La tarea común de la nueva evangelización

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La tarea común de la nueva evangelización

Carta Pastoral, del 12 de octubre de 1992, publicada con motivo del comienzo del curso pastoral 1992-1993, en BOAT, octubre-noviembre 1992.

Queridos diocesanos:

Quiero llegar a través de esta carta a todos vosotros al comienzo del Curso Pastoral 1992-1993 para llamaros a la tarea común de la nueva evangelización y enviaros en el nombre del Señor a esta apasionante misión. El Sínodo Diocesano nos dice:

“Por ser la Catedral Iglesia Madre de la Diócesis y para que se manifieste mejor su condición de tal, celébrese en ella todos los años una acción litúrgica, en la que los agentes de la pastoral diocesana sean enviados a realizar sus respectivas misiones apostólicas, señalando cada curso una determinada acción” (n. 65).

Os convoco a esta celebración el próximo día 17 de octubre, sábado, a las 11:30 de la mañana en la Santa Iglesia Catedral Primada. Y para los que no podáis asistir os sirva esta carta de impulso al comienzo del nuevo curso.

Comenzamos con un rito litúrgico #

Con un rito litúrgico queda mejor expresado que nuestras tareas tienen en Dios su impulso permanente. Dios Padre ha enviado a su Hijo al mundo para llevar a cabo la obra de la redención, y consumado el misterio pascual por la muerte y resurrección de Cristo, Éste nos ha enviado desde el seno del Padre al Espíritu Santo, para que, poniendo en marcha a la Iglesia, la conduzca a través de la historia humana y lleve así a todos los hombres la salvación que el mismo Jesucristo nos ha merecido.

Cuantos trabajamos en la Iglesia hemos de hacernos conscientes continuamente de esta realidad. No trabajamos por nuestra propia iniciativa, ni con nuestras solas fuerzas humanas, ni esta es una empresa humana, aunque cuenta necesariamente con las colaboraciones de los hombres. La empresa es divina, pues se trata de la redención de los hombres, y la ayuda nos viene de Dios, que nos llama a colaborar con todas nuestras fuerzas.

Celebramos este rito litúrgico en la Iglesia Madre de toda la Diócesis, la Santa Iglesia Catedral, y sería muy de desear que en otros momentos se tuvieran actos parecidos en todas las parroquias. No podemos empezar una nueva etapa de tareas pastorales sin detenernos a considerar que es el Espíritu Santo el agente principal de esta obra y que todas nuestras colaboraciones positivas contribuyen al crecimiento de la Iglesia, la Esposa de Cristo, nuestra Madre. Cristo ha confiado a su Iglesia la misión de presentarse ante el mundo como sacramento universal de salvación y signo de la unidad de todos los hombres entre sí y de los hombres con Dios1.

Y todo esto se celebra y expresa en la liturgia, que es la fuente y la cima de toda la actividad de la Iglesia. Por eso, queremos comenzar el curso con un rito litúrgico, que nos haga caer en la cuenta de la iniciativa divina y de su gracia que precede, acompaña y lleva a plenitud toda obra buena. La multiplicidad de actividades nos acucia con la tentación continua de activismo, en la que es muy fácil caer si no estamos atentos. Necesitamos contrarrestar esta tentación con la afirmación expresa de que trabajamos en la viña del Señor, en la parcela en la que Él nos ha colocado. Reforcemos nuestros buenos propósitos y de esta manera no será inútil nuestro trabajo.

Con unos objetivos comunes: aplicación del Sínodo diocesano y formación a todos los niveles #

El objetivo concreto para el curso que iniciamos es el del comienzo de la aplicación del Sínodo diocesano, cuyas Constituciones han sido ya publicadas. Y más concretamente deseo que en los planes que se elaboren, se preste especial atención a la formación a todos los niveles: formación permanente de los sacerdotes, formación de los catequistas, formación de los laicos comprometidos en el apostolado seglar, formación de los religiosos y religiosas en la medida en que nos toca ofrecérsela desde la Diócesis.

Objetivos preferentes, no excluyentes #

Cuando se trata de objetivos preferentes señalados en un plan de pastoral, no significa que todo lo demás haya que dejarlo. Ahí esta el trabajo diario en la pastoral que vamos desarrollando. Y ese trabajo diario es el que ocupará la mayor parte de nuestro tiempo. Pero al señalar unos objetivos prioritarios, todos podemos poner más el acento en lo que se propone. Y así el trabajo de todos puede ir consiguiendo metas comunes que son más necesarias en nuestra Diócesis. La Iglesia tiene esta dimensión de comunión que postula un esfuerzo común en los diversos campos. Pongámonos todos a la tarea, y sepamos cada uno aplicar, con la prudencia necesaria al campo en el que trabajamos, lo que aquí se señala.

