La familia cristiana

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La familia cristiana

Prólogo para el libro de Carmen y Luis Riesgo «Ideario de la familia cristiana», 1977.

Pienso en la familia cristiana, para la cual ha sido escrito este libro, aun cuando la lectura del mismo resultará sumamente provechosa también a las demás.

Entendíamos por familia cristiana aquella en que, santificado el amor por un sacramento, un hombre y una mujer unían sus cuerpos y sus almas para propagar la vida, como don de Dios, para ayudarse a alcanzar su plenitud humana, para educar a los hijos en la fe, en la dignidad, en el trabajo, y en el servicio a la sociedad. Una familia cristiana era, según la conocida frase de san Agustín, recogida por el Concilio Vaticano II, una pequeña iglesia doméstica. Sufría y gozaba, alcanzaba o no sus propósitos, luchaba para seguir adelante, no estaba exenta de la adversidad y el infortunio en los diversos aspectos en que éste se presenta; pero era consciente de que todo tenía un sentido. Dios estaba presente con su amor y su misterio en aquellas vidas enlazadas del esposo y de la esposa, de los padres y de los hijos.

Sería injusto decir que, en la actualidad, este tipo de familia haya dejado de existir. Por el contrario, se dan en gran número en cualquier parte del mundo, donde la Iglesia ejerce su misión. Es más, creemos que hoy, más que nunca, existe una conciencia muy viva de la espiritualidad del sacramento del matrimonio, que ha permitido a muchos esposos entender mejor que antes la unión conyugal y el ejercicio de la paternidad como camino de santificación. Los escritos de muchos teólogos, ya anteriores al Concilio, las asociaciones de matrimonios, que surgieron y han ido desarrollándose en todas partes; las reflexiones sobre el valor integrador de la sexualidad, el amor personal, la fidelidad mutua, la educación de los hijos en la fe y en la libertad bien entendida, etc., etc., han ayudado notablemente a enriquecer el depósito de los valores cristianos de muchos hogares, que antes vivían sus alegrías y sus penas menos abiertos al grandioso horizonte –grandioso, no obstante la vulgaridad repetida de los hechos–, que se descubre al contemplar la suma de esfuerzos, que exige el matrimonio para vivirlo bien, y la capacidad de perfeccionamiento que encierra.

Reconocido este hecho, que es motivo de gozo para todo el que ama la extensión del Reino de Dios en la tierra, veo, sin embargo, un peligro gravísimo para la familia cristiana, fuera de estos ámbitos reducidos, en que florece la espiritualidad del gran sacramento.

Es el que nace del lamentable fenómeno de la confusión dentro de los ambientes eclesiales. La antropología va sustituyendo a la fe; el culturalismo a las afirmaciones dogmáticas; la fácil condescendencia con los criterios materialistas al testimonio humilde y vigoroso; los planteamientos audaces y aparentemente sabios al Magisterio de la Iglesia cada vez menos respetado.

De ahí el extraordinario valor de este libro del matrimonio Riesgo. Es la primera parte de un comentario al Ideario de la familia cristiana elaborado por la Comisión de Valores Morales de la Confederación Nacional de Padres de Familia. Es sencillo, riguroso, serio. Es un libro que ayuda a conocer y ahondar en el plan sublime de Dios al crear al hombre y la mujer para la fecunda unión del amor, que alcanzaría con Jesucristo expresión sacramental destinada a colaborar en su acción redentora. El mérito principal de este libro consiste en que ayuda a entender y conservar la identidad de la familia cristiana.

Del mismo modo que las peores consecuencias del peligro, antes anunciado, se manifiestan precisamente en ese fenómeno lacerante de la pérdida de la identidad de la familia construida sobre una entrega y una misión –la del matrimonio–, que Cristo elevó a sacramento.

Hacen falta ideas claras, no sombras ni dudas; confianza en el Misterio, no reducción de sus exigencias a nuestros precarios intelectualismos; respeto, no frivolidad; limpia honestidad en las costumbres, no reproches al Evangelio, como si éste tuviera la culpa de lo que no es más que resultado de nuestras torpezas y nuestro desprecio de la ley moral.

Bendigo a los autores, Carmen y Luis, por su labor constante, por su ejemplo de servicio a la Iglesia y a la sociedad, por su testimonio escrito tan limpio y tan sin arrogancia.

Son hijos de la Iglesia y de su tiempo. No ocultan su fe. Creen en la luz del Magisterio. Encenderán también la luz en sus hermanos, los hombres y mujeres que quieran leer estas páginas.

Navidad 1977