Conferencia pronunciada el 17 de marzo de 1977 en el acto de clausura del ciclo organizado por la Asociación de Universitarias Españolas. Texto publicado en el volumen Las grandes crisis de la Iglesia y su incidencia en el momento actual,Madrid, 1977, 223-248.
Saludo a la Asociación de Universitarias Españolas, de antiguo conocidas y reiteradamente amables en su invitación, puesto que uno y otro año he venido aquí, en esta serie de conferencias que suelen organizar sobre diversos temas, todos ellos demasiado interesantes. Y os saludo a todos vosotros, señoras y señores, con mucho gusto, y recurro a vuestra paciencia para esta disertación sobre un tema sugerido por estas palabras de Pío XII: “No lamentos, sino acción es la consigna de la hora”1.
Perenne vitalidad de la Iglesia #
Es muy significativo el título señalado, y bien merecía ser desarrollado ampliamente para que pudiéramos encontrar los motivos que justificaron esta expresión, siempre válida cuando se trata de la actuación de los hijos de la Iglesia ante los problemas más dispares.
Para poder llegar con un proceso de pensamiento, lógicamente desarrollado, a la afirmación central que voy a hacer, es necesario situarnos en la perspectiva de reflexiones que el Santo Padre viene haciendo con mucha frecuencia. Y sólo así podrá comprenderse el porqué debemos insistir en esta afirmación central, en la que tratamos de desembocar como fruto de todas las consideraciones siguientes.
Al final de cada año, el Papa suele dirigir a los cardenales un discurso, en el que se refiere a la situación de la Iglesia y del mundo. En el pronunciado en las últimas Navidades señaló como datos a tener en cuenta, entre otros, los siguientes: habló primero de la vitalidad de la Iglesia. Al margen de todo su contenido, refiriéndose a situaciones concretas de la vida política en el mundo, hizo alusión a países en conflicto bélico, como el Líbano, como Rhodesia y otras partes, y centrándose en la vida de la Iglesia, dijo esto: “La vitalidad de la Iglesia se manifiesta en la defensa del patrimonio de la fe que la Iglesia, con cuidado celoso, guarda intacto como la pupila de sus ojos. Lo guarda de las críticas corrosivas y de las interpretaciones, en cierto modo, reductivas, como también de los prejuicios y de los cierres preconcebidos, que, en un caso y otro, se resuelven siempre, y solamente, en la desobediencia a los legítimos pastores del cuerpo episcopal y al humilde sucesor de Pedro, que se encuentra al frente de ellos”. A continuación, habla de la vitalidad de la Iglesia, que se ve un tanto atacada por estas manifestaciones a que se refiere. ‘‘Esta vitalidad se pone de relieve en la defensa impávida e inmaculada de la ley moral, inscrita en el corazón del hombre y garantizada por la revelación del Antiguo y Nuevo Testamento. Y esto sucede mediante la enseñanza de esta Sede Apostólica que no teme el rumor ni la hostilidad, y mucho menos la humillación y la ironía del mundo, por el que Cristo no ha orado como por sus discípulos, pero al que también ha amado hasta dar la vida por el mismo. No teme esta Iglesia ni este sucesor de Pedro el proclamar el derecho a la vida, la indisolubilidad del matrimonio, las normas sanas ascéticas y liberadoras de la vida sexual”.
Este es el balance que hace y la situación a que se está refiriendo de una manera muy concreta; y esto es un poco sorprendente en las actuaciones del Papa. No es que trate de justificarse a sí mismo, pero da a entender cómo es consciente de que es blanco de muchos ataques e ironías y, sin embargo, él cumple con su misión de salir en defensa de la verdad. Está aludiendo a documentos que han sido publicados en el año que termina con respecto al momento en que habla.
Más adelante, en el mismo discurso, dice, hablando del Concilio: ‘‘No se podría razonablemente poner en duda sus resultados positivos, incluso aun cuando, como siempre ha sucedido en la vida de la Iglesia, han existido y existen penosas desviaciones que, a pesar de proceder acaso de sentimientos nobles, provocan en la Iglesia consecuencias muy graves. Por una parte, el desarrollo de la Iglesia se interpreta en un sentido tal, que no se consigue definir sus límites, como si no hubiera límites, como si el desarrollo de la Iglesia y de su doctrina fuese algo que está expuesto a todas las arbitrariedades, sin límite alguno. Este peligro nos llevaría al extremo de perderse la noción de la misma Iglesia. Por otra, en cambio –aludiendo al extremo contrario–, un mal entendido motivo de fidelidad conduce a negar y rechazar todo desarrollo contra la evidencia misma de la Tradición viva de la Iglesia. En uno y otro caso el mal nace, fundamentalmente, no sólo de una verdadera falta de humildad y de obediencia, sino también como consecuencia de ignorar, de hecho, la garantía de ayuda permanente al desarrollo en la continuidad, asegurada por el Autor mismo de la Iglesia. Se pretende hacerla por jueces por sí solos en torno a aquello que parece estar en menor medida en la línea auténtica de la Tradición”2.