Atentos al Magisterio pontificio… #

En primer lugar, hemos de estar muy atentos al Magisterio que continuamente nos ofrece el Santo Padre. Conocer de cerca sus enseñanzas lleva tiempo, pero es algo necesario para nuestra sintonía con Pedro, que preside la Iglesia Universal y desde su cátedra no cesa de iluminarnos. De nada serviría contar con un Magisterio tan lúcido como el que nos vienen ofreciendo los últimos Papas, si no estamos atentos a conocerlo y a aplicarlo en la medida que nos corresponde. Además, esto nos permite asomarnos desde su privilegiada atalaya a la problemática universal de la Iglesia y tener una visión justa de la misma, iluminada por la doctrina del Magisterio Pontificio.

En este año hemos recibido el precioso regalo de la Exhortación Apostólica post-sinodal Pastores dabo vobis, que, inspirada en el Vaticano II y recogiendo los frutos del Sínodo de los Obispos de 1990, nos ofrece a los sacerdotes una doctrina riquísima que hemos de esforzarnos en asimilar en nuestras vidas.

…y a los planes de la Conferencia Episcopal Española… #

Junto a esto, los obispos de España nos reunimos en Conferencia Episcopal y fijamos unos criterios comunes, que conviene tener presentes en nuestras actividades y tareas pastorales. Ahí está el plan trienal 1990-1993 que hemos de aplicar a nuestra Diócesis con acciones concretas en cada arciprestazgo.

…para mejor vivir y expresar la comunión eclesial #

Las referencias al Magisterio del Santo Padre y a los planes de la Conferencia Episcopal, aunque son de distinta naturaleza, nos sirven de telón de fondo a la hora de mirar la perspectiva de nuestra Diócesis en el nuevo curso pastoral que comienza. Vivimos inmersos en la comunión eclesial que tiene distintos planos y niveles de expresión. En cada parroquia o comunidad eclesial se hace presente la única Iglesia de Cristo, la que “subsiste en la Iglesia Católica gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él”2, la única Iglesia Universal que vive y camina en la Iglesias particulares o diócesis, presididas y regidas por un obispo diocesano en comunión con el Papa y el Colegio Episcopal.

A los sacerdotes #

Quisiera insistir una vez más en una responsabilidad que continuamente nos recuerda la doctrina de la Iglesia: el obispo con su presbiterio son los primeros responsables de la formación permanente de los sacerdotes, en todas sus dimensiones: humana, espiritual, intelectual y pastoral.

“El Obispo es el responsable de la formación permanente, destinada a hacer que todos sus presbíteros sean generosamente fieles al don y al ministerio recibido, como el Pueblo de Dios los quiere y tiene ‘derecho’ a tenerlos. Esta responsabilidad lleva al obispo, en comunión con el presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un programa”3.

Mi deber es procurar ante todo la santificación de los sacerdotes que componen este presbiterio diocesano de Toledo, y de ello he de dar cuenta a Dios.

Por eso, os manifiesto a vosotros los sacerdotes mis ruegos, que son también vivos deseos:

1. Desde el punto de vista espiritual os recomiendo insistentemente la práctica de los Ejercicios Espirituales en silencio e intensa oración, como lo recoge el Sínodo Diocesano: “Es de desear que los sacerdotes diocesanos practiquen los Ejercicios Espirituales en retiro todos los años” (n. 82)

2. Cuidad mucho el retiro mensual en cada arciprestazgo. Que se tienda a alargarlo más, no limitándose a las dos horas de la mañana. Haría mucho bien a todos los sacerdotes tener un retiro más largo al menos una vez por trimestre; p.ej., durante dos días seguidos en alguna casa de Ejercicios, dedicando uno a la oración silenciosa y otro a la revisión y programación pastoral.

3. A este propósito tendríamos que ir pensando en cierta institucionalización del día del presbiterio. Entiendo por “día del presbiterio” un día a la semana –que podría ser el jueves–, en que los sacerdotes se reúnen por arciprestazgos para los distintos aspectos comunitarios de la formación permanente:

  • una semana ese día serviría para el cultivo de la vida espiritual, oración, etc.;
  • otra, para programar y revisar actividades pastorales que van llevando en común en el arciprestazgo y aquellas que cada uno lleva en su parroquia y son puestas en común para conocimiento de todos;
  • otra, para hacer conjuntamente algún estudio de temas doctrinales, mediante algún método sencillo y asequible a todos;
  • otro, para la convivencia y sano esparcimiento de todos.

