Carta pastoral, del 23 de enero de 1994, con motivo del inicio de la Misión Diocesana de la Archidiócesis de Toledo, publicada en BOAT, enero-febrero 1994, p. 67-75.
Queridos diocesanos:
Es digno de alabar todo cuanto se hace en la Diócesis por la obra misionera. En especial “la Diócesis tiene en gran estima la labor evangelizadora de sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que han marchado a países lejanos como misioneros de la Buena Noticia de Jesucristo”1. No obstante, creemos necesario dar un nuevo impulso específicamente misionero a toda la pastoral diocesana, reunificando energías y acciones dispersas de unos y otros en torno a un proyecto de la Diócesis como tal, seguros como estamos de contribuir así muy eficazmente a la renovación de la fe y de la vida cristiana en nuestras endémicas y apáticas comunidades. “En efecto, la misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola! La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal”2.
“Muchas y graves son las dificultades de esta hora en nuestras Iglesias. Es evidente la crisis religiosa por la que atraviesan amplios sectores de nuestro pueblo, sobre todo entre las nuevas generaciones… Con ser muchas y graves las dificultades y urgencias de nuestras Iglesias, lo son mucho mayores las de otras Iglesias en los territorios de misión. Por eso, fiados en el Espíritu de Dios, reafirmamos hoy nuestro deber y nuestro compromiso de cooperar fraternalmente con todas ellas”3. Por otro lado, la necesidad urgente de la Nueva Evangelización entre nosotros no debe hacernos olvidar o descuidar la responsabilidad más específicamente misionera o ‘Ad gentes’, “porque ésta es la tarea primordial de la Iglesia… Sin la misión ad gentes, la misma dimensión misionera de la Iglesia estaría privada de su significado fundamental y de su actuación ejemplar”4.
La Iglesia es misionera por naturaleza (AG 2) #
El mandato misionero (Mc 16, 15) #
“Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16, 15). “El Señor –comenta el Decreto conciliar sobre las misiones5–… fundó su Iglesia como sacramento de salvación y envió a los Apóstoles al mundo entero… De aquí proviene la obligación de la Iglesia de propagar la fe y la salvación ganada por Cristo, tanto en virtud del mismo mandato, cuanto por la fuerza de la vida que Cristo injertó en sus miembros…”. “Porque cree en el designio universal de salvación, la Iglesia debe ser misionera”6.
Este mandato ineludible, que obliga a toda la Iglesia a evangelizar a todos los hombres de todos los tiempos en todos los lugares del mundo constituye y funda la Iglesia como misión que el Padre encomendó al Hijo: “La Iglesia peregrinante es, por naturaleza, misionera, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre”7. En efecto, “evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar”8. Esto significa que la diversidad de los miembros de la Iglesia, cada cual según el don del Espíritu y su condición en el seno de la vida eclesial, “conscientes de su propia responsabilidad en la difusión del Evangelio, deben asumir la parte que les compete en la actividad misional”9.
Cada miembro debe asumir la parte que le compete #
En primer lugar, los obispos, sea como miembros del Cuerpo episcopal encabezado por el sucesor de Pedro, que sucede al Colegio de los Apóstoles, o bien como pastores de las Iglesias particulares10, somos los primeros responsables de la evangelización del mundo entero. Hemos sido consagrados no sólo para una Diócesis, sino para la salvación de todo el mundo” y debemos hacer presente y visible el espíritu misionero del Pueblo de Dios, “de forma que toda la Diócesis se haga misionera”11.
Después, los sacerdotes, colaboradores del obispo, en virtud del sacramento del Orden, “deben tener corazón y mentalidad misioneros”, experimentando en la oración y, particularmente, en el Sacrificio eucarístico, la solicitud de toda la Iglesia por la humanidad entera. “Entiendan, pues, plenamente, que su vida está consagrada también al servicio de las misiones”12. Debemos superar, por tanto, esa mentalidad que vincula demasiado el sacerdocio a una determinada parroquia o acción pastoral, sintiéndonos los unos también responsables de las tareas y preocupaciones de los otros, acogiendo como propios los problemas de la Iglesia diocesana y universal13.
También los institutos de vida consagrada, en virtud de su vocación, “están obligados a contribuir de modo especial a la tarea misional, según el modelo propio de su instituto” y respetando la mente del fundador14.
Asimismo, todos los fieles laicos son misioneros en virtud del Bautismo, pues participan del triple munus de Jesucristo15, y tienen como miembros de Cristo vivo “la obligación general y gozan del derecho, tanto personal como asociadamente, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo”16. “Son testigos e instrumentos vivos de la misión de la Iglesia misma según la medida del don de Cristo”17.
Queridos fieles todos, la Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica, sobre la que resplandece el esplendor de la Verdad, custodiándola y transmitiéndola con fidelidad virginal, cumple indefectiblemente el mandato de Cristo: “Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28, 19s).