De manera que habla de unos y de otros, señalando, en este diagnóstico, los fallos en que se incurre por parte de unas y otras posturas extremas.
Diagnóstico de una situación en el mundo y en la Iglesia #
‘‘Ciertamente, la inmutabilidad de la fe está puesta también hoy en peligro por el relativismo en que han caído algunos autores; pero en oposición a tal actitud, firmemente hemos recordado que la Revelación Divina tiene un sentido preciso y determinado: una verdad inmutable que nos ha sido propuesta por parte de Cristo para creerla: la Tradición Apostólica y los actos del Magisterio. Y hemos advertido que ninguna hermenéutica tiene derecho o facultad para adaptar la Buena Nueva a mentalidades que difieren según la época y ambientes; ninguna interpretación hermenéutica tiene derecho a sustituir el contenido de este Magisterio por otros pretendidos significados equivalentes, aunque parcialmente opuestos por fundamentalmente reducidos”3.
Valores positivos y aspectos negativos en el mundo actual #
Así hablaba el Papa en diciembre del año 1976, resumiendo un poco la impresión que le causaba a él el paso del año, próximo a terminar. Es, pues, un diagnóstico de carácter muy amplio y general sobre la situación de la Iglesia y del mundo, concretado al plazo de un año.
Pero el Papa no se limita a hacer estos análisis de situación en estas fechas. Está haciéndolo continuamente en sus alocuciones de los miércoles y los domingos, y en ocasiones más solemnes como, por ejemplo, en los documentos promulgados por parte de la Santa Sede; en los discursos y normas emanados sobre seminarios, órdenes y congregaciones religiosas, movimientos de apostolado; en las homilías del Santo Padre con ocasión de las canonizaciones y beatificaciones de los siervos de Dios; en las indicaciones y consignas sugeridas a los obispos con ocasión de las visitas ad limina; en los discursos a los embajadores que le presentan cartas credenciales, etc. En todos estos momentos, más o menos solemnes, pero siempre en el ejercicio de sus deberes de Pastor Supremo de la Iglesia, el Papa señala, advierte, reprocha, alienta y estimula. No deja de referirse a los aspectos diversos, negativos y positivos, que se encuentran en el mundo, que nos toca vivir en el mundo o en la Iglesia de la que formamos parte.
En cuanto al mundo de hoy, en general, el Papa se ha referido como a valores positivos de nuestro tiempo, a los siguientes:
- El avance de la justicia social.
- La extensión de la cultura.
- El fomento de las relaciones internacionales que facilitan el acercamiento de los pueblos.
- La conciencia progresiva de la necesidad de defender los derechos humanos.
- La estimación de las culturas con sus riquezas específicas, complementarias unas de otras.
- Los intentos de una mayor integración de Europa y los países que forman todo este continente.
Podríamos aducir muchos documentos en los que el Papa señala estos aspectos positivos en la marcha del mundo de hoy.
Y como aspectos negativos, está señalando continuamente estos otros:
- Los egoísmos nacionalistas que impiden la consolidación de la paz.
- La carrera de armamentos, que asusta a toda conciencia honrada.
- El terrorismo y la violencia, cada vez mayores.
- La degradación de las costumbres públicas y privadas tal como se manifiestan en el uso y extensión de la droga, en el divorcio, en el aborto, etcétera.
- Las legislaciones permisivas que socavan silenciosamente la conciencia de los deberes y obligaciones.
- Las persecuciones a la religión en las distintas partes del mundo, mediante las tiranías políticas y culturales que llenan de vergüenza a una parte notable de la humanidad.
Igualmente podríamos aducir multitud de documentos para comprobar el señalamiento de estos aspectos negativos, a los que el Papa se refiere con mucha frecuencia.
Luces y sombras en este momento de la vida de la Iglesia #
Ahora vamos a referirnos a la Iglesia. Por lo que se refiere a la Iglesia, el Papa es –¿cómo podríamos definirle?– el gran cantor de la esperanza en que llegue a aparecer una época de gran pureza evangélica, que incluiría estos signos precursores:
- La renovación litúrgica, que hace mucho más accesibles a los hombres las riquezas de la vida divina.
- El afán social de muchos cristianos, que puede permitir una realización mucho más eficaz del precepto del amor.
- El diálogo con el mundo y la cultura profana, que facilitará un conocimiento y una comprensión mayor para la evangelización. Es éste un aspecto positivo de suma importancia.
- El deseo intenso de no buscar apoyos humanos para la predicación del Evangelio.
- Los puentes ecuménicos tendidos entre las diferentes confesiones cristianas, que permiten, encuentran y fomentan actitudes de espíritu impensables hace solamente unos años.
Estos son datos positivos que se encuentran al analizar la marcha de la Iglesia en este tiempo. El Papa lo señala, pero, a la vez, no silencia las sombras, terribles sombras, que entristecen el paisaje en la Iglesia de hoy:
- La indisciplina y falta de obediencia en todos los sectores de la Iglesia.
- El relativismo dogmático.
- La falta de fidelidad a la tradición.
- Las enseñanzas orientadoras en el campo de la moral.