Pensad cómo podría hacerse, y comenzad por las iniciativas que se os ocurran, y comunicad vuestras experiencias a la Vicaría del Clero. Hemos de encontrar cauces, por los que hagamos cada vez más real la vida en presbiterio, es decir, más cercana, más solidaria, más mutuamente enriquecedora. La tendencia al aislamiento y al individualismo debe ser corregida continuamente, para que nuestro testimonio y nuestra eficacia pastoral sean más perceptibles.

4. Apoyemos todos las iniciativas que nos vienen de la Casa “San José” para la formación permanente del clero. Y ofrezcamos nuestras sugerencias a su director y a la Vicaría del Clero. Es la Casa de todos, y tiene un papel importantísimo en la formación del presbiterio. Los sacerdotes deben actualizarse en todos los campos de su ministerio pastoral, y sin formación permanente no puede haber perseverancia y crecimiento en los dones recibidos por el sacramento del Orden4.

5. Quiero invitaros, como lo hace continuamente la Iglesia, a que cultivéis entre vosotros la amistad sacerdotal, la que brota de la fraternidad sacramental5. No se trata de constituir grupos aislados y cerrados en el seno del presbiterio, sino de fomentar la sana amistad, la mutua colaboración, la cercanía de unos a otros para poder ayudarse en todos los sentidos, y para poder crecer juntos por el camino de la santidad sacerdotal y del servicio gozoso a la Iglesia.

6. En este sentido, quiero agradeceros todo lo que venís haciendo para prestaros ayuda espiritual unos a otros. Y creo que hemos de avanzar más en este camino: me gustaría que todo sacerdote tuviera otro sacerdote al que poder recurrir con facilidad para lo que llamamos dirección o acompañamiento espiritual. Otro sacerdote con el que confesarse habitualmente y al que abrir con toda sinceridad el propio corazón para dejarse orientar. “La práctica de la dirección espiritual contribuye no poco a favorecer la formación permanente de los sacerdotes. Se trata de un medio clásico que no ha perdido nada de su valor, no sólo para asegurar la formación espiritual, sino también para promover y mantener una continua fidelidad y generosidad en el ejercicio del ministerio sacerdotal”6. No podemos caminar solos en ningún aspecto de la vida, y menos aun en este de la vida espiritual. Necesitamos darnos a conocer, para ser ayudados y exigidos en el nombre del Señor.

7. Igualmente quiero agradeceros la colaboración que prestáis al Fondo Común Diocesano. Es ello un exponente de la solidaridad espiritual y pastoral, a la que me vengo refiriendo, y una obligación moral que proviene de la pertenencia al mismo presbiterio diocesano7. Os agradezco los pasos que en este punto se han dado, y os animo a conseguir nuevas metas en la aplicación del mínimo asignado a todo sacerdote, en la atención a instituciones diocesanas que hemos de sostener entre todos, porque de ellas se beneficia todo el presbiterio diocesano, como son la Casa Sacerdotal, la Casa “San José”, etc., en la previsión social del clero. Y no olvidemos nuestro deber de solidaridad con otros presbiterios más pobres, p.ej., fundando alguna beca para algún seminarista en países del Este donde no tienen nada.

Si el presbiterio diocesano con sus obispos a la cabeza crece en santidad, toda la comunidad diocesana se verá renovada, y podrá responder a los retos que le plantea la nueva evangelización. De lo contrario, por muchos planes que hagamos, conseguiríamos muy poco e Incluso podríamos hacer daño.

A los laicos #

Nuestro Sínodo diocesano se ha ocupado ampliamente de los laicos y de su importante papel en la pastoral de la Diócesis al servicio de la evangelización, sobre todo en el libro 1º (nn.127-184) y en el libro 2º. Contamos además con la Exhortación Apostólica post-sinodal Christifideles laici del Papa Juan Pablo II, como fruto del Sínodo de los Obispos de 1987. Se trata de potenciar el laicado en todas sus dimensiones, a fin de que los fieles cristianos laicos se incorporen con toda su riqueza a la acción pastoral y misionera de la Iglesia diocesana y universal.

