Comentario a las lecturas del domingo de la Ascensión del Señor. ABC, 19 de mayo de 1996.
Los Evangelios nos han mostrado a Jesús sometido a las condiciones de una vida humana. Le han acompañado siempre, es cierto, el misterio, la grandeza del infinito, el milagro, otros signos mesiánicos. Por los Evangelios sabemos cómo fue su nacimiento, su infancia, su adolescencia, su vida pública y, sobre todo, cómo fue su sacrificio redentor, su muerte en la cruz, su resurrección y enseguida sus apariciones tan reales, tan vivas, que comió con los Apóstoles y dejó que éstos tocaran su cuerpo bendito, con sus llagas luminosas en sus manos y en su costado alanceado y abierto.
Por fin, Marcos y Lucas y, sobre todo, el libro de los Hechos, nos describen el momento en que, obedientes, los Apóstoles, a lo que el Señor les había indicado, han acudido a Galilea a un monte conocido, donde se les aparece Jesús. Ellos, postrados en el suelo, como si quisieran disponerse a recibir la ordenación sagrada, escucharon temblorosos las palabras eternas. “Se me ha dado toda potestad…, id y enseñad a todas las gentes, yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación del mundo”.
Y ascendió a los cielos. Iba a hacerse presente ante Dios Padre, nuestro Sacerdote eterno, nuestra gloria cierta, nuestra esperanza. Salía de su historia humana para entrar en el dominio de lo eterno, donde no hay devenir, sólo vida, el amor, Dios. Es el amén solemne de la vida de Cristo.
Dice Romano Guardini que el misterio es exceso de verdad. Y por eso, define el cielo como la intimidad sagrada del Dios Santo, la manera de ser de Dios. San Pablo lo llama “luz inaccesible”. Pues en esta intimidad entra el Señor resucitado en su realidad humana. Y el hombre ya redimido está en esa humanidad divina de Jesús. Sí, para nosotros esto es grandioso, sublime. Como lo es Dios y toda su obra.
Porque nos hemos acostumbrado a la luz, a las flores, a las noches estrelladas, al mar, a las montañas, a los valles, al agua, a la nieve, al rocío, a las estaciones del año, a la explosión de las galaxias, a la naturaleza toda. Dios es así y su amor hace cosas así. No hagamos a Dios a nuestra medida. No nos acostumbremos a juzgarle según nuestros criterios y, menos según nuestras costumbres.