La Almudena

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La Almudena

Prólogo para la obra de José Sánchez Roda «La Almudena» 1993.

La devoción de España a la Virgen María ha sido una constante desde los primeros momentos de su cristianización y ha tratado de extenderla por todo el mundo, apoyando cuanto se refería a la construcción de templos en su honor y a la veneración de sus imágenes.

Las precedentes palabras, afirmadas por los autores, y que hacemos nuestras, se confirman plenamente, en lo que a Madrid se refiere, tras la lectura del libro, que ahora se nos ofrece. En efecto, a través de una densa narración, fruto de rigurosas investigaciones, se pone de manifiesto sin lugar a dudas que la historia de la Villa y Corte está desde sus comienzos hasta nuestros días entrañablemente unida a la devoción a María. Y ciertamente, hay que convenir también que este fervor madrileño es trasunto o un exponente más del cariño especial, que por Nuestra Señora reside en lo más profunda del alma de la inmensa mayoría de los españoles, como constituye prueba irrefutable esa antedicha constelación de advocaciones marianas, que con extraordinaria profusión se hallan dispersas por toda la geografía española. Pocos serán, si es que hay alguno, los pueblos de España que no veneren una imagen mariana, también unida entrañablemente a la historia local, como fuente de toda clase de mercedes, y de tal suerte que, a las ermitas y santuarios ubicados en ciudades y villas, en montes y riberas, en yermos y tierras de pan llevar, acuden todos, ilustres e ignorantes, menestrales o labriegos, poderosos o indigentes, artistas o guerreros, en demanda de su maternal protección.

La devoción a Santa María, en lo que respecta a los primeros cristianos madrileños, es afirmada por la tradición, con referencia a las épocas romana y visigótica; una devoción, y nos complace evocarlo desde este Sede, compartida con los demás fieles de la Diócesis toledana, dentro de la cual estuvo circunscrita la zona madrileña, y que se hizo notar muy especialmente tras la predicación de san Ildefonso de uno de los inmarcesibles dones de la Madre de Dios: el misterio de su virginidad perpetua.

La tradición también nos enseña que Madrid tuvo una pequeña y pobre iglesia de traza rudimentaria, cuando en esa época preislámica no pasaba de ser un pequeño villorrio, un relicario de una también sencilla imagen, que con el tiempo habría de ser su Patrona. Y sea cual hubiere sido la suerte de los cristianos madrileños y de esta imagen, después de que en las aguas del Guadalete se perdiera la corona de Ataulfo y con él España, es bien seguro que el culto a Santa María resurge con renovado fervor, cuando se recobran las tierras dominadas por los sarracenos: la Cruz cristiana y los evangelios sustituyen al Corán y la Media Luna; y la imagen de Santa María se entroniza en el viejo templo situado en la Almudayna, antigua ciudadela militar de los árabes.

Con la consolidación definitiva de la reconquista de la Villa, la devoción a la imagen de la Virgen situada en la Almudayna adquiere pronto reconocimiento oficial y público de primer rango, como así se desprende del hecho de que el templo de Santa María ocupara ya en el Fuero de Madrid (año 1202) el primer lugar entre todas las demás parroquias de la Villa. Y también desde el primer momento, Santa María se manifiesta protectora de los madrileños frente a los asaltos reiterados de los infieles, como habrían de cantar en estrofas emotivas y brillantes Calderón de la Barca y Lope de Vega, entre otros cultivadores egregios de la poesía castellana, que cantan las gracias y favores concedidos al pueblo por la intercesión de la Virgen.

Fervientes devotos fueron, en los primeros años del Madrid reconquistado, san Isidro y santa María de la Cabeza, y más tarde, con el transcurso de los siglos, sobre todo en el período en que Madrid llegó a ser la capital del mayor imperio conocido, lo fueron los monarcas, la nobleza y muy especialmente el pueblo llano. Devoción que se materializó en la concesión a la Almudena de privilegios y donaciones regias, así como limosnas y otras ayudas por parte de la nobleza y el pueblo, hasta alcanzar, en la época de su máximo esplendor, en el siglo XVII, un considerable patrimonio, especialmente en ornamentos, joyas y alhajas.

Los autores nos dan cuenta de los pormenores citados y otros numerosos en la historia de la Almudena, algunos de singular interés; así, además de los actos solemnes de culto, especialmente eucarísticos, y formulación de votos públicos de agradecimiento por la protección y mercedes recibidas, el templo de Santa María es sede de reuniones del máximo nivel, como son las Cortes de Castilla y León en 1462, o la reunión de los procuradores de las iglesias metropolitanas y catedrales de ambos reinos en 1572. También destacan costumbres de gran resonancia y brillantez: la salida y regreso de la procesión del Corpus, o la tradicional (“cumpliendo una muy religiosa y muy santa costumbre de los Reyes de España”, decía López de Hoyos en 1569) visita de los Monarcas a Santa María de la Almudena con motivo de la entrada oficial en la Corte.