Para ello es preciso que afrontemos decididamente toda una tarea de formación del laicado y pongamos al servicio de este objetivo nuestras mejores energías. Los laicos deben hacerse conscientes de que para poder asumir con mayor responsabilidad cualquiera de las tareas eclesiales en las que se encuentran, u otras nuevas que se les confíen o ellos mismos descubran, necesitan de una formación adecuada en todos sus niveles: espiritual, catequético, de doctrina social de la Iglesia, de valores humanos, etc.8.

Por eso he insistido tanto durante estos años en la catequesis, y sobre todo en la formación de catequistas a través de las Escuelas de Catequistas. Mantengamos lo ya conseguido y hagámoslo crecer entre todos. No nos cansemos de instruir a los niños y a los jóvenes y de procurar que vivan su fe: esto es la catequesis rectamente entendida.

Pero es preciso avanzar también en otros frentes. Tenemos que procurar la catequesis de adultos en las diversas edades de su vida. Y los grupos y movimientos apostólicos deben estar convencidos de que las energías que empleen en la formación de sus miembros, aunque fuera con merma de las actividades y de los resultados inmediatos, darán un fruto sazonado en su momento.

Para poder dar razón de su propia esperanza, en un mundo que muchas veces se presenta hostil a la fe y a los valores de la cultura católica, es preciso conocer lo que nos enseña la Iglesia; la cual, a través de su Magisterio, va iluminando todos los problemas de la vida. De esta manera la fe, serenamente pensada y razonada, se irá convirtiendo en cultura que empapa el tejido social en todos sus estratos. Y es tarea principalmente de los laicos, cuya vocación es la de ser fermento en medio del mundo, hacer que la fe se convierta en cultura, y, por tanto, que la cultura católica no desaparezca de nuestra sociedad, sino que por el contrario lo vaya empapando todo. Así, la Iglesia a través de sus laicos ofrece uno de los mejores servicios que puede prestar al hombre de nuestros días. Pero hemos de ir los sacerdotes delante, estudiando la doctrina de la Iglesia y ofreciendo cauces de formación adecuada para todos.

Para despertar más y más a los laicos e incorporarles responsablemente a las tareas eclesiales:

1. Constituid los Consejos Pastorales Parroquiales, explicad a los fieles la importancia de este organismo en la vida de la parroquia. El párroco no puede ni debe hacerlo todo, aunque a él corresponda el gobierno de la parroquia. Incorporar a los fieles laicos a las responsabilidades de la parroquia es un cauce precioso de formación permanente para los que participan en ello y se convierte inmediatamente en un estímulo para formarse mejor.

Dad pasos eficaces para la constitución del Consejo Pastoral Arciprestal. Que sea un organismo ágil de comunión y coordinación en la pastoral del arciprestazgo. En la medida en que trabajemos en estos dos niveles, parroquial y arciprestal, será más fácil llegar a la constitución del Consejo Pastoral Diocesano.

2. Os digo lo mismo con relación al Consejo Diocesano de Laicos (cfr. Const. Sinod. n. 520ss). Este tipo de organismos diocesanos no deben ser nuevas estructuras sin vida que nos complican la existencia a todos, sino instrumentos al servicio de una mayor participación de los laicos en la vida de la Iglesia y cauces de formación para los que participan en ellos. Crear estas nuevas estructuras de comunión eclesial puede costar al principio un poco de trabajo, pero todo lo que avancemos en la línea de la participación no es tiempo perdido, aunque su eficacia no sea inmediata.

Muy unido al Consejo Diocesano de Laicos debe estar el Colegio de Consiliarios (ibíd., n. 524). De la coordinación y del buen entendimiento de los consiliarios entre sí dependerá en gran parte el buen funcionamiento del Consejo de Laicos.

3. Todos los laicos, de manera personal o asociada en grupos movimientos, merecen nuestro apoyo y nuestra ayuda ministerial. Y doy gracias a Dios, porque en los últimos años ha suscitado caminos fecundos de apostolado seglar en nuestra diócesis, sobre todo entre los jóvenes. Pero permitidme que os exprese una vez más mi clara y decidida opción por la Acción Católica, tanto la general como la especializada. No es una opción que excluya otras formas de apostolado seglar individual o asociado, pero sí es una opción preferencial. En su larga historia y a pesar de las dificultades vividas en momentos de crisis, la Acción Católica se ha mostrado eficaz para formar a sus miembros, ayudar a construir la Iglesia en sus diversos niveles parroquial, arciprestal, diocesano y universal, despertar en los laicos su condición seglar e incidir así eficazmente en los ambientes para transformarlos. En los ambientes de la Acción Católica han surgido vocaciones seglares muy maduras y abundantes vocaciones sacerdotales y consagradas.

