Prólogo para la obra del Dr. José Martí Bonet titulada «Roma y las Iglesias particulares en la concesión del palio a los obispos y arzobispos de Occidente», 1973.
Un trabajo de investigación histórica tan riguroso como el que aquí aparece, merecería ser presentado a la hora de hacerse público por la pluma de algún eminente especialista. No lo es quien escribe estas líneas. Pero tampoco le faltan títulos para aceptar complacido la invitación del autor a redactarla.
El Dr. Martí Bonet es un sacerdote de Barcelona, a quien yo aconsejé un día realizar estudios de historia en la Universidad Gregoriana de Roma. Me siento feliz de haber contribuido, con mi ruego, a la determinación que él tomó, de secundarlo con la fervorosa dedicación con que lo ha hecho.
He aquí un estudio, magistralmente efectuado, de un tema de suma importancia para todos aquellos que se interesan por las instituciones diversas de la historia, al fondo de las cuales se encuentran siempre las personas y las grandes ideas, que fueron capaces de moverlas en una determinada dirección.
El “palio”, aún hoy, es un símbolo de jurisdicción eclesiástica, que el Papa entrega a los arzobispos como señal de la misión que les confía. Esa blanca cinta de lana es recibida siempre con respeto y prolonga más allá de Roma la presencia de la suprema autoridad que la ha entregado.
Pero faltaba un estudio serio sobre la historia del “palio”. Desde ahora lo tenemos, referido al período de los seis siglos, que el autor de la tesis se ha propuesto investigar. Nadie hasta este momento –afirman los profesores que han juzgado la tesis– había acometido el estudio de este problema histórico con tal copia de argumentos y noticias para ilustrar la práctica de conferir el palio y la relación del hecho con el Primado Romano. Este estudio es mucho más que una tesis doctoral. El autor se acredita como un investigador profundo, de cuyo trabajo –al que esperamos sigan otros– se beneficiarán grandemente los estudiosos de la historia.
El tema investigado ilustra además aspectos notables de la colegialidad episcopal; y es una respuesta a la llamada que hacían los Padres del Concilio Vaticano II, cuando se lamentaban de la falta de estudios científicos, que presenten la fundamentación histórico-teológica en el ejercicio de la misma.
Si se compara la Iglesia occidental del siglo VI y la del XII, se observan cambios profundos. En aquélla, el régimen eclesial es más bien autóctono-metropolitano, sin que por ello dejen de existir los vínculos de Roma. La Cabeza de la Provincia ordena a sus sufragáneos, convoca y preside sínodos, recibe apelaciones. A partir del XII, en cambio, es mucho más acentuada la dependencia de cada Iglesia respecto a la Sede Romana. El Papa va reservándose muy visiblemente la facultad de constituir al arzobispo –previo juramento de fidelidad a la Santa Sede– con la concesión del palio como insignia honorífica y jurídica. Los derechos y funciones de los metropolitanos quedan cada vez más sometidos al Papa.
La sana y equilibrada historia razona estas mutaciones y no se escandaliza ante unos hechos, que en la mayoría de los casos –como en éste– encuentran justificación en las circunstancias del tiempo.
Esa “reforma gregoriana” de los siglos XI-XII representa una de las épocas más sublimes de la historia eclesial, puesto que ante el peligro de que las Iglesias particulares quedaran demasiado atadas a los caprichos de los señores feudales, los Papas reformadores defienden a la Iglesia, cuando centralizan y controlan el régimen metropolitano.
La historia es vida y constantemente evoluciona y se adapta. Y la Iglesia es esencialmente historia y vida; también se adapta sin perder el alma de su Tradición.
La colegialidad episcopal, por su parte, sólo puede escandalizar a quienes ignoran los datos de la teología y de la historia. Durante más de doce siglos, como se demuestra en esta tesis, se había vivido con dignidad y provecho.
Este es el fruto del estudio con que el autor nos regala. Es un sacerdote culto, que se distingue por su amor al Papa y a los obispos. Y no hay mejor amor, tratándose de estas cuestiones, que el que va unido con el conocimiento exacto de la realidad amada.
Sólo me resta pedir al Dr. Martí Bonet, hoy Archivero Diocesano del Arzobispado de Barcelona, que se esfuerce por seguir encontrando tiempo para ofrecernos nuevos trabajos tan ricos como éste. No le faltarán estímulos en una ciudad como Barcelona tan dotada para valorar y comprender las evoluciones de la historia.
Marzo de 1973