Comentario a las lecturas del domingo XIV del Tiempo Ordinario. ABC, 7 de julio de 1996.
La narración del Profeta Zacarías es una anticipación de lo que ha de suceder el Domingo de Ramos. El Rey de Israel, justo y victorioso, pero lleno de modestia, entra en Jerusalén cabalgando en un asnillo. Viene a servir a todas las naciones y a establecer un orden de paz y de justicia: de ahí la imagen que da, de humildad y sencillez montando en un borrico. Es el Mesías de todos y para todos los tiempos. Esta primera lectura es el prólogo clarísimo a las breves y densas líneas, tanto de la carta de san Pablo a los romanos como del fragmento del Evangelio según san Mateo. Si seguimos a Cristo, este seguimiento lleva consigo la modestia, la apertura, la escucha, la humildad, la sencillez, con lo cual nos libraremos de todas las esclavitudes de ostentación, fuerza, poder, violencia, afán de triunfo, posesión y lucro, que es a lo que conduce el vivir según la carne. Esta palabra significa aquí segur las apetencias desordenadas del corazón humano.
Pero si vivimos según el espíritu de Cristo, no hay desorden, ni oscuras torpezas, ni soberbia engañosa, porque ese espíritu que habitará en nosotros es de bondad, mansedumbre, paz, amor comprensivo hacia todos. Para ello, tenemos que asistir a la escucha del único y verdadero maestro, donde aprenden las gentes sencillas de alma, no los tan entendidos y razonadores, que se lo saben todo y están de vuelta de todo. Tenemos que dejar resonar en nuestro corazón una y otra vez las palabras de Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla”.
Hombres y mujeres de corazón sencillo los hay en todas partes: pueden ser un rey, un obrero, un científico o un deportista, un universitario o un monje, un catedrático o un periodista. He dicho un rey, y bien cercano está el ejemplo que nos ha dado a todos el que fue rey de los belgas, un hombre del que su director espiritual, el cardenal Suenens, escribió que el secreto de su vida fue su fe sencilla, leal, sin vuelta de hoja.
En el libro Balduino, el secreto del Rey escribió él mismo: “Cuando abro los ojos y veo a mi alrededor, descubro de nuevo el amor que Dios siente por mí y por toda la humanidad. Me doy cuenta de que cuando las personas intentan vivir el Evangelio como Jesús nos lo enseña, es decir, amando como Él nos ha amado, las cosas empiezan a cambiar: la agresividad, la angustia, la tristeza se transforman en paz y alegría” (del libro citado, pág. 36). “Quiere que le lleves a todas partes, donde tú vayas. Acepta que Él sea todo para ti hasta el punto de que descubran los rasgos de Jesús a través de los tuyos. Déjate llevar por Él y en Él” (ibíd., pág. 79).
Todo el camino espiritual del Rey Balduino está en esa línea de confianza y sencillez de quien vive las palabras de Cristo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.
La gente sencilla está abierta a creer y confiar en Dios, a construir un mundo en que haya amor. Tiene capacidad de ver lo esencial, porque no vive de artificios, ni de cinismos y sarcasmos ante los valores espirituales, ante la fidelidad y el sacrificio. Ser sencillo es ser un fervoroso creyente en la paternidad de Dios.