Prólogo de la obra del mismo título publicada en 1982 por el P. Antonio de Lugo.
He aquí un libro sencillo, como tantos, que a lo largo de los siglos han ido saliendo de la pluma de sacerdotes y religiosos, que han hablado y escrito de las verdades de la fe católica.
El P. Antonio de Lugo, monje del Monasterio Jerónimo de Yuste, es bien conocido por otras publicaciones de esta índole, por sus artículos en diversas revistas, de las que es asiduo colaborador, y por sus predicaciones en Ejercicios y retiros a numerosos grupos cristianos, que anhelan una vida seria profunda.
Sencillez no quiere decir aquí carencia de vigor o de exigencia teológica en el tratamiento de los temas. Por el contrario, una exposición tan rica y ordenada como ésta, de las verdades fundamentales del Credo católico, de los sacramentos, que como dones divinos nos dejó el Señor para asegurar y desarrollar nuestra unión con Él, y de las cumbres de la vida espiritual y moral, que nos incita a escalar el Sermón de la Montaña, supone siempre un esfuerzo de síntesis muy apretada y valiosa, que no es fácil hacer, si no se tienen muy amplios y asimilados conocimientos de la Sagrada Escritura, de la teología y de las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia.
La sencillez en este libro del P. Lugo equivale a que no hay en él pretensiones enredosas, ni aparatosidad científica, tantas veces estéril por estar alejada de la verdadera ciencia; ni concesiones al gusto de la época tan dada a la crítica superficial y petulante. Hay densidad, orden en el pensamiento, palabra adecuada, reflejo constante de la luz que brota de un Magisterio de valor perenne.
Y hay también otra cosa: fe y contemplación. Quien escribe así y de los valores nucleares de nuestra fe, es porque los vive hondamente en su alma. Son muchas horas y muchos años de trato con Dios y con lo que Él, en su infinita bondad, quiso revelarnos, los que a veces mueven con fuerza irresistible a hablar o escribir así. Este es el caso. El P. Lugo puede sentirse satisfecho de poder ofrecer al Pueblo de Dios, que tanto lo necesita, el alimento espiritual para su fe, a la vez que sus contenidos, expresados con la fidelidad que pide la Iglesia a los que aman a Aquél que nos ha sido dado para nuestra salvación.
Agosto de 1982