No añadir ni suprimir nada, comentario a las lecturas del XXII domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)

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No añadir ni suprimir nada, comentario a las lecturas del XXII domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)

Comentario a las lecturas del XXII domingo del Tiempo Ordinario. ABC, 31 de agosto de 1997.

“El cielo estrellado por encima de mí y la ley moral en mí son objetos de admiración y de veneración siempre nuevos y crecientes, a medida que la reflexión se aplica a ellos”. Es la conclusión de la “Crítica de la razón pura” de Kant y epitafio de su tumba en Königsberg. Son palabras que iluminan, porque el gran pensador acabó convencido de que sólo el progreso de las ciencias y de las artes no conseguirá hacer que los seres humanos sean mejores, ni más dichosos.

Ante los criterios humanos, que se absolutizan, ante las directrices, ideológicas que ahogan, ante las “posesiones” de la verdad, que tiranizan, ante los progresismos vacíos y fatuos, ante los formalismos religiosos e insustanciales, resuenan en el interior las palabras del Señor en el evangelio de san Marcos, como una crítica fuerte y una llamada a la libertad interior y al valor de la propia conciencia iluminada por Dios.

Los tres textos de las lecturas de hoy convergen en la interioridad, responsabilidad y libertad de la persona humana, tal como Dios la ha creado. El auténtico sentido moral cristiano es esencialmente fuente de riqueza personal y de independencia. Toda nuestra grandeza nos viene de esta responsabilidad, de esta capacidad de desarrollo y expansión. “Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los astros, en el cual no hay fases ni períodos de sombra. Por propia iniciativa, con la Palabra de la verdad nos engendró, para que seamos como primicia de sus criaturas” (Carta de Santiago). Estas palabras extrañas aluden a la fuerza creadora de Dios, que toca la interioridad del hombre.

La moral cristiana, como dice Le Senne de toda moral, se nutre de los demás valores en el sentido de que se realiza en la totalidad de la vida humana: es decir, se realiza en valores intelectuales, afectivos, económicos, políticos, sociales. Por eso todo sistema que trate de manipular al hombre manchándole, desviándole de su fin, rompiendo la armonía que le ennoblece, es el crimen de los crímenes. Destruir a un ser humano equivale destruir lo mejor de la creación. Es toda la vida humana la que es moral o inmoral, cristiana o no, no hay compartimentos.

Los textos de hoy consideran la realidad de nuestra vida, de nuestro obrar, atendiendo al fin último, a que estamos destinados. Por medio de nosotros se expresa el mundo creado por Dios y le responde. Como dice Jacques Leclercq, por nosotros, por nuestra libertad, por nuestra capacidad de acción y decisión, el mundo, que viene de Dios y expresa la voluntad divina, vuelve a Dios y le ofrece el testimonio de su respuesta y veneración. Si faltase el hombre del mundo, éste perdería su sentir. De ahí la importancia de su obrar, de su conciencia, de la que nacen sus obras.

El texto del Deuteronomio es magnífico. “No añadáis nada, ni suprimáis nada de lo que os mando. Ponedlo todo por obra”. La cercanía de Dios se hace comprensible en sus preceptos. Nuestra tentación constante, como ocurrió con los judíos, es el camuflaje de la palabra de Dios, los formalismos que ahogan la libertad humana. Suprimimos los dogmas contenidos en la Palabra de Dios, y hacemos dogmas nuevos de nuestros relativismos personales o de grupo. Quitamos lo esencial para dar importancia a lo accidental. Cristo rechazó el culto vacío y las normas puramente externas y sin alma. No es lo de fuera lo que mancha al hombre, sino lo que sale de dentro. De corazones contaminados brota un manantial de maldad.