- El menosprecio, por parte de muchos, de la religión del pueblo en sus manifestaciones sencillas, pero eficaces para el mantenimiento de la fe y la piedad.
- La disminución alarmante de las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa.
- El peligro a que se encuentra sometida la juventud, generosa en sus idealismos sociales; egoísta en la valoración de sí misma y en la supervaloración de sus criterios personales.
Igual que los otros puntos, los anteriores también podrían ser constatados en innumerables testimonios de los discursos y actuaciones del Papa, en confirmación de todos estos datos que señalo, como integrantes del diagnóstico que viene haciendo sobre la situación del mundo y de la Iglesia en esta hora.
Aplicación a la situación de España: lo que el Papa espera de los cristianos españoles #
En cuanto a España, me parece que, en términos generales, el diagnóstico, con su descripción amplia de síntomas positivos y negativos, es también aplicable a nuestra nación. Con una particularidad: al hablar de nuestra patria sigue refiriéndose a la España católica con evidente deseo de que esta expresión merezca estar justificada por los hechos. Así, con motivo de la visita que nuestros Reyes efectuaron al Vaticano, el Papa afirmó en el discurso que les dirigió: “No Nos es difícil descubrir en vuestro noble gesto una prueba más de vuestro personal sentir, que representa y recoge el ánimo de la querida España católica. Su larga historia de fidelidad a la Iglesia y su entrañable amor al Vicario de Cristo, su encarnación de vida cristiana en la intimidad de la conciencia y en las líneas de sus templos, su profundidad eclesial plasmada en una pléyade de santos, algunos por Nos mismo muy gustosamente ensalzados, que han enriquecido e iluminado a la humanidad”.
Terminaba el discurso: “Majestad, concluimos formulando nuestros mejores votos paternos y cordiales para vuestra persona y alta magistratura, para la Reina y la familia real, para España entera, a la que deseamos ardientemente fidelidad cristiana, sólida paz, durable concordia, seguro progreso y bienestar, camino de ininterrumpida elevación en lo espiritual y en lo humano”4.
En fin, en este lenguaje solemne todavía se habla de un país, y al hablar de él se dice: “La querida España católica”. Y en el periódico del Vaticano, L’Osservatore Romano, en aquellos días de la visita, cuando aparecía el saludo que dirigía a los Reyes en vísperas de su llegada y su encuentro con el Santo Padre, se publicó este artículo editorial que representa la línea del órgano de prensa de la Santa Sede; decía así: “Este encuentro confirma los vínculos seculares que unen con la Santa Sede a la noble nación española, por la fe católica profesada por su pueblo en unión, jamás venida a menos, con la Iglesia y con su cabeza visible, por lo que la historia de España es historia de la Iglesia y la historia de la Iglesia es historia de España. Y una y otra, juntamente, son la historia de la civilización humana en sus más altas conquistas”5. Así es como se hacía el saludo oficialmente, anticipándose al momento de la llegada.
Poco tiempo antes, un mes antes, en la homilía que el Papa pronunció con motivo de la canonización de Santa Rafaela María, la fundadora de la Congregación de las Esclavas del Sagrado Corazón, el 23 de enero, terminaba con estas palabras: “En este compromiso de santidad, de elevación, de vitalización espiritual, deseamos ver asociada a la España católica, la cual, con esta santa, ha sabido ofrecer a la Iglesia una nueva flor de santidad desde el fondo de las gloriosas tradiciones morales y espirituales de su pueblo. Pueda esta santa ser la propicia intercesora de las gracias de las que hoy parece tener más necesidad esa España: firmeza en la verdadera fe, fidelidad a la Iglesia, hermandad sincera entre todas las clases de la nación, etcétera”6.
Ante estas nobles afirmaciones podríamos hacernos una pregunta, señoras y señores: realmente ¿hay motivos para esperar que España siga siendo una nación católica? Yo no pretendo dar aquí una respuesta a este interrogante. Porque ni la situación política de la sociedad española ni la de la Iglesia permiten hacer ahora un análisis detenido. Porque, además, estas preguntas se prestan a muchas ligerezas en este juego de adivinanzas del futuro y porque de lo que se trata más bien hoy es de que cumplamos todos con nuestros deberes. Mientras vivamos en el momento presente –y por eso ustedes me han dicho que yo hablara de un tema que se concreta con esas palabras de Pío XII: “No lamentos, sino acción es la consigna de la hora”–, la pregunta queda ahí para que sigamos reflexionando sobre ella. Entonces se trata de acción en el presente y no podemos perdernos en discusiones sobre un futuro, que no sabemos cómo se va a producir.
La acción en y desde la fe: la radical originalidad del cristianismo #
Ahora sí que hago una pregunta a la que trato de responder: ¿qué es lo que podemos hacer, puesto que se trata de acción? La acción sin la fe, ¿para qué?
