Jesús, Hijo amado de Dios, comentario a las lecturas del domingo del Bautismo del Señor (ciclo A)

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Jesús, Hijo amado de Dios, comentario a las lecturas del domingo del Bautismo del Señor (ciclo A)

Comentario a las lecturas del domingo del Bautismo del Señor. ABC, 6 de enero de 1996.

Nuestra reflexión se centra hoy en Jesús de Nazaret. “Me refiero –dice san Pedro en los Hechos– a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él”.

Es un pórtico maravilloso para el comienzo de la grandiosa epopeya, que se va a narrar; mejor dicho, hay en las lecturas de hoy un triple pórtico de gloria: Isaías, los Hechos y el mismo Evangelio. Suprema sencillez en las narraciones y sublime elevación en lo que se afirma. Los tres textos nos abren a la enorme e inmensa realidad de quien es Señor de la Historia, Alfa y Omega de la creación. Jesús de Nazaret, el ungido de Dios, el Mesías, el amado y elegido, sobre quien está el Espíritu de Dios, porque es su Espíritu como lo es del Padre. Este Jesús es el Señor de todos, el que ha hecho posible que millones de hombres y mujeres hayan vivido y hayan muerto creyendo en Él, seguros de que, porque Él resucitó, también a ellos les alcanzará la resurrección.

Acudió como un pobre israelita más a recibir el bautismo de Juan. Este bautismo no perdonaba los pecados por sí mismo, sino por la profesión de fe, que se hacía en el Mesías futuro, a la que Juan apelaba constantemente. Además, ¿qué pecados le iban a ser perdonados a Jesús, que no tenía pecado? ¿A Jesús, que era el anti-pecado? Inmediatamente aparecía la gran señal anunciadora de quién era el bautizado y por qué había acudido a bautizarse. “Apenas se bautizó Jesús y salió del agua, se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre Él, y vino una voz del cielo que decía: Este es mi Hijo, el amado, el predilecto”. Cristo, que nace, muere, resucita y se bautiza por nosotros, para que empiece a cumplirse todo lo que Dios quiere de Él. No es un rito sin importancia, es el comienzo de la nueva etapa de su vida.

Jesús nos enseña, porque es el Hermano primogénito, el Maestro único, que tenemos que renacer del agua y del Espíritu. Más adelante, se lo dirá abiertamente a un doctor de la ley, Nicodemo. La revelación de Dios en este momento de la vida de Jesús es trascendental en la historia. Comienza la gran familia cristiana.

Cristo no hace propaganda, no manipula, no grita por las calles. No es su misión. Pero sí que lo es no quebrar la caña cascada, no apagar el pábilo que aún humea. Promueve los derechos de los hombres, la justicia y la verdad, y libera de las cadenas del pecado que los hacen esclavos del mal. Proclama a quienes son felices y bienaventurados. Pasará haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal.

En el bautismo de Jesucristo y gracias a las palabras del Padre sobre Él, vemos en la entera vida de Jesús, en sus palabras y acciones, en la Iglesia que fundó y en los sacramentos que instituyó, la voluntad salvadora de Dios. Jesús asumió nuestro pecado en el bautismo y nos prometió su gracia para que vivamos como Él. En nuestro bautismo nos da todo lo que el Padre le dio: filiación, el Espíritu Santo, la vida eterna. El bautismo de Jesús en el Jordán significa una venida, una vocación, un acercamiento a cada uno de nosotros en nuestra debilidad y pequeñez; pero también el comienzo de una misión: promover el Evangelio, el bien, el derecho, la justicia, la esperanza, porque Dios está con nosotros.