La viña sin racimos, comentario a las lecturas del XXVII domingo del Tiempo Ordinario, (ciclo A)

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La viña sin racimos, comentario a las lecturas del XXVII domingo del Tiempo Ordinario, (ciclo A)

Comentario a las lecturas del XXVII domingo del Tiempo Ordinario. ABC, 6 de octubre de 1996.

Las lecturas de este domingo son una llamada a la responsabilidad personal: al comenzar una nueva etapa, como parece que siempre supone la vuelta del verano, un aldabonazo fuerte resuena en nuestra conciencia. Nuestra existencia va discurriendo rápidamente. Tenemos una viña de la que hay que cuidar. ¿Qué hacemos con nuestra viña? ¿Damos uvas o agrazones? ¿Se nos quitará el Reino de los cielos y se les dará a otros, que produzcan más frutos? Cuando el labrador en sus fincas puede apreciar los frutos de la próxima cosecha, se llena de esperanza, pero si se trata de una viña frondosa y con brillantes y jugosos racimos, el gozo alegra el corazón y el viñador contempla y acaricia las tiernas uvas de los racimos como la más pura delicia de la tierra.

Más cuando no hay fruto, aparta su vista de aquel follaje estéril y mueve su cabeza en señal de torpe fracaso, triste y lamentable. Esto es lo que ocurrió a Israel, la viña más querida de Dios, plantada por Él mismo y cultivada con tanto esmero. Los grandes profetas, los jueces, los reyes, lloraron amargamente muchas veces al comprobar la viña devastada por las maldades de los que habían sido llamados por Dios a gozar de sus frutos y sólo tuvieron agrazones.

Somos seres libres, respondemos de nuestros actos y decisiones. Cada uno tenemos nuestra manera de amar, de trabajar, de encajar los problemas y superar las dificultades. Así es como se manifiesta nuestra personalidad. Somos capaces de todas las virtudes y de todos los vicios, porque todos podemos decir la famosa sentencia: “Somos hombres y nada que sea humano nos es ajeno”.

Hay tantos modos de ser felices o desgraciados como hombres habitamos en la tierra. Y cada uno tenemos nuestro tipo de bondad o maldad característica, que vamos logrando poco a poco, porque cuando Dios nos creó, nos dio el regalo de la libertad para que pudiéramos obrar por nosotros mismos. Y esta es nuestra gran vocación: lograr la soberana libertad de los hijos de Dios, de la cual algún día hemos de rendir cuentas.

Con la imagen de la viña, Isaías nos ejemplifica el compromiso de Dios con cada uno de nosotros, y nuestra responsabilidad para con Él. Espera de todos los hombres, de cada uno en particular, el derecho y la justicia. Hoy apenas se habla de esta espera de Dios. No se habla de ese juicio, al que hemos de someternos todos para ser examinados de nuestras acciones y omisiones. Vivimos una hora triste en el mundo de hoy, triste, porque se ha apoderado de los hombres de nuestro tiempo una insolente frivolidad de pensamiento, que nos hace olvidar el juicio de Dios, que ha de llegar ineludiblemente.

En las lecturas del Nuevo Testamento de este domingo se plantea el mismo tema, pero ya desde la fe en Jesucristo como piedra angular de toda construcción, de toda tarea, de todo proyecto, de toda realización. Él nos ha regalado otra vida, que pone en nuestras manos. Es la vida de fe, que, al iluminar nuestros pasos diarios, nos dará fecundidad y paz. La vida de la fe tiene que dinamizar nuestra existencia. Nuestro empeño ha de ser conocer qué necesitamos para iluminar esa fe y producir frutos: “Lo verdadero, lo noble, lo justo, lo amable, lo laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta”. Como dice san Pablo. No es creíble una vida cristiana sin que dé frutos cristianos. Leed la parábola que nos ofrece hoy san Mateo, dirigida a los que tienen autoridad. Esta no es sinónimo de poder, sino de servicio. El Reino de los cielos, ya aquí en la tierra, es para quienes producen frutos. No podemos ir al otro mundo con las manos vacías.