Ante el rumbo que ha tomado hace dos siglos la sociedad de nuestro tiempo, devorada por la explosión de tantas ideologías, sistemas culturales, socioeconómicos, políticos, que la zarandean sin piedad; ante esta situación que es también ya la de la sociedad española, pienso que, efectivamente, es necesaria la acción y no el lamento lloroso y debilitador que paraliza las energías apostólicas. Lo cual no quiere decir que no exista la obligación, grave obligación, de discernir, de hacer un juicio crítico, riguroso y serio de lo que es fidelidad al Espíritu y de lo que puede ser manipulación y abandono del Evangelio; obligación y tarea que hace continuamente el Papa. Pero tampoco voy a proponer aquí ningún plan de acción o de acciones apostólicas; no me corresponde, ni es el lugar, ni el momento para ello. Sólo quiero referirme a algo que es presupuesto indispensable para toda acción, hasta el punto de que si no conseguimos esto que yo llamo fe profunda en la radical originalidad del cristianismo, los planes de acción católica se deshacen enseguida, porque no resisten la influencia corrosiva de las ideologías.
Entiéndanme, por consiguiente, yo no querría defraudar a la Asociación de Universitarias Españolas; pero es más honrado esto. Porque es muy fácil venir con un recetario y proponer unos planes de acción apostólica espléndidos; y ¿creen ustedes que con eso lo resolvemos?
Vamos a hablar de una transformación del ambiente, del orden económico, de la cultura, de las costumbres, en una lucha incesante y generosa, a imitación de los Apóstoles, etc.; vamos a ser fermento en todas partes, logrando que la sociedad dé un testimonio libre y conscientemente, sin necesidad de ningún aparato exterior, ni coacciones, ni encorsetamientos que pueden ser provocados por una legislación disfrazada; vamos a conseguir una sociedad nueva, una tierra nueva, unos cielos nuevos, y para eso vamos a dibujar planes de acción con el hombre, con la mujer, con los niños, con la juventud. ¿Ustedes creen que éste es el camino elegido y vivido hoy? Yo creo que no. Porque todos estos planes se nos deshacen entre las manos, mientras no lleguemos a una fundamental acción interior que es ésta, a la que acabo de referirme y que resumo en esta frase: lograr una fe profunda en la radical originalidad del cristianismo.
Estimo que es por ahí por donde hay que avanzar, creando un espíritu nuevo. Y después podemos hablar de planes; de lo contrario, todo se va a reducir a una acción de cara a la galería, a ideologías parcialistas, bañadas en un tinte cristiano, pero que no serán capaces de aportar nada nuevo en un mundo, como dije antes, tan zarandeado por la explosión de todos estos movimientos culturales y políticos, que están llegando a todas partes.
Aspectos de la actuación del cristiano: riqueza y valor del cristianismo #
Y para señalar los puntos con los que trato de indicar la necesidad de esta actuación interior, como base para todas las acciones, quiero partir de una reflexión fundamental, que es ésta: siendo el cristianismo la única religión que da un sentido pleno a la historia personal y a la historia de la humanidad, es decir, al desarrollo de un sentido irreversible en el espacio y en el tiempo y, revalorizando al máximo, como lo hace el cristianismo, el ser total, la unidad radical cuerpo-alma, pasa, sin embargo, por ser una mística morbosa, una mística de evasión y de miedo; una religión que cree en la resurrección de la carne, que cree en la Encarnación del Verbo, que sabe y predica el dolor de parto del cosmos, que espera la gloria de la redención, que enseña la fraternidad de todos los hombres religados en una comunión y comunidad de mutua ayuda y salvación. Una religión en la que están entrando a saco las más dispares y contradictorias ideologías en beneficio personal; sin embargo, es desvalorada, denigrada y presentada como un sustitutivo. Esto es lo que no podemos consentir los cristianos. Y es por donde habría que empezar.
Donde quiera que queden cristianos que creen en Cristo, hombres cultos en la universidad, en la investigación científica, que se convenzan de que deben salir a cara descubierta, con la convicción de que lo que ellos llevan, el depósito de su fe, es algo de tal valor que incluso las ideologías opuestas están acercándose a él para arañar lo que puedan.
¿Qué pasa hoy con esta farsa del eurocomunismo, con el que se trata de engañar a las gentes? Pues, sencillamente, que advierten cómo no se puede avanzar en ese deseo de llegar a una dominación marxista del mundo, si no es presentándose, aunque sea provisionalmente, con el revestimiento de ciertos valores espirituales que están ahí, en el alma de los pueblos que los han heredado y vivido como consecuencia de la civilización cristiana; y hablan de respeto a la persona, de juego libre en los derechos de los unos y de los otros, de no impugnación y tolerancia, del sentimiento religioso, de realización de la justicia y del auténtico amor.
Todo esto es arrancar, violentamente, del santo Evangelio de Cristo partículas del mensaje y revestirse con ellas para caminar más cómodamente entre la ignorancia de aquellos a quienes tratan de embaucar. Pero aquí es donde empiezan los fallos para la acción. Y aquí es donde quiero formular una pregunta, más que con respecto a posibles legislaciones que puedan venir según triunfen unos u otros partidos políticos: si existe una España católica y existen hombres de cultura, de influencia social o simplemente de influencia familiar en la pequeña pero fundamental célula que es la familia, con convicciones católicas, ¿dónde las guardan para que no usen de ellas con la valentía que exige esta fe y esta conciencia en la radical originalidad del cristianismo?
