Discurso pronunciado en la Catedral de Toledo, en presencia de SS.MM. los Reyes de España, el día 3 de marzo de 1993, con motivo de la presentación del libro Los Primados de Toledo, Toledo, 1993.
Lamento que, tras este discurso del Señor presidente, no haya habido aquí alguien que, con medios técnicos, que sólo la modernidad puede ofrecer, nos hubiera facilitado ahora la espléndida calefacción que merecía el Presidente, después de habernos hablado. Hubiera sido una consecuencia preciosa, por el calor que despierta en nuestras almas un parlamento así, percibir el calor exterior también en nuestro cuerpo.
La grandeza del lugar en que estamos, se sobrepone al encogimiento natural, que yo podría sentir, si, pensando en la propia pequeñez, reflexionara hondamente sobre lo que significa para mí esta regia atención de vuestras Majestades. Digo atención y no homenaje, porque en relación con esta última palabra, yo no soy más que un mero receptor, con las manos abiertas, eso sí, de este homenaje a todos los Primados de Toledo. Con lo cual me coloco en una actitud de servicio, no de protagonismo. Y así, sí. Así me encuentro más a gusto, porque la Catedral nos ampara a todos, a mí también en este instante; nos da cobijo, y su grandeza hace grandes a los que somos pequeños, para recibir tales consideraciones y muestras de benevolencia.
La Catedral nos ampara a todos, también a los Reyes. Y no es necesario realizar muchos esfuerzos de imaginación, para encontrarnos al andar por aquí con el recuerdo de Reyes de España que aquí estuvieron. Por ejemplo, Felipe II llevando las andas en que era transportado el relicario riquísimo de Santa Leocadia, cuando fue trasladado desde Flandes a la Catedral de Toledo. Por aquí iba Felipe II llevando una de las varas de las andas. Y todos los Reyes que le han sucedido a él, todos sin excepción. El último, Alfonso XIII, vuestro augusto abuelo, aquí vino con relativa frecuencia, y aquí rezó con fervor sincero.
EI Sr. Presidente de la Junta de Castilla-La Mancha ha tenido la feliz, iniciativa de impulsar la edición de este libro. La Consejería de Cultura y la Diputación Provincial lo han hecho posible, y es una verdadera joya bibliográfica, con valor histórico, y con ese otro valor testimonial de lo que significa un día de grata comunicación entre nosotros y de recuerdo a hechos históricos que perduran para siempre. Es un espléndido libro, que tenemos que agradecer.
Creo que el Sr. Presidente no solamente lo hace por motivos estrictamente culturales, sino que, como yo le conozco, y a eso se ha referido él con un gozo que yo comparto, el de la amistad, ha querido también responder de alguna manera a las llamadas del espíritu, que no se apagan nunca en quien ha recibido un cultivo esmerado, por su reflexión y por su esfuerzo a lo largo de los años, de algo que manifiesta respeto y cariño a personas e instituciones vinculadas con la Iglesia; porque la Iglesia no es sólo cultura, es fe. Y precisamente por ser fe es cultura.
Los Primados de Toledo han sido, por lo general, hombres insignes, que han prestado muchos servicios a la Iglesia y a la Patria española. Han sido servidores, auténticos servidores de la comunidad eclesial. En la época en que se han sucedido unos a otros, desde el siglo XII, la organización del episcopado era distinta, cada obispo tiene su jurisdicción en su diócesis. Hoy las Conferencias Episcopales nos ayudan a que podamos ejercer nuestro trabajo pastoral más unidos. Conferencia quiere decir conferir, hablar, escucharnos y así ayudarnos en la escucha, en la sugerencia y en la reflexión. Esto es una ventaja, si se hace bien.
Antaño el Primado ejercía, de alguna manera, una dirección moral, que al ser asumida por los demás, no contenta con lo que podía atribuirse a sí misma, al ser asumida por los demás, llegaba con su influencia pastoral a otros ambientes distintos del suyo. Eso ha pasado. Hoy existe esa comunicación entre nosotros con una Conferencia, con un Presidente.
El Cardenal y los cardenales más bien tienen, si algo los distingue, una comunicación con Roma que al Colegio Cardenalicio está reservada. De manera que aun hoy los servicios pueden seguir prestándose, cuando hay buena voluntad y ¡¡cuántos!!, ¡¡cuántos se han prestado aquí!! Algunos nombres han sido ya pronunciados, pero yo repito con gozo esos nombres de Jiménez de Rada, Gil de Albornoz (muy olvidado), del que Menéndez Pelayo dijo que es el genio político mayor de la península ibérica. El que logró que los Estados Pontificios volvieran a manos del Papa. El que fundó el Colegio de San Clemente de los Españoles en Bolonia, tan antiguo o más que el de Oxford, en el que se han formado generaciones incesantes de hombres eminentes en el campo del derecho, la medicina, etc. Y el Cardenal Tavera, del que a su muerte dice el emperador Carlos: “se me ha muerto un viejecito, que con su báculo me tenía sosegados los reinos de España”. Silíceo, con el primer Colegio de formación de la mujer en toda Europa. Y así, a lo largo de los siglos, podríamos ir citando figuras preclaras, que aun hoy siguen dándonos lecciones muy elocuentes.
