Presentación de los textos litúrgicos oficiales para la solemnidad de la Santa, Patrona de la ciudad de Toledo, 1993.
Aunque en alguna época se pretendió confirmar con datos legendarios el origen apostólico de la Diócesis de Toledo, hoy la historia eclesiástica prefiere la certeza de los datos verificables, y afirma la existencia de una iglesia local, organizada en la ciudad de Toledo, a inicios del siglo IV, cuando un obispo, llamado Melando, firma en las actas del Concilio de Elvira (cerca de la actual Granada), como prelado de Toledo.
Así pues, hemos de situar la evangelización de la zona central de la Península, significada en Toledo, en el siglo II de nuestra era. Lo cual coincide con los datos seguros sobre la evangelización de nuestras costas, tanto catalanas como andaluzas, en el siglo I, sea por apóstoles (Pablo, Santiago), sea por discípulos de éstos.
Toledo era, en aquella época, encrucijada de caminos. En la ciudad del Tajo se cruzaban las rutas de la Tarraconense y de la Bética, la evangelización de origen antioqueno-romano y la de origen norteafricano.
Muy pronto arraigó la fe en esta ciudad “edificada sobre roca” y pronto debió organizarse la primera comunidad de cristianos. Según esto, queremos destacar de qué modo la celebración de Santa Leocadia, como Patrona de la ciudad de Toledo, es una acción de gracias por el don de la fe y de la evangelización de la ciudad y de la Diócesis.
A finales del siglo III nace Leocadia. Parece ser una mujer de noble cuna, al menos de una familia conocida en Toledo. Esta doncella se había destacado entre la joven comunidad cristiana de la ciudad, por su consagración a Dios en el Orden de la Vírgenes y, como tal virgen, por su dedicación a la caridad y a la oración.
Llegando a Toledo la persecución de Diocleciano, el representante imperial procedió con el método típico de tal persecución: Buscar un cristiano conocido y presuntamente débil (mujer o niño) para hacerle abandonar públicamente la fe y sembrar confusión entre las nacientes comunidades cristianas de la Península.
En Toledo se escoge como víctima a Leocadia. Se piensa que su condición femenina y su juventud le harán presa fácil de las amenazas o de los halagos. Pero Leocadia confiesa valientemente su fe y se muestra inflexible ante el tirano. Se la maltrata y encarcela. Es precisamente en la cárcel donde, mientras oraba, muere el 9 de diciembre del 303.
Se la entierra en el cementerio que se hallaba al noroeste de la ciudad, junto al circo romano. Pronto los cristianos de la ciudad la veneran, aunque al no ser propiamente una mártir, su culto permanece por más tiempo limitado a la sola ciudad de Toledo.
Será tras la conversión de los visigodos, en el 589, cuando la Santa de Toledo salta las fronteras de la ciudad y ve expandirse su culto por toda la Península. Pronto se construye una Basílica sobre su tumba, donde hoy se alza la Iglesia del Cristo de la Vega. En ella se celebran varios Concilios, que vertebrarán la vida religiosa, litúrgica y política de la España visigoda. A esa Basílica y a esos Concilios se va asociando San Ildefonso, que aparece como el autor del Oficio y de la Misa de nuestra Santa en la Liturgia Hispano-Mozárabe. En tales textos litúrgicos se destaca el valor de la confesión de la fe de Santa Leocadia, que es presentada como modelo para la Iglesia orante, que celebra su fiesta. Al ponerse en primer plano el valor del testimonio orante de la Santa, se evoca una visión de la Liturgia, como expresión de la naturaleza y la misión de la Iglesia, pues recuerda la feliz expresión de San Leandro, en el III Concilio toledano, donde llamó a la Iglesia “casa de oración donde se reúnen todos los pueblos”.
Desde el siglo VIII, es difícil seguir con certeza la peripecia de los restos de Santa Leocadia. Ya en tiempos de Felipe II, la Catedral Toledana guarda en su precioso relicario (el Ochavo) los restos que, se cree, son de su Patrona.
En Toledo, varias iglesias recuerdan el paso de Santa Leocadia por la ciudad: La Parroquia que lleva su nombre, evoca su casa natal, según piadosa tradición; la Ermita del Cristo de la Vega, su primera sepultura; la Catedral, con el cofre de sus restos y una Capilla junto a la puerta de la Sacristía, su vínculo con San Ildefonso y el origen de la fe de la ciudad; y finalmente, el Seminario para Vocaciones de Adultos, que lleva su nombre, que quiere ser una llamada a todos para la tarea de evangelización, que Leocadia rubricó con la ofrenda de su vida.
Por todo esto hemos emprendido la tarea, confiada al Seminario de Santa Leocadia, en coordinación con la Delegación Diocesana de Liturgia, de ofrecer a la Diócesis y a la ciudad unos nuevos formularios propios, para el rito romano, que ayuden a conocer y a venerar de modo más elocuente a Santa Leocadia. Ahora podemos presentar tales textos aprobados por la Santa Sede.
Estos textos, propios para la Misa y el Oficio, han querido aprovechar, en la medida de lo posible, lo más genuino de la tradición mozárabe sobre nuestra primera Santa. Esperamos que la solemne celebración de su fiesta sirva para que todos los católicos de Toledo valoremos más el don de nuestra fe, y sepamos con valor confesarla en medio de nuestro mundo, tan necesitado de confesores, para que así brillo por sus frutos entre nosotros la Nueva Evangelización.
Toledo, 1 de noviembre de 1993.