Por eso señalo estos puntos:
Presencia del cristiano en el mundo #
El lamento no puede ser la postura del cristiano: no puede ser eficaz. Ya he dicho antes: discernimiento sí, porque la fe, la esperanza y la caridad son las fuerzas existenciales de su vivir según el Evangelio. El miedo es tan opuesto al cristianismo, es tan incompatible, tan poco digno del sentido cristiano de la vida, como si para cimentar la ciencia y el saber se buscara sólo evitar el error. La confianza fundamental en el valor y en la eficacia de la renuncia es radical en la existencia del cristiano. Gracia y amor son las raíces de su existencia; pero hay que vivirlas. Y cuando se viven por dentro brota la acción. Donde sea. Aun en la cárcel.
Nuestra acción ha de expresarse como testigos al expresarnos nosotros. Como testigos de estas fuerzas existenciales. Cristo llega de un cabo al otro del mundo, disponiendo todo fuerte y suavemente. La salvación y la conciencia de la salvación no es evadirnos de las realidades del mundo. Es una penetración más clarividente y más profunda en el seno de la realidad humana. Pero repito, hay que convencerse de esto. Si en una comunidad religiosa, en un ambiente sacerdotal, en una familia, en una parroquia no existen estas convicciones, por muchos planes de acción que hagamos y muchas asociaciones, la primera ideología que venga con un poco de fascinación turbadora nos arrastra. Y hace tambalearse las vocaciones de los que están consagrados y las convicciones de los que viven ya dentro de una familia.
Notas características: el amor y la gracia #
No necesitamos aventureros, sino hombres y mujeres testigos de la vida de gracia que los vivifica. Hombres y mujeres como Carlos de Foucauld o como esta fundadora de las Esclavas, recientemente canonizada, que aguanta treinta y dos años en silencio, despreciada y perseguida, pero firme en su propósito de oración y confianza.
Hombres y mujeres que son santos y son los hombres nuevos. Hombres y mujeres que viven, no de la eficacia y evidencia de la técnica y de la ciencia, ni siquiera de la de un Dios, simplemente un Dios de la ley, sino de un Dios de Amor que exige un puro amor que se traduce en un puro servicio.
Fuerza irresistible del cristianismo #
Valentía en nuestra acción cristiana. El cristianismo es realidad que resiste ante los cadáveres de las ideologías, sistemas que nacen, crecen, llegan a la cumbre y desaparecen. La Pasión de Cristo lleva en su seno la Resurrección. Acción cristiana y no paraíso marxista, que no impedirá jamás que los hombres se enfrenten, se odien, vivan en el vacío y mueran en la soledad. La ideología marxista no contestará nunca a las preguntas fundamentales sobre el sentido del dolor y del amor. Y ni siquiera tiene sitio para los anhelos del espíritu, que se tocan, se palpan y se sienten con fuerza más grande que la de lo inmediato y material.
Es curioso observar la lección del mundo contemporáneo que, ahora, las generaciones de la transición no han aprendido todavía. Decía antes que el cristianismo resiste ante los cadáveres de las ideologías. ¿Qué está pasando ya en ese mundo, más allá del telón de acero, después de cincuenta años de revolución comunista? A primera vista se podría suponer que tenía que haberse sofocado totalmente el sentimiento de trascendencia o simplemente la valoración del rico misterio de lo que es el ser humano. Y ahora aparecen todos esos documentos, la carta de los 77, y tantos otros que no conocemos, de los que han comenzado a llamar disidentes: intelectuales, artistas e incluso políticos de todos los países dominados por dicha ideología, que se sacuden de esa opresión y, al tratar de sacudirse de esa tiranía política, buscan también un nuevo horizonte de libertad espiritual; o sea, quieren volver a empezar otra vez. ¡Para eso cincuenta años de terrible dictadura y de opresión del sentimiento religioso, para otra vez volver a empezar! Y el cristiano resiste y ve cómo esos sistemas, creencias, crecen, se desarrollan y mueren.
No sé si ahora nuestras generaciones tendrán que apuntarse también a hacer el mismo recorrido hasta que termine por haber disidentes y aparezcan también los descontentos respecto a eso que llaman liberaciones e ideologías liberadoras.
El cristianismo no es impotente para vencer las injusticias y el odio. No lo es. Lo somos acaso los cristianos, y precisamente en la misma medida en que no somos generosos, valientes, confiados, firmes para vivir el cristianismo.
En Cristo radica la grandeza de la existencia humana #
Hay que mirar a Cristo para no perder el horizonte de grandeza a que está llamada y para la que ha sido llamada la existencia humana. A fuerza de levantar ídolos y mitos, nos reducimos, nos envilecemos y nos destruimos, olvidando la calidad del hombre que es preciso redimir. A fuerza de ver con ojos llenos de orgullo, de ambición, de odio y de materialismo, deshacemos la grandeza de la imagen, la meta a que ha sido llamado.