Corresponsabilidad en al misión ‘ad gentes’ #
Esta Iglesia se hace presente y operativa en las Iglesias particulares con todos sus elementos esenciales, de tal modo que todo lo que se predica de la Iglesia universal debe ser aplicado a la Iglesia local. Según esto, la Iglesia de Toledo es constitutivamente misionera18 y la vocación y dicha propia de la Iglesia diocesana, su identidad más profunda, consiste en evangelizar19; y es vuestro Obispo concreto, con Pedro y bajo Pedro, el responsable directo y primero de la misión ‘Ad gentes’ y de suscitar, promover y dirigir la obra misional en la Diócesis, de forma que toda ella sea misionera; y sois vosotros, los sacerdotes toledanos, diseminados por toda la geografía diocesana y ocupados en las diversas tareas que os he encomendado, quienes, de manera muy concreta y no sólo como teoría y propósito interior, debéis compartir conmigo la solicitud por todas las Iglesias20; son los religiosos, religiosas y todos los fieles laicos de la Diócesis los que deben asumir responsablemente la parte que les compete en la obra misionera, según el propio carisma y las posibilidades de cada uno.
Cuando hablamos de las graves responsabilidades de la Iglesia, en este caso de la urgencia de la actividad misionera21, solemos ser tentados con la sensación superficial de que no puedo hacer nada, diluyendo la responsabilidad, en el fondo con la idea de que existe una Iglesia abstracta que debe hacerlo todo bien, quedando nosotros tranquilos y satisfechos. “La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia –nos escribe el Papa– está aun lejos de cumplirse… Esta misión se halla todavía en los comienzos y debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio”22. Y en el n. 40: “la actividad misionera representa aun hoy día el mayor desafío para la Iglesia… Es cada vez más evidente que las gentes que todavía no han recibido el primer anuncio de Cristo son la mayoría de la humanidad”. La vibración de estas palabras debe resonar en lo profundo de mi conciencia, preguntándome ¿qué he hecho yo hasta ahora?, ¿qué estoy haciendo?, ¿qué puedo hacer en adelante? “Debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio” ¿Estoy gastando al menos alguna energía?
“Misión Diocesana” #
La Iglesia de Toledo, encabezada por su Arzobispo, acaba de iniciar la “Misión Diocesana”, como un cauce que posibilite la realización en la práctica, de la vocación misionera de la Diócesis como tal y donde todos los fieles, sacerdotes, religiosos y laicos, pueden encontrar el marco adecuado para ser corresponsables en la obra misionera, respondiendo así al interrogante: “qué puedo hacer en adelante”.
Los primeros pasos #
Pretendemos, como escribí en la Exhortación Pastoral con motivo del Día de la Diócesis Misionera el 20 de septiembre de 1992,
“emprender un ambicioso proyecto diocesano aceptando la evangelización de todo un territorio misionero asumido como parte integrante de la Diócesis.
La Comunidad diocesana en cuanto tal –continuaba– cargaría con la responsabilidad de evangelizar una zona de misiones, implicando a todos los miembros, cada cual según el don del Espíritu y su condición de vida en el seno de la Iglesia…
Esta “Misión Diocesana” (Cfr. XXXII A. Plen, del Ep. Esp. n. 11, noviembre 1979), sin dispersarnos de otras posibles colaboraciones individualizadas en todo el mundo y sin menoscabar en modo alguno la apertura a las necesidades misioneras de toda la Iglesia, se convertiría en un posible cauce para unir diversas iniciativas misioneras”.
Pusimos los medios para concretar eficazmente todo esto y, tras muchos avatares, decidimos escoger la Archidiócesis de Lima (Perú), habiendo consultado e informado puntualmente al consejo presbiteral, contando con Antonio Garzón, Jesús López-Rey y Miguel Andrés Llorca como pioneros que abrirían horizontes, y solicitando al Sr. Arzobispo de Lima, D. Augusto Vargas Alzamora, su aprobación necesaria para iniciar en su Diócesis este proyecto, matizando nuestro deseo de asumir un territorio de la periferia, pobre y muy necesitado, así como de vivir en común y trabajar en equipo los tres sacerdotes enviados, a lo que el Sr. Arzobispo de Lima accedió muy gustosamente.
El pasado 19 de enero partían definitivamente, pero es sólo el comienzo, resta casi todo por hacer, “de forma que toda la Diócesis se haga misionera”23.