El libro recoge algunos de los milagros más conocidos, remitiéndose en este particular a otros trabajos, en los que se hace una considerable relación de estas mercedes; gracias innumerables, por cuanto que en ellas habría que incluir y con no menos valor, como advierten los autores, conversiones y curaciones del alma.

No faltan tampoco en la narración algunos sucesos menos brillantes e incluso dolorosos, como el de la demolición del Templo de Santa María, que, si nunca destacó por su magnificencia arquitectónica, tenía una significación y valor incalculable desde el punto de vista religioso, afectivo, cultural e histórico; episodio nunca documentado con tan precisión y detalle, como aparece en esta historia. Una decisión de gobierno, no justificable por simples criterios de ensanche, ordenación y embellecimiento urbano –medidas tan aconsejables por lo común– y sólo explicable por móviles sectarios, que sin embargo, Dios escribe con renglones torcidos, propiciaría no mucho después el inicio de las obras de la Catedral, que ahora se inaugura.

En todo el trabajo brilla un deseo de rendir culto a la verdad histórica, como se pone de manifiesto en el rigor y minuciosidad en la verificación de los datos que se ofrecen; fruto, como expresan los autores en la introducción, de sus propias investigaciones, o apoyándose en ocasiones en los pocos estudios ajenos, que han dedicado atención al tema.

De entre las múltiples cuestiones abordadas, dos atrajeron especialmente nuestra atención: los antecedentes e historia del Templo derribado, y la identificación histórica de Nuestra Señora de la Almudena y las vicisitudes de la imagen de la Flor de Lis.

Los autores han sido conscientes en todo momento de la dificultad para aclarar tales cuestiones; y aunque han realizado un considerable esfuerzo con este fin, no han podido ofrecer conclusiones plenamente satisfactorias. Pero también es de hacer notar, como en forma categórica advierten, que la falta de apoyo documental o de otro tipo para determinar la fecha y el autor de la imagen de la Almudena no invalida un hecho irrefutable: la secular devoción del pueblo madrileño a su Patrona.

El Papa Pablo VI, reconociendo su antigüedad y la amplitud e intensidad de esta devoción por la comarca madrileña, extendió este patronazgo a toda la Diócesis de Madrid-Alcalá por el Breve Pontificio de 1 de junio de 1977.

Han pensado también los autores que alguna de sus conclusiones pudiera herir la susceptibilidad religiosa o afectar la piedad ingenua de algún devoto de la Almudena; y en prevención de tal contingencia y sin perjuicio de someter sus puntos de vista a otros mejor fundados, consideran en concreto y por lo que se refiere a las imágenes, que lo importante es la devoción a la Madre de Dios, representada en el “simulacro” (término empleado por los antiguos historiadores), que por su carácter representativo puede ser cambiado en cualquier momento por motivos razonables, y entre ellos el deterioro natural por el transcurso del tiempo, o desaparecer por otras causas lamentables (robo, destrucción, etc.), aunque ciertamente no debe olvidarse también que la antigüedad puede contribuir emotivamente a reforzar la piedad de los devotos.

Nos encontramos ante una narración histórica, que puede considerarse amplia, minuciosa y plenamente documentada, por cuanto desciende a detalles y pormenores ordinariamente olvidados en trabajos de esta índole; y los datos que se ofrecen, han sido deducidos o contrastados con fuentes bibliográficas dignas de crédito.

En cuanto a la investigación personal y estudio de las fuentes documentales originales, nos satisface comprobar que una vez más los archivos de esta Diócesis toledana y de su Catedral han proporcionado no pocos datos, y precisamente los más antiguos, sobre los hechos que se narran.

En definitiva, nos hallamos ante un trabajo riguroso, ajeno a cualquier sentimentalismo pietista, aunque a lo largo de toda su exposición manifiesta respeto y veneración a Santa María. El trabajo aboca a unas conclusiones, que si en algunos casos no pueden ser consideradas irrebatibles, podrá servir, como desean sus autores, para estimular futuras investigaciones, que contribuyan a descifrar los enigmas surgidos y hasta ahora irresueltos.

Los autores confían, por último, en que dada la condición “sui generis” de su estudio, en razón al heterogéneo elenco de cuestiones que lo componen (historia, tradición, leyenda, religión, arquitectura y otros), podrán beneficiarse de la comprensión e indulgencia de los lectores, y que en conjunto pueda ser valorado como una aportación útil para conocer un aspecto importante de la historia de Madrid.

Añado, además, que deseo felicitar especialmente a los autores. El Arzobispo de Toledo de hoy no puede olvidar que el Madrid de ayer pertenecía a nuestra Diócesis. Muchas veces, cuando el Arzobispo estaba en Madrid, fue a visitar a la Virgen de la Almudena para postrarse ante ella y solicitar su protección maternal. También lo hace hoy confiado en que los antiguos lazos de familia espirituales no se han roto.