Cristo no es sólo respuesta a los interrogantes del hombre; es incitación a nuevos interrogantes sobre el destino humano. Así, por ejemplo, en casos concretos que se dan hoy y están a la orden del día: el matrimonio cristiano. Al mirar matrimonios rotos y observar miserias y juicios de separaciones denigrantes en los que se destrozan unos y otros, simplemente se constata el hecho y se habla de las dimensiones amplísimas que tiene este fenómeno hoy. Se busca una solución, atendiendo únicamente a los datos sociológicos; solución que consiste en romper aquello que aparece como un obstáculo material y visible simplemente a los ojos humanos o al diálogo humano; pero se tiende a callar, excepto alguna voz de la Iglesia, la grandeza que tiene para el cristiano su vida de amor matrimonial, su sacrificio, su coger juntos la cruz. Esta imagen se borra, y poco a poco va penetrando exclusivamente la otra, la que obedece de una manera única y exclusiva al afán de liberación egoísta.
Lo mismo sucede respecto a la liberación de la mujer y a todos los movimientos de promoción femeninos. En lugar de pensar en María y en su grandeza única, o en la grandeza de la mujer madre, como Ella, que entrega a su Hijo, se fijan en la debilidad de mujeres que gritan, desconociendo lo que piden, y se procura no pensar en padres, cristianos de verdad, en trabajadores verdaderamente cristianos, en mujeres cristianas del todo, que llevan, no digo su cruz, sino su destino, que es cruz y alegría, soledad o compañía, o lo que sea, con enorme grandeza espiritual.
La alegría de la cruz #
La alegría de la acción del cristiano en su tarea no es una realidad que se descubre sin más y, calentita aún, como el pan recién hecho, basta repartirla. No. La alegría proviene de una paradoja viviente: si el grano no muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. La acción del cristiano supone conciencia del conjunto de su existir y una mirada que lo abarque todo con sentido redentor. Tiene que resistir a las excitaciones del presente, y éste es otro peligro de la cultura moderna, al cual sucumbimos los cristianos, los cristianos como los demás ciudadanos de la tierra: las excitaciones del momento presente.
Perdemos de vista ese amplio horizonte en que se desenvuelve nuestra existencia humana cuando la vemos arrancar del misterio de la Encarnación de Cristo. Todo se quiere inmediatamente: la paz, el gozo, la tranquilidad, el orden social; pero con muy poca cruz y muy poco sacrificio por parte de cada uno de los cristianos. Sin el aliento religioso, la vida se convierte en algo parecido a un motor sin lubrificante. Se calienta, y a cada instante, se quema algo por cualquier parte, se desencajan piezas que deberían engranar con precisión; todo se descentra. La existencia se desorganiza y entonces hace su aparición la violencia; a través de ella la desorientación busca su salida.
Si los hombres pierden su interioridad, su sentido del destino, su dimensión trascendente, recibirán una organización desde fuera, externa, que les oprimirá férreamente.
El valor de la “fe del pueblo” #
Encuentro yo un motivo para una reflexión sumamente oportuna. Quiero ayudaros a reflexionar brevemente sobre algo que podría ser tema para una conferencia mucho más amplia y detenida. Dentro de los análisis que hacemos sobre esta España nuestra y el sentido católico de nuestra vida y el porvenir que pueda tener, etc., con frecuencia oímos manifestaciones que juzgan con menosprecio lo que se llama “la fe del pueblo”. Hablo de ese pueblo del que formamos parte todos, en un nivel de cultura rudimentaria al comienzo, más desarrollada y ampliada en algunos después, según el curso de su vida. Pero principalmente estoy pensando en ese pueblo que todavía ahora, por ejemplo, llega la Semana Santa y participa en las procesiones, en donde vuelven a venerar a Cristo muerto y a la Virgen Dolorosa. Es un pueblo que celebra sus fiestas patronales. Es un pueblo que reza en muchas ocasiones, y reza como los pobres del Evangelio rezaban ante Cristo. Aquellos pobres que nunca recibieron del Señor desprecio ninguno, a pesar de que iban buscando en Él el milagro de la multiplicación de los panes, ante todo.
Este pueblo, grande todavía, que vive así con su trabajo y su lucha, sobre todo el del mundo rural, pero ahora también el del mundo industrial, porque en estos años han pasado a estas zonas urbanas multitudes inmensas de ambientes rurales y campesinos, que no han perdido todavía sus costumbres y sus vivencias, y en la casita que han podido alcanzar en Santa Coloma de Gramanet, o aquí, en Getafe o en Vallecas, todavía tienen un cuadro de la Virgen de su pueblo; todavía rezan en su hogar; la mujer, cuando está sola, y a veces, los dos, el padre y la madre, aunque quizá no se atrevan a hacerlo delante de sus hijos si son mayores. Este pueblo, con todos sus defectos, tiene un sentido de su destino: no apaguemos esto, no permitamos que esto se extinga. Es criminal el romper en esa existencia el hilo que les queda, más fuerte muchas veces de lo que se piensa, con el que se une su existencia humana con el misterio de Dios, hacia el cual van, conscientes de un destino que ellos tienen, que, como seres humanos y redimidos por Cristo, esperan alcanzar.