Es un empeño comunitario #
En efecto, la Misión Diocesana debe beneficiar a todos, no sólo a los de allí, sino sobre todo a nosotros, pues la “fe se fortalece dándola”24; se trata de una acción de la Diócesis en cuanto tal, no de un grupo de entusiastas, o de algunas personas dotadas con el carisma particular de la vocación misionera, pues dicho carisma lo posee esencialmente la Iglesia diocesana, por ser Iglesia de Cristo, y está inserto en toda vocación cristiana, sacerdotal, religiosa o laical, aunque sea diferente el modo personal de hacerlo efectivo, según la llamada del Señor.
La Misión Diocesana es una opción preferencial, no exclusiva ni excluyente, de la Diócesis por un proyecto misionero concreto, sin agotar ni incapacitar otros servicios individualizados en otros lugares del mundo, a fin de concretar las energías misioneras ‘Ad gentes’ de la comunidad diocesana, encauzando las diversas iniciativas de colaboración con la obra misionera que puedan surgir, así como vocaciones “de por vida”25.
Por ser cauce diocesano propuesto por iniciativa positiva del Obispo, como cabeza y principio de unidad de la Iglesia particular26, todas las instituciones diocesanas deben acogerlo e impulsarlo como algo propio, de tal manera que toda la Diócesis, a todos los niveles, se implique y colabore en este proyecto unificador de fuerzas y signo visible de la vocación misionera de la Iglesia de Toledo. En este sentirlo, deseo corroborar, reafirmar con fuerza y revitalizar cuanto firmamos todos los obispos españoles en el documento “Responsabilidad misionera de la Iglesia Española”, en la XXXII Asamblea Plenaria, noviembre de 1979, donde afirmábamos en el n. 11:
“En la “Misión Diocesana” han de saberse comprometidos los sacerdotes, religiosos y religiosas, movimientos apostólicos seglares y todos los demás miembros de la Comunidad diocesana, cada cual según el don del Espíritu y su condición de vida en el conjunto de la Iglesia. Se trata de un empeño comunitario asumido por la Iglesia diocesana en cuanto tal y que, por ello concita la colaboración de todos los miembros de la Comunidad Diocesana.
Es nuestro mayor deseo –os lo decimos ante el Señor– que los sacerdotes diocesanos, los miembros de las congregaciones e institutos religiosos establecidos en nuestras Iglesias particulares, los militantes de los movimientos apostólicos laicales, se nos ofrezcan libre y espontáneamente a prestar algunos años de su vida para esta iniciativa misionera.
Por lo que a nosotros, vuestros obispos, respecta, sabed que estamos decididos a los mayores sacrificios y desprendimientos para que esta iniciativa conciliar de las “Misiones Diocesanas”, expresión de nuestra solicitud para con todas las Iglesias, sea un compromiso real de todas y de cada una de nuestras Iglesias particulares.
Como es lógico, y puesto en razón, el cumplimiento de este proyecto conciliar no nos dispensa de las otras responsabilidades para la evangelización de todo el mundo y deberá llevarse sin menoscabo alguno del bien de todas las misiones”.
Deben colaborar todos los miembros de la Diócesis #
Por tanto, pido a las vicarías episcopales, delegaciones, secretariados y consiliarías diocesanas, a la santa Iglesia Catedral, seminarios de la diócesis, arciprestazgos y parroquias, movimientos apostólicos y diversas asociaciones de fieles, a los sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos, en fin, a la entera comunidad diocesana, que acojan todos con ánimo abierto, espíritu eclesial y deseos eficaces de colaborar, esta iniciativa, tomándola como responsabilidad de cada uno y de todos, asumiendo la parte que competa según las condiciones eclesiales personales.
Cuando la Misión Diocesana vaya tomando cuerpo y surjan necesidades de todo tipo, habrá llegado la hora de ayudar y apoyar eficazmente desde aquí a nuestros misioneros. En su momento, estudien los sacerdotes la manera concreta de implicarse, a nivel personal, parroquial o asociadamente por grupos o por arciprestazgos, sea ofreciéndose para partir durante unos años, o algunos meses, sea con variadas iniciativas pastorales, parroquiales o arciprestales, bien de orden espiritual, humano o material. Tenemos que molestarnos en discurrir modos que dinamicen el espíritu misionero de las comunidades a la vez que respalden la labor de los enviados. En este sentido, hablando de las parroquias, nos urge el Sínodo diocesano en el n. 226: “Manifiesten asimismo su interés por las misiones, procurando que una o varias parroquias del arciprestazgo “se hermanen” con parroquias del Tercer Mundo para ayudarles, desde la misma fe y bajo la moción del único Espíritu, con recursos espirituales, personales y económicos: oración, misioneros, auxilios de primera necesidad, material sanitario, catequético, dinero en metálico o en especie, etc. Foméntese entre los feligreses el noble deseo de trabajar durante algún tiempo en países de misión”.