Y todo ello no sólo pertenece a la historia pasada, como algo que no pueda repetirse, sino que demuestra que esta forma de apostolado seglar sigue siendo eficaz en nuestros días. Así lo hemos entendido los obispos de España, reunidos en Conferencia Episcopal. Para ello hemos de tomarlo todos con entusiasmo y decisión. La Acción Católica con sus cuatro notas de identidad9 y especialmente con el mandato recibido de la Jerarquía, puede convertirse en instrumento validísimo para aglutinar los miles de jóvenes que vienen pujantes de la post-confirmación y darles carácter de movimiento diocesano. La Acción Católica General puede servirnos para la formación de seglares –jóvenes y adultos– en torno a las parroquias, y la Acción Católica Especializada puede ser útil en los diversos ambientes o sectores pastorales de la diócesis: obreros, estudiantes, etc.

4. Y no dejemos de aprovechar todas las ocasiones para catequizar, instruir, incorporar a los laicos a las responsabilidades eclesiales. Ocasiones propias son las catequesis pre-sacramentales a las que más adelante me refiero.

La Liturgia #

El libro tercero del Sínodo diocesano recoge un abundante material de orientaciones pastorales que habrán de ponerse en práctica progresivamente. Para eso, la nueva Comisión Diocesana de Liturgia va dando pasos oportunos. Pero quisiera además que todos nos fijemos en algún objetivo concreto:

1. Constituid equipos de liturgia en todas las parroquias. De esta manera las celebraciones pueden resultar más cuidadas, y la liturgia puede ganar en su carácter de formación del Pueblo de Dios. La reforma litúrgica conciliar ha sido muy rica, pero quedaría ineficaz si no llevamos a nuestros fieles a una verdadera renovación de sus vidas fundada en la liturgia. La liturgia es el centro de la vida de la Iglesia: hagamos que sea el centro de la vida personal de todos los fieles y de nuestras comunidades. Pero para eso hay que formar en el espíritu litúrgico, que consiste en hacer de la vida una ofrenda unida a la de Cristo en favor de todos los hombres, cumpliendo con todo rigor las normas y rúbricas que nos dicta la Iglesia.

2. Capítulo aparte merece el tratamiento del Congreso Eucarístico Internacional que se celebrará en Sevilla en junio de 1993. De ello me ocuparé más extensamente en otra ocasión. Baste por ahora señalar que este curso debe ser especialmente eucarístico, para prepararnos a la celebración de tan magno acontecimiento.

3. Purificad las Hermandades y Cofradías de adherencias extrañas a la fe y a la verdadera cultura católica, y convertidlas progresivamente en lugares de formación cristiana. Las devociones son de gran valor, cuando expresan la verdadera piedad popular, pero pueden convertirse en una rémora, cuando se aferran a aspectos que nada tienen que ver con la vida cristiana. Sed pacientes y decididos en este tema. No podemos conseguirlo todo en un día, pero hemos de dar pasos para que todos vean que la Diócesis ha establecido unos criterios comunes de actuación práctica, y por el bien de todos vamos dando pasos para cumplirlos. También en este tema hemos de ser solidarios unos con otros, y no ir cada uno a su aire.

La catequesis #

Se ha trabajado intensamente en este campo durante los últimos años, pero hay que alcanzar nuevas metas. Está a punto de hacerse público el Catecismo Universal, que servirá de pauta en nuestras tareas catequéticas de aquí en adelante. Fijemos también aquí algunos objetivos comunes.

1. Pongamos especial interés en las catequesis pre-sacramentales (bautismo, primera comunión, confirmación, matrimonio). Los sacramentos no deben ser momentos aislados en la vida del cristiano, sino que deben ir insertos en todo un proceso catequético. En muchos lugares estas ocasiones sacramentales, prolongadas durante todo un curso, constituyen una auténtica catequesis de adultos.

2. De tales catequesis pre-sacramentales deben ir surgiendo auténticos catecumenados en todas las parroquias, esto es, un proceso catequético continuo, orgánico y sistemático con las personas que libremente quieran asistir. La institución del catecumenado, de tanta solera en la historia de la Iglesia, tiene que volver a ser el lugar adecuado donde los cristianos cultivan su fe y su compromiso cristiano, son introducidos en los misterios de la vida cristiana y se capacitan para recibir con todo su fruto los sacramentos.