Cuando oigo algunas veces a teólogos y pastoralistas hablar de estos problemas, despreciando así la fe del pueblo, me dan pena, porque exigen más que Jesucristo. ¿Quién les da derecho a todo esto? Ayuden a ese pueblo, perfeccionen con amor todo lo que puedan, pero que no se apague ni una chispita de luz y de calor que puede ser tan esplendido para su vida.
La acción del cristiano es como la acción de Francisco de Asís, inmerso en el mundo para encontrar en él la riqueza escondida. Esta es la acción del cristiano en un mundo hecho de impaciencia e intensidad. Impaciencia que busca la supresión de lo que no se deje dominar inmediatamente: es una característica del mundo actual. Intensidad que busca los instantes de gozo, de voluptuosidad, de ambición, de orgullo, venganza, etc. Pensar, para el cristiano, es buscar la verdad para su propia vida, para vivir en Verdad.
Acción, dentro de la Iglesia, con la esperanza en Dios #
Es una originalidad de la acción del cristiano que cuando las amenazas, la muerte, la angustia se inscriben en su corazón, cuando arrecian las dificultades y dolores, no disminuye su esperanza y, lejos de empequeñecerse y arriar velas, lejos de refugiarse en otros mundos, dejando que todo se haga añicos, su espíritu vive de la fuerza del espíritu de Dios. Su corazón de piedra se sustituye por uno de carne. Lo que será el cielo nuevo y la tierra nueva, serán nuestros amores, nuestras justicias, nuestros trabajos por haber esbozado estos ejercicios de amar en el Amor. Será en nuestra tierra donde se instaure el Reino de Dios.
El Señor nos ha confiado una tarea que no se hará sin nosotros. Nos ha encargado el cumplimiento de nuestra jornada de trabajo, lo que San Gregorio llama la jornada cósmica. Si acertamos a nutrir la conciencia de los católicos, hijos de la Iglesia, con esta mística, con estos criterios profundamente evangélicos, podremos aportar al mundo lo que éste está necesitando más: una fe y una esperanza cristianas. Y brotarán entonces las acciones apostólicas, las instituciones católicas, los movimientos de trabajo y colaboración con la Iglesia jerárquica, Madre y Maestra.
Aquí tengo este folleto que ha editado la Comisión Nacional de Hombres de Acción Católica con los discursos del Papa sobre la Acción Católica, y uno, más reciente aún, que no se ha podido recoger en esta edición, pero que he visto publicado en la revista Cristo, al mundo, pronunciado por el Papa en 1976, donde habla de que todos los cristianos están llamados al apostolado; el Papa expone con párrafos valentísimos, claros, perfectamente nítidos, lo que tiene que ser la Acción Católica de hoy: “En comunión con la Iglesia, Madre y Maestra, en colaboración y obediencia a la jerarquía”7. El Santo Padre insiste en esta idea porque no es raro encontrar apostolados y movimientos de Acción Católica en que este matiz de comunión y obediencia generosa y gozosa a la jerarquía se borre y desaparezca. ¿Cómo va a bendecirlo Dios? De no ser así, las acciones serán incoherentes, dispersas, frívolamente complacientes con las ideologías del mundo, incapaces de actuar como fermento. Por esta razón mi tesis ha sido apelar a esta acción interior, recalcar su necesidad, porque he visto caer y desmoronarse muchas cosas, a la vez que contemplo cómo se sostienen todas aquéllas, grandes o pequeñas, que nacen de esta fuerza del espíritu de amor. ¿Las demás? Nada. Duran poco. Hablan de ello las revistas, tienen coloquios, se ponen de moda, parece la modernización más eficaz; pero terminan por deshacerse muchas obras apostólicas porque falla esa visión interior.
El secreto de la eficacia apostólica #
Si se me pidiera, por último, señalar un orden de prioridades para vuestras acciones apostólicas hoy, yo señalaría las siguientes:
Prioridad de la vida interior #
Hay que comenzar por todo lo que tiende a hacer vivir la vida de los sacramentos y la gracia. Oración. Adoración. Ejercicios espirituales. Quiero recordaros la tesis tan repetida en múltiples escritos del Cardenal Daniélou, cuando habla de que, frente al mundo de la técnica de hoy, la Iglesia lo que tiene que llevar es la adoración, ante todo. Porque en esa actitud de adoración encuentra él, y puede encontrarlo todo aquel que reflexione en el sentido cristiano de la vida, las grandes energías motoras capaces luego de provocar transformaciones. Este mundo está necesitando de testimonios de adoración muy conscientes, muy humildes, muy visibles.
Por ahí habrá que empezar, si queremos nosotros, como cristianos, ejercer una influencia salvadora. Y ahora recuerdo, con los defectos que podrían señalarse, toda una época de años atrás de Acción Católica y de apostolados seglares, cuando tanta importancia se daba a la vida sacramental, a los ejercicios espirituales internos y en silencio, a las revisiones de vida, a los retiros espirituales, es decir, toda esa explosión que hubo de operatividad apostólica, gracias a la cual España cuenta hoy con más de quince mil misioneros en América, órdenes religiosas, monjas y frailes, algunos seglares y sacerdotes también. La mayor parte provienen de una época en la cual los noviciados se nutrían por muchachos y muchachas jóvenes que habían vivido en su lugar de origen este clima de adoración. Y tras de eso vino después la expansión apostólica. Por eso, digo, tendríamos que empezar por ahí. En todas las diócesis, en todas las ciudades, en todas las comarcas. Movimiento de espiritualidad profunda que haga sentir al hombre de hoy la necesidad de detenerse para adorar.
