satisfacción a nuestros estados emocionales, pero que fácilmente nos liberan del serio compromiso cristiano.
Aplicaciones prácticas #
Y ahora, después de todo lo dicho, me considero obligado a hacer unas aplicaciones concretas en relación con la situación que estamos viviendo en España. No tardando mucho será sometido al juicio y aprobación de los españoles el proyecto de Constitución que se está elaborando. Hemos de esperar a conocer su texto definitivo para poder formarnos un juicio completo y cabal sobre lo que ha de ser objeto de nuestros votos. Naturalmente, no se trata de coartar la libertad de vuestras determinaciones. Pero sí creo que cumplo con un deber muy grave al informaros de que en el proyecto constitucional hay dos puntos muy preocupantes desde el punto de vista católico: uno es el relativo a la libertad de enseñanza; otro, el que se refiere al matrimonio y a la familia. Como ambos tienen relación con esta defensa pacífica, consciente, humilde, pero firme de la fe, por eso hablo expresamente de ellos.
1. Una palabra sobre el problema de la enseñanza. –¡Que no se nos ofrezca una Constitución en la cual la libertad de enseñanza quede prácticamente anulada, como quedaría si se anulan los derechos de los padres a buscar para sus hijos la educación que deseen y la posibilidad práctica de poderla conseguir! Son los padres lo que tienen todo el derecho, dentro de la ley natural, de elegir para sus hijos –inmaduros, débiles y, hasta cierta edad, incapaces de tomar determinaciones razonadas por su cuenta– la educación que deseen. Los padres bautizados, católicos, y cuyos hijos también lo estén, tienen todo el derecho, que nadie debe impedirles, de dar a sus hijos una educación religiosa católica, no simplemente con la religión cursada como una asignatura, sino enmarcada de tal forma que el conjunto de todas las enseñanzas les llegue impregnado del sentido católico de la vida. Una escuela estatal única que no respetase estos derechos sería inadmisible.
No solamente hay que defender la libertad de enseñanza desde el punto de vista de los padres de familias católicos, sino también desde el de la Iglesia como institución. Porque la Iglesia tiene como misión formar a los hombres, y una de las maneras de formarlos, aunque no la única, pero sí de suma importancia, es la escuela en sus diversos grados. Parece que hay una cierta cobardía para proclamar hoy estos derechos de la Iglesia como institución. Sin embargo, aun prescindiendo del derecho de los padres, la Iglesia como tal tiene que obedecer a Cristo. Y Cristo ha dado a la Iglesia una misión: formar a los hombres. Por consiguiente, de ninguna manera debe hacerse inviable el derecho y la facultad de la Iglesia a enseñar y educar a la niñez y a la juventud.
2. El problema del matrimonio y de la familia. –Aquí, con profundo dolor de mi alma, me veo obligado también a hacer un serio reparo al texto constitucional hasta ahora conocido, en el cual se habla de que «el Estado regulará… incluso la disolución del matrimonio». ¡No tiene facultades para eso el Estado! La indisolubilidad del matrimonio es una ley divina, y es también, según la doctrina de la Iglesia, de derecho natural. Es lamentable que se ofrezca de entrada este obstáculo. Hubiera sido mucho mejor que en una Constitución que quiere servir como ley fundamental a todos los españoles no se incluyera este aspecto. Si después los partidos políticos quieren defenderlo por su cuenta, allá ellos con sus conciencias, su responsabilidad y las consecuencias de sus actos. Un asunto como éste, de tanta importancia, no debiera haberse incluido en un texto constitucional, puesto que puede haber muchísimos españoles que quisieran aprobar la Constitución en busca de la paz y de la concordia social, y encuentren un obstáculo insalvable para sus conciencias. Que se presente aparte, incluso en un referéndum hecho para eso expresamente, si es preciso, pero que no se incluya dentro del texto constitucional.
Toda la doctrina de la Iglesia, la del Concilio Vaticano también, así como la del Papa Pablo VI y la de Juan Pablo I, pide que se defienda la indisolubilidad del matrimonio. Juan Pablo I acaba de decir a un grupo de Obispos norteamericanos: «No tengáis miedo de hablar de la indisolubilidad del matrimonio». El Concilio Vaticano II afirma que el divorcio es una plaga. Y es una plaga para la sociedad, lo fomente quien lo fomente: las costumbres, las libertades de los hombres, los partidos políticos o las leyes. Es una plaga.
En seguida surgen las objeciones y se habla de que un referéndum expondría a la Iglesia a una posible derrota, como en Italia. Mal argumento emplean los que así hablan. La Iglesia no está en este mundo ni para ser victoriosa, ni para ser derrotada. Está para predicar la doctrina de Cristo, la sigan los que la sigan y la desprecien quienes la desprecien. Hay más: que se vea con claridad la respuesta de los hombres, aunque la Iglesia, defendiendo la indisolubilidad del matrimonio, saliera derrotada. Conoceríamos mejor cuáles son las posturas sinceras de unos y otros: la de los verdaderos hijos de la Iglesia y la de los que a sí mismos se dan ese nombre, aunque no lo sean de hecho. Por otra parte, ¡tantas veces es derrotada la Iglesia, tantas veces pisoteada su moral, tantas veces conculcados sus mandamientos! ¿Y por eso debe dejar de predicarlos, debe dejar de decir al mundo cuál es la voluntad de Dios?
Conclusión #
Atención, familias católicas: es necesario formar bien nuestras conciencias y medir bien la trascendencia de nuestros actos. Hoy no digo más. Simplemente hago alusión a estos dos puntos porque tienen relación con el tema central de mi homilía, que es el cuidado y atención a nuestra fe, con la obligación que tenemos de conocerla y amarla. Es necesario iluminar y formar rectamente la conciencia. Cuando se trata de algo que está íntimamente ligado con la ley evangélica, tenemos que preguntar a Cristo: «Y Tú ¿qué nos dices sobre esto?». Porque la Iglesia tiene la obligación de responder en nombre de Cristo. Y fue precisamente el tema del matrimonio –tratado por los apóstoles al preguntar a Cristo qué es lo que tenían que pensar sobre el mismo– el que provocó una respuesta clarísima de Cristo: Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre (Mc 10, 9).
Nada más, hermanos. Defendamos nuestra fe católica así, viviéndola con profunda convicción, en el respeto a los demás, pero exigiendo también a nuestra vez el mismo respeto para nuestras convicciones profundas. Que la Santísima Virgen del Alcázar siga ayudándonos y siga recibiendo el homenaje de nuestra piedad y nuestra fe.