La enseñanza católica como tarea evangelizadora

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La enseñanza católica como tarea evangelizadora

Carta a los Hermanos de La Salle, en las Bodas de Plata de la fundación de su colegio en Talavera de la Reina, firmada el 7 de abril de 1976, festividad de San Juan Bautista de La Salle. Texto publicado en el Boletín Oficial del Arzobispado de Toledo, junio 1976, 285-289.

Continuamente ocupado en tantas y tantas tareas del gobierno de la diócesis, el obispo corre el peligro de no prestar la atención debida a personas e instituciones que, no por tener la autonomía que les da su propia naturaleza, dejan de ser parte integrante de la Iglesia diocesana y, aún más, agentes pastorales de la misma en trabajos apostólicos de suprema importancia.

Este es el caso vuestro, queridos hermanos del Colegio Lasalle, en Talavera de la Reina, a los cuales me dirijo públicamente con esta carta, aprovechando la oportunidad de las Bodas de Plata de vuestra fundación, para felicitaros y daros las gracias por vuestro trabajo al servicio de la Iglesia y de los hombres en el campo concreto de la enseñanza y de la educación cristiana.

Durante estos veinticinco años, que no son muchos en la vida de una ciudad, pero que, igualmente, no son pocos en la de una persona y aun de una institución, habéis podido entregaros, día tras día, al trabajo de enseñar y educar a centenares y aun miles de alumnos, a los que ha llegado algo de vuestra alma en esa acción continua del educador, tan abnegada y tan difícil.

Dad gracias a Dios, y en ello me uno a vosotros, por vuestra propia vocación, por el bien que, con su gracia, habéis hecho, y aun por las dificultades que habéis tenido que superar para llegar hasta aquí.

Labor apostólica de los religiosos laicales #

Toda mi vida he admirado la extraordinaria labor apostólica de los religiosos laicales docentes, consagrados silenciosamente a un ministerio hermoso y agotador, como es el de educar a los niños desde su más tierna edad hasta que pisan los umbrales de la juventud, cuando se dispersan por los caminos tan variados que les abre la vida. Y he pensado, con mi alma conmovida de respeto y devoción a los planes de Dios sobre el mundo, en lo que significa dentro de la providencia divina haber suscitado en tantos fundadores y fundadoras de institutos y congregaciones religiosas, el anhelo de entregarse de por vida a esa bellísima tarea evangélica que es la educación cristiana de los niños. Renunciando a todo, incluso al sacerdocio, se situaron esos hombres, y seguís haciéndolo sus hijos, en una actitud de generosidad sin límites, llenos de fe y esperanza en ese misterio que es la vida que comienza a desarrollarse, para acompañarla con amor desde sus primeros pasos en la adquisición gradual de una responsabilidad libre, y sembrar en ella los gérmenes de unas ideas y convicciones que ayudarán, mañana, eficacísimamente a que el hombre sea eso, un hombre completo y, por lo mismo, dichoso de comprenderse a sí mismo como hijo de Dios.

Los fallos y deficiencias por los que luego se ve trabado o menos realizado el ideal que movió a los fundadores, no son más que eso: limitación obligada de la condición humana que, en todas las empresas, aun las más elevadas, proyecta su sombra y nos invita a la humildad. Pero de ningún modo tienen entidad suficiente para impedir el reconocimiento sincero de la inmensa realidad conseguida, o para dejar de estimar la grandeza de los propósitos y las nobilísimas intenciones que movieron a los fundadores y continúan moviendo a los que se honran en seguir fielmente su misma vocación, como hijos y discípulos.

El hombre, la gran realidad #

Estamos repitiendo hasta la saciedad, en estos años posconciliares, que la tarea de la Iglesia es llevar el Evangelio a la vida para impregnar de sentido cristiano el orden temporal, respetando su legítima autonomía; que los cristianos no debemos ser un “gueto” aislado y solitario; que no debemos caer en un espiritualismo vano y descarnado, etc. Pues bien, cuando tanto se repite esto es cuando se observa la triste paradoja de que muchos religiosos y religiosas de enseñanza pierden el entusiasmo por su vocación específica. ¿No se dan cuenta de que teniendo al hombre tienen al mundo? La primera y más importante de todas las realidades temporales es un niño que empieza a conocer y amar. Cultivad esa conciencia y ese espíritu, y a través de él llegaréis a la política, al arte, a la cultura, al deporte, a la familia, al trabajo, al amor, etcétera.

Se nos dice que después la sociedad, con las influencias negativas que de ella brotan, las destruye. Bien, ese es otro problema. Nunca destruye del todo a los que han sido educados cristianamente. Muchísimos continúan adelante dando magníficos ejemplos. Si otros se nos pierden, el remedio no está en abandonar nuestra tarea educativa cuando podamos ejercerla, sino en dar nuevos pasos para seguir en todas las edades, ellos y nosotros, haciendo cuanto podamos, en coherencia con lo que la fe cristiana nos pide.