Asimismo, procuren los superiores y formadores del Seminario implicar adecuadamente a los alumnos, inculcándoles la urgencia de la misión ‘Ad gentes’ y el interés por la Misión Diocesana, sin perturbar su ritmo formativo, más bien infundiendo en todos, el celo ardiente por la evangelización del mundo entero y levantando sus ojos a la Iglesia universal por encima de nuestras dificultades locales.
Hago una llamada especial a los sacerdotes jóvenes. Principalmente sobre vosotros, queridos sacerdotes, recae la responsabilidad de la continuidad de la Misión Diocesana. Estoy convencido del enorme enriquecimiento personal y pastoral que supone para un sacerdote, en sus primeras experiencias ministeriales, dedicar, al menos unos años a la misión, de tal forma que todos deberían hacerlo y ofrecerse voluntariamente para ello. Alguna vez he manifestado en público el deseo de que todos los sacerdotes jóvenes realizaran una experiencia misionera, incluso afirmando que no conferiría las Ordenes sagradas a aquel seminarista cerrado a la posibilidad de ir a misiones, pidiendo al menos la apertura del corazón a la sugerencia del Espíritu Santo que nos impulsa a anunciar el Evangelio al mundo entero. La Misión Diocesana os ofrece un marco propicio para realizar este deseo.
También es encomiable elegir la Misión Diocesana como lugar conveniente para orientar las inquietudes misioneras de todo tipo, sean vocaciones especiales a la misión por varios años, por tiempo indefinido o de por vida, sean experiencias ocasionales en tiempos de vacaciones o como servicios puntuales para prestar ayudas concretas en campos profesionales. En este sentido, los jóvenes pueden mirar la Misión Diocesana como ámbito ideal para las “misiones de verano”, sin despreciar las que se vienen organizando en estos veranos pasados; los profesores, en las diversas ramas del saber, pueden ofrecer generosamente algo de su tiempo y de su ciencia para enseñar a personas pobres que nunca tuvieron oportunidad de instruirse; del mismo modo, tiene perfecta cabida en la Misión Diocesana los médicos, enfermeras, A.T.S., ingenieros, abogados, y toda persona que desee dedicar algo de su tiempo, de sus conocimientos, de su vida y de sí mismo al servicio de los prójimos.
Otros muchos, no menos importantes, aportarán su oración confiada y perseverante, su sacrificio abnegado, su testimonio de vida y su ayuda material como colaboraciones necesarias y respaldo caluroso “desde aquí” a los que el Señor llame a estar “allí”.
Con María, como María #
Queridos diocesanos, “no podemos permanecer tranquilos si pensamos en los millones de hermanos y hermanas nuestros, redimidos también por la sangre de Cristo, que viven sin conocer el amor de Dios. Para el creyente, en singular, lo mismo que para toda la Iglesia, la causa misionera debe ser la primera, porque concierne al destino eterno de los hombres y responde al designio misterioso y misericordioso de Dios”27. Debemos convencernos firmemente de que la salvación de las Iglesias locales se logra con la cooperación a la obra misionera en la universalidad del mundo, y así saldríamos de nuestra apatía y adormecimiento, venceríamos tensiones internas y chismes mediocres que debilitan con frecuencia a nuestras comunidades28.
A la mediación materna y poderosa de María, Reina de las misiones, confiamos este proyecto. Ella nos enseña a caminar presurosos a la montaña para ayudar a las necesidades. Con ella y, como Ella, queremos aprender a llevar a Jesús en nuestro corazón, alimentándolo con la fe y donándolo gratuitamente a los hermanos.
Con sincero agradecimiento por el interés con que recibiréis esta llamada os bendigo e imploro del Señor por medio de María Santísima, el auxilio de su protección y su gracia.
Toledo, 23 de enero de 1994.
Solemnidad de San Ildefonso,
Patrono de la Archidiócesis.
Parte Segunda
Homilías
1 Sínodo Diocesano, n. 378.
2 Redemptoris Missio, 2, Cf. AG 37.
3 Conferencia Episcopal Española, Asamblea Plenaria XXXVII, 1979.
4 RM 34.
5 AG 5.
6 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 851.
7 AG 2.
8 EN 14.
9 Código de Derecho Canónico, can. 781; AG 35 y 36.
10 RM 63; Cf. AG 38.
11 AG 38.
12 AG 39, 67.
13 Cf. Mensaje de Juan Pablo II para el DOMUND 1982.
14 Cf AG 40, y Código de Derecho Canónico, can. 783.
15 Cf. Christifideles laici,14.
16 Código de Derecho Canónico, can. 225.
17 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 913.
18 Cf. AG 2.
19 Cf. EN 14.
20 Cf. AG 38 y EN 68.
21 Cf. RM 1.
22 Ibíd.
23 AG 38.
24 RM 2.
25 Cf. RM 27.
26 Cf. LG 23.
27 RM 86.
28 Cf. Mensaje de Pablo VI en el DOMUND 1972.