Prólogo al libro del Dr. Soroa sobre la propagación intensiva en pro del aborto, 1973.
Este libro del ilustre Dr. Soroa no es una lamentación estéril, ni un gesto de protesta indiscriminado. Es la voz de un hombre de ciencia, lleno de humanidad y de sentido cristiano, profesional de la medicina con muy larga y fecunda experiencia, que se alza para proclamar la verdad y el amor a la vida, que Dios ha puesto en manos de los hombres. Esta sí que es la voz de los que no tienen voz. Los que aquí son defendidos son seres humanos, que han empezado a vivir.
Asistimos en nuestros días, cada vez menos confusos, porque estamos ya instalados en la confusión, en una campaña mundial, que trata de extender y aun legalizar el aborto. De hecho, ya se ha legalizado en varios países. Y en ese “caos de libertades”, de que ha hablado recientemente el Cardenal Daniélou, encuentran acogida y clima propicio para su desarrollo la pasión y el frenesí de quienes quieren hacer legítima la facultad de matar, para asegurarse la tranquila posesión de su placer, su comodidad y su idolatría.
No es únicamente el médico, el moralista, el sacerdote, quienes deben sentirse preocupados ante esta invasión del radical desorden. Es el hombre, simplemente por ser hombre, el que debería reaccionar ante la crueldad de que está siendo víctima por parte de quienes postulan el amparo de la ley precisamente para matar al hombre.
Se invoca la facultad que cada uno tiene para tomar sus propias determinaciones. Sí, pero nunca para el mal. Y aquí se trata del mal. ¿Nos damos cuenta del grado de desintegración, a que llegará nuestra cultura, si admitimos que un hombre, una mujer, un país, pueden un día cualquiera dar cauce legal a su decisión de apagar la vida de un ser humano, misteriosamente encerrado en el pequeño núcleo que le protege dentro del seno materno? El círculo se cerrará inexorablemente y no lo dudemos, irán apareciendo cada vez más frecuentes, en nuestra sociedad permisiva, motivos que podrán invocarse siempre para la supresión de otras vidas o para la ejecución de otros delitos.
Los episcopados de América, de Europa, de África han hablado en estos últimos meses y siguen hablando, para proclamar la ley de Dios y la doctrina de la Iglesia. Ésta es clara y terminante. El Papa Pablo VI se dirige una y otra vez a la conciencia de la humanidad, angustiado por el desenfreno moral, que invade nuestras costumbres. Es la Iglesia que habla y defiende la vida, porque ella misma ha nacido de la vida infinita de Dios.
Que no se quede sola proclamando la verdad. Esperamos, más bien, y lo esperamos para España, que surjan voces, como la del insigne autor de este libro, que, defendiendo esa verdad, defiendan también al hombre.