3. Por eso hay que insistir en la catequesis de adultos sin descuidar la de los niños. Son los adultos los que constituyen la parte privilegiada de la comunidad cristiana, y no hay que tener miedo a enfrentarse humilde y valientemente a las dificultades que esta tarea lleva consigo. Los adultos creyentes son los que sostienen el peso de la vida de la Iglesia: alimentemos su fe para que sepan dar razón de su esperanza. De lo contrario, la fe no penetrará en los ambientes y no podrá convertirse en cultura.

4. No sólo la catequesis de adultos. Pienso que hay que fomentar escuelas de teología para laicos, o emplear los medios que ponen a nuestra disposición las instituciones de “teología a distancia”. Una presentación global del dogma y de la moral católicos, con sus apoyos bíblicos y magisteriales, lleva tiempo de estudio, pero es muy necesaria sobre todo para los que tienen que enseñar a los demás en las clases de religión y para los líderes seglares de los distintos movimientos o grumos apostólicos.

La acción caritativa #

Ahí tenemos el Libro IV de nuestro Sínodo diocesano, que ha de ponerse en práctica progresivamente:

1. En cuanto al talante de las personas e instituciones de la Iglesia, el Sínodo diocesano nos urge a vivir más en serio la virtud de la pobreza propia de la vida cristiana como camino y exigencia de una auténtica caridad. Aunque todo el mundo tuviera ya los medios para vivir decorosamente –cosa imposible mientras exista el pecado–, el cristiano tendería a ser pobre para parecerse a su Maestro: “Conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros a fin de que os enriquecierais con su pobreza” (2Cor 8, 9). Empleemos los medios que sean necesarios en las tareas pastorales, pero no olvidemos nunca el valor de la austeridad, tan profético en nuestros ambientes.

2. Es preciso potenciar el voluntariado al servicio de la caridad; suscitarlo, organizarlo, darle formación cristiana, establecer cauces de actuación. Orientemos a los jóvenes en este sentido, ellos que son tan sensibles a las realidades sociales y tan generosos para dar su tiempo en beneficio de los demás. Pero orientémosles bien. Sería muy fácil lanzar por este camino a los que se sienten más sensibles, si les ponemos delante de los ojos las necesidades inmediatas. Pero no debemos dejarnos llevar por lo inmediato. También el ejercicio de la caridad debe convertirse en un momento de formación a fondo de actitudes cristianas duraderas y eficaces.

3. Y campos de trabajo, o personas a las que dirigir nuestra caridad nunca nos faltarán. Siempre tendremos más de lo que podemos atender. Van dándose pasos en la acogida de los emigrantes que cada día proliferan más; en la atención a los drogadictos que quieren dejar la droga; en la hospitalidad a los transeúntes que vagan de un lado para otro; en la compañía a tantos ancianos que viven solos y abandonados.

Iniciemos el curso con mucha esperanza teologal. Dios que inició en nosotros la obra buena, Él mismo la llevará a término (cf. Flp 1, 6). Que las dificultades con las que nos encontramos como fruto de nuestra debilidad o del entorno en que vivimos, no nos echen nunca atrás, sino que sean una ocasión para reforzar los medios sobrenaturales con los que hemos de emprender estas tareas pastorales.

Encomendamos a la intercesión de la Santísima Virgen todos nuestros afanes y trabajos del curso que comienza. Y oremos todos Juntos esta oración a María que os he enviado a todas las parroquias y comunidades:

Madre de Dios y Madre nuestra, Virgen Santa María,
venimos a pedir tu protección maternal en el comienzo del curso
en nuestra Diócesis de Toledo:
haznos dóciles al Espíritu Santo,
enséñanos a escuchar con limpio corazón la Palabra de Dios,
danos firmeza en la fe y en la esperanza,
ayúdanos a ser solícitos ante las necesidades de los demás.
Ponemos en tus manos todos nuestros proyectos, nuestros afanes,
nuestros trabajos, porque queremos mirarnos en ti
al colaborar en la edificación de la Iglesia de tu Hijo Jesucristo.
Preséntanos con tu Hijo al Padre,
y que ellos nos envíen al Espíritu Santo
que haga fecundos todos nuestros esfuerzos. Amén.

Os bendigo a todos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

1 Cf. LG 1.

2 LG 2.

3 Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Pastores dabo vobis, 25 de marzo de 1992, n. 79b. Citaremos en adelante PDV.

4 Cf. PDV 70.

5 Cf. PO 8.

6 PDV 81c.

7 Cf. PDV 30d.

8 Cf. Christifideles laici, 60.

9 Cf. AA 20.