La familia como “iglesia doméstica” #
La familia es como pequeña iglesia, “la iglesia doméstica”. ¡Oh, la familia! Está amenazada por los cuatro costados. ¡Cómo habrá que luchar para conservarla! Pero en la medida en que se multipliquen las familias –hágase toda la pastoral que haya que hacer, ese es otro tema, hay que insistir mucho en la pastoral de la familia–, en la medida en que se logren familias que realicen ese ideal de ser iglesia doméstica, como la llama San Agustín, con palabras que copió el Concilio Vaticano II, es cuando muchas otras familias, que se desintegran, podrán preguntarse con admiración y con deseo de seguir ese mismo camino: ¿por qué ahí se lleva la cruz con amor? ¿Por qué en esa familia hay esa paz y esa alegría? Ésta es una lección apostólica de primerísima necesidad.
Todo cristiano es un catequista #
Todo cristiano ha de comprometerse como adulto y convertirse en un catequista. Me parece que éste es un campo en el que habrá que insistir muchísimo. Yo voy recorriendo todas las parroquias de mi diócesis de Toledo. He estado ya en unos ciento ochenta pueblos de la diócesis. Y, predico, naturalmente, cuando confirmo a los muchachos; están allí los padres de familia; hablo en otros actos, etc. Y estoy insistiendo mucho en esta idea. Sé que sí acertaremos. Tratamos de lograr un gran movimiento catequístico nuevo, como compromiso, en que los padres de familia, recibiendo mensualmente unas instrucciones sencillas, se conviertan en catequistas. Hay que poner en movimiento a todos los cristianos bautizados que no lo rechacen, o que no se hayan apartado de la Iglesia. Y hay que facilitarles los medios para ser catequistas entre sí y de sus hijos. Hay que lograrlo por barrios, por calles, por casas. Hay que buscar iniciativas.
Educación y legislación de la enseñanza #
Es necesario urgir la creación y sostenimiento de instituciones de enseñanza y educación católica por parte de seglares, ya que las congregaciones religiosas no deben ser las únicas que se dediquen a ello. Y, además, están sufriendo la crisis tremenda de la falta de vocaciones. En lugar de tanto conflicto por parte de licenciados y doctores de esto y de lo otro, lo verdaderamente eficaz es formar licenciados y doctores con sentido católico y animarlos a crear instituciones. Junto a todo esto, ojalá podamos tener algún día un Estado con una legislación moderna, sencilla, sencillamente moderna, que subvencione la enseñanza privada igual que la estatal, que salgamos de esta situación terriblemente estatista que siempre aparece en España. Entonces habría que decir a muchos de esos seglares: fundad colegios vosotros, y desterrad el ánimo de lucro, puesto que esto puede ser legislado perfectamente conforme a unas ordenaciones dentro del ámbito de lo que corresponde a esos ministerios, con la retribución suficiente. Pero, ahí, a trabajar como cristianos en ese campo.
Revitalización de la Acción Católica #
Por último, hemos de restaurar la Acción Católica conforme a lo que pide el Concilio Vaticano II. ¿Qué pide el Concilio respecto a la restauración de la Acción Católica? Estando aquí un consiliario nacional y otras personas tan distinguidas y con tanta experiencia en esta materia, yo ya no desarrollo este pensamiento. Me limitaré a deciros, que es igualmente necesario que la Acción Católica vuelva a estructurarse y a unirse de verdad en las grandes ciudades y en los pueblos pequeños en conformidad con lo que pide el Concilio Vaticano II.
No señalo otras acciones. Si éstas pudieran ser emprendidas con fuerza por parte de unos y otros, ya traerían consecuencias provechosas. Pero ni éstas ni otras que puedan señalarse serán visibles si no se da esa mística interior y esa fuerza que nace de la convicción de que el que posee la fe cristiana posee una originalidad divina, radical, que Cristo ha traído para que la vivamos de una manera consecuente y seria.
1 Pío XII, radiomensaje Con sempre,31: AAS 35 (1943) 19.
2 Pablo VI, discurso al Colegio Cardenalicio y a la Curia romana, 20 de diciembre de 1976: apud Insegnamenti di Paolo VI, XIV, 1976, 1085-1086.
3 Ibíd.,1088.
4 Pablo VI, discurso del 10 de febrero de 1977: apud Insegnamenti di Paolo VI, XV, 1977, 144-145.
5 Véase L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de febrero de 1977, 1 y 11.
6 Pablo VI, homilía, 23 de enero de 1977: apud Insegnamenti di Paolo VI, XV, 1977, 94.
7 Pablo VI, homilía del 25 de agosto de 1976: apud Insegnamenti di Paolo VI, XIV. 1976, 671-672.