Añadiré únicamente el nombre del Cardenal Lorenzana. El Cardenal de la Ilustración, piadoso, culto, firme, atento a las exigencias de su tiempo. Que acepta cuando llega el momento la solapada persecución de un Godoy y renuncia a su diócesis para terminar su vida en Roma, después de habernos dejado aquí monumentos, como, por ejemplo, el que hoy ocupa la Universidad de Castilla-La Mancha, cuyo Rector y gran amigo mío, está aquí presente. El Cardenal Lorenzana fue un genio de la cultura de su tiempo, y un hombre de fe y de piedad profunda en la vida de la Iglesia. Y luego estos otros modernos que acaban de citarse, todos ellos merecedores de nuestro recuerdo y nuestra veneración.
Cuando se habla de los Primados de Toledo, espontáneamente la reflexión camina un poco hacia el pasado. Es como recoger algo de la historia y de las acciones que configuraron el ser de España en el orden religioso e incluso político, porque las leyes de entonces lo exigían. Yo suelo decir, cuando me asomo a ese balcón del arzobispado y veo la placita provinciana, encantadora, que desde ese balcón contemplo, que aquí se ha hecho media historia de España: Catedral, Audiencia, Ayuntamiento, Arzobispado. Media historia de España. Con los fallos consiguientes y con los éxitos innegables, que ha tenido esta historia a lo largo del tiempo.
Pero yo no quisiera nunca que cuando se habla de los Primados, nos contentáramos con una referencia al pasado. Miro más bien al futuro, y lo que pienso y lo que deseo es que los hombres y mujeres de nuestro tiempo y los que han de venir, puedan tener la posibilidad, y aun más, la facilidad de encontrarse con el mensaje eterno de la verdad y la esperanza del Evangelio, por el cual, en otro contexto histórico propio de los tiempos, lucharon aquellos Primados, como ahora tenemos que luchar nosotros, todos los obispos, en coherencia con la fe que profesamos y con la misión pastoral que nos ha sido confiada. Eso es lo que yo busco, el futuro.
El Sr. Presidente me ha dedicado el libro con estas palabras: “Nos acecha una paz ecuménica, en la cual imaginamos que irán limitándose diferencias y se acentuarán afinidades”. Dios lo quiera. El mundo camina por ahí. Y ello no significa que vayamos hacia un sincretismo religioso, que sería opuesto a la verdad que nos enseñó el Señor Jesús. Puede lograrse esa paz ecuménica de los espíritus sin que nadie pierda la identidad que le corresponde. Y la identidad nuestra es insoslayable. Es la de Cristo Jesús, Camino, Verdad y Vida.
Hay que impedir degradaciones. En los jóvenes de hoy, como en los de todos los tiempos, hay hogueras ocultas, ésas sí que dan calor, pero tendríamos que trabajar todos mucho más, para que ese calor no se convierta en un incendio que les queme. Creo que se podría también lograr que en el campo de la enseñanza y de la educación no hubiera tantas dificultades, ni positivas ni negativas, para que el mensaje de la revelación cristiana llegue a la mente y al corazón de los que tienen que recibirlo, de los que todavía lo desean. Es decir, creo que puede conseguirse mucho más con el buen esfuerzo de todos y con un tipo de comunicación y de diálogo como el que, por ejemplo, yo he podido tener siempre en esta región, gracias a la elegancia de estilo y al buen hacer del presidente de la Junta.
Nada más, señoras y señores. Muchas gracias. Gracias a cuantos estáis aquí. Gracias a los autores del libro, los que habéis escrito estas apretadas biografías, en que se resume, no sin dificultad, lo que se puede conocer de cada uno de los Primados, desde que empezaron a existir. Gracias, Sr. Presidente. Y a Vuestras Majestades, Señor y Señora, no solamente mi gratitud muy viva, sino una singularísima bendición, para que Dios os conceda toda clase de bienes. Incluso por el gesto que habéis tenido tan señorial de venir a presidir estos actos en Toledo hoy, cuando las noticias que hora tras hora podéis recibir sobre la salud de vuestro padre, D. Juan, tienen que afligiros constantemente. También a él me lo encontré yo un día, en esa capilla de la Virgen del Sagrario, rezando, porque se adelantó al horario señalado para los actos en que iba a intervenir, y se adelantó porque me dijo: yo no puedo venir a Toledo –me lo dio a entender y yo lo entendí– sin visitar antes a la Virgen del Sagrario.