Juan Pablo II, fe y convicción hechas vida

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Juan Pablo II, fe y convicción hechas vida

Artículo de presentación de los folletos sobre Juan Pablo II, redactados por José María Javierre y publicados en Sevilla, 1981.

En el Papa Juan Pablo II veo ante todo un valor fundamental: Se ha propuesto, y en gran parte lo ha logrado, conseguir que renazca en la Iglesia el poder de su convicción interna, como fuerza de salvación del hombre en el mundo actual. Sin cruzadas de ningún tipo, la Iglesia está muy necesitada de que su vigor y energía interiores sean profundamente sentidas por quienes pertenecen a ella. Esto ya lo resumió el Papa en el primer mensaje, que dirigió al ser elegido sucesor de san Pedro, mensaje que muchos calificaron, con toda razón, como de la fidelidad.

En la misma idea ha insistido en sus dos grandes encíclicas Redemptor hominis y Dives in misericordia, y en muchos discursos. ¿Cómo se devuelve a la Iglesia la fuerza de sus convicciones? Con la fidelidad, fermento insustituible. ¿Para qué está ante todo la Iglesia? Para trasmitir la fe y ayudarnos a vivirla con gozo.

Aún recuerdo con profunda alegría las impresiones del cónclave, en que fue elegido Papa con el nombre de Juan Pablo II el que hasta el 16 de octubre de 1978 era Cardenal Carlos Wojtyla, Arzobispo de Cracovia. En el celebrado mes y medio antes, los Cardenales entramos con una visión muy clara sobre cómo debería ser el nuevo Papa, pero el resultado último y la convergencia de votos tan copiosa a favor del cardenal Luciani fueron una sorpresa llena de gozo.

Cuando entramos en el cónclave del 15 de octubre de 1978 la mayoría de los 111 cardenales no pensábamos en el Cardenal Wojtyla, aunque nadie lo excluía. Todos lamentábamos la desaparición prematura del Papa Luciani, de su estilo y de su talante. La noche última del cónclave, el Cardenal Bertoli me decía: “Esta mañana estábamos todos con las caras largas y confundidas y sin embargo cómo se ha hecho la luz durante el día”. “Son los caminos de Dios –contesté al hoy Cardenal Camarlengo– los que nos llevan por donde más conviene a la Iglesia”.

El Primado de Polonia, Cardenal Esteban Wyszynski, tuvo una emotiva alocución por los micrófonos de Radio Vaticana, al día siguiente de que fuera elegido Papa Juan Pablo II. Por la autoridad que dan a este Cardenal sus grandes méritos, contraídos por el largo y ejemplar servicio prestado a la Iglesia, así como por el trato íntimo que ha tenido muchos años con el que hoy es Sumo Pontífice, transcribo un párrafo de dicha alocución, que refleja muy bien el estado de ánimo del Colegio cardenalicio y el ambiente de aquellos días.

“Entre el grupo de cardenales se buscaba un hombre de fe viva, de plegaria ardiente, de pastoral dinámica; un hombre bueno, bondadoso, cordial, sensible, a través del cual se pudiera ofrecer al mundo el amor de Dios. Este deseo era tan general y tan fuerte, que ha superado la barrera de cuatro siglos y medio de tradición en la Iglesia; la barrera de la lengua y de la nacionalidad. Parecía difícil superarla, tanto para los cardenales como para el pueblo romano. Sin embargo, la elección del Cardenal Wojtyla para la Cátedra de Pedro ha resultado natural y sencilla, del mismo modo que ha sido cordial y espontánea la acogida por parte de los romanos. Así se ha puesto de manifiesto el espíritu de viva fe y esperanza, que anima a la Iglesia, y que le ha hecho superar lo que parecía insuperable en estos tiempos de creciente nacionalismo”.

Antes de entrar en aquel cónclave, yo había buscado datos concretos sobre el cardenal Karol Wojtyla, a quien conocía personalmente y con quien yo había tratado en ocasiones diversas. Llevé conmigo al cónclave el libro Signo de contradicción, que contiene los Ejercicios espirituales que en 1977 el entonces Cardenal de Cracovia había dirigido a Pablo VI y a la Curia romana.

Inmediatamente después de que su autor fuera elegido Sumo Pontífice, este libro fue traducido por la BAC al español. Se me encargó que hiciera el prólogo a la edición española y en noviembre de 1978 escribí:

“En cada tema se observa la vibración del corazón de un hombre entregado. Y no es el menor encanto de su lectura poder percibir la extraordinaria riqueza de pensamiento bíblica, litúrgica, filosófica, teológica, social, que fluye sin esfuerzo. Pocas meditaciones tan aptas como éstas para entender bien la pastoralidad del Vaticano II, ese Concilio del que tantas veces se dice que ha sido eminentemente pastoral sin comprender lo que ello significa”.

“Tiene un secreto este libro, que no sé desvelar; y es que, ofreciendo reflexiones tan a propósito para el Papa que las escuchaba, sean éstas a la vez tan aptas para todo hijo de la Iglesia, para todo hombre o mujer, que, viviendo en el mundo, aman y quieren fortalecer su fe y su esperanza cristianas”.

“Quizá sean porque están todas ellas centradas en el misterio de Cristo y flanqueadas por la presencia de la Virgen María, referencia evangélica insoslayable también cuando se habla del ‘signo de contradicción’. ¡Qué belleza espiritual cobra el paisaje, cuando, como aquí, se hace sentir tan profunda y piadosamente la presencia de María junto a Cristo y a la Iglesia, en esos que llamamos misterios del Rosario!”.

Estas palabras, que escribí hace dos años largos, las vuelvo a firmar ahora muy gustoso. El mayor conocimiento que tengo, de la vida del Papa y el seguimiento asiduo de la doctrina, que viene predicando de forma incansable por todas las partes del mundo, han aumentado la admiración hacia su persona y la adhesión al Magisterio del Vicario de Cristo, a la vez que su ejemplo constituye un estímulo de servicio total a la Iglesia, la cual hoy como ayer, pero ahora de forma visible por medio de Juan Pablo II sigue siendo de modo admirable Madre y Maestra, y continúa cumpliendo con su misión de ser “sal de la tierra y luz del mundo”.

Febrero de 1981.