Fallan las convicciones profundas #

La raíz de tantas dudas y vacilaciones, y de la consiguiente pérdida de fervor y entusiasmo para secundar la vocación del religioso laical docente está, a nuestro juicio, en otra parte. Está en la orientación de los noviciados y casas de formación, en la vida de las comunidades, en la falta de sencillez evangélica para proclamar las fuertes y, a la vez, consoladoras exigencias de un seguimiento de Cristo sin condiciones, rebosante de fe, de sacrificio y de amor; penetrado todo él, en vuestro caso, del deseo vivísimo de alimentar la vida cristiana de los alumnos, formando su carácter y su alma para que tengan clara conciencia de su condición de redimidos por Cristo, testigos suyos en el mundo y futuros ciudadanos de la patria celeste.

Son estas grandes convicciones las que están fallando. Sin santidad de vida lograda, en parte al menos, y por supuesto deseada, el religioso laical dedicado a la enseñanza ni podrá perseverar en su misión tan dura, ni encender en el alma de sus alumnos la llama del amor de Jesucristo, mucho menos hoy, cuando del ambiente en que viven, y aun de la misma familia a que pertenecen, les llega con tanta frecuencia la solicitación del desenfreno moral y del materialismo práctico.

Aún más, pienso que, si en los colegios de la Iglesia no se viven estos grandes ideales de la santidad cristiana, con los medios que a ella conducen, ni por parte de los educadores para justificar su consagración a Dios, ni en relación con los alumnos para estimularlos a la perfección moral y religiosa, no merecería la pena que existieran tales colegios. Para prestar, simplemente, un servicio a la cultura y a la promoción humana, basta hacerlo como hombres dotados de capacidad técnica y sentido social; no se necesita ser religiosos.

Obreros del Evangelio #

Yo os contemplo como evangelizadores, sobre todo, y no quisiera que fuerais otra cosa en esta diócesis de Toledo, en la que me siento dichoso de contar con vuestra colaboración. Y para evangelizar bien, la norma, los criterios, las condiciones, el espíritu no pueden ser otros que los que ha señalado el Papa Pablo VI en su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi. Leedla y meditadla con veneración y deseo vivísimo de asimilar su profundo contenido para llevarlo a la práctica en la parcela que cultiváis. Puestos cada día en la presencia de Dios, de la Santísima Virgen y de vuestro Santo Fundador, libraos de las dudas, de las críticas injustificadas, del temor frente al mundo, de toda mezcla confusa de las tinieblas y la luz, del peligro de sustituir la obediencia evangélica por las complacencias personales en el propio juicio, de los egoísmos larvados y ocultos que matan el despliegue expansivo y creador de las capacidades que un religioso está llamado a desarrollar, de la repetición mimética de que vivimos en una época de cambio, con el que se quiere justificar todo.

Los cambios han existido siempre, y precisamente porque existieron, los obreros del Evangelio, los que de verdad lo fueron con perspicacia evangélica y con espíritu de amor a Cristo, hicieron acomodaciones a los tiempos que vivían, pero partiendo siempre de una gran santidad de vida y de una fidelidad estricta a la Iglesia. Es más, no aceptaron el cambio por el cambio, sino que, frente a los criterios y las frases y eslóganes de la época, cumplieron con el deber inexcusable de examinar los conceptos y las fraseologías en boga, no para rechazarlas sistemáticamente, ni para aceptarlas sin más, sino para discriminar lo que en todo ello puede haber de válida exigencia, y rechazar lo que hubiera de condescendencia inadmisible con una libertad mal entendida o con una agresión encubierta a lo que el Evangelio nos pide. Este, el mensaje de Jesucristo, no es una cuerda que se estira hasta donde nosotros queramos; es una afirmación y una negación que tienen sus límites, los cuales no pueden ser traspasados por una conciencia objetivamente recta.

Derecho a enseñar #

Os escribo esta carta, y ya termino, en un momento en que os proponéis dar nuevo impulso a vuestro colegio, para poder servir mejor a los alumnos y a la ciudad de Talavera. Me consta que muchos de los hombres, hoy padres de familia que trabajan en tan diversos puestos, se sienten orgullosos de haber pasado por vuestras aulas y haber recibido las luces que los Hermanos anteriores a vosotros les han proporcionado. Pido a Dios que el mismo santo orgullo lo puedan experimentar mañana los alumnos de hoy.

Tenéis pleno derecho a enseñar, como lo tienen los padres y los alumnos a escoger el centro en que éstos han de ser educados, en nombre de su libertad y en nombre del Evangelio. Y tenemos confianza en que no prosperará el intento, recientemente manifestado por algunos, de una estatificación brutal de la enseñanza, que sería la negación de los derechos de la persona humana en virtud de una manifestación tiránica del concepto de servicio público y de los intereses de la sociedad. Lo que en todo esto hay de síntoma de descristianización y de ideologías adversas a la Iglesia –porque ninguno de nosotros se opone a que nuestros colegios estén abiertos a todos y a que no sean una carga gravosa para los padres de familia–, nos advierte también sobre la necesidad imperiosa de que el ideal cristiano que os movió a consagraros a Dios en ese campo no decaiga ni se deteriore, sino que, por el contrario, aparezca cada vez más nítido y consecuente, más lleno de amor a Dios y al hombre, más firme en vuestra convicción de lograr, como instrumentos del Señor, hombres cabales para la ciudad terrestre y profundamente cristianos para mantener viva la fe en una sociedad que, si de ella carece, agoniza sin advertirlo siquiera.

Que podáis celebrar las Bodas de Oro algún día, con el mismo gozo con que os situáis ahora ante este veinticinco aniversario.