Comentario a las lecturas del domingo de la Santísima Trinidad. ABC, 25 de mayo de 1997.
Cristo nos ha revelado el misterio de la vida divina en su hondura inabarcable. Su palabra, su obra, su vida, muerte y resurrección están llenas de realidad sagrada de Dios.
Él nos ha mostrado al Padre en su omnipotencia y bondad, en su amor creador, en su plenitud única por la que tiene un Hijo igual a sí mismo. “Si me conocéis a mí, conoceréis a mi Padre”. El Hijo es la Palabra pronunciada por su boca creadora. Padre e Hijo, un solo Dios verdadero y entre ambos, la realidad que hace posible esa existencia, el Espíritu. Por Él y en Él, el Padre y el Hijo tienen todo en común. En el Espíritu el Hijo revela la verdad y el ser de su Padre. “Os he dicho estas cosas, mientras permanezco entre vosotros; pero el abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ese os lo enseñará todo y os traerá a la memoria lo que yo os he dicho”. “Cuando venga el abogado, que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de Verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí”.
El lector no debe pensar que estos son juegos de palabras, producto de imaginación religiosa, no. Ni que los que hacemos comentarios como este, nos creemos tan sabios que tocamos con la mano el misterio de la Santísima Trinidad. Sencillamente estamos repitiendo algo que Cristo nos dijo, cuando habló de la vida de Dios. A través de estas palabras se percibe incluso la historia de la Iglesia, en la que el Cristo Bendito nos ha dado la posibilidad de ser como Él, y el Espíritu la ha sostenido en medio de dificultades y persecuciones y la ha mantenido en el amor al Padre.
No estamos inventando nada. Sabemos muy poco, pero lo que sabemos de Dios porque lo creemos, lo afirmamos con gozo. Para las cosas humanas, su lenguaje; para las de Dios, el suyo. No intentamos explicar nada, sino ayudar a comprender que es lógico orar y adorar la grandeza infinita de Dios. Hacemos un acto de fe en la naturaleza de Dios uno y trino. Por Cristo creemos en ese misterio, que cobija su verdad divina. Por Cristo sabemos que somos hijos del Padre, hermanos del Hijo de Dios Jesucristo y que el Espíritu Santo es nuestro amigo, maestro, guía y consolador. Esta es la vida eterna que nos ha prometido el Señor y que venimos contemplando durante todo el año. Quisiéramos saber más, cómo es esa vida, esa felicidad eterna, esa salvación, ese cielo en que habita Dios. No nos es posible. Basta ahora creer y esperar.
El Dios revelado en Jesús es infinitamente más cercano a nosotros que cualquier divinidad de esta o aquella religión. Las breves líneas del apóstol san Pablo nos ayudan a comprender el misterio de la Trinidad en su proyección sobre nuestra vida. Se concreta en que somos libres y esta liberación que nos saca de la esclavitud, nos hace herederos con Cristo de los bienes de la resurrección.
Esta integración familiar en la vida de Dios no es un hecho inoperante. Nos responsabiliza en nuestra conducta. En la libertad, dignidad y responsabilidad del cristiano está Jesucristo. “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado”. En el cristiano tiene que hacerse realidad la expresión paulina: “No vivo yo, es Cristo quien vive en mí”.