Comentario a las lecturas del V domingo de Pascua. ABC, 27 de abril de 1997.
El cristianismo no es para vivirlo en soledad individual y egoísta de cada uno. Pide vivir en familia, en comunión, hermanados unos con otros. Y todos, unidos con Dios. Para facilitar una y otra cosa está Cristo.
La Iglesia se construye y progresa en la fidelidad al Señor, a su Señor y se multiplica impulsada por la fuerza del Espíritu Santo. Es como un árbol, cuya savia y raíces son el amor y la confianza de que todo lo recibimos de Dios. Él es mayor que nuestra conciencia, y lo conoce todo. En su inmensidad infinita todo se hace leve por mucho que pese. Es el Creador, la Vida, la Gracia. Lo sabe todo y nos sitúa en la plena verdad de nuestra existencia.
Así lo sintió y vivió san Pablo en su conversión, cuando Dios lo hizo cambiar radicalmente de vida en el camino de Damasco. Su experiencia personal de Cristo no le impulsó a permanecer aislado, en una especie de auto-contemplación gozosa de lo que estaba viviendo, sino que le llevó a buscar y adherirse a la primera comunidad cristiana de Jerusalén. La inmediata reacción de esta fue de temor y de recelo, por lo que sabía de él, pero enseguida se sobrepusieron el amor y la solicitud por salvar al que había sido perseguidor de los cristianos. La Iglesia se edifica sobre la fidelidad a Cristo, y sólo así llega a ser arca de salvación para los hombres.
La comunidad se cimienta sobre el amor con obras y según la verdad, dice san Juan. Su carta es oportunísima. Padecemos una verdadera inflación de palabras, frases, debates, análisis, todo lo cual ha hecho que, en muchos sectores, la Iglesia aparezca llena de ambigüedad y confusión. Y a la vez, se observa también una falta de interés positivo y serio por conocer y reflexionar sobre los documentos del Magisterio pontificio, nunca tan abundante y tan al alcance de todos.
Lo cual hace que no se conozca bien la enseñanza auténtica de la Iglesia en mil cuestiones de actualidad. Nuestra caridad es muchas veces vacía y sin consistencia, y en nuestras reuniones, asambleas, comunidades, grupos apostólicos, etc., abundan las divisiones, envidias, rivalidades, rencores, ansia de éxitos humanos, subjetivismos que lo esterilizan todo. Los años que han seguido al Concilio Vaticano II han sido tan perturbadores que han causado daños gravísimos en las comunidades cristianas, y todavía las aguas no han vuelto a su cauce.
Conocemos que somos de verdad discípulos de Cristo si amamos desinteresadamente. Sólo si comprendemos que hay una unidad íntima entre el amor de Dios y el del prójimo, guardaremos su mandamiento, permaneceremos en Él y seremos su Iglesia. Esta es la unión que Cristo proclama como necesaria en el evangelio. “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos, el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada”. La unión con Cristo y con los hermanos es condición para la eficacia y para lograr frutos. La Iglesia no es monolito uniforme y rígido, es un cuerpo vivo, una diversidad vital, pero ordenada y comprensiva de las variantes que aparecen en su orgánica estructura.
Cristo es creador de vida, que, como Hombre-Dios la hace llegar a todos los que creemos en Él. La otra, la que surge de nuestro egoísmo y busca nuestros intereses, separada de Dios, conduce a la muerte, se precipita en la nada. En los países más poderosos de la tierra los hombres se mueren igual que en los más pobres. Es innegable que el progreso científico y el técnico ayudan al hombre y a los pueblos a conseguir mayores bienes, pero sería mejor que tales progresos se pusieran al servicio de un mayor número, para que los frutos los percibieran todos.
Es fundamental vivir nuestra inserción en la comunidad eclesial. La Iglesia no es nada sin el hombre, ni el hombre es gran cosa sin la Iglesia, tal como la concibió Cristo. Tenemos que salir de nosotros mismos, de nuestro egoísmo, y reconocer a los demás y darnos. En la Iglesia de Cristo todos somos responsables de todos, y todos de cada uno. Sarmientos unidos con la vid, sí; falsos dioses del dinero, el poder